Pedí un Town Car para ir al concesionario, donde entregué una nota que había falsificado con su firma y en la que ordenaba que me entregaran el coche. A nadie pareció importarle el hecho de que yo no tuviera parentesco alguno con él, de que una desconocida hubiera entrado en el concesionario y solicitado el Porsche de otra persona. Me lanzaron las llaves y se limitaron a sonreír cuando les pedí que me sacaran el automóvil del garaje porque no estaba segura de poder recular con un cambio manual. Había tardado media hora en recorrer diez manzanas y todavía no había deducido dónde o cómo debía girar para salir del centro de la ciudad y dirigirme a la plaza de aparcamiento de Markus que la criada me había descrito. Las probabilidades de llegar a la Setenta y seis con la Quinta Avenida sin herir gravemente a una servidora, el coche, un ciclista, un peatón u otro vehículo eran prácticamente nulas, y esa nueva llamada de Markus no contribuyó a calmar mis nervios.Repetí la ronda de llamadas
—¡Jill, deja de llamar a gritos a tu hermana! —vociferó mi madre sacándome de la pesadilla que me envolvía.Sin abrir los ojos, maldije a Markus Preston por inmiscuise en mis sueños y molestarme incluso en ellos.—Creo que todavía duerme. —Acto seguido, una voz aún más fuerte llegó desde el pie de la escalera hasta mi habitación— ¿ Yess, estás dormida todavía?—Abrí un ojo y miré el reloj. Las ocho y cuarto de la mañana. Dios mío, ¿a qué venía tanto escándalo?Estuve unos minutos dando vueltas en la cama antes de reunir la energía suficiente para incorporarme, y cuando finalmente lo hice todo mi cuerpo suplicó un poco más de descanso, solo un poco más.—Buenos días. —Layla sonrió a unos centímetros de mi cara cuando se volvió para mirarme—. Cómo madruga la gente por aquí Jill, Kyle y el bebé estaban en casa de mis padres por Acción de Gracias, de modo que Layla había tenido que dejar el antiguo dormitorio de Jill y mudarse al colchón plegable de mi infancia, que estaba desplegado y cas
—Un capuchino grande con vainilla, por favor —pedí a un camarero al que no conocía en el Starbucks de la calle Cincuenta y siete.Habían pasado casi tres meses desde la última vez que estuve allí haciendo equilibrios con una bandeja de cafés y pastas, luchando por llegar al despacho de Markus antes de que me despidiera por coger aire. Al recordarlo pensé que era mucho mejor que me hubieran despedido por gritarle «vete a la mierda» que por llevarle dos terrones de azúcar blanco en lugar de sin refinar.¿Quién habría dicho que Starbucks tenía semejante rotación de personal? No había una sola persona detrás de la barra cuya cara me resultará familiar, y eso hacía que la época en que solía ir allí me pareciera aún más lejana. Me alisé el pantalón negro de buen corte, aunque no de diseño, y me aseguré de que la vuelta de los bajos no estuviera manchada de nieve. Aunque sabía que toda la plantilla de una revista de moda concreta estaría en total desacuerdo conmigo, en mi opinión tenía un a
Había sobrevivido una semana en mi nuevo empleo como redactora para la revista City Buzz. Una semana sin tropezarme de frente con Markus o con Eliza, pero una semana en la que me había enterado (sin quererlo, por supuesto) de todo lo que había ocurrido en los tres meses anteriores.Fundamente, que Markus había roto su compromiso con la Señorita Hayley.— Públicamente, el ofreció un comunicado, expresando que la separación había sido de mutuo acuerdo y que no había mala sangre entre ellos.— Susurró Danielle, una de mis compañeras.—Pero pocas semanas después, comenzaron a salir fotografías de ella muy acaramelada, de paseo en Italia con el propio guitarrista de su banda.—añadió Silvie, elevando las cejas sujestivamente.Yo me limité a comprimir los labios, intentando no sonreír. Después de todo lo que me había hecho sufrir, el cabrón de Markus merecía que el karma se las cobrara.Trabajar para Citi Buzz era una distracción bienvenida. Esa primera semana había volado en una neblina de
El siguiente lunes, estaba yo en mi horario de almuerzo, había pedido en un sitio de comida rápida una hamburguesa con queso, tomate, jamón, lechuga...y mayonesa. Estaba disfrutando del jugoso sabor de todo, bajandolo con una malteadas y sentada a la mesa, cuando casi se me paraliza aquello al ver a Markus Preston sentarse con lentitud y ceremonia, justo frente a ti. Se mantuvo callado, contemplándome con sus azules ojos, y lo más extraño es que por primera vez desde que lo conocía su expresión no era reprobatoria, sino más bien nerviosa. Elevé las cejas. ¿Markus Preston, nervioso por hablar conmigo? No. Seguramente yo estaba imaginando aquello. Dejé mi almuerzo, y lo encaré. —Suéltalo ya. Di que estoy gorda, que me visto horrible, que vas a demandarme por difamación. Habla.— mascullé. Su boca se presionó en una dura línea, pero entonces casi a regañadientes, sus labios se levantaron y sé que estaba tratando de reprimir una sonrisa. —Lo siento —dijo. Y yo me quedé de piedra.
—De modo, Señorita Sawyer, que usted desea abrirse camino en el mundo de la redacción. —comentó la mujer delgada de rostro amargado y ropas impecables, quien era nada más y nada menos que la directora de recursos humanos. Mientras caminábamos por el estilizado pasillo del edificio , dejábamos atrás una hilera de modelos de largas piernas y entrábamos en su pequeña oficina. —Supongo… que sabes que es difícil conseguir un trabajo de redacción en un lugar como este, y aún más siendo tú una recién graduada universitaria. Ahí fuera hay mucha, muchísima competencia para las pocas vacantes que se abren. Con todo, estos trabajos no están lo que se dice bien pagados, ya me entiendes. Contemplé mi atuendo barato, de segunda mano y que para colmo no hacía juego con los inoportunos zapatos que me había puesto, (al romperse bruscamente el tacón de los que realmente debí ponerme) y me pregunté por qué me había tomado siquiera la molestia de asistir a la entrevista de trabajo. Me vi de regreso e
—Sí, es estupendo, sencillamente estupendo. Lo que quiero decir es que es realmente estupendo. En fin, ha sido un placer conocerte. Le avisaré a para Alicia para que la conozcas. Ella también es estupenda.En cuanto Eliza hubo desaparecido tras el cristal con un frufrú de cuero y rizos, asomó por la puerta una figura juvenil. Esta impresionante mujer negra dijo ser Alicia, la ex asistente de Markus , y enseguida me percaté de que ella estaba delgadísima. Vestía un pantalón de cuero negro tan suave como ajustado. Un top de pelo blanco le ceñía el pecho y terminaba a cinco centímetros del ombligo. La larga melena era negra como tinta fluida, cayéndole por la espalda como una manta espesa y brillante. Además, las sandalias plateadas le proporcionaban ocho centímetros más a su armazón de un metro ochenta y dos de estatura. No obstante, no conseguí concentrarme del todo en lo hermoso de su atuendo, porque el simple hecho de que mostrara el vientre en el trabajo me dejó helada.Era increíb
Él parecía despreocupado, a pesar de lo impactante que me resultaba tener un hombre tan apuesto y elegante, frente a mí.—Siéntese, por favor. – Susurró.Yo obedecí por inercia, dejándome caer estrepitosamente sobre la silla que me señalaba, mientras intentaba mantener mi mirada apartada de su rostro, porque de lo contrario, yo comenzaría a enrojecer de inmediato. Lo sabía.Él me sonrió y entonces no me pareció especialmente intimidante. Parecía más bien amable y seguro, detrás de su inquietante mesa de madera negra; yo me había quedado como petrificada. Sin sabe qué decir o que hacer…allí, sentada frente a mi posible nuevo jefe.Lo vi arrugar el entrecejo, y comenzar a recorrerme con la mirada muy lentamente. Entonces lo supe:me estaba observando con atención, anotando mentalmente, con aparente regocijo, mis atentados contra la elegancia y el buen gusto.Parecía un poco burlón, sí, pero no especialmente perverso, me dije. Y viendo que yo estaba como muda de los nervios, él habló pri