—Sí, es estupendo, sencillamente estupendo. Lo que quiero decir es que es realmente estupendo. En fin, ha sido un placer conocerte. Le avisaré a para Alicia para que la conozcas. Ella también es estupenda.
En cuanto Eliza hubo desaparecido tras el cristal con un frufrú de cuero y rizos, asomó por la puerta una figura juvenil. Esta impresionante mujer negra dijo ser Alicia, la ex asistente de Markus , y enseguida me percaté de que ella estaba delgadísima. Vestía un pantalón de cuero negro tan suave como ajustado. Un top de pelo blanco le ceñía el pecho y terminaba a cinco centímetros del ombligo. La larga melena era negra como tinta fluida, cayéndole por la espalda como una manta espesa y brillante. Además, las sandalias plateadas le proporcionaban ocho centímetros más a su armazón de un metro ochenta y dos de estatura.
No obstante, no conseguí concentrarme del todo en lo hermoso de su atuendo, porque el simple hecho de que mostrara el vientre en el trabajo me dejó helada.
Era increíblemente sexy y elegante. Sí, por supuesto…pero, al mismo tiempo, a mí me producía, sobre todo, frío.
Literalmente. Después de todo, era noviembre.
—Hola, soy Alicia, como probablemente sabes. —comenzó mientras recogía una pelusa blanca del cuero que ceñía su muslo— Acaban de ascenderme a un cargo de redacción y eso es precisamente lo fenomenal de trabajar con Markus. Son muchas horas de trabajo, es cierto, y el horario es duro, pero también es increíblemente bien compensado. Si sabes cómo moverte y conseguir contactos, ascenderás en esta revista con rapidez . Millones de chicas darían un ojo de la cara por conseguir este puesto. Además, Markus es maravilloso como hombre , como director y como persona, él cuida mucho de las chicas que trabajan para la revista.
Asentí. Guardando silencio.
—Un solo año trabajando para él, te ahorrará mucho tiempo de esfuerzo para ascender en la jerarquía laboral. Si tienes talento, él te enviará directamente a la sima y… — ella siguió parloteando sin molestarse en levantar la vista o fingir un mínimo de entusiasmo por lo que decía.
Aunque no tuve la impresión de que fuera particularmente tonta, sus ojos poseían un brillo opac, característico de los miembros de las sectas o de las personas a quienes han lavado el cerebro. Tuve la sensación de que si me dormía, bostezaba en su cara o sencillamente, me marchaba, ella no se daría ni cuenta.
Cuando por fin cerró el pico y fue a avisar a otra entrevistadora, estuve a punto de desplomarme en los lujosos sofás de la recepción. Todo ocurría demasiado deprisa, fuera de mi control, y sin embargo estaba ilusionada.
¿Qué importaba que yo no supiera quién era Markus Preston?, pensé. Todo el mundo parecía encantado con él. De acuerdo, es una revista de moda, no era precisamente un trabajo de redacción en un periódico serio, o algo un poco más interesante, pero era un puesto mucho mejor que ser la repartidora del correo o la copista.
Tener experiencia de trabajo en Glitz & Glamour en mi curriculum, me daría más credibilidad a la hora de solicitar trabajo en algún periódico serio, y bueno…era mi primer empleo después de graduarme, no podía esperar que fuese el empleo de mis sueños. No podía andarme con remilgos.
Tras pocos minutos de reflexiones de esa índole otra chica alta y delgadísima entró en la recepción. Me dijo su nombre, pero yo solo era capaz de concentrarme en su cuerpo. Arrugué el entrecejo al notar que vestía una falda tejana ajustada con varios jirones, una blusa blanca transparente y sandalias plateadas de tiras. Lucía un bronceado y una manicura perfectos, además, su blusa dejaba su espalda al descubierto por detrás.
No fue hasta que me indicó por señas que cruzara con ella las puertas de cristal y, por lo tanto, tuve que levantarme, cuando me percaté de lo horrendo e inadecuado que era mi atuendo, de lo desaliñado de mi pelo y de la ausencia total en mi persona de complementos o joyas.
Actualmente mi imagen de aquel día ( y el hecho de que portara algo parecido un maletín) todavía me causa gracia. Noto cómo la cara me arde de rubor cuando recuerdo mi pinta “pobretona” en comparación con la de las mujeres mejor vestidas y arregladas de toda la Ciudad.
No supe hasta mucho después, cuando me faltaba ya muy poco para convertirme en una de esas zombis descerebradas, que supe realmente cuánto se habían reído de mí durante la ronda de entrevistas.
Tras el obligado repaso, la Chica Despampanante me condujo al despacho de Caroline Kensington, redactora ejecutiva de La revista Glitz, quien resultó ser una lunática adorable. Ella también habló durante horas, pero esta vez sí presté atención. Lo hice porque parecía amar su trabajo, porque hablaba con entusiasmo del tema de las «palabras» dentro de la revista, de los maravillosos textos que leía, de los escritores con los que trataba y de los redactores a los que supervisaba.
—No tengo nada que ver con la parte relativa a la moda —declaró con orgullo — de modo que será mejor que dejemos esas preguntas para otro.
Cuando le dije que era justamente su puesto el que más me atraía, que no tenía experiencia ni un interés especial por la moda, esbozó una sonrisa amplia y sincera.
—En ese caso, querida, quizá seas precisamente lo que necesitamos aquí. Creo que es hora de que conozcas al jefazo. ¿Puedo darte un consejo? Míralo directamente a los ojos y no te dejes intimidar. Demuéstrale carácter, y él te respetará.
Como si hubiera estado aguardando su turno, la chica Despampanante entró justo a tiempo para acompañarme al despacho de Markus. El trayecto duró apenas unos treinta segundos, pero noté todas las miradas clavadas en mí. Me observaban desde el otro lado del cristal esmerilado y desde el espacio abierto donde las asistentes tenían sus cubículos.
Una chica que estaba en la foto-copiadora se volvió para contemplarme de pies a cabeza, y lo mismo hizo un hombre pequeño de estatura y calvo, quien parecía ser gay y quién puso sus ojos en blanco al ver lo que yo llevaba puesto.
Justo cuando me disponía a cruzar el umbral del cubículo de las asistentes situada justo delante al despacho del jefe ,Eliza me arrebató el maletín y lo metió debajo de su mesa.
Tardé unos instantes en comprender el mensaje: «Entra con eso y perderás toda posibilidad de obtener este trabajo».
Acto seguido allí estaba yo , en el despacho de Markus, un amplio espacio con enormes ventanales por dónde se colaba una claridad deslumbrante. Ese día no reparé en ningún otro detalle, pues parecía imposible apartar la mirada de él.
Como nunca había visto una foto de Markus Preston, el impacto de su increíble atractivo me golpeó de frente.
Tuvo que alzar el mentón para mirarme a los ojos, pero no se levantó para recibirme. Llevaba el pelo cabello negro lustroso y perfectamente estilizado en el tipo de corte que llevaría cualquier empresario de New York. Sin embargo, ese estilo en particular, que forzaba su cabello hacia atrás, solo hacia que me dieran ganas de pasar mis dedos por él, despeinar lo y comprobar su era tan suave y lacio como aparentaba.
—Buen día, Yessica. Mi nombre es Markus Preston.- sonrió con cinismo. – pero eso usted ya lo sabe.
Él parecía despreocupado, a pesar de lo impactante que me resultaba tener un hombre tan apuesto y elegante, frente a mí.—Siéntese, por favor. – Susurró.Yo obedecí por inercia, dejándome caer estrepitosamente sobre la silla que me señalaba, mientras intentaba mantener mi mirada apartada de su rostro, porque de lo contrario, yo comenzaría a enrojecer de inmediato. Lo sabía.Él me sonrió y entonces no me pareció especialmente intimidante. Parecía más bien amable y seguro, detrás de su inquietante mesa de madera negra; yo me había quedado como petrificada. Sin sabe qué decir o que hacer…allí, sentada frente a mi posible nuevo jefe.Lo vi arrugar el entrecejo, y comenzar a recorrerme con la mirada muy lentamente. Entonces lo supe:me estaba observando con atención, anotando mentalmente, con aparente regocijo, mis atentados contra la elegancia y el buen gusto.Parecía un poco burlón, sí, pero no especialmente perverso, me dije. Y viendo que yo estaba como muda de los nervios, él habló pri
Deslicé una mano por debajo de su camiseta y comencé a rascarle la espalda.El pobre parecía tan desdichado en su propio empleo, que me sentí mal de molestarle con los detalles de mi fallida entrevista, pero necesitaba hablar del tema con alguien.—Soy consciente de que ese trabajo no habría tenido nada que ver con la parte editorial, pero estoy segura de que habría podido escribir algo dentro de unos meses. —dije.— ¿Crees que trabajar en una revista de moda sea una traición a mis ideales?Axel me estrechó el brazo y se tumbó a mi lado.—Cielo, eres una escritora brillante y sé que lo harás de maravilla estés donde estés. Por supuesto que no es una traición. Es injusto, que no te hallan dado el trabajo solo por no encajar en el modelo de la princesita plástica que todas las mujeres en ese lugar imitan, según me contaste.Axel rió y yo con él.¡Recordando que seguramente a estas alturas Eliza y Alicia estarían muertas de hipotermia!Preparamos una cena sencilla y nos dormimos viendo un
Como Axel tenía que ir al Bronx dos veces por semana para cuidar de su hermano menor porque su madre trabajaba hasta tarde, esta le había regalado su viejo coche, pero no lo necesitaría hasta el próximo martes y yo pensaba estar de vuela antes de ese día. Además, ya había planeado pasar el fin de semana en casa de mis padres y ahora tenía una buena noticia que darles.—Claro que no. Por supuesto que no me molesta prestártelo. Las llaves están sobre la mesa de la cocina. Llámame cuando llegues, ¿de acuerdo?—Claro. ¿Seguro que no quieres venir? La comida de seguro está riquísima. Ya sabes que mi madre se vuelve loca cada vez que la visito.—Es muy tentador. Sabes que iría, pero he quedado mañana con unos compañeros del trabajo para tomar algo. Pensé que eso nos ayudaría a trabajar como un equipo. Lo he organizado yo y no puedo faltar.—Maldito buena gente, siempre estás creando buen ambiente donde sea que e vayas. Te odiaría si no te quisiera tanto.Le di un beso.—Exageras. Pásalo bie
¡Había llegado el gran día!Finalmente debía comenzar a trabajar, y muy pocos minutos caminando sin rumbo por una ciudad que empezaba a despertar me llevaron, de hecho, hasta la puerta del edificio de Glitz & Glamour. Envuelto en la penumbra de la mañana, el vestíbulo resplandecía al otro lado de la entrada de cristal, y por un instante me pareció un lugar cálido y acogedor, pero cuando empujé la puerta giratoria se me resistió. Apreté hasta tener todo el peso del cuerpo impulsado hacia delante y la cara a unos milímetros del cristal. Solo entonces se movió.Al principio lo hizo con lentitud, de modo que empujé con más fuerza.Entonces la bestia de cristal ganó velocidad y me golpeó por detrás, lo que me obligó a avanzar a trompicones y arrastrando los pies para no caer al suelo. El hombre situado detrás del mostrador de seguridad se echó a reír.—Jodido, ¿eh? No es la primera vez que veo ocurrir eso ni será la última — dijo con una risita burlona y un temblor en sus carnosas mejilla
—Caray, parece que Markus tiene obsesión por las corbatas —comenté, mirando la enorme colección de esas prendas que habían llegado como regalos para él, y porque no sabía qué otra cosa decir.—No creas. En realidad Markus tiene una ligera obsesión por los pañuelos.—Eliza desvió la mirada, como si acabara de revelar que nuestro jefe tenía una enfermedad contagiosa —. Es uno de esos detalles encantadores sobre él que debes conocer.—¿No me digas? —pregunté tratando de parecer impresionada en lugar de horrorizada.¿Obsesión por los pañuelos? A mí particularmente me gustan la ropa, los bolsos y los zapatos tanto como a cualquier otra chica, pero no llamaría «obsesión» a ninguna de esas cosas.—Bueno, aunque ahora necesita algunas de estas corbatas, los pañuelos son su auténtica pasión. Ya sabes, esos pañuelos que la caracterizan. —Me miró y probablemente mi rostro le comunicó que estaba del todo perdida—. Al menos te acordarás de cómo vestía cuando te hizo la entrevista, ¿no? De seguro
Me alegré de comprobar que el resto de aquella primera semana no difería mucho del primer día. El viernes, Eliza y yo nos encontramos en el blanco vestíbulo a las siete en punto, esta vez me entregó mi tarjeta de identificación personal, provista de una fotografía que no recordaba haberme hecho.—La hizo la cámara de seguridad —explicó cuando la miré atónita—.Están por todas partes. Ha habido graves problemas porque mucha gente robaba cosas, como ropa o joyaría, que traían para los reportajes fotográficos. Por lo visto los mensajeros y a veces hasta los propios redactores se quedaban con lo que querían.Ahora la, con este sistema le siguen la pista a todo el mundo. —Deslizó la tarjeta por la ranura y la puerta de cristal se abrió.—¿La pista? ¿Qué quieres decir exactamente?Ella avanzó por el pasillo con paso presuroso, contoneando las caderas bajo su ceñidísimo pantalón de pana marrón Seven. El día antes, me había dicho que debía pensar seriamente en la posibilidad de comprarme uno,
Tres empleados en el puesto de Verduras se volvieron para mirarme. El único obstáculo que me quedaba por salvar era la multitud agolpada alrededor de la Mesa del Chef, donde un cocinero invitado, vestido de blanco, disponía grandes trozos de sashimi para sus admiradores.Leí el nombre de la placa prendida a su almidonada camisa de cuello: Nobu Matsuhisa.Me dije que lo buscaría en Google, cuando llegara a la oficina en vista de que parecía ser la única empleadaque no lo adoraba. Seguramente era un chef famosísimo. ¿Qué resultaba más imperdonable, ignorar quién era el señor Matsuhisa o Markus Preston?Cuando me llegó el turno, la menuda cajera miró primero la sopa y luego mis caderas. Ya me había acostumbrado a que me miraran de arriba abajo allí adondequiera que iba, y habría jurado que la cajera me miraba con mala cara, como si tuviese delante a una persona de doscientos kilos cargada con ocho Big Macs. Elevó la vista lo justo, como si preguntara «¿Realmente necesitas eso?», pero
Era un viernes de diciembre por la mañana y la dulce, dulce libertad del fin de semana se hallaba a solo diez horas. Estaba intentando convencer a Gema Strong, ayudante de publicidad de Scholastic Book, y una persona totalmente ajena al mundo de la moda, de que Markus Preston era alguien muy importante, alguien por quien valía la pena hacer excepciones, concesiones y dejarse de remilgos. Y resultaba mucho más difícil de lo que había previsto. ¿Cómo ibava saber yo que tendría que explicar la importancia del cargo de Markus para influir en alguien que jamás había oído hablar de la revista de moda más prestigiosa de la tierra ni de su célebre director? En las tres semanas que llevaba como asistente,ya me había percatado de que esa pesada tarea y la búsqueda de favores constituían una parte esencial de mi trabajo, pero generalmente la persona a la que trataba de persuadir, intimidar o presionar cedía en cuanto mencionaba el nombre de mi infame jefe. Desafortunadamente para mí, Gema no