Tres empleados en el puesto de Verduras se volvieron para mirarme. El único obstáculo que me quedaba por salvar era la multitud agolpada alrededor de la Mesa del Chef, donde un cocinero invitado, vestido de blanco, disponía grandes trozos de sashimi para sus admiradores.Leí el nombre de la placa prendida a su almidonada camisa de cuello: Nobu Matsuhisa.Me dije que lo buscaría en Google, cuando llegara a la oficina en vista de que parecía ser la única empleadaque no lo adoraba. Seguramente era un chef famosísimo. ¿Qué resultaba más imperdonable, ignorar quién era el señor Matsuhisa o Markus Preston?Cuando me llegó el turno, la menuda cajera miró primero la sopa y luego mis caderas. Ya me había acostumbrado a que me miraran de arriba abajo allí adondequiera que iba, y habría jurado que la cajera me miraba con mala cara, como si tuviese delante a una persona de doscientos kilos cargada con ocho Big Macs. Elevó la vista lo justo, como si preguntara «¿Realmente necesitas eso?», pero
Era un viernes de diciembre por la mañana y la dulce, dulce libertad del fin de semana se hallaba a solo diez horas. Estaba intentando convencer a Gema Strong, ayudante de publicidad de Scholastic Book, y una persona totalmente ajena al mundo de la moda, de que Markus Preston era alguien muy importante, alguien por quien valía la pena hacer excepciones, concesiones y dejarse de remilgos. Y resultaba mucho más difícil de lo que había previsto. ¿Cómo ibava saber yo que tendría que explicar la importancia del cargo de Markus para influir en alguien que jamás había oído hablar de la revista de moda más prestigiosa de la tierra ni de su célebre director? En las tres semanas que llevaba como asistente,ya me había percatado de que esa pesada tarea y la búsqueda de favores constituían una parte esencial de mi trabajo, pero generalmente la persona a la que trataba de persuadir, intimidar o presionar cedía en cuanto mencionaba el nombre de mi infame jefe. Desafortunadamente para mí, Gema no
Estaba deseando que llegara el fin de semana. Los pies, los brazos y la región lumbar acusaban mis jornadas laborales de catorce horas. Las gafas habían sustituido a las lentillas que había utilizado durante una década porque tenía los ojos demasiado secos y cansados para aceptarlas. Y sobrevivía exclusivamente a base de cafés de Starbucks (a cargo de la empresa,naturalmente) y sushi (también a cargo de la empresa). Ya había empezado a adelgazar. Algo en el aire, supongo, o quizá esa insistencia con que se evitaba la comida en la oficina. Había sufrido una sinusitis y empalidecido notablemente, y todo ello en apenas tresbsemanas. Me tenían corriendo como canta loca por todo New York, cumpliendo las excentricidades de mi jefe, y él nisiquiera se había asomado aún por la oficina en todo ese tiempo. ¡Al cuerno con todo! Me merecía un fin de semana. A todo eso se había añadido cazar la última reedición de Las crónicas de Narnia y no me hacía ninguna gracia. Markus había llamado esa mañ
Había decidido invitar a Layla a pasar el día viendo pelis, terminamos con Titanic y Casablanca era la siguiente de la lista. —¿Puedes creerte una tontería así? —preguntó, mientras rebobinaba la nueva peli, para saltarse el título y los créditos introductorios de la peli que comenzábamos ver—. Caray, que ellos eran demasiado jóvenes, se conocían de hacía solo dos días , ¿y él dio su vida por ella? —Sí, parece extraño —grité desde la cocina, Layla era una escéptica emperdinada, y aborrecia el romance.—. En tiempos modernos, si él hubiera sobrevivido, de seguro habría sido un holgazán, un mantenido y un borracho. Layla me miró y se echó a reír. —No puede ser que simplemente se haya enamorado de ella y se sacrificara de esa manera, ¿verdad? Ya hemos dejado claro que eso es totalmente imposible, ¿no? —Verdad. No es una opción. ¿Entonces...? —En ese caso, no queda más opción que sospechar, que Jack lo hizo por dinero. Intentó separar a Rose de su prometido con esperanzas de vivir de e
¡Me iban a despedir! Lo sabía… y no podía hacer nada al respecto. Como una tonta, había dado por sentado que mi plan funcionaría y ni siquiera había reparado en que Uri no me había llamado para confirmar la recogida y la entrega del paquete. Busqué en la agenda de mi móvil y marqué su número de móvil,( a él se lo había dado Mark personalmente, para que el hombre estuviera localizable las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.) —Hola, Uri, soy Yessica. Lamento molestarte en domingo, pero quería saber si ayer recogiste el libro en la Ochenta y siete con Amsterdam. —Hola, Yess me alegro de oír tu voz —canturreó con ese acento ruso que siempre me resultaba tan exótico. Me llamaba Yess, como lo haría un viejo tío desde el día que me conoció, y viniendo de él, no me importaba. — Claro que sí, recogí el encargo, como me dijiste. ¿Crees que no quiero ayudarte? —No, claro que no, Uri. Es solo que Mark me ha dejado un mensaje para decirme que todavía no los han recibido y
—¿Sí? —oí que contestaban. La voz me sacó de mis pensamientos. Era Samantha, quien, con apenas ocho años, había asimilado a la perfección el brusco estilo telefónico de su padre. —Hola, cariño —canturreé mientras me pone a cada vez más nerviosa —. Soy Yessica, de la oficina. ¿Está tu papá? —Querrás decir mi padre —me corrigió, como siempre hacía cuando preguntaba por su «papá»—. Voy a avisarle. Instantes después oí la voz de Markus y se me atravesó el corazón en la garganta. —¿Qué pasa, EMILIA? Más vale que sea importante. Ya sabes lo que opino de que me interrumpan cuando estoy con mi hija—declaró con su tono frío y cortante. "Ya sabes lo que opino de que me interrumpan cuando estoy con mi hija" ¡Grrr! ¡¿Me estaba tomando el pelo?! ¿ Realmente creía que yo lo llamaba por gusto? ¿Porque no soportaba pasar un solo fin de semana sin escuchar su gruesa y burguesa voz? Me sonrojé. ¿Ah? ¿ Acaso estaba volviendome masoquista? Pensaba que iba a hiperventilar de miedo, pero respi
Eran poco más de las diez de la mañana de un frío 3 de enero y estaba, de hecho, contenta de hallarme en el trabajo.Yo, ¿contenta? ¿ Quien lo diría?Eliza hablaba efusivamente sobre un sujeto que había conocido en una fiesta de Fin de Año en Los Ángeles, un «compositor de canciones con muchísimo futuro», que había prometido ir a verla a Nueva York en las siguientes dos semanas.Yo charlaba con un asistente de belleza que se sentaba al final del pasillo, un chico encantador que acababa de diplomarse por Vassar y cuyos padres todavía no sabían —pese a la carrera que había elegido y pese a ser ayudante de belleza de una revista de moda— que prefería tener relaciones con hombres.—Por favor, ven conmigo, te prometo que será muy divertido. Te presentaré gente buena, Yessica. Tengo algunos amigos hetero impresionantes. Además, es la fiesta de Marshall, seguro que será genial —canturreó James, inclinado sobre mi mesa mientras yo consultaba mi correo electrónico.Eliza seguía describien
Me habría encantado detenerme a observar el desarrollo de la escena, pero disponía de menos de diez minutos para causar una impresión impecable a mi jefe y no tenía intención de estropearlo.Hasta ese momento había tratado de aparentar tranquilidad, pero, en vista de la falta de dignidad de que hacían gala todos los demás, eché a correr.—¡Yessica! Sabes que Markus viene hacia aquí, ¿verdad? —exclamó Sonia cuando crucé disparada la recepción.—Sí, pero ¿cómo lo sabes tú?—Bomboncito, yo lo sé todo. Te aconsejo que te pongas las pilas. Si hay una cosa clara es esta: a Markus no le gusta que le hagan esperar.Me zambullí en el ascensor y le di las gracias.—¡Estaré de vuelta con los periódicos en menos de tres minutos!Las dos mujeres que viajaban en el ascensor me miraron con molestia y me di cuenta de que estaba gritando.—Lo siento —me disculpé mientras trataba de recuperar el aliento—.Acabamos de enterarnos de que nuestro director viene hacia aquí y no lo esperábamos, así que estamo