#3:

Él parecía despreocupado, a pesar de lo impactante que me resultaba tener un hombre tan apuesto y elegante, frente a mí.

—Siéntese, por favor. – Susurró.

Yo obedecí por inercia, dejándome caer estrepitosamente sobre la silla que me señalaba, mientras intentaba mantener mi mirada apartada de su rostro, porque de lo contrario, yo comenzaría a enrojecer de inmediato. Lo sabía.

Él me sonrió y entonces no me pareció especialmente intimidante. Parecía más bien amable y seguro, detrás de su inquietante mesa de madera negra; yo me había quedado como petrificada. Sin sabe qué decir o que hacer…allí, sentada frente a mi posible nuevo jefe.

Lo vi arrugar el entrecejo, y comenzar a recorrerme con la mirada muy lentamente. Entonces lo supe:

me estaba observando con atención, anotando mentalmente, con aparente regocijo, mis atentados contra la elegancia y el buen gusto.

Parecía un poco burlón, sí, pero no especialmente perverso, me dije. Y viendo que yo estaba como muda de los nervios, él habló primero.

—¿Por qué has venido a esta entrevista, Yessica ? —preguntó con su acento rudo, que me hizo sospechar que él podía ser italiano, o algo así, sin apartar la mirada de mí.

—En realidad, me presenté para un trabajo completamente diferente. Vi el anuncio en los periódicos y vine. Sin embargo, hablé con Sheryl, la de recursos humanos, y ella me ha explicado que usted está buscando una asistente. —comencé con voz algo temblorosa. Pero, al ver que él asentía con la cabeza, gané algo y confianza.

—Ahora, después de hablar con Eliza y Alicia, creo que tengo una idea clara de la clase de persona que busca, y estoy segura de que yo sería buena para el puesto. —proseguí recordando los consejos de Caroline.

Markus parecía divertido, aunque mantuvo su expresión bastante impasible. Me estaba entregando una mirada reprobatoria y mantenía una ceja elevada, como queriendo decir ’’ no, estás equivocada. No eres ni por asomo lo que quiero para mi asistente.’’

Y fue en ese instante cuando empecé a desear el trabajo con esa desesperación con que todos alguna vez hemos deseados las cosas que consideramos inalcanzables. Quizá no fuera comparable a ganar un premio Pulitzer o publicar un artículo para un periódico serio e importante, pero para mi mente hambrienta entonces de éxito, o al menos un salario decente, era un auténtico desafío conseguir que me contrataran.

Y un desafío enorme.

Porque yo era una impostora, y no muy buena. Con solo poner mis pies en la revista Glitz, había comprendido que yo no encajaba en ese lugar. Mi atuendo y mi cabello, desentonaban, eso estaba claro, pero más desentonaba mi actitud.

Y para colmo, yo no sabía nada de moda ni me importaba lo más mínimo. Por lo tanto, tenía que conseguir ese empleo.

Continué respondiendo a sus preguntas sobre mi persona con una rotundidad y seguridad sorprendentes. No tenía tiempo para sentirme intimidada. Además, Markus parecía una persona agradable y nada me hacía pensar lo contrario. Nos enredamos un poco cuando me preguntó por los idiomas.

 Cuando le dije que hablaba chino, hizo una pausa, colocó sus codos sobre la mesa, y me reprendió fríamente :

—¿Chino? Esperaba francés o por lo menos un idioma más útil.

Estuve a punto de disculparme, pero me detuve a tiempo.

—Por desgracia, no hablo ni una palabra de francés, pero estoy segura de que no será un problema.

Él dirigió su mirada a mi currículum entonces.

—Aquí dice que estudiaste en Brown.

—Así es. Me especialicé en filología inglesa y en escritura creativa. Escribir siempre ha sido mi pasión. —¡Qué cursi!, me regañé. ¿Era necesario que utilizara la palabra «pasión»?

—¿Tu gusto por la escritura significa que la moda no te interesa?

Bebió con lentitud de un vaso con agua y devolvió a la mesa el vaso.

—Oh, no; por supuesto que no, adoro la moda —mentí con tranquilidad—. Y estoy deseando aprender más acerca de ella, pues sería maravilloso poder escribir artículos sobre este tema algún día.

¿De dónde demonios había sacado eso? Empecé a tener la sensación de que no era yo quien hablaba, de que estaba pronunciando las palabras de otras personas.

La entrevista prosiguió con suavidad hasta que Markus formuló una pregunta incriminatoria : ¿qué revistas leía con regularidad? Me incliné ávidamente hacia delante y le respondí.

—Solo estoy suscrita al New Yorker y Newsweek, pero leo regularmente The Buzz. A veces Time, aunque me aburre un poco, y U.S. News es demasiado Conservador. Naturalmente, como un placer prohibido, echo una ojeada a Chic, y como acabo de llegar de viaje, leo todas las revistas de viajes y…

—¿Lees Glitz & Glamour, Yessica? —me interrumpió inclinándose sobre la mesa y mirándome con mayor intensidad que antes.

La pregunta fue tan súbita, tan inesperada, que me quedé en blanco por un momento. No mentí, y tampoco busqué excusas ni intenté explicarme.

—No.

Tras unos segundos de pétreo silencio Markus llamó a Eliza para que me acompaña a la salida. Entonces sí temí que había metido la pata y arruinado por completo cualquier posibilidad de conseguir aquel trabajo.

***

—No veo por qué querías ese empleo —murmuró Axel, mi novio, mientras jugaba con mi cabello cuando descansé mi dolorida frente contra su pecho, después de tan largo y agobiante mañana.

Al terminar la entrevista había ido directamente a su apartamento de Brooklyn. No quería dormir otra noche en mi sofá, sintiéndome una miserable fracasada y necesitaba contarle todo lo sucedido.

—Por lo que me cuentas, sonaba terrible… —añadió. Luego recapacitó— aunque, viéndolo de otra manera, pudo haber sido una gran oportunidad. Si esa chica, Alicia, empezó como asistente y ahora es redactora, al menos tendrías la posibilidad de ascender.

Hacía lo posible por fingir que se entristecía por mi fiasco de entrevista.

 Llevábamos juntos desde nuestro primer año en Brown y conocía cada inflexión de su voz, cada mirada, cada gesto. Axel había empezado a trabajar en una escuela pública del Bronx hacía unas semanas y estaba siempre tan cansado que apenas podía hablar.

Aunque sus alumnos tenían cuánto más nueve años, él no daba crédito a lo hartos y cínicos que se habían vuelto ya. Le repugnaba que hablaran con toda tranquilidad de Tomás que no deberían ser del dominio de unos niños.

Cómo que conocieran diez palabras diferentes para referirse a la marihuana y que les encantara alardear de las cosas que robaban o de qué primo residía actualmente en cuál cárcel.

Y ahí estaba él, intentando hacer una pequeña diferencia o cambiar las cosas para mejor.

Axel era mi héroe.

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