Él parecía despreocupado, a pesar de lo impactante que me resultaba tener un hombre tan apuesto y elegante, frente a mí.
—Siéntese, por favor. – Susurró.
Yo obedecí por inercia, dejándome caer estrepitosamente sobre la silla que me señalaba, mientras intentaba mantener mi mirada apartada de su rostro, porque de lo contrario, yo comenzaría a enrojecer de inmediato. Lo sabía.
Él me sonrió y entonces no me pareció especialmente intimidante. Parecía más bien amable y seguro, detrás de su inquietante mesa de madera negra; yo me había quedado como petrificada. Sin sabe qué decir o que hacer…allí, sentada frente a mi posible nuevo jefe.
Lo vi arrugar el entrecejo, y comenzar a recorrerme con la mirada muy lentamente. Entonces lo supe:
me estaba observando con atención, anotando mentalmente, con aparente regocijo, mis atentados contra la elegancia y el buen gusto.
Parecía un poco burlón, sí, pero no especialmente perverso, me dije. Y viendo que yo estaba como muda de los nervios, él habló primero.
—¿Por qué has venido a esta entrevista, Yessica ? —preguntó con su acento rudo, que me hizo sospechar que él podía ser italiano, o algo así, sin apartar la mirada de mí.
—En realidad, me presenté para un trabajo completamente diferente. Vi el anuncio en los periódicos y vine. Sin embargo, hablé con Sheryl, la de recursos humanos, y ella me ha explicado que usted está buscando una asistente. —comencé con voz algo temblorosa. Pero, al ver que él asentía con la cabeza, gané algo y confianza.
—Ahora, después de hablar con Eliza y Alicia, creo que tengo una idea clara de la clase de persona que busca, y estoy segura de que yo sería buena para el puesto. —proseguí recordando los consejos de Caroline.
Markus parecía divertido, aunque mantuvo su expresión bastante impasible. Me estaba entregando una mirada reprobatoria y mantenía una ceja elevada, como queriendo decir ’’ no, estás equivocada. No eres ni por asomo lo que quiero para mi asistente.’’
Y fue en ese instante cuando empecé a desear el trabajo con esa desesperación con que todos alguna vez hemos deseados las cosas que consideramos inalcanzables. Quizá no fuera comparable a ganar un premio Pulitzer o publicar un artículo para un periódico serio e importante, pero para mi mente hambrienta entonces de éxito, o al menos un salario decente, era un auténtico desafío conseguir que me contrataran.
Y un desafío enorme.
Porque yo era una impostora, y no muy buena. Con solo poner mis pies en la revista Glitz, había comprendido que yo no encajaba en ese lugar. Mi atuendo y mi cabello, desentonaban, eso estaba claro, pero más desentonaba mi actitud.
Y para colmo, yo no sabía nada de moda ni me importaba lo más mínimo. Por lo tanto, tenía que conseguir ese empleo.
Continué respondiendo a sus preguntas sobre mi persona con una rotundidad y seguridad sorprendentes. No tenía tiempo para sentirme intimidada. Además, Markus parecía una persona agradable y nada me hacía pensar lo contrario. Nos enredamos un poco cuando me preguntó por los idiomas.
Cuando le dije que hablaba chino, hizo una pausa, colocó sus codos sobre la mesa, y me reprendió fríamente :
—¿Chino? Esperaba francés o por lo menos un idioma más útil.
Estuve a punto de disculparme, pero me detuve a tiempo.
—Por desgracia, no hablo ni una palabra de francés, pero estoy segura de que no será un problema.
Él dirigió su mirada a mi currículum entonces.
—Aquí dice que estudiaste en Brown.
—Así es. Me especialicé en filología inglesa y en escritura creativa. Escribir siempre ha sido mi pasión. —¡Qué cursi!, me regañé. ¿Era necesario que utilizara la palabra «pasión»?
—¿Tu gusto por la escritura significa que la moda no te interesa?
Bebió con lentitud de un vaso con agua y devolvió a la mesa el vaso.
—Oh, no; por supuesto que no, adoro la moda —mentí con tranquilidad—. Y estoy deseando aprender más acerca de ella, pues sería maravilloso poder escribir artículos sobre este tema algún día.
¿De dónde demonios había sacado eso? Empecé a tener la sensación de que no era yo quien hablaba, de que estaba pronunciando las palabras de otras personas.
La entrevista prosiguió con suavidad hasta que Markus formuló una pregunta incriminatoria : ¿qué revistas leía con regularidad? Me incliné ávidamente hacia delante y le respondí.
—Solo estoy suscrita al New Yorker y Newsweek, pero leo regularmente The Buzz. A veces Time, aunque me aburre un poco, y U.S. News es demasiado Conservador. Naturalmente, como un placer prohibido, echo una ojeada a Chic, y como acabo de llegar de viaje, leo todas las revistas de viajes y…
—¿Lees Glitz & Glamour, Yessica? —me interrumpió inclinándose sobre la mesa y mirándome con mayor intensidad que antes.
La pregunta fue tan súbita, tan inesperada, que me quedé en blanco por un momento. No mentí, y tampoco busqué excusas ni intenté explicarme.
—No.
Tras unos segundos de pétreo silencio Markus llamó a Eliza para que me acompaña a la salida. Entonces sí temí que había metido la pata y arruinado por completo cualquier posibilidad de conseguir aquel trabajo.
***
—No veo por qué querías ese empleo —murmuró Axel, mi novio, mientras jugaba con mi cabello cuando descansé mi dolorida frente contra su pecho, después de tan largo y agobiante mañana.
Al terminar la entrevista había ido directamente a su apartamento de Brooklyn. No quería dormir otra noche en mi sofá, sintiéndome una miserable fracasada y necesitaba contarle todo lo sucedido.
—Por lo que me cuentas, sonaba terrible… —añadió. Luego recapacitó— aunque, viéndolo de otra manera, pudo haber sido una gran oportunidad. Si esa chica, Alicia, empezó como asistente y ahora es redactora, al menos tendrías la posibilidad de ascender.
Hacía lo posible por fingir que se entristecía por mi fiasco de entrevista.
Llevábamos juntos desde nuestro primer año en Brown y conocía cada inflexión de su voz, cada mirada, cada gesto. Axel había empezado a trabajar en una escuela pública del Bronx hacía unas semanas y estaba siempre tan cansado que apenas podía hablar.
Aunque sus alumnos tenían cuánto más nueve años, él no daba crédito a lo hartos y cínicos que se habían vuelto ya. Le repugnaba que hablaran con toda tranquilidad de Tomás que no deberían ser del dominio de unos niños.
Cómo que conocieran diez palabras diferentes para referirse a la marihuana y que les encantara alardear de las cosas que robaban o de qué primo residía actualmente en cuál cárcel.
Y ahí estaba él, intentando hacer una pequeña diferencia o cambiar las cosas para mejor.
Axel era mi héroe.
Deslicé una mano por debajo de su camiseta y comencé a rascarle la espalda.El pobre parecía tan desdichado en su propio empleo, que me sentí mal de molestarle con los detalles de mi fallida entrevista, pero necesitaba hablar del tema con alguien.—Soy consciente de que ese trabajo no habría tenido nada que ver con la parte editorial, pero estoy segura de que habría podido escribir algo dentro de unos meses. —dije.— ¿Crees que trabajar en una revista de moda sea una traición a mis ideales?Axel me estrechó el brazo y se tumbó a mi lado.—Cielo, eres una escritora brillante y sé que lo harás de maravilla estés donde estés. Por supuesto que no es una traición. Es injusto, que no te hallan dado el trabajo solo por no encajar en el modelo de la princesita plástica que todas las mujeres en ese lugar imitan, según me contaste.Axel rió y yo con él.¡Recordando que seguramente a estas alturas Eliza y Alicia estarían muertas de hipotermia!Preparamos una cena sencilla y nos dormimos viendo un
Como Axel tenía que ir al Bronx dos veces por semana para cuidar de su hermano menor porque su madre trabajaba hasta tarde, esta le había regalado su viejo coche, pero no lo necesitaría hasta el próximo martes y yo pensaba estar de vuela antes de ese día. Además, ya había planeado pasar el fin de semana en casa de mis padres y ahora tenía una buena noticia que darles.—Claro que no. Por supuesto que no me molesta prestártelo. Las llaves están sobre la mesa de la cocina. Llámame cuando llegues, ¿de acuerdo?—Claro. ¿Seguro que no quieres venir? La comida de seguro está riquísima. Ya sabes que mi madre se vuelve loca cada vez que la visito.—Es muy tentador. Sabes que iría, pero he quedado mañana con unos compañeros del trabajo para tomar algo. Pensé que eso nos ayudaría a trabajar como un equipo. Lo he organizado yo y no puedo faltar.—Maldito buena gente, siempre estás creando buen ambiente donde sea que e vayas. Te odiaría si no te quisiera tanto.Le di un beso.—Exageras. Pásalo bie
¡Había llegado el gran día!Finalmente debía comenzar a trabajar, y muy pocos minutos caminando sin rumbo por una ciudad que empezaba a despertar me llevaron, de hecho, hasta la puerta del edificio de Glitz & Glamour. Envuelto en la penumbra de la mañana, el vestíbulo resplandecía al otro lado de la entrada de cristal, y por un instante me pareció un lugar cálido y acogedor, pero cuando empujé la puerta giratoria se me resistió. Apreté hasta tener todo el peso del cuerpo impulsado hacia delante y la cara a unos milímetros del cristal. Solo entonces se movió.Al principio lo hizo con lentitud, de modo que empujé con más fuerza.Entonces la bestia de cristal ganó velocidad y me golpeó por detrás, lo que me obligó a avanzar a trompicones y arrastrando los pies para no caer al suelo. El hombre situado detrás del mostrador de seguridad se echó a reír.—Jodido, ¿eh? No es la primera vez que veo ocurrir eso ni será la última — dijo con una risita burlona y un temblor en sus carnosas mejilla
—Caray, parece que Markus tiene obsesión por las corbatas —comenté, mirando la enorme colección de esas prendas que habían llegado como regalos para él, y porque no sabía qué otra cosa decir.—No creas. En realidad Markus tiene una ligera obsesión por los pañuelos.—Eliza desvió la mirada, como si acabara de revelar que nuestro jefe tenía una enfermedad contagiosa —. Es uno de esos detalles encantadores sobre él que debes conocer.—¿No me digas? —pregunté tratando de parecer impresionada en lugar de horrorizada.¿Obsesión por los pañuelos? A mí particularmente me gustan la ropa, los bolsos y los zapatos tanto como a cualquier otra chica, pero no llamaría «obsesión» a ninguna de esas cosas.—Bueno, aunque ahora necesita algunas de estas corbatas, los pañuelos son su auténtica pasión. Ya sabes, esos pañuelos que la caracterizan. —Me miró y probablemente mi rostro le comunicó que estaba del todo perdida—. Al menos te acordarás de cómo vestía cuando te hizo la entrevista, ¿no? De seguro
Me alegré de comprobar que el resto de aquella primera semana no difería mucho del primer día. El viernes, Eliza y yo nos encontramos en el blanco vestíbulo a las siete en punto, esta vez me entregó mi tarjeta de identificación personal, provista de una fotografía que no recordaba haberme hecho.—La hizo la cámara de seguridad —explicó cuando la miré atónita—.Están por todas partes. Ha habido graves problemas porque mucha gente robaba cosas, como ropa o joyaría, que traían para los reportajes fotográficos. Por lo visto los mensajeros y a veces hasta los propios redactores se quedaban con lo que querían.Ahora la, con este sistema le siguen la pista a todo el mundo. —Deslizó la tarjeta por la ranura y la puerta de cristal se abrió.—¿La pista? ¿Qué quieres decir exactamente?Ella avanzó por el pasillo con paso presuroso, contoneando las caderas bajo su ceñidísimo pantalón de pana marrón Seven. El día antes, me había dicho que debía pensar seriamente en la posibilidad de comprarme uno,
Tres empleados en el puesto de Verduras se volvieron para mirarme. El único obstáculo que me quedaba por salvar era la multitud agolpada alrededor de la Mesa del Chef, donde un cocinero invitado, vestido de blanco, disponía grandes trozos de sashimi para sus admiradores.Leí el nombre de la placa prendida a su almidonada camisa de cuello: Nobu Matsuhisa.Me dije que lo buscaría en Google, cuando llegara a la oficina en vista de que parecía ser la única empleadaque no lo adoraba. Seguramente era un chef famosísimo. ¿Qué resultaba más imperdonable, ignorar quién era el señor Matsuhisa o Markus Preston?Cuando me llegó el turno, la menuda cajera miró primero la sopa y luego mis caderas. Ya me había acostumbrado a que me miraran de arriba abajo allí adondequiera que iba, y habría jurado que la cajera me miraba con mala cara, como si tuviese delante a una persona de doscientos kilos cargada con ocho Big Macs. Elevó la vista lo justo, como si preguntara «¿Realmente necesitas eso?», pero
Era un viernes de diciembre por la mañana y la dulce, dulce libertad del fin de semana se hallaba a solo diez horas. Estaba intentando convencer a Gema Strong, ayudante de publicidad de Scholastic Book, y una persona totalmente ajena al mundo de la moda, de que Markus Preston era alguien muy importante, alguien por quien valía la pena hacer excepciones, concesiones y dejarse de remilgos. Y resultaba mucho más difícil de lo que había previsto. ¿Cómo ibava saber yo que tendría que explicar la importancia del cargo de Markus para influir en alguien que jamás había oído hablar de la revista de moda más prestigiosa de la tierra ni de su célebre director? En las tres semanas que llevaba como asistente,ya me había percatado de que esa pesada tarea y la búsqueda de favores constituían una parte esencial de mi trabajo, pero generalmente la persona a la que trataba de persuadir, intimidar o presionar cedía en cuanto mencionaba el nombre de mi infame jefe. Desafortunadamente para mí, Gema no
Estaba deseando que llegara el fin de semana. Los pies, los brazos y la región lumbar acusaban mis jornadas laborales de catorce horas. Las gafas habían sustituido a las lentillas que había utilizado durante una década porque tenía los ojos demasiado secos y cansados para aceptarlas. Y sobrevivía exclusivamente a base de cafés de Starbucks (a cargo de la empresa,naturalmente) y sushi (también a cargo de la empresa). Ya había empezado a adelgazar. Algo en el aire, supongo, o quizá esa insistencia con que se evitaba la comida en la oficina. Había sufrido una sinusitis y empalidecido notablemente, y todo ello en apenas tresbsemanas. Me tenían corriendo como canta loca por todo New York, cumpliendo las excentricidades de mi jefe, y él nisiquiera se había asomado aún por la oficina en todo ese tiempo. ¡Al cuerno con todo! Me merecía un fin de semana. A todo eso se había añadido cazar la última reedición de Las crónicas de Narnia y no me hacía ninguna gracia. Markus había llamado esa mañ