#11:
Estaba deseando que llegara el fin de semana. Los pies, los brazos y la región lumbar acusaban mis jornadas laborales de catorce horas. Las gafas habían sustituido a las lentillas que había utilizado durante una década porque tenía los ojos demasiado secos y cansados para aceptarlas. Y sobrevivía exclusivamente a base de cafés de Starbucks (a cargo de la empresa,naturalmente) y sushi (también a cargo de la empresa). Ya había empezado a adelgazar. Algo en el aire, supongo, o quizá esa insistencia con que se evitaba la comida en la oficina. Había sufrido una sinusitis y empalidecido notablemente, y todo ello en apenas tresbsemanas. Me tenían corriendo como canta loca por todo New York, cumpliendo las excentricidades de mi jefe, y él nisiquiera se había asomado aún por la oficina en todo ese tiempo.

¡Al cuerno con todo!

Me merecía un fin de semana.

A todo eso se había añadido cazar la última reedición de Las crónicas de Narnia y no me hacía ninguna gracia.

Markus había llamado esa mañ
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