Había decidido invitar a Layla a pasar el día viendo pelis, terminamos con Titanic y Casablanca era la siguiente de la lista. —¿Puedes creerte una tontería así? —preguntó, mientras rebobinaba la nueva peli, para saltarse el título y los créditos introductorios de la peli que comenzábamos ver—. Caray, que ellos eran demasiado jóvenes, se conocían de hacía solo dos días , ¿y él dio su vida por ella? —Sí, parece extraño —grité desde la cocina, Layla era una escéptica emperdinada, y aborrecia el romance.—. En tiempos modernos, si él hubiera sobrevivido, de seguro habría sido un holgazán, un mantenido y un borracho. Layla me miró y se echó a reír. —No puede ser que simplemente se haya enamorado de ella y se sacrificara de esa manera, ¿verdad? Ya hemos dejado claro que eso es totalmente imposible, ¿no? —Verdad. No es una opción. ¿Entonces...? —En ese caso, no queda más opción que sospechar, que Jack lo hizo por dinero. Intentó separar a Rose de su prometido con esperanzas de vivir de e
¡Me iban a despedir! Lo sabía… y no podía hacer nada al respecto. Como una tonta, había dado por sentado que mi plan funcionaría y ni siquiera había reparado en que Uri no me había llamado para confirmar la recogida y la entrega del paquete. Busqué en la agenda de mi móvil y marqué su número de móvil,( a él se lo había dado Mark personalmente, para que el hombre estuviera localizable las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.) —Hola, Uri, soy Yessica. Lamento molestarte en domingo, pero quería saber si ayer recogiste el libro en la Ochenta y siete con Amsterdam. —Hola, Yess me alegro de oír tu voz —canturreó con ese acento ruso que siempre me resultaba tan exótico. Me llamaba Yess, como lo haría un viejo tío desde el día que me conoció, y viniendo de él, no me importaba. — Claro que sí, recogí el encargo, como me dijiste. ¿Crees que no quiero ayudarte? —No, claro que no, Uri. Es solo que Mark me ha dejado un mensaje para decirme que todavía no los han recibido y
—¿Sí? —oí que contestaban. La voz me sacó de mis pensamientos. Era Samantha, quien, con apenas ocho años, había asimilado a la perfección el brusco estilo telefónico de su padre. —Hola, cariño —canturreé mientras me pone a cada vez más nerviosa —. Soy Yessica, de la oficina. ¿Está tu papá? —Querrás decir mi padre —me corrigió, como siempre hacía cuando preguntaba por su «papá»—. Voy a avisarle. Instantes después oí la voz de Markus y se me atravesó el corazón en la garganta. —¿Qué pasa, EMILIA? Más vale que sea importante. Ya sabes lo que opino de que me interrumpan cuando estoy con mi hija—declaró con su tono frío y cortante. "Ya sabes lo que opino de que me interrumpan cuando estoy con mi hija" ¡Grrr! ¡¿Me estaba tomando el pelo?! ¿ Realmente creía que yo lo llamaba por gusto? ¿Porque no soportaba pasar un solo fin de semana sin escuchar su gruesa y burguesa voz? Me sonrojé. ¿Ah? ¿ Acaso estaba volviendome masoquista? Pensaba que iba a hiperventilar de miedo, pero respi
Eran poco más de las diez de la mañana de un frío 3 de enero y estaba, de hecho, contenta de hallarme en el trabajo.Yo, ¿contenta? ¿ Quien lo diría?Eliza hablaba efusivamente sobre un sujeto que había conocido en una fiesta de Fin de Año en Los Ángeles, un «compositor de canciones con muchísimo futuro», que había prometido ir a verla a Nueva York en las siguientes dos semanas.Yo charlaba con un asistente de belleza que se sentaba al final del pasillo, un chico encantador que acababa de diplomarse por Vassar y cuyos padres todavía no sabían —pese a la carrera que había elegido y pese a ser ayudante de belleza de una revista de moda— que prefería tener relaciones con hombres.—Por favor, ven conmigo, te prometo que será muy divertido. Te presentaré gente buena, Yessica. Tengo algunos amigos hetero impresionantes. Además, es la fiesta de Marshall, seguro que será genial —canturreó James, inclinado sobre mi mesa mientras yo consultaba mi correo electrónico.Eliza seguía describien
Me habría encantado detenerme a observar el desarrollo de la escena, pero disponía de menos de diez minutos para causar una impresión impecable a mi jefe y no tenía intención de estropearlo.Hasta ese momento había tratado de aparentar tranquilidad, pero, en vista de la falta de dignidad de que hacían gala todos los demás, eché a correr.—¡Yessica! Sabes que Markus viene hacia aquí, ¿verdad? —exclamó Sonia cuando crucé disparada la recepción.—Sí, pero ¿cómo lo sabes tú?—Bomboncito, yo lo sé todo. Te aconsejo que te pongas las pilas. Si hay una cosa clara es esta: a Markus no le gusta que le hagan esperar.Me zambullí en el ascensor y le di las gracias.—¡Estaré de vuelta con los periódicos en menos de tres minutos!Las dos mujeres que viajaban en el ascensor me miraron con molestia y me di cuenta de que estaba gritando.—Lo siento —me disculpé mientras trataba de recuperar el aliento—.Acabamos de enterarnos de que nuestro director viene hacia aquí y no lo esperábamos, así que estamo
Él terminó su repaso, lento y tortuoso de mi porte y aspecto físico y luego se alejó del mostrador mientras yo seguía tartamudeando incoherencias.Notaba que el calor me subía por el rostro, un sofoco fruto de la confusión, la molestia y la humillación, de haber tenido la mirada burlona de mi jefe sobre mí, eso me hizo sentir más insegura y peor conmigo misma.Levanté con brusquedad mi cara sofocada y comprobé que, por supuesto, Eliza también me observaba, pro ella lo hacía con expresión de reproche.—¿Está el Boletín al día? —preguntó Markus a nadie en particular mientras entraba en su despacho, y advertí con alegría que iba directamente a la mesa donde yo había dispuesto los periódicos.—Sí, aquí está —respondió Eliza corriendo tras él y tendiéndole la tablilla sujetapapeles donde colocábamos por orden de llegada todos los mensajes que le dejaran.A través de las fotos enmarcadas que decoraban las paredes pude observar cómo Markus deambulaba deliberadamente por su despacho; si me
Por suerte, el Borrador se terminó a las ocho y media de la noche y, tras recogerlo de las manos de una ayudante artística de aspecto agotado, Eliza y yo bajamos juntas hasta la calle Cincuenta y nueve. Ella portaba un montón de perchas con prendas envueltas en plástico recién salidas de la tintorería. Me explicó que esa encomienda siempre acompañaba al Borrador. Markus llevaba su ropa sucia a la oficina y a mí me correspondía, qué afortunada, llamar a la tintorería y comunicarles que teníamos mercancía. Sin más tardar, la tintorería enviaba al edificio de Glitz un empleado que recogía las prendas y las devolvía en perfectas condiciones al día siguiente. Nosotras las guardábamos en el armario de nuestra oficina hasta que podíamos entregársela a Uri o llevarla personalmente al apartamento de Mark. Mi trabajo se hacía, intelectualmente, cada vez más emocionante. —¡Hola, Richard! —exclamó Eliza con fingida alegría al tipo de la pipa que yo había conocido el primer día—. Te present
La puerta del elevador se abrió al vestíbulo, donde encontré a Eliza hablando a voz en grito por el móvil. Al verme se detuvo. —¿Cómo ha ido? Supongo que bien. Pensé en contarle lo ocurrido, deseé con todas mis fuerzas que ella fuera una compañera solidaria, que formáramos un equipo, pero sabía que solo podía esperar otro regaño de su parte. Y en ese momento era lo último que me quería. —Todo ha ido como la seda. Estaban cenando y me limité a dejar las cosas exactamente donde me dijiste. —Perfecto. Harás esto cada noche. Luego el coche te llevará a casa. En fin, pásalo bien en la fiesta. Me encantaría ir, pero tengo hora para depilarme y no puedo cancelar. ¿Puedes creer que están a tope hasta dentro de dos meses? ¡En pleno invierno! Será por toda esa gente que toma vacaciones en esta época del año, ¿no crees? No entiendo por qué todas las mujeres de Nueva York necesitan que les depilen el pubis justo ahora. Es bien raro, pero qué se le va a hacer. La cabeza me palpitaba al ritmo