Me habría encantado detenerme a observar el desarrollo de la escena, pero disponía de menos de diez minutos para causar una impresión impecable a mi jefe y no tenía intención de estropearlo.Hasta ese momento había tratado de aparentar tranquilidad, pero, en vista de la falta de dignidad de que hacían gala todos los demás, eché a correr.—¡Yessica! Sabes que Markus viene hacia aquí, ¿verdad? —exclamó Sonia cuando crucé disparada la recepción.—Sí, pero ¿cómo lo sabes tú?—Bomboncito, yo lo sé todo. Te aconsejo que te pongas las pilas. Si hay una cosa clara es esta: a Markus no le gusta que le hagan esperar.Me zambullí en el ascensor y le di las gracias.—¡Estaré de vuelta con los periódicos en menos de tres minutos!Las dos mujeres que viajaban en el ascensor me miraron con molestia y me di cuenta de que estaba gritando.—Lo siento —me disculpé mientras trataba de recuperar el aliento—.Acabamos de enterarnos de que nuestro director viene hacia aquí y no lo esperábamos, así que estamo
Él terminó su repaso, lento y tortuoso de mi porte y aspecto físico y luego se alejó del mostrador mientras yo seguía tartamudeando incoherencias.Notaba que el calor me subía por el rostro, un sofoco fruto de la confusión, la molestia y la humillación, de haber tenido la mirada burlona de mi jefe sobre mí, eso me hizo sentir más insegura y peor conmigo misma.Levanté con brusquedad mi cara sofocada y comprobé que, por supuesto, Eliza también me observaba, pro ella lo hacía con expresión de reproche.—¿Está el Boletín al día? —preguntó Markus a nadie en particular mientras entraba en su despacho, y advertí con alegría que iba directamente a la mesa donde yo había dispuesto los periódicos.—Sí, aquí está —respondió Eliza corriendo tras él y tendiéndole la tablilla sujetapapeles donde colocábamos por orden de llegada todos los mensajes que le dejaran.A través de las fotos enmarcadas que decoraban las paredes pude observar cómo Markus deambulaba deliberadamente por su despacho; si me
Por suerte, el Borrador se terminó a las ocho y media de la noche y, tras recogerlo de las manos de una ayudante artística de aspecto agotado, Eliza y yo bajamos juntas hasta la calle Cincuenta y nueve. Ella portaba un montón de perchas con prendas envueltas en plástico recién salidas de la tintorería. Me explicó que esa encomienda siempre acompañaba al Borrador. Markus llevaba su ropa sucia a la oficina y a mí me correspondía, qué afortunada, llamar a la tintorería y comunicarles que teníamos mercancía. Sin más tardar, la tintorería enviaba al edificio de Glitz un empleado que recogía las prendas y las devolvía en perfectas condiciones al día siguiente. Nosotras las guardábamos en el armario de nuestra oficina hasta que podíamos entregársela a Uri o llevarla personalmente al apartamento de Mark. Mi trabajo se hacía, intelectualmente, cada vez más emocionante. —¡Hola, Richard! —exclamó Eliza con fingida alegría al tipo de la pipa que yo había conocido el primer día—. Te present
La puerta del elevador se abrió al vestíbulo, donde encontré a Eliza hablando a voz en grito por el móvil. Al verme se detuvo. —¿Cómo ha ido? Supongo que bien. Pensé en contarle lo ocurrido, deseé con todas mis fuerzas que ella fuera una compañera solidaria, que formáramos un equipo, pero sabía que solo podía esperar otro regaño de su parte. Y en ese momento era lo último que me quería. —Todo ha ido como la seda. Estaban cenando y me limité a dejar las cosas exactamente donde me dijiste. —Perfecto. Harás esto cada noche. Luego el coche te llevará a casa. En fin, pásalo bien en la fiesta. Me encantaría ir, pero tengo hora para depilarme y no puedo cancelar. ¿Puedes creer que están a tope hasta dentro de dos meses? ¡En pleno invierno! Será por toda esa gente que toma vacaciones en esta época del año, ¿no crees? No entiendo por qué todas las mujeres de Nueva York necesitan que les depilen el pubis justo ahora. Es bien raro, pero qué se le va a hacer. La cabeza me palpitaba al ritmo
—¿Y qué te trae a una fiesta como esta, Yessica? ¿Estás entre las pocas afortunadas personas que se ponen en manos de Moses?—Me temo que no. Al menos por ahora, sin embargo, él no se anduvo con rodeos cuando me insinuó que debería. —Me eché a reír —. Trabajo en Glitz y he venido con otro ayudante.—¿La revista Glitz? Es un buen lugar para trabajar si te va el sadomasoquismo. ¿Te gusta?No sabía si se refería al sadomasoquismo verdadero, con azotea, cuero y cadenas o al trabajo agotador y asesino al que yo estaba sometida, pero consideré la posibilidad de que conociera ese mundillo lo bastante para saber que no era exactamente como parecía desde fuera. ¿Debería seducirle con la pesadilla de mi primera entrega del Borrador? Ni hablar, no tenía ni idea de quién era ese sujeto… Quizá trabajaba en algún departamento remoto de Runway que yo todavía no había visto,o tal vez para otra revista del mismo edificio. O quizá, solo quizá, fuera uno de esos reporteros rastreros de Page Six contra
Tardé tres meses en rendirme al interminable surtido de prendas de diseño que Glitz se empeñaba en proporcionarme.Doce larguísimas semanas de catorce horas diarias de trabajo y nunca más de cinco horas seguidas de sueño. Doce miserables semanas sintiéndome diariamente observada de los pies a la cabeza, sin recibir jamás un cumplido o como mínimo la impresión de que estaba aprobada.Doce semanas horriblemente largas sintiéndome como una estúpida y una incompetente. Así que decidí comenzar mi cuarto mes Glitz (¡solo faltaban ocho meses más!) como una mujer nueva y vestirme de acuerdo con mi papel.Despertarme, vestirme y salir por la puerta durante esas doce reveladoras semanas me habían minado por completo. Hasta yo tenía que reconocer que sería más fácil poseer un armario lleno de ropa «adecuada».Hasta ese momento,vestirme había sido la parte más estresante de una rutina matinal ya de por sí horrible. El despertador sonaba tan temprano que no me atrevía a contárselo a nadie, como
Salí de casa a las 6.50 sintiéndome de maravilla con mi aspecto. El tipo del carrito del desayuno próximo a mi apartamento hasta me silbó, y una mujer me detuvo cuando aún no había dado diez pasos para decirme que llevaba tres meses admirando esas botas. Procediendo como ya era mi costumbre, caminé hasta la esquina de la Tercera Avenida, detuve un taxi y me derrumbé en el cálido asiento trasero, demasiado cansada para alegrarme de no tener que compartir el metro con el tumulto de gente, y gruñí:—Madison, 640. Deprisa, por favor.El taxista me miró por el retrovisor , juro que con cierta compasión— y dije:—Pues sí, voy al edificio de la revista Glitz.Giramos por la Noventa y cinco y luego por Lex, pasamos a toda velocidad los semáforos hasta la Cincuenta y nueve y doblamos por Madison en dirección oeste.A los seis minutos exactos, pues no había tráfico alguno, nos detuvimos delante del alto y esbelto edificio, excelente modelo físico para tantos de sus residentes. La tarifa ascendi
—Buenos días, Eduardo —dije mirándole con mis entrecerrados y ojerosos ojos— Odio los putos lunes. —Eh, levanta ese ánimo, al menos esta mañana le has ganado. —repuso con una sonrisa. Él se refería, sin lugar a dudas, a esas horribles mañanas en que Markus aparecía a las cinco y había que acompañarlo hasta arriba porque se negaba a llevar su tarjeta de identificación. Acto seguido se paseaba por su despacho telefoneándonos a Eliza y a mí hasta que una u otra conseguía despertarse, vestirse y personarse en la oficina como si se tratara de una emergencia nacional. —Oye, y no lo olvides, ¡16 de julio! —exclamó. —Lo sé, 16 de julio… —dije. Ése era el día de nuestro cumpleaños. No recuerdo cómo o por qué Eduardo había descubierto la fecha de mi cumpleaños, pero le encantaba que coincidiera con el suyo. Y por alguna razón inexplicable, se convirtió en una parte de nuestro ritual matutino. Me lo recordaba cada puñetero día. En el lado del edificio que correspondía a Glitz, había ocho a