Salí de casa a las 6.50 sintiéndome de maravilla con mi aspecto. El tipo del carrito del desayuno próximo a mi apartamento hasta me silbó, y una mujer me detuvo cuando aún no había dado diez pasos para decirme que llevaba tres meses admirando esas botas. Procediendo como ya era mi costumbre, caminé hasta la esquina de la Tercera Avenida, detuve un taxi y me derrumbé en el cálido asiento trasero, demasiado cansada para alegrarme de no tener que compartir el metro con el tumulto de gente, y gruñí:—Madison, 640. Deprisa, por favor.El taxista me miró por el retrovisor , juro que con cierta compasión— y dije:—Pues sí, voy al edificio de la revista Glitz.Giramos por la Noventa y cinco y luego por Lex, pasamos a toda velocidad los semáforos hasta la Cincuenta y nueve y doblamos por Madison en dirección oeste.A los seis minutos exactos, pues no había tráfico alguno, nos detuvimos delante del alto y esbelto edificio, excelente modelo físico para tantos de sus residentes. La tarifa ascendi
—Buenos días, Eduardo —dije mirándole con mis entrecerrados y ojerosos ojos— Odio los putos lunes. —Eh, levanta ese ánimo, al menos esta mañana le has ganado. —repuso con una sonrisa. Él se refería, sin lugar a dudas, a esas horribles mañanas en que Markus aparecía a las cinco y había que acompañarlo hasta arriba porque se negaba a llevar su tarjeta de identificación. Acto seguido se paseaba por su despacho telefoneándonos a Eliza y a mí hasta que una u otra conseguía despertarse, vestirse y personarse en la oficina como si se tratara de una emergencia nacional. —Oye, y no lo olvides, ¡16 de julio! —exclamó. —Lo sé, 16 de julio… —dije. Ése era el día de nuestro cumpleaños. No recuerdo cómo o por qué Eduardo había descubierto la fecha de mi cumpleaños, pero le encantaba que coincidiera con el suyo. Y por alguna razón inexplicable, se convirtió en una parte de nuestro ritual matutino. Me lo recordaba cada puñetero día. En el lado del edificio que correspondía a Glitz, había ocho a
—Hola, me alegro de dar contigo —dijo Carla al otro lado de la línea.¿Qué hacía ella que estaba jadeando a las 7.45 AM?—Oh, oh, nunca llamas tan temprano. ¿Qué ocurre?Durante los pocos segundos que tardé en pronunciar esas palabras pensé en media docenas de cosas que Markus podría necesitar.—Nada, solo quería avisarte de que MUSYC va camino de la oficina para entregar algunas cosas y hoy está especialmente insoportable.—Vaya, qué gran noticia.—farfullé. MUSYC, era el nombre en clave que utilizabamos para referirnos a Hayley, quien, después de mi arroz escena la primera vez que entregué el Borrador a casa de Markus, había comenzado a venir a la oficina con cierta regularidad.¿Cuánto tiempo ha pasado desde que me interrogó sobre cada aspecto de mi vida? ¿Una semana? Yo había cometido el error de decirle que yo era su fan, y de ahí en más, ella se empeñó en que yo le contaste incluso hasta cuál era mi talla de ropa interior. Ella incluso había insistido en que fuésemos amigas, pero
—¿Por qué has estado tan antipática? —me recriminó Eliza al tiempo que se quitaba su ligera chaqueta de cuero para desvelar un top de gasa aún más ligero que se ataba por delante como un corsé. —¿Antipática? Le he ayudado con las cosas que traía y hemos estado charlando hasta que has llegado. ¿A eso lo llamas estar antipática? —En primer lugar, no le has dicho adiós. Y en segundo lugar, tenías esa expresión tan tuya. —¿Qué expresión? —Esa expresión que deja bien claro a todo el mundo lo mucho que desprecias todo esto, lo mucho que te disgusta trabajar aquí. Conmigo pasa, pero con ella no. Es la prometida de nuestro jefe, no puedes tratarla así. —El, ¿no crees que estás exagerado un poco? —No. Rodé los ojos. Inventandome rápidamente una excusa. — Ella me estresa. Me parece rara. Simplemente no para de hablar. ¿Cómo puede ser tan simpática cuando está comprometida con... una persona … no tan simpática? La vi elevar un hombro desinteresadamente, y se asomó al despacho de Markus p
Como es lógico, por mucho que intentara recordarme una otra vez que yo era estable mentalmente y ellas no, los constantes comentarios gordofobicos habían hecho mella en mí. Apenas llevaba unos meses allí y mi mente ya estaba lo bastante desvirtuada (por no decir paranoica) incluso llegué a pensar que esos comentarios iban dirigidos a mí. O sea, yo, la alta y esbelta asistente de moda, hago ver que me creo gorda para que tú, la rechoncha y achaparrada asistente del jefe, te des cuenta de que en realidad la gorda eres tú. Con mi metro ochenta y mis 56 kilos (por fortuna había recuperado el peso perdido por la sinositis), aunque tenía la sensación de que estaba adelgazando de nuevo gracias a mi estilo de vida Glitz, basado en solo-una-sopa-pero-muchas- tasa-de-café) Siempre me había considerado entre las chicas delgadas de mi edad. También me había sentido siempre más alta que el noventa por ciento de las mujeres que conocía y que el cincuenta por ciento de los hombres. No fue hasta qu
Él teléfono fijo sonó, y el identificador de llamadas me indicó que era Layla. Eliza levantó la vista, entregándome esa mirada jusgona, tan suya. Descolgué el auricular pero me dirigí a ella. —Es importante —susurré—. Mi mejor amiga está intentando alquilarme un apartamento por teléfono porque yo no puedo moverme de aquí… Tres voces me atacaron al mismo tiempo. La de Eliza era comedida y serena. «Yessica por favor», había empezado a decir en el mismísimo instante en que Lay aullaba «¡Nos avalan, Yess, nos avalan! ¿Me oyes?». Sin embargo, aunque ambas me hablaban a mí, no podía oírlas. La única voz que alcancé a escuchar, alta y clara y rusa, fue la de Markus, quien en ese preciso instante regresaba de su almuerzo. —¿Algún problema, Yessica? ¡Ostras, había dicho mi nombre! Estaba inclinado hacia mí, como si se dispusiera a escuchar lo que me decían por teléfono y yo reaccionó por instinto. Colgué de inmediato, confiando en que Layla lo entendiera, mientras me preparé mentalmen
Una semana después, ninguno de los dos parecía visiblemente enfadado, pero tampoco eran los de siempre.No había tenido tiempo de reparar las cosas entre nosotras, pero pensaba que todo volvería a su cauce cuando Layla y yo empezáramos a vivir juntas en nuestro nuevo apartamento.Nuestro apartamento,donde todo volvería a ser como en la uni, cuando la vida era mucho más agradable y simple.Los de la mudanza llegaron a las once y tardaron nueve minutos en desmontar mi querida cama y arrojar las piezas en la parte posterior de su furgoneta.Mamá y yo fuimos con ellos hasta el nuevo edificio, donde encontré a papá y a Axel charlando con el portero —un mexicano de lo más atento—,con las cajas apiladas contra la pared del vestíbulo.—Yessy, menos mal que has llegado. El señor Fernández se niega a abrir el apartamento a menos que uno de los inquilinos esté presente —explicó mi padre con una amplia sonrisa—. Una postura admirable —añadió guiñando un ojo al portero.—¿Todavía no ha llegado Lay
En cuanto la puerta del apartamento se hubo cerrado, anunciando que mis padres salían al pasillo y de ahí al ascensor en busca de más de mis pertenencias, me abalancé literalmente sobre Axel.—¡Deprisa, cuéntame qué ocurrió!—Yess, cálmate, estás chillando y no es para tanto; de hecho es hasta gracioso. —Rió él, entornando los ojo.— ¡Axel Finnegan más vale que me digas ahora mismo qué le ha pasado a mi mejor amiga o…— mascullé.—De acuerdo, cálmate. —Era evidente que disfrutaba con la situación—.Anoche salió con un tipo al que llamó "semental del piercing en la nariz". ¿Le conocemos?Le miré enfurecida.—El caso es que salieron a cenar y después el sujeto la acompañó a casa a pie. Lay pensó que sería divertido subirse el top y mostrarle, eh...esto, algo, en medio de la calle. «Sexy», dijo ella, para despertar su interés.Imaginé a Layla desenvolviendo un caramelo de menta y saliendo del restaurante tras una cena romántica, para luego abrirse de golpe la blusa frente a un tipo que a