—¿Por qué has estado tan antipática? —me recriminó Eliza al tiempo que se quitaba su ligera chaqueta de cuero para desvelar un top de gasa aún más ligero que se ataba por delante como un corsé. —¿Antipática? Le he ayudado con las cosas que traía y hemos estado charlando hasta que has llegado. ¿A eso lo llamas estar antipática? —En primer lugar, no le has dicho adiós. Y en segundo lugar, tenías esa expresión tan tuya. —¿Qué expresión? —Esa expresión que deja bien claro a todo el mundo lo mucho que desprecias todo esto, lo mucho que te disgusta trabajar aquí. Conmigo pasa, pero con ella no. Es la prometida de nuestro jefe, no puedes tratarla así. —El, ¿no crees que estás exagerado un poco? —No. Rodé los ojos. Inventandome rápidamente una excusa. — Ella me estresa. Me parece rara. Simplemente no para de hablar. ¿Cómo puede ser tan simpática cuando está comprometida con... una persona … no tan simpática? La vi elevar un hombro desinteresadamente, y se asomó al despacho de Markus p
Como es lógico, por mucho que intentara recordarme una otra vez que yo era estable mentalmente y ellas no, los constantes comentarios gordofobicos habían hecho mella en mí. Apenas llevaba unos meses allí y mi mente ya estaba lo bastante desvirtuada (por no decir paranoica) incluso llegué a pensar que esos comentarios iban dirigidos a mí. O sea, yo, la alta y esbelta asistente de moda, hago ver que me creo gorda para que tú, la rechoncha y achaparrada asistente del jefe, te des cuenta de que en realidad la gorda eres tú. Con mi metro ochenta y mis 56 kilos (por fortuna había recuperado el peso perdido por la sinositis), aunque tenía la sensación de que estaba adelgazando de nuevo gracias a mi estilo de vida Glitz, basado en solo-una-sopa-pero-muchas- tasa-de-café) Siempre me había considerado entre las chicas delgadas de mi edad. También me había sentido siempre más alta que el noventa por ciento de las mujeres que conocía y que el cincuenta por ciento de los hombres. No fue hasta qu
Él teléfono fijo sonó, y el identificador de llamadas me indicó que era Layla. Eliza levantó la vista, entregándome esa mirada jusgona, tan suya. Descolgué el auricular pero me dirigí a ella. —Es importante —susurré—. Mi mejor amiga está intentando alquilarme un apartamento por teléfono porque yo no puedo moverme de aquí… Tres voces me atacaron al mismo tiempo. La de Eliza era comedida y serena. «Yessica por favor», había empezado a decir en el mismísimo instante en que Lay aullaba «¡Nos avalan, Yess, nos avalan! ¿Me oyes?». Sin embargo, aunque ambas me hablaban a mí, no podía oírlas. La única voz que alcancé a escuchar, alta y clara y rusa, fue la de Markus, quien en ese preciso instante regresaba de su almuerzo. —¿Algún problema, Yessica? ¡Ostras, había dicho mi nombre! Estaba inclinado hacia mí, como si se dispusiera a escuchar lo que me decían por teléfono y yo reaccionó por instinto. Colgué de inmediato, confiando en que Layla lo entendiera, mientras me preparé mentalmen
Una semana después, ninguno de los dos parecía visiblemente enfadado, pero tampoco eran los de siempre.No había tenido tiempo de reparar las cosas entre nosotras, pero pensaba que todo volvería a su cauce cuando Layla y yo empezáramos a vivir juntas en nuestro nuevo apartamento.Nuestro apartamento,donde todo volvería a ser como en la uni, cuando la vida era mucho más agradable y simple.Los de la mudanza llegaron a las once y tardaron nueve minutos en desmontar mi querida cama y arrojar las piezas en la parte posterior de su furgoneta.Mamá y yo fuimos con ellos hasta el nuevo edificio, donde encontré a papá y a Axel charlando con el portero —un mexicano de lo más atento—,con las cajas apiladas contra la pared del vestíbulo.—Yessy, menos mal que has llegado. El señor Fernández se niega a abrir el apartamento a menos que uno de los inquilinos esté presente —explicó mi padre con una amplia sonrisa—. Una postura admirable —añadió guiñando un ojo al portero.—¿Todavía no ha llegado Lay
En cuanto la puerta del apartamento se hubo cerrado, anunciando que mis padres salían al pasillo y de ahí al ascensor en busca de más de mis pertenencias, me abalancé literalmente sobre Axel.—¡Deprisa, cuéntame qué ocurrió!—Yess, cálmate, estás chillando y no es para tanto; de hecho es hasta gracioso. —Rió él, entornando los ojo.— ¡Axel Finnegan más vale que me digas ahora mismo qué le ha pasado a mi mejor amiga o…— mascullé.—De acuerdo, cálmate. —Era evidente que disfrutaba con la situación—.Anoche salió con un tipo al que llamó "semental del piercing en la nariz". ¿Le conocemos?Le miré enfurecida.—El caso es que salieron a cenar y después el sujeto la acompañó a casa a pie. Lay pensó que sería divertido subirse el top y mostrarle, eh...esto, algo, en medio de la calle. «Sexy», dijo ella, para despertar su interés.Imaginé a Layla desenvolviendo un caramelo de menta y saliendo del restaurante tras una cena romántica, para luego abrirse de golpe la blusa frente a un tipo que a
—Despacho del Señor Preston—dije con mi habitual tono de aburrimiento que esperaba transmitiera mi desdicha a quienquiera que se atrevía a interrumpir mi tiempo de enviar correos electrónico.ls.—Hola, ¿eres Eliza? —interrigó una voz femenina al otro lado de la línea.—No, soy Yessica , la segunda asistente de Markus.—Ah," la otra" asistente... — canturreó la extraña voz—. ¡La chica más afortunada del mundo! ¿Qué te parece tu trabajo hasta ahora? ¿Cómo te trata la personificación del mal?Mi atención se agudizó. Eso era nuevo. En los meses que llevaba trabajando en Glitz no había conocido a una sola persona que hablara mal de Markus con tanta audacia. ¿Lo decía en serio o era un trampa?—Trabajar en Glitz está siendo una experiencia inolvidable —me oí balbucear—. Es un trabajo por el que matarían millones de chicas.—¡¿Era yo quien acababa de decir eso?!Se hizo el silencio y después oí una risita de hiena.—¡Joder, es genial! —La mujer rió hasta atragantarse—. ¿No me digas que te h
El feliz día que tanto esperaba, con el que soñaba, había llegado al fin, mi jefe no solo se había ido de la oficina, sino también del país. Hacía menos de una hora que había saltado al asiento de su jet privado, convirtiéndome así en la chica más feliz del planeta.Eliza intentó convencerme de que él era aún más exigente cuando se hallaba de viaje, pero no le creí. Estaba planeando cómo iba a pasar cada extático instante de las próximas dos semanas cuando recibí un mensaje electrónico de Axel."Hola, nena, ¿cómo va todo? Espero que tengas un día, como mínimo, pasable. Seguro que estás feliz de que tu jefe se haya ido. Disfrútalo. Solo quería saber si puedes llamarme hoy a eso de las tres y media. Tengo una hora libre antes de la clase de lectura y necesito hablar contigo. Nada importante, pero me gustaría charlar.Te quiero, A."Enseguida me inquieté y le pregunté si todo iba bien, pero él debió de cerrar su correo nada más enviarme el mensaje porque no recibí respuesta. Me dije qu
—Eliza, yo… —¡Ni Eliza ni porras, Yessica, déjame acabar! Sé que Markus es un hombre difícil.Sé que a veces parece que está loco. Sé lo que es no dormir y estar siempre temiendo que me llame y que mis amigos no lo comprendan. ¡Lo sé! Pero si tanto odias todo esto, si lo único que puedes hacer es quejarte, ¿por qué no te largas? Tú actitud también es un problema. No lo valoras, y vuando dices que es una cabrón… en fin, creo que hay mucha, muchísima gente que opina que él es un hombre encantador y talentoso, y ellos pensaría que la lunática eres tú por no hacer todo lo posible por ayudar a una persona tan magnífica. Porque nuestro director, ¡lo es! Reflexioné sobre este último punto y decidí que ella tenía algo de razón.Markus era, según mi experiencia, un director excelente. Ni una sola palabra de la revista se publicaba sin su aprobación, y no temía descartar algo o empezar de nuevo desde cero por mucho que eso fastidiara o indignara a los demás. Aunque los redactores de moda tra