#18:

Por suerte, el Borrador se terminó a las ocho y media de la noche y, tras recogerlo de las manos de una ayudante artística de aspecto agotado, Eliza y yo bajamos juntas hasta la calle Cincuenta y nueve.

Ella portaba un montón de perchas con prendas envueltas en plástico recién salidas de la tintorería. Me explicó que esa encomienda siempre acompañaba al Borrador.

Markus llevaba su ropa sucia a la oficina y a mí me correspondía, qué afortunada, llamar a la tintorería y comunicarles que teníamos mercancía. Sin más tardar, la tintorería enviaba al edificio de Glitz un empleado que recogía las prendas y las devolvía en perfectas condiciones al día siguiente.

Nosotras las guardábamos en el armario de nuestra oficina hasta que podíamos entregársela a Uri o llevarla personalmente al apartamento de Mark.

Mi trabajo se hacía, intelectualmente, cada vez más emocionante.

—¡Hola, Richard! —exclamó Eliza con fingida alegría al tipo de la pipa que yo había conocido el primer día—. Te present
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