Deslicé una mano por debajo de su camiseta y comencé a rascarle la espalda.
El pobre parecía tan desdichado en su propio empleo, que me sentí mal de molestarle con los detalles de mi fallida entrevista, pero necesitaba hablar del tema con alguien.
—Soy consciente de que ese trabajo no habría tenido nada que ver con la parte editorial, pero estoy segura de que habría podido escribir algo dentro de unos meses. —dije.— ¿Crees que trabajar en una revista de moda sea una traición a mis ideales?
Axel me estrechó el brazo y se tumbó a mi lado.
—Cielo, eres una escritora brillante y sé que lo harás de maravilla estés donde estés. Por supuesto que no es una traición. Es injusto, que no te hallan dado el trabajo solo por no encajar en el modelo de la princesita plástica que todas las mujeres en ese lugar imitan, según me contaste.
Axel rió y yo con él.
¡Recordando que seguramente a estas alturas Eliza y Alicia estarían muertas de hipotermia!
Preparamos una cena sencilla y nos dormimos viendo un show de Celine Dion.
En algún momento durante la madrugada, terminé soñando con abominables niños de nueve años que se metían caramelos falsos en el patio, mientras bebían whisky y le gritaban a mi dulce y adorable novio, cuando sonó el teléfono.
Axel descolgó el auricular y se lo llevó a la oreja, pero no se molestó en abrir lo ojos ni la boca. Lo dejó caer a mi lado. Comprendí que la llamada era para mí.
—¿Diga? —farfullé mientras miraba el reloj, marcaba las 6:30—. ¿Quién demonios podía llamar a esas horas?
—Soy yo —espetó Layla, muy enfadada.
—Hola. ¿Está todo bien?
—¿Crees que te estaría llamando si todo estuviera bien? ¡Tengo una resaca tan enorme, que estoy a punto de morirme!
Rodé los ojos, Layla podía ser tan teatral a veces.
—Cuando por fin conseguí dejar de soltar las bilis el tiempo suficiente para poder dormirme, va y me despierta una mujer con una voz asquerosamente falsa, que dice trabajar en recursos humanos de no sé cuál revista de pacotilla y que te está buscando. A las seis en punto de la puta mañana. Llámala y dile que borre mi número.
—Lo siento, Lay. Le di tu número porque todavía no tengo móvil. ¡No puedo creer que haya llamado tan pronto! Me pregunto si eso es bueno o malo.
Mordí la uña de mi pulgar, nerviosamente.
Agarré el inalámbrico, saliendo de la habitación y cerrando sigilosamente la puerta tras de mí.
—Yo qué sé. Te márcale a esa mujer para que no vuelva a llamarme, ¿vale? Buena suerte. Llámame para contarme cómo te ha ido, pero, por Dios, no lo hagas en las próximas…ah…diez horas, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Gracias y disculpa..
Miré de nuevo el reloj y no pude creer que estuviera a punto de tener una posible conversación de trabajo. Preparé la cafetera, esperé a que saliera el café y me llevé una taza al sofá. Había llegado la hora de responder a la llamada, no tenía opción.
—Hola, soy Jessica Sawyer —dije con firmeza, aunque la voz me traicionó con su ronquera de recién levantada, característica.
—¡Jessica, buenos días! Espero no haber llamado demasiado temprano —trinó
Sheryl en un tono rebosante de jovialidad—. Estoy segura de que no, ¡sobre todo porque muy pronto también tú serás un pájaro madrugador! Tengo una gran noticia para ti. Le has causado una muy buena impresión a Markus. Dijo que está deseando trabajar contigo. ¿No es fabuloso?
La cabeza me daba vueltas. Traté de despegarme del sofá para servirme más café, o agua, cualquier cosa que pudiera despejarme la mente , pero solo conseguí hundirme aún más en los cojines. ¿Me estaba preguntando si quería el empleo? ¿Estaban haciéndome una oferta formal?
¡¿Era en serio?!
No me lo podía creer, porque…¿ En qué momento yo le había caído bien a Markus?
—Felicidades, querida. ¿Qué sensación tienes al ser la nueva asistente de Markus Preston? Seguramente estás encantada con la noticia. ¿Quién no lo estaría? Veamos, ¿qué te parece si empiezas el lunes? Podrías venir para una rápida sesión de orientación y luego te llevaré directamente a la oficina de Markus. Él estará en los desfiles de París, pero será un gran momento para que comiences a familiarizarte con tu contenido de trabajo y con las demás chicas. Ya verás que…
¿Orientación? ¿Empezar el lunes? ¿Demás chicas? Sus palabras se negaban a cuajar en mi debilitado cerebro.
—Mmm, me temo que no podré comenzar el lunes —refuté con calma a la única frase que había entendido, confiando en haber dicho algo lógico.
Sheryl acababa de decirme que debía empezar a trabajar al cabo de tres días. Era viernes, ni siquiera eran las siete de la mañana, joder, ¿y querían que me incorporara el lunes? Empecé a intuir que el empleo sería una especie de esclavitud o algo similar. Solo rezaba porque la situación no se me escapara de las manos.
Y además, ¿Por qué había tanta prisa? ¿Tan importante era esa hombre como para necesitarme de inmediato? ¿Y por qué la voz de Sheryl sonaba como si temiera a Markus?
—Mmm, me temo que este lunes no puedo comenzará porque ahora mismo no resido en Nueva York. Me estaba quedando en el sofá del apartamento de una amiga. De hecho fue a ella a quien llamaste más temprano esta mañana. —me apresuré a explicar apretando el auricular con fuerza— es por eso que necesitaré un par de días para buscar apartamento, comprar algunos muebles e instalarme.
—En fin, supongo que no pasará nada por que empieces el miércoles —replicó ella con un tono cortante.
Colgué y me derrumbé de nuevo en el sofá. Me temblaban las manos y el teléfono se me cayó al sofá. ¡Lo había logrado!
Disponía de cinco días para incorporarme al trabajo que acababa de aceptar como asistente de Markus Preston.
Todo había sucedido tan de prisa que no había tenido tiempo de reflexionar. No obstante, presentía que era una oportunidad que no debía desperdiciar, un gran primer paso para llegar a trabajar luego como redactora en otro sitio.
Tenía que intentarlo.
Ciertamente estaba teniendo un golpe de suerte.
Reanimada al fin, me preparé otro café , preparé una taza para Axel y me di una ducha caliente. Cuando entré en el dormitorio, él ya estaba despierto.
—¿Ya estás vestida? —preguntó mientras buscaba sus espejuelos, sin los cuales no veía ni un burro a tres pasos—. ¿Ha llamado alguien esta mañana o lo soñé?
—No lo has soñado —respondí deslizándome de nuevo entre las sábanas pese a llevar puestos unos vaqueros y un jersey de cuello alto. Procuré que mi cabello mojado no empapara la almohada—. Fue Layla . La mujer de recursos humanos de la Glitz llamó a su casa porque les di su número. Y adivina qué…
—¿Te han dado el trabajo?
—¡Me han dado el trabajo!
—¡Ven aquí! —exclamó Alex al tiempo que me abrazaba—. Estoy muy orgulloso de ti. Es una noticia estupenda.
—¿Todavía piensas que es una buena oportunidad? Sé que ya lo hemos hablado, pero es que esa mujer ni siquiera me ha permitido decidir. Ha dado por sentado que quería el empleo.
—Es una oportunidad increíble. La industria de la moda no es lo peor de este mundo, puede que hasta te resulte interesante.
Puse los ojos en blanco.
—¿No has dicho que si inviertes un año trabando en Glitz te ahorrarás tres años más como asistente en otra revista?
Asentí con la cabeza.
—Eso dijeron Alicia y Eliza, que la compensación era automática. Si logro trabajar todo un año para Markus sin que me despida, con una llamada suya yo podría conseguir un empleo en cualquier otro lugar.
—En ese caso, ¿cómo no vas a aceptar? En serio, Yess, solo sacrifícate un año y ya verás. Sé que amarías trabajar para la revista la New Yorker o para la New York Review of Books ¡Es lo que siempre has querido! Y por lo visto, si te esfuerzas, llegarás allí mucho antes si aceptas este puesto.
—Tienes razón, tienes toda la razón.
—Además, eso significaría que vendrías a vivir a Nueva York, lo cual, debo reconocer, que me hace mucha ilusión. —Me dio uno de esos besos largos y perezosos los cuales parecían que los habíamos inventado nosotros—. Deja de preocuparte tanto. Tú misma has dicho que te han dado el puesto sin siquiera preguntarte si lo quieres. Esperemos a ver qué pasa.
Como Axel tenía que ir al Bronx dos veces por semana para cuidar de su hermano menor porque su madre trabajaba hasta tarde, esta le había regalado su viejo coche, pero no lo necesitaría hasta el próximo martes y yo pensaba estar de vuela antes de ese día. Además, ya había planeado pasar el fin de semana en casa de mis padres y ahora tenía una buena noticia que darles.—Claro que no. Por supuesto que no me molesta prestártelo. Las llaves están sobre la mesa de la cocina. Llámame cuando llegues, ¿de acuerdo?—Claro. ¿Seguro que no quieres venir? La comida de seguro está riquísima. Ya sabes que mi madre se vuelve loca cada vez que la visito.—Es muy tentador. Sabes que iría, pero he quedado mañana con unos compañeros del trabajo para tomar algo. Pensé que eso nos ayudaría a trabajar como un equipo. Lo he organizado yo y no puedo faltar.—Maldito buena gente, siempre estás creando buen ambiente donde sea que e vayas. Te odiaría si no te quisiera tanto.Le di un beso.—Exageras. Pásalo bie
¡Había llegado el gran día!Finalmente debía comenzar a trabajar, y muy pocos minutos caminando sin rumbo por una ciudad que empezaba a despertar me llevaron, de hecho, hasta la puerta del edificio de Glitz & Glamour. Envuelto en la penumbra de la mañana, el vestíbulo resplandecía al otro lado de la entrada de cristal, y por un instante me pareció un lugar cálido y acogedor, pero cuando empujé la puerta giratoria se me resistió. Apreté hasta tener todo el peso del cuerpo impulsado hacia delante y la cara a unos milímetros del cristal. Solo entonces se movió.Al principio lo hizo con lentitud, de modo que empujé con más fuerza.Entonces la bestia de cristal ganó velocidad y me golpeó por detrás, lo que me obligó a avanzar a trompicones y arrastrando los pies para no caer al suelo. El hombre situado detrás del mostrador de seguridad se echó a reír.—Jodido, ¿eh? No es la primera vez que veo ocurrir eso ni será la última — dijo con una risita burlona y un temblor en sus carnosas mejilla
—Caray, parece que Markus tiene obsesión por las corbatas —comenté, mirando la enorme colección de esas prendas que habían llegado como regalos para él, y porque no sabía qué otra cosa decir.—No creas. En realidad Markus tiene una ligera obsesión por los pañuelos.—Eliza desvió la mirada, como si acabara de revelar que nuestro jefe tenía una enfermedad contagiosa —. Es uno de esos detalles encantadores sobre él que debes conocer.—¿No me digas? —pregunté tratando de parecer impresionada en lugar de horrorizada.¿Obsesión por los pañuelos? A mí particularmente me gustan la ropa, los bolsos y los zapatos tanto como a cualquier otra chica, pero no llamaría «obsesión» a ninguna de esas cosas.—Bueno, aunque ahora necesita algunas de estas corbatas, los pañuelos son su auténtica pasión. Ya sabes, esos pañuelos que la caracterizan. —Me miró y probablemente mi rostro le comunicó que estaba del todo perdida—. Al menos te acordarás de cómo vestía cuando te hizo la entrevista, ¿no? De seguro
Me alegré de comprobar que el resto de aquella primera semana no difería mucho del primer día. El viernes, Eliza y yo nos encontramos en el blanco vestíbulo a las siete en punto, esta vez me entregó mi tarjeta de identificación personal, provista de una fotografía que no recordaba haberme hecho.—La hizo la cámara de seguridad —explicó cuando la miré atónita—.Están por todas partes. Ha habido graves problemas porque mucha gente robaba cosas, como ropa o joyaría, que traían para los reportajes fotográficos. Por lo visto los mensajeros y a veces hasta los propios redactores se quedaban con lo que querían.Ahora la, con este sistema le siguen la pista a todo el mundo. —Deslizó la tarjeta por la ranura y la puerta de cristal se abrió.—¿La pista? ¿Qué quieres decir exactamente?Ella avanzó por el pasillo con paso presuroso, contoneando las caderas bajo su ceñidísimo pantalón de pana marrón Seven. El día antes, me había dicho que debía pensar seriamente en la posibilidad de comprarme uno,
Tres empleados en el puesto de Verduras se volvieron para mirarme. El único obstáculo que me quedaba por salvar era la multitud agolpada alrededor de la Mesa del Chef, donde un cocinero invitado, vestido de blanco, disponía grandes trozos de sashimi para sus admiradores.Leí el nombre de la placa prendida a su almidonada camisa de cuello: Nobu Matsuhisa.Me dije que lo buscaría en Google, cuando llegara a la oficina en vista de que parecía ser la única empleadaque no lo adoraba. Seguramente era un chef famosísimo. ¿Qué resultaba más imperdonable, ignorar quién era el señor Matsuhisa o Markus Preston?Cuando me llegó el turno, la menuda cajera miró primero la sopa y luego mis caderas. Ya me había acostumbrado a que me miraran de arriba abajo allí adondequiera que iba, y habría jurado que la cajera me miraba con mala cara, como si tuviese delante a una persona de doscientos kilos cargada con ocho Big Macs. Elevó la vista lo justo, como si preguntara «¿Realmente necesitas eso?», pero
Era un viernes de diciembre por la mañana y la dulce, dulce libertad del fin de semana se hallaba a solo diez horas. Estaba intentando convencer a Gema Strong, ayudante de publicidad de Scholastic Book, y una persona totalmente ajena al mundo de la moda, de que Markus Preston era alguien muy importante, alguien por quien valía la pena hacer excepciones, concesiones y dejarse de remilgos. Y resultaba mucho más difícil de lo que había previsto. ¿Cómo ibava saber yo que tendría que explicar la importancia del cargo de Markus para influir en alguien que jamás había oído hablar de la revista de moda más prestigiosa de la tierra ni de su célebre director? En las tres semanas que llevaba como asistente,ya me había percatado de que esa pesada tarea y la búsqueda de favores constituían una parte esencial de mi trabajo, pero generalmente la persona a la que trataba de persuadir, intimidar o presionar cedía en cuanto mencionaba el nombre de mi infame jefe. Desafortunadamente para mí, Gema no
Estaba deseando que llegara el fin de semana. Los pies, los brazos y la región lumbar acusaban mis jornadas laborales de catorce horas. Las gafas habían sustituido a las lentillas que había utilizado durante una década porque tenía los ojos demasiado secos y cansados para aceptarlas. Y sobrevivía exclusivamente a base de cafés de Starbucks (a cargo de la empresa,naturalmente) y sushi (también a cargo de la empresa). Ya había empezado a adelgazar. Algo en el aire, supongo, o quizá esa insistencia con que se evitaba la comida en la oficina. Había sufrido una sinusitis y empalidecido notablemente, y todo ello en apenas tresbsemanas. Me tenían corriendo como canta loca por todo New York, cumpliendo las excentricidades de mi jefe, y él nisiquiera se había asomado aún por la oficina en todo ese tiempo. ¡Al cuerno con todo! Me merecía un fin de semana. A todo eso se había añadido cazar la última reedición de Las crónicas de Narnia y no me hacía ninguna gracia. Markus había llamado esa mañ
Había decidido invitar a Layla a pasar el día viendo pelis, terminamos con Titanic y Casablanca era la siguiente de la lista. —¿Puedes creerte una tontería así? —preguntó, mientras rebobinaba la nueva peli, para saltarse el título y los créditos introductorios de la peli que comenzábamos ver—. Caray, que ellos eran demasiado jóvenes, se conocían de hacía solo dos días , ¿y él dio su vida por ella? —Sí, parece extraño —grité desde la cocina, Layla era una escéptica emperdinada, y aborrecia el romance.—. En tiempos modernos, si él hubiera sobrevivido, de seguro habría sido un holgazán, un mantenido y un borracho. Layla me miró y se echó a reír. —No puede ser que simplemente se haya enamorado de ella y se sacrificara de esa manera, ¿verdad? Ya hemos dejado claro que eso es totalmente imposible, ¿no? —Verdad. No es una opción. ¿Entonces...? —En ese caso, no queda más opción que sospechar, que Jack lo hizo por dinero. Intentó separar a Rose de su prometido con esperanzas de vivir de e