#58:

Sin pronunciar otra palabra bajé del estrado de la forma más digna que pude y no fue hasta que alcancé la puerta del fondo cuando advertí que me había olvidado del premio. Una empleada me siguió hasta el vestíbulo, donde me había desplomado atacada de agotamiento y humillación, y me lo entregó.

Era una figurita de lo más increíble, parecía una mujer, caminando por una pasarela y si no me equivocaba estaba hecha de plata o platino.

Esperé a que la empleada se marchara y pedí a un portero que la subiera a la habitación de mi jefe. Se encogió de hombros y se día a obedecir mi pedido.

¡El muy hijo de puta!, pensé, demasiado enfadada y cansada para concebir un nombre más original o un método para terminar con su vida. El móvil sonó y, sabiendo que era él, ahogué el sonido y pedí un gin-tonic a una recepcionista.

—Por favor, por favor, haga que alguien me lo traiga.

La mujer me miró y asintió con la cabeza. Apuré la copa en dos tragos y subí para ver qué quería él. Apenas eran las dos de l
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