— Yessica, comunicate con la escuela e informa que Samantha no irá a clase el lunes porque estará en París conmigo, y asegúrate de conseguir una lista con todas las tareas que tendrá que recuperar. Retrasa la cena de esta noche para las ocho y media y, si ponen alguna dificultad, cancélala. ¿Has encontrado ese libro que te pedí ayer? Necesito cuatro ejemplares, dos en francés y dos en inglés, antes de reunirme con Sam y Hayley en el restaurante. Ah, y quiero una copia final del menú de la fiesta de mañana para meditar sobre los cambios que hice. Asegúrate de que no haya sushi, ¿me oyes?—Sí, Markus—contesté mientras lo anotaba todo tan deprisa como podía en la libreta Smythson que el departamento de complementos había añadido a mi colección de bolsos, zapatos, cinturones y joyas.Estábamos en el coche, camino del desfile de Dior (mi primer desfile) y él escupía instrucciones sin tener en cuenta que yo había dormido menos de dos horas.Uno de los conserjes de monsieur Renuad había lla
El recuerdo de mi primer desfile parisino es borroso. Nos hallábamos a oscuras, de eso sí me acuerdo, y la música estaba demasiado alta para tanta elegancia, pero lo único que puedo subrayar de aquellas dos extrañas horas era mi profundo malestar.Las botas Chanel que habían seleccionado para hacer juego con el elástico y, por lo tanto, ceñidísimo jersey de cachemir y la falda de gasa trataban a mis pies como si fueran tomatesaduros a punto de volverse puré. La cabeza me dolía debido a la resaca y la angustia, y mi estómago protestaba con amenazadoras oleadas de náuseas. Me hallaba de pie, al fondo de la sala, en compañía de periodistas de tercera y otras personas sin categoría suficiente como para merecer un asiento, con un ojo puesto en Markus y el otro buscando los lugares menos humillantes donde vomitar si sentía la necesidad.«Sigue así, poniendo tu trabajo como tu mayor prioridad y llegarás muy lejos.»Sus palabras resonaban en mi cabeza al ritmo de un martilleo insistente.
Gracias a Dios y a todos los angeles, Layla despertó del coma una semana después de que yo bajara del avión en New York y fui la primera en verla despierta. Le hicieron un montón de pruebas en todas las partes imaginables del cuerpo pero, exceptuando los puntos de la cara, el cuello y el pecho, y la rotura de tobillo, estaba perfectamente.Como es lógico, tenía un aspecto horroroso, exactamente el que esperarías de alguien que se ha dado un trompazo con un vehículo que venía de frente, pero se movía con bastante agilidad, y su alegría resultaba casi irritante en una persona que acababa de pasar por tan amarga experiencia.Fue idea de mi padre que alquilaramos a alguien más nuestro apartamento los meses de noviembre y diciembre y nos fuéramos a vivir con ellos. Aunque la perspectiva no me entusiasmaba, la ausencia de salario no me dejaba otra opción.Además, Lay pareció agradecer la oportunidad para salir de la ciudad un tiempo y dejar atrás todas las preguntas y rumores que tendría
Como en el hotel aún no sabían que me habían echado del trabajo, monsieur Renuad y el resto del personal se desvivieron en apresurarse y ayudarme cuando les comuniqué que un problema familiar me obligaba a regresar de inmediato a Nueva York. Solo hizo falta media hora para que un pequeño ejercito de empleados me reservara una plaza en el siguiente vuelo a Nueva York, me hicieran las maletas y me subieran a una limusina rumbo al aeropuerto Charles de Gaulle.El conductor era muy charlatán, pero apenas le presté atención; quería disfrutar de mis últimos momentos como la ayudante peor-pagada-pero-más-contenta del mundo libre. Me serví una última copa de champán muy seco y bebí un largo trago. Había tardado doce meses y medio, 44 semanas y unas 3.080 horas de trabajo en comprender, de una vez para siempre, que " poner mi trabajo como mi mayor prioridad" no era lo mejor para mí.En lugar de un chófer uniformado sosteniendo un letrero, al salir de la aduana encontré a mis padres, que se
El semáforo aún no se había puesto verde en el cruce de la Diecisiete con Broadway cuando un ejército de prepotentes taxis amarillos adelantó rugiendo la diminuta trampa mortal que yo estaba intentando manejar por las calles de la ciudad.Embrague, gas, cambio (¿de punto muerto a primera o de primera a segunda?),suelta embrague, me repetía mentalmente, mantra que a duras penas me brindaba consuelo, y no digamos orientación, en medio del chirriante tráfico del mediodía.El cochecito corcoveó salvajemente dos veces antes de salvar el cruce dando bandazos. El corazón me iba a cien. Los bandazos menguaron sin previo aviso y empezamos a ganar velocidad. Mucha velocidad. Bajé la mirada para comprobar que solo iba en segunda, pero en ese momento la parte trasera de un taxi se me apareció tan enorme frente al parabrisas que no tuve más remedio que clavar el pie en el freno con tanto vigor que se me saltó el tacón. ¡Mierda! Otros zapatos de setecientos dólares sacrificados por mi total falta d
Pedí un Town Car para ir al concesionario, donde entregué una nota que había falsificado con su firma y en la que ordenaba que me entregaran el coche. A nadie pareció importarle el hecho de que yo no tuviera parentesco alguno con él, de que una desconocida hubiera entrado en el concesionario y solicitado el Porsche de otra persona. Me lanzaron las llaves y se limitaron a sonreír cuando les pedí que me sacaran el automóvil del garaje porque no estaba segura de poder recular con un cambio manual. Había tardado media hora en recorrer diez manzanas y todavía no había deducido dónde o cómo debía girar para salir del centro de la ciudad y dirigirme a la plaza de aparcamiento de Markus que la criada me había descrito. Las probabilidades de llegar a la Setenta y seis con la Quinta Avenida sin herir gravemente a una servidora, el coche, un ciclista, un peatón u otro vehículo eran prácticamente nulas, y esa nueva llamada de Markus no contribuyó a calmar mis nervios.Repetí la ronda de llamadas
—¡Jill, deja de llamar a gritos a tu hermana! —vociferó mi madre sacándome de la pesadilla que me envolvía.Sin abrir los ojos, maldije a Markus Preston por inmiscuise en mis sueños y molestarme incluso en ellos.—Creo que todavía duerme. —Acto seguido, una voz aún más fuerte llegó desde el pie de la escalera hasta mi habitación— ¿ Yess, estás dormida todavía?—Abrí un ojo y miré el reloj. Las ocho y cuarto de la mañana. Dios mío, ¿a qué venía tanto escándalo?Estuve unos minutos dando vueltas en la cama antes de reunir la energía suficiente para incorporarme, y cuando finalmente lo hice todo mi cuerpo suplicó un poco más de descanso, solo un poco más.—Buenos días. —Layla sonrió a unos centímetros de mi cara cuando se volvió para mirarme—. Cómo madruga la gente por aquí Jill, Kyle y el bebé estaban en casa de mis padres por Acción de Gracias, de modo que Layla había tenido que dejar el antiguo dormitorio de Jill y mudarse al colchón plegable de mi infancia, que estaba desplegado y cas
—Un capuchino grande con vainilla, por favor —pedí a un camarero al que no conocía en el Starbucks de la calle Cincuenta y siete.Habían pasado casi tres meses desde la última vez que estuve allí haciendo equilibrios con una bandeja de cafés y pastas, luchando por llegar al despacho de Markus antes de que me despidiera por coger aire. Al recordarlo pensé que era mucho mejor que me hubieran despedido por gritarle «vete a la mierda» que por llevarle dos terrones de azúcar blanco en lugar de sin refinar.¿Quién habría dicho que Starbucks tenía semejante rotación de personal? No había una sola persona detrás de la barra cuya cara me resultará familiar, y eso hacía que la época en que solía ir allí me pareciera aún más lejana. Me alisé el pantalón negro de buen corte, aunque no de diseño, y me aseguré de que la vuelta de los bajos no estuviera manchada de nieve. Aunque sabía que toda la plantilla de una revista de moda concreta estaría en total desacuerdo conmigo, en mi opinión tenía un a