91. No basta con estar desheredada

Altagracia no puede decir nada. La presencia de Joaquín siempre le trae mala suerte, siempre sucede algo malo cuando se trata de estar en el mismo sitio que su abuelo.

Y ahora él lo sabe.

Sabe que vive. Sabe que es Altagracia.

Las fuerzas se le van del cuerpo al retroceder. Gerónimo ya los ha dejado solos. El cansancio no amaina en su cuerpo ni por un solo momento. Joaquín no demuestra ni felicidad ni molestia. Es un anciano sereno que prefiere intimidarla con la mirada.

Altagracia parpadea, engulle, y se queda en la misma posición donde está.

—Dime qué es lo que quieres.

—No dejas de cometer locura tras locura —Joaquín empieza—, cada vez que sé de ti es porque has hecho una locura. Primero, casarte con el prometido de tu hermana, luego le dejaste casi todas nuestros bienes y dinero, y ahora…muerta. Lo único que siento por ti es decepción, Altagracia.

—¿¡Qué quieres?! —exige Altagracia al instante—. No tengo tiempo ni quiero escucharte. ¿¡Qué viniste a hacer en Mérida?! ¿Decirme lo mi
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