Soledad sonríe disimuladamente tras el teléfono mientras escucha al oficial el posible final de Guadalupe. Desde que al niño, según cuenta ella, se lo arrebataron de las manos porque Guadalupe tenía cómplices para llevar a cabo el secuestro, ha armado un plan perfecto para que la culpa caiga en Guadalupe. —No permita que esa mujer se salga con la suya oficial, por favor —solloza Soledad—. Guadalupe tiene que pagar. Y no debe parar con la búsqueda de nuestro hijo. Mi esposo está perdiendo la cabeza.—¿Está diciendo que otra trabajadora se llevó al niño cuando usted lo dejó en el departamento? —reitera el oficial que la atiende. Esa es su declaración de los hechos. Una mentira tras otra.Soledad solloza.—Sí, así es. Cuando llegué al departamento el niño ya no estaba. ¡Oficial, haga algo! ¡Mi esposo vendrá a Nueva York y no puedo permitírselo! Tiene que hacerse cargo de su empresa que está en sus peores momentos. Desde el fondo de mi corazón le pido que envié a todas las patrullas
Y así la sonrisa más hermosa qué puede haber visto le pertenece a éste ángel qué tan rápido como un destello de la estrella más resplandeciente de la noche que acompaña a un deseo. Altagracia no recuerda cómo se respiraba.Sus manos sudan, más de lo qué pensó. La palabra salió de su boca sin pensarlo, y mientras se fija aún más en la sonrisa del precioso bebé frente a sus ojos, sus manos empiezan a sudar peor qué antes. La necesidad por cargarlo, por sostenerlo entre sus brazos carcome los pensamientos de Altagracia. No sabe qué hacer salvo dejar que lágrimas se escapen. Un tierno sonido deja la vocecita del bebé frente a ella, y el corazón salta disparado ansioso.Jazmín se aleja de ella cuando estira la mano hacia Matías.Altagracia parpadea, las lágrimas saliendo de ellas. La expresión de confusión y desesperación aparece en Jazmín.—Lo l-lamento, yo —Altagracia se le quiebra la voz, volviendo a Matías. Se agarra de las manos cuando sus ojos se transforman en un anhelo desesperado—
Altagracia se adentra al carro, acomodando a Matías entre sus brazos con un Gilberto tan horrorizado que no sabe ni qué decir cuando tanto Azucena como Altagracia entran al vehículo.—¡Arranca! —Azucena le exige a un Gilberto apenas sabiendo lo qué ocurre a su alrededor. Pero lo hace. Acelera al instante—. No puedo creerlo —Azucena se gira hacia su hermana—. ¡Altagracia, explícamelo…!Pero Altagracia sólo tiene la atención en el bebé. En estos momentos puede admirarlo mejor qué antes, y cada rincón de él es perfecto. La gente puede decir que está loca, que no es verdad…pero ella no lo cree. Ella está totalmente segura del bebé que acurrucado empieza a bostezar en sus brazos.¿Cómo podría olvidar esos grandes ojos que vieron el mundo por primera vez cuando ella más lo necesitaba? ¿Cómo podría olvidar la única luz que la mantuvo de pie en esos oscuros días? Con sus nudillos acaricia la piel suave de la mejilla de Matías.Altagracia sonríe mientras la nostalgia, la emoción, la adrenalina
—De aquí no me muevo sin llevarme a mi hijo. Regresas de la muerte y pretendes que crea éste cinismo tuyo salido de la nada. No hay pruebas, no tienes cómo probar nada. Tráeme —Rafael entrecierra los ojos fijo sólo en Altagracia, dando un paso hacia ella—, a mi hijo. —No tengo la necesidad de probar nada porque estas manos fueron las mismas que tocaron a ese niño cuando nació. Reconozco el tacto y el olor de mi bebé. Y ese niño de ahí lo es. Vete de mi hacienda, Rafael —Altagracia habla tratando de calmar la sobredosis de enojo que produce tener aquí a Rafael. Rafael suspira y exhala en control de su ira que lo carcome por dentro. No a gusto con la respuesta de Altagracia, la mira de arriba hacia abajo con tal de intimidarla. Observa la casa, donde Matías ya está oculto, y la sangre le hierve. —Es mi hijo —Rafael gruñe—, legalmente es mi hijo. Tráelo ahora, o te juro que vas a arrepentirte. —¿Crees que le tengo miedo a un Montesinos, Rafael? No haces nada amenazándome. Estás en
—¿Qué haces aquí, Soledad? ¿Viniste a saludar? —Altagracia la observa de arriba hacia abajo. Lo que siente ahora mismo frente a su prima no se compara con nada. Recuerda las actitudes contra Ximena y la misma actitud toma contra ella. Pero no está de humores para aguantar la presencia de Soledad justo aquí, justo en este caos.—En efecto. Quería comprobar con mis propios ojos que los muertos han resucitado —Soledad se guarda los lentes en su cartera. Una sonrisa plena la acompaña, así tratando de ocultar la tensión que le produce la presencia de Altagracia—. ¿Quién lo diría que viniendo de ti harías algo como esto?—¿Ahora me juzgas, Soledad? Te casaste con un Montesinos, te lo recuerdo. Y estás pisando mis tierras. Y las tierras de Los Reyes…que también son mías.—¿Tuyas? —Soledad se burla al repetir—. Esas tierras te las quitó Gerardo. ¿Qué no recuerdas?—Las recuperaré —Altagracia suspira—. ¿Qué haces aquí? —repite Altagracia—. Eres la última persona en éste mundo a la que yo quier
La mirada de rabia cambia a la suavidad cuando Rafael observa a Matías, quien duerme boca arriba con su chupete, como si nada en el mundo ocurriera, y es la principal causa de la calma de Rafael.El pequeño Matías se ha apoderado del rincón más profundo de Rafael, y amándolo como su propio hijo desde que lo vio, la idea de verlo lejos de él lo pone mal.Las palabras de Altagracia resuenan en su mente de muy mala manera. Le juro a éste niño que si llegaba a conseguir a quienes los abandonaron les haría pagar. Y no será la excepción de ahora en adelante. Acaricia la mejilla de Matías con cuidado. No puede ser cierto. Se niega a creerlo. La lucha por Matías acabará para bien. Lo sabe. Ni siquiera Altagracia con sus amenazas podrá amedrentar la furia que nace y la sed de proteger lo que tanto le costó.Tener un hijo.Matías es su hijo. Él es su padre. Cualquier que diga lo contrario sufrirá las consecuencias.Buscará la manera de desaparecer de éste lugar con Soledad y comenzar una nueva
—¿Eres tú…? —la voz de Altagracia vuelve a acortarse peor que antes.Sus manos tiemblan con el toque de Gerardo y ni siquiera es suficiente para confirmar éste sueño. Supone que sigue dormida, porque nada de esto puede ser real. Luego de tanto dolor, observar la única salida directa hacia su felicidad es un presagio que no sabe cómo tomar. Son sus lágrimas la respuesta de su enorme dolor, su sorpresa, su felicidad. Abraza a su bebé mientras la piel de Gerardo sigue en contacto con la suya.— Por Dios, dime qué eres tú…—Necesitamos irnos de aquí, anochecerá. Fernando —la voz de Gerardo retumba una vez más y el escalofrío en Altagracia la deja atontada, en un puente movedizo donde apenas puede estar de pie. Pero la mano de Gerardo jamás deja su cintura y la mueve suavemente hacia la otra camioneta de la que hablaba Fernando—. Prometo contarte toda una vez estemos lejos de aquí, cielo. Pero confía en mí.—Gerardo —Altagracia pronuncia como si se ahogara, mirándolo otra vez. Una iniguala
—¡Idiota! ¡Cómo te odio! ¡Cómo te odio! ¡Muérete otra vez! —Soledad se mira al espejo tocándose el enrojecimiento que le causó el azote de Altagracia. Revienta en rabia, gruñe impaciente—. ¡Maldita sea! Cada uno de sus planes no es que sean imposibles sino que se alejan cada vez más. Primero el mocoso, ahora…la presencia de nada más ni nada menos que de Altagracia Reyes. Creyó que esté era el momento exacto para superarla, humillarla, tener todas las cosas que jamás tuvo porque Altagracia lo tenía todo. Ahora ella vuelve y las posibilidades de ser la heredera de Los Reyes se ha quedado atrás. Puede que su abuelo también la odie, pero eso no quita que Altagracia sea la legítima. Y eso es lo que más le molesta. Lanza las cosas al suelo, gritando enervada. No está ni en la ciudad ni en Los Reyes. Sino en Santa María. Lo último que quiere hacer es ver la cara de su marido o de la madre de Gerardo. Aún no puede cantar victoria porque sigue sin ver a Rafael, y duda de que él sepa lo que