—¡Idiota! ¡Cómo te odio! ¡Cómo te odio! ¡Muérete otra vez! —Soledad se mira al espejo tocándose el enrojecimiento que le causó el azote de Altagracia. Revienta en rabia, gruñe impaciente—. ¡Maldita sea! Cada uno de sus planes no es que sean imposibles sino que se alejan cada vez más. Primero el mocoso, ahora…la presencia de nada más ni nada menos que de Altagracia Reyes. Creyó que esté era el momento exacto para superarla, humillarla, tener todas las cosas que jamás tuvo porque Altagracia lo tenía todo. Ahora ella vuelve y las posibilidades de ser la heredera de Los Reyes se ha quedado atrás. Puede que su abuelo también la odie, pero eso no quita que Altagracia sea la legítima. Y eso es lo que más le molesta. Lanza las cosas al suelo, gritando enervada. No está ni en la ciudad ni en Los Reyes. Sino en Santa María. Lo último que quiere hacer es ver la cara de su marido o de la madre de Gerardo. Aún no puede cantar victoria porque sigue sin ver a Rafael, y duda de que él sepa lo que
El beso se profundiza, cada vez más más apasionado, necesitado. Altagracia lo rodea por el cuello para que sus labios no se desaparezcan de los suyos. No creía que podía desearlo tanto como ahora, pero ante la falta de aire y los movimientos de su pequeño tiene qué separarse.Altagracia se sonroja de inmediato, sonriendo al tomar de vuelta a su bebé.—¿Qué sucede, bebé? —Altagracia besa la manito de Matías—. ¿Estás molesto porque papá te quitó la atención?—Y tú me la acabas de quitar a mí—Gerardo dice, con la mirada calmada. Altagracia coloca a Matías en el mueble justo cuando Gerardo le acaricia su cabello suelto—. ¿Cómo puedes ser tan hermosa?Todo el rostro de Altagracia hierve ante sus palabras. Sigue jugando el cabello de su pequeño mientras Gerardo lo hace con el suyo.—¿Por qué nunca supimos que estabas embarazada?—Fue un embarazo críptico —Altagracia le sonríe a Matías antes de besar su mejilla—. No sabes que estás embarazada hasta que el bebé nace…y todo lo qué sucedió en e
Altagracia no ha dormido toda la noche, y tampoco le molesta. La sonrisa en su rostro se debe a la hermosura que está frente a ella. Su bebé. Sigue dormido. La mujer de la que habló Gerardo anoche vino con lo ella le había pedido. Fórmula y biberones para su hijo. Era la primera vez que alimentaba a su hijo y no puedo evitar llorar de la felicidad. Una felicidad fuera de lo común. No quiso dormir por si Matías se levantaba, o necesitaba algo. Apenas cerró los ojos unos minutos. Y tampoco quiso molestar a Gerardo porque lo que escuchó de la mujer, Manuela, es que seguía en una reunión con Fernando. Altagracia se acerca a las ventanas para abrir las cortinas. La tierna mañana le da la bienvenida con su cielo nítido. Acaba de salir de la ducha, y su nueva ropa está doblada en la cama. Manuela la trajo temprano. Gerardo ha pedido qué se le atienda como si fuese la dueña de ésta casa. Todo su rostro hierve. Es imposible no ponerse nerviosa cuando está con él. Y más ahora. Est
En Ciudad de México, Roberto Reyes apaga el televisor con el rostro pálido y las manos temblando. No existía posibilidad para él en el mundo que la muerte de su hija fuese una mentira.Pero acaba de escuchar las noticias: su hija está viva.Altagracia está viva.No puede creerlo. Incluso el corazón de Roberto late con fuerza, y esa extraña felicidad dentro de su cuerpo entero lo carcome de pies a cabeza. Está en su oficina en Compañías Reyes, por lo que no puede tardar ni un minuto más en estar aquí. Tiene qué marcharse de inmediato a Mérida. Aún con el corazón palpitando, entre sorprendido y emocionado, Roberto toma su chaqueta de traje.—¡¿Lo viste?! —su hermana Rebecca abre las puertas de su oficina impidiéndole el paso. Su rostro está bañado en lágrimas—. Hermano, ¡¿Lo viste?!—A mi hija —Roberto la toma de los brazos—. Rebecca, mi hija está viva.—¡Lo está! —la felicidad también abunda en Rebecca al saber de la verdad de su sobrina—. No puedo creerlo. Está en todas las noticias.
Es el primero golpe de realidad para Altagracia. No parpadea, pero toma aire con fuerza, y recordando con claridad todo lo que Ignacio le ha pedido e incluso la propuesta de matrimonio.La confesión de Gerardo se siente tan pesada e inverosímil que necesita sentarse, cerrando los ojos.—Ignacio —repite Altagracia en un hilo de voz—. ¿Ignacio…?—Te pediré, cielo, que de ahora en adelante no menciones ese nombre —Gerardo no se aparta de su lado. Lo único que hace es ayudarla a que tome asiento, pero él no lo hace. Está arrodillado frente a ella en una sola pierna. Un mechón avellano de Altagracia cae en su mejilla, y se lo acomoda delicadamente atrás de su oreja—. No volverás a acercarte a ese hombre nuevamente.—Pero, ¿Ignacio? —Altagracia sigue sin creerlo. Carga a Matías para que el bebé mira por encima de su hombro. Palmea su espalda antes de tragar saliva—. Dios Mío, Gerardo.—No tenía dudas de que hubiese sido él, o alguien cercano a su entorno, pero no tengo duda de lo qué digo.
Altagracia deja atrás el agarre de la barandilla para dejar caer los brazos al lado de su cuerpo, tratando de buscar respuesta con un rostro perplejo. Quizás, este es otro sueño. Las palabras no llegan a su boca porque no quiere arruinarlo.Pero cuando Gerardo se da la vuelta, y la observa en esa preciosa mirada de suavidad que habla más que mil palabras, el corazón de Altagracia se estruja, se hincha en conmoción y Roberto Reyes se quita el sombrero que trae con la misma mirada que su hija heredó de él.—Hija —Roberto pronuncia finalmente.Altagracia abre más los ojos, sin la menor idea de cómo actuar frente a su propio padre. Por la mirada de Gerardo él debe saber ya de esto, pero no tiene la intención de apartar la mirada por más sorprendida que esté. Roberto se acerca a su hija para abrazarla con fuerza.—Altagracia —su padre la envuelve en un abrazo que jamás sintió. Se sorprende tanto que se queda sin habla—. Gracias a Dios estás bien.—¿Papá? —las palabras de Altagracia son frá
Azucena creía que la única manera de ver a su abuelo en prisión sólo era en sueños. Lo ha odiado por todo lo que le ha hecho a su hermana Altagracia, y conoce muy bien todo el infierno que la ha hecho pasar al momento de desestimarla junto con su bebé.Sin embargo, no puede evitar sentirse sorprendida cuando se entera en las noticias de la orden de captura. No sólo ella lo está viendo, sino Rita con los ojos abiertos, pálida también por la inesperada sorpresa. ¿Altagracia sabe de esto?—¿Cómo es posible? —Azucena habla en voz alta. Sus pensamientos se apoderaron de ella. Se gira hacia Rita—. ¿Estás viendo lo mismo qué yo?—¿Sospechoso de asesinato? —Rita se gira para verla—. ¿Cómo qué nuestro abuelo robó tierras que no eran suyas?—Por Dios —Azucena sigue sin creerlo—. ¿Quién se imaginaba qué esto sucedería? Joaquín todo éste tiempo nos mentía…La voz de Azucena es interrumpida por un sollozo que no es controlado, viniendo desde el pasillo. Se acerca rápidamente hacia su abuela Aleida
Altagracia pasa de una mirada a otra, demasiado rápido, incapaz de contestar a la sentencia de Gerardo. Ahí, helada de pies a cabeza, con las emociones como una tormenta a punto de quitarle el aire, cree que todo es mentira y que Gerardo juega una broma muy pesada.—Es imposible. Joaquín —Altagracia lo mira de vuelta a los ojos—. Joaquín no puede ser…—Lo está —Roberto contesta las dudas de su hija. Relaja los hombros, y como si fuese a confesar otra cosa, continúa—. Daré el testimonio en contra como el testigo en la corte. Joaquín tiene una orden de aprensión. Gerardo y yo acordamos hacerlo antes de que leyera el testamento y te dejara a ti fuera del mismo.Altagracia traga saliva.—¿Me estás diciendo qué ambos lograron una orden de captura contra mi abuelo? ¿Contra Joaquín Reyes? —Altagracia voltea hacia Gerardo—. ¿Tú?—Sólo era cuestión de tiempo, cielo. La ayuda de tu padre sólo adelantó el destino de Joaquín: él es un asesino que buscó la manera de salir siempre impune. Tu madre