109. Una pasión caótica

Altagracia pasa de una mirada a otra, demasiado rápido, incapaz de contestar a la sentencia de Gerardo. Ahí, helada de pies a cabeza, con las emociones como una tormenta a punto de quitarle el aire, cree que todo es mentira y que Gerardo juega una broma muy pesada.

—Es imposible. Joaquín —Altagracia lo mira de vuelta a los ojos—. Joaquín no puede ser…

—Lo está —Roberto contesta las dudas de su hija. Relaja los hombros, y como si fuese a confesar otra cosa, continúa—. Daré el testimonio en contra como el testigo en la corte. Joaquín tiene una orden de aprensión. Gerardo y yo acordamos hacerlo antes de que leyera el testamento y te dejara a ti fuera del mismo.

Altagracia traga saliva.

—¿Me estás diciendo qué ambos lograron una orden de captura contra mi abuelo? ¿Contra Joaquín Reyes? —Altagracia voltea hacia Gerardo—. ¿Tú?

—Sólo era cuestión de tiempo, cielo. La ayuda de tu padre sólo adelantó el destino de Joaquín: él es un asesino que buscó la manera de salir siempre impune. Tu madre
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