Las caricias son hechas con una suavidad que Altagracia no ha podido olvidar. ¿Podría responder a otras caricias? Intentó olvidarlo tantas veces…pero su cuerpo unido al de Gerardo, de ésta manera en la que es difícil de comprender simplemente no es algo a lo que se pueda desistir.Es suave y a la vez rudo. Mientras le hace el amor hasta entrada el amanecer cualquier oscuridad se marcha, y las cadenas de su pasado oscuro manchado por las mentiras, por la desconfianza y el miedo se alejan cada vez más y más. No tiene la necesidad de pedir en dónde quiere que la toque, cómo quiere que la toque: Gerardo sabe exactamente cómo tocar su cuerpo porque lo conoce mejor que nadie.La deja extasiada, tanto, que el tiempo se distorsiona para ella. Más y más. Sin parar. Gerardo la hace suya de la forma más necesitada y suave posible. Dos combinaciones que la hacen llegar al clímax más de una vez.Cuando se da cuenta que ha amanecido por ese color naranja entrando en las cortinas una vez Gerardo la
—¿Qué sucede? —pregunta Altagracia justo después de oír el cerrojo de la puerta. Gerardo tiene un rostro distinto, lo que la hace doblar un poco su entrecejo—. ¿Gerardo?—Rafael —Gerardo baja la mirada hacia Matías—. Resultó ser peor de lo que imaginé.Altagracia se tensa de pies a cabeza.—¿De qué hablas? —el temor cubre su voz.Gerardo rápidamente se acerca a ella.—Todo estará bien. Matías es nuestro hijo. Cualquiera acusación que se le cruce por la cabeza no será válida. Matías es nuestro —besa su frente—. Me cambiaré.La mención de Rafael justo ahora es una daga profunda al corazón de Altagracia. un temor preocupante en su pecho qué le acelera el corazón. Baja la mirada hacia su hermoso bebé. La idea de tenerlo lejos, justo ahora, y otra vez es suficiente para que hiperventile. Lo sube hacia sus labios, acariciando sus mejillas.—No me quitará a mi bebé —el miedo quiere hacerse presente en sus palabras, pero desborda también la seguridad—. No dejaré que me lo quite. No —mueve la
—No quiero hacer esto —Altagracia se detiene frente al auto. Su padre está preparando todo, y no ha objetado tampoco lo que ha dicho Gerardo. Ninguno pudo decirle algo de esto. Lleva a Matías en sus brazos, y el niño observa por su hombro, jugando con su cabello. Altagracia se da la vuelta, tensa de pies a cabeza—. Gerardo, no quiero hacer esto. No quiero regresar sin ti.—Entiendo tus miedos pero necesitas creer en mí —Gerardo se siente desesperado por besarla hasta que no quede nada de sus labios, hasta que simplemente deje de existir en ellos; de tocar su pelo, como lo está haciendo ahora y por más que reconozca lo sedoso de su cabello, la piel suave de sus mejillas sonrojadas, y esos ojos que lo vuelven loco, no será suficiente. Siempre necesitará más de ella. Está convencido de que si la deja un rato más no la soltará—. Estoy luchando conmigo mismo para no perder las fuerzas. Altagracia, aquí es peligroso. Estaremos lejos sólo unos días, y ésta vez nada nos separará. Viviremos en
Nadie se atreve a decir una palabra luego de que la propia Altagracia habla. Hasta su hermana Azucena se encuentra sorprendida por su presencia repentina y por la llegada del bebé que tiene en brazos. Rafael da un paso hacia atrás pero sin cambiar de expresión.—Sigo siendo el padre legal de ese niño —Rafael aclara, como si nadie pudiese cambiar eso. Como si fuese su única arma—. Tengo derecho de llevármelo.—Esto tenemos qué hablarlo en una comisaría. Quiero la custodia total de mi bebé. Usted, señor Omar, sepa ahora que el papá biológico de mi hijo es Gerardo Montesinos, nadie más. Ambos hemos sufrido la ausencia del niño, ambos estuvimos buscándolo todo éste tiempo. No hemos ni abandonado a nuestro bebé, ni lo hemos dejado a la deriva.Rafael se echa a reír con sequedad luego de las palabras de Altagracia.—No me digas —Rafael suelta—. ¿Me estás diciendo a mí que no fuiste capaz, según tú, de defenderlo para que no se lo llevaran?Altagracia se estremece.—Dar a luz me había dejado
Altagracia da un paso hacia atrás. La sensación de proteger a su bebé la colma de inmediato, como si no quisiese, ahora mismo, estar en el mismo sitio que Ignacio.—¿Cómo llegaste aquí? —Altagracia pregunta. Azucena también lo observa con fijeza: no le ha dicho a su hermana lo que Maribel le contó—. ¿Cómo supiste…?—Oh, no tengo qué saberlo. He estado viniendo todos los días con la esperanza de encontrarte. De ver si aparecías, y de quitarme la duda de que habías sido secuestrada por alguien —Ignacio muestra una sonrisa. Altagracia no sabe si es real—, pero veo que estás bien —Ignacio se acerca otro paso—, gracias a Dios.—¿Qué haces aquí, Ignacio? —Altagracia no quiere mostrar las dudas, pero de repente, la presencia de Ignacio se ha vuelto susceptible a cualquier duda.—Quiero hablar contigo —Ignacio da una ojeada hacia las mujeres presentes—, a solas.Altagracia palmea la espalda de su bebé.—Consideraba que tu preocupación por mi hija tenía algo más que un simple anhelo por ayudar
—Azucena —llama Altagracia más calmada. La encuentra en uno de los tantos porches que tiene Villalmar—. ¿Qué es lo que querías decirme?Azucena está sola, algo ansiosa. No hay forma en la que niegue que algo tiene entre manos, algo que quiere decir y por alguna razón no puede hacerlo. Deja a Matías en el suelo, tomándolo de la mano para caminar junto a él. Azucena sonríe al ver al bebé, pero vuelve a su hermana.—¿Se fue? Ignacio…—Sí —Altagracia suspira—. No estoy de humor para recibirlo. Hay cosas que no pueden esperar hasta mañana. No podemos seguir así.—Altagracia, hice lo qué me dijiste que hiciera. ¿Recuerdas? De buscar a Maribel —Azucena comienza. La sienta a su lado, y el pequeño Matías se tambalea hacia los brazos de su tía, quien lo acoge con suavidad—. Me dijo algo fatal, me dijo algo que me dejó pensando por días. Sobre…su hermana.—¿La encontró? —la mirada de Altagracia espabila.Azucena dura unos instantes mirándola, preocupada. Niega.—Altagracia, su hermana está muert
—¿Qué quieres decir con ir a Mérida? Es peligroso —Fernando le habla directamente a Gerardo, quien está sentado frente a un escritorio en una nueva morada.Se alejaron por precaución de Víctor y por su propia madre para no tener que lidiar con los arranques de un Rafael azotado por la misma rabia que siente Gerardo. Gerardo no ha dormido tampoco muy bien. Desde que Altagracia se fue, junto a Matías, junto a su pequeño, no duerme ni come bien. Piensa en Sergio, y en lo asustado y confundido que debe de estar por no saber qué fue lo que le ocurrió. Esta horrible vida de prófugo no le ha hecho nada salvo mantenerlo en la miseria.—Éste es el castigo por mis pecados —Gerardo se coloca de pie. El nuevo enfermero que tienen ya ha confirmado que el proceso de cicatrización durará más de lo pensado. No hay peligro de infección. Su mirada está lánguida. Suspira—. Por todo lo que le hice pasar a Altagracia.—No sabías que Joaquín manipuló todo para que pensaras mal de Altagracia. Y sumado a qu
No lo creería. No lo puede creer. Las palabras del fiscal resuenan una sola vez, sólo una vez para que por fin una ráfaga de indignación aparezca en su rostro.—¿Juan Carlo? —Altagracia visualiza el camino hacia las celdas. Da un paso hacia esa dirección—. Necesito hablar con Santiago. Lléveme a su celda —Altagracia comienza a moverse—. ¡Ahora!Al encontrarse nuevamente con Santiago, los ojos del muchacho están impávidos en los primeros segundos, pero momentos después la resignación lo envuelve. Santiago está sentado cuando Altagracia llega a su celda. Parece que lee sus gestos conmovidos porque se coloca de pie, sin perder su timidez.—¿Qué fue lo que te envió hacer? —Altagracia suelta conteniendo la indignación de la traición—. ¿Qué te dijo que hicieras? ¿Qué me hicieras?Santiago mueve la cabeza mirando hacia abajo, como si se le dificultara hablar frente a ella.Altagracia toma los barrotes.—¡Dime! —exige en un grito.Santiago se sobrecoge.—Me pidió días antes entrar a la hacien