Es el primero golpe de realidad para Altagracia. No parpadea, pero toma aire con fuerza, y recordando con claridad todo lo que Ignacio le ha pedido e incluso la propuesta de matrimonio.La confesión de Gerardo se siente tan pesada e inverosímil que necesita sentarse, cerrando los ojos.—Ignacio —repite Altagracia en un hilo de voz—. ¿Ignacio…?—Te pediré, cielo, que de ahora en adelante no menciones ese nombre —Gerardo no se aparta de su lado. Lo único que hace es ayudarla a que tome asiento, pero él no lo hace. Está arrodillado frente a ella en una sola pierna. Un mechón avellano de Altagracia cae en su mejilla, y se lo acomoda delicadamente atrás de su oreja—. No volverás a acercarte a ese hombre nuevamente.—Pero, ¿Ignacio? —Altagracia sigue sin creerlo. Carga a Matías para que el bebé mira por encima de su hombro. Palmea su espalda antes de tragar saliva—. Dios Mío, Gerardo.—No tenía dudas de que hubiese sido él, o alguien cercano a su entorno, pero no tengo duda de lo qué digo.
Altagracia deja atrás el agarre de la barandilla para dejar caer los brazos al lado de su cuerpo, tratando de buscar respuesta con un rostro perplejo. Quizás, este es otro sueño. Las palabras no llegan a su boca porque no quiere arruinarlo.Pero cuando Gerardo se da la vuelta, y la observa en esa preciosa mirada de suavidad que habla más que mil palabras, el corazón de Altagracia se estruja, se hincha en conmoción y Roberto Reyes se quita el sombrero que trae con la misma mirada que su hija heredó de él.—Hija —Roberto pronuncia finalmente.Altagracia abre más los ojos, sin la menor idea de cómo actuar frente a su propio padre. Por la mirada de Gerardo él debe saber ya de esto, pero no tiene la intención de apartar la mirada por más sorprendida que esté. Roberto se acerca a su hija para abrazarla con fuerza.—Altagracia —su padre la envuelve en un abrazo que jamás sintió. Se sorprende tanto que se queda sin habla—. Gracias a Dios estás bien.—¿Papá? —las palabras de Altagracia son frá
Azucena creía que la única manera de ver a su abuelo en prisión sólo era en sueños. Lo ha odiado por todo lo que le ha hecho a su hermana Altagracia, y conoce muy bien todo el infierno que la ha hecho pasar al momento de desestimarla junto con su bebé.Sin embargo, no puede evitar sentirse sorprendida cuando se entera en las noticias de la orden de captura. No sólo ella lo está viendo, sino Rita con los ojos abiertos, pálida también por la inesperada sorpresa. ¿Altagracia sabe de esto?—¿Cómo es posible? —Azucena habla en voz alta. Sus pensamientos se apoderaron de ella. Se gira hacia Rita—. ¿Estás viendo lo mismo qué yo?—¿Sospechoso de asesinato? —Rita se gira para verla—. ¿Cómo qué nuestro abuelo robó tierras que no eran suyas?—Por Dios —Azucena sigue sin creerlo—. ¿Quién se imaginaba qué esto sucedería? Joaquín todo éste tiempo nos mentía…La voz de Azucena es interrumpida por un sollozo que no es controlado, viniendo desde el pasillo. Se acerca rápidamente hacia su abuela Aleida
Altagracia pasa de una mirada a otra, demasiado rápido, incapaz de contestar a la sentencia de Gerardo. Ahí, helada de pies a cabeza, con las emociones como una tormenta a punto de quitarle el aire, cree que todo es mentira y que Gerardo juega una broma muy pesada.—Es imposible. Joaquín —Altagracia lo mira de vuelta a los ojos—. Joaquín no puede ser…—Lo está —Roberto contesta las dudas de su hija. Relaja los hombros, y como si fuese a confesar otra cosa, continúa—. Daré el testimonio en contra como el testigo en la corte. Joaquín tiene una orden de aprensión. Gerardo y yo acordamos hacerlo antes de que leyera el testamento y te dejara a ti fuera del mismo.Altagracia traga saliva.—¿Me estás diciendo qué ambos lograron una orden de captura contra mi abuelo? ¿Contra Joaquín Reyes? —Altagracia voltea hacia Gerardo—. ¿Tú?—Sólo era cuestión de tiempo, cielo. La ayuda de tu padre sólo adelantó el destino de Joaquín: él es un asesino que buscó la manera de salir siempre impune. Tu madre
Las caricias son hechas con una suavidad que Altagracia no ha podido olvidar. ¿Podría responder a otras caricias? Intentó olvidarlo tantas veces…pero su cuerpo unido al de Gerardo, de ésta manera en la que es difícil de comprender simplemente no es algo a lo que se pueda desistir.Es suave y a la vez rudo. Mientras le hace el amor hasta entrada el amanecer cualquier oscuridad se marcha, y las cadenas de su pasado oscuro manchado por las mentiras, por la desconfianza y el miedo se alejan cada vez más y más. No tiene la necesidad de pedir en dónde quiere que la toque, cómo quiere que la toque: Gerardo sabe exactamente cómo tocar su cuerpo porque lo conoce mejor que nadie.La deja extasiada, tanto, que el tiempo se distorsiona para ella. Más y más. Sin parar. Gerardo la hace suya de la forma más necesitada y suave posible. Dos combinaciones que la hacen llegar al clímax más de una vez.Cuando se da cuenta que ha amanecido por ese color naranja entrando en las cortinas una vez Gerardo la
—¿Qué sucede? —pregunta Altagracia justo después de oír el cerrojo de la puerta. Gerardo tiene un rostro distinto, lo que la hace doblar un poco su entrecejo—. ¿Gerardo?—Rafael —Gerardo baja la mirada hacia Matías—. Resultó ser peor de lo que imaginé.Altagracia se tensa de pies a cabeza.—¿De qué hablas? —el temor cubre su voz.Gerardo rápidamente se acerca a ella.—Todo estará bien. Matías es nuestro hijo. Cualquiera acusación que se le cruce por la cabeza no será válida. Matías es nuestro —besa su frente—. Me cambiaré.La mención de Rafael justo ahora es una daga profunda al corazón de Altagracia. un temor preocupante en su pecho qué le acelera el corazón. Baja la mirada hacia su hermoso bebé. La idea de tenerlo lejos, justo ahora, y otra vez es suficiente para que hiperventile. Lo sube hacia sus labios, acariciando sus mejillas.—No me quitará a mi bebé —el miedo quiere hacerse presente en sus palabras, pero desborda también la seguridad—. No dejaré que me lo quite. No —mueve la
—No quiero hacer esto —Altagracia se detiene frente al auto. Su padre está preparando todo, y no ha objetado tampoco lo que ha dicho Gerardo. Ninguno pudo decirle algo de esto. Lleva a Matías en sus brazos, y el niño observa por su hombro, jugando con su cabello. Altagracia se da la vuelta, tensa de pies a cabeza—. Gerardo, no quiero hacer esto. No quiero regresar sin ti.—Entiendo tus miedos pero necesitas creer en mí —Gerardo se siente desesperado por besarla hasta que no quede nada de sus labios, hasta que simplemente deje de existir en ellos; de tocar su pelo, como lo está haciendo ahora y por más que reconozca lo sedoso de su cabello, la piel suave de sus mejillas sonrojadas, y esos ojos que lo vuelven loco, no será suficiente. Siempre necesitará más de ella. Está convencido de que si la deja un rato más no la soltará—. Estoy luchando conmigo mismo para no perder las fuerzas. Altagracia, aquí es peligroso. Estaremos lejos sólo unos días, y ésta vez nada nos separará. Viviremos en
Nadie se atreve a decir una palabra luego de que la propia Altagracia habla. Hasta su hermana Azucena se encuentra sorprendida por su presencia repentina y por la llegada del bebé que tiene en brazos. Rafael da un paso hacia atrás pero sin cambiar de expresión.—Sigo siendo el padre legal de ese niño —Rafael aclara, como si nadie pudiese cambiar eso. Como si fuese su única arma—. Tengo derecho de llevármelo.—Esto tenemos qué hablarlo en una comisaría. Quiero la custodia total de mi bebé. Usted, señor Omar, sepa ahora que el papá biológico de mi hijo es Gerardo Montesinos, nadie más. Ambos hemos sufrido la ausencia del niño, ambos estuvimos buscándolo todo éste tiempo. No hemos ni abandonado a nuestro bebé, ni lo hemos dejado a la deriva.Rafael se echa a reír con sequedad luego de las palabras de Altagracia.—No me digas —Rafael suelta—. ¿Me estás diciendo a mí que no fuiste capaz, según tú, de defenderlo para que no se lo llevaran?Altagracia se estremece.—Dar a luz me había dejado