Altagracia se adentra al carro, acomodando a Matías entre sus brazos con un Gilberto tan horrorizado que no sabe ni qué decir cuando tanto Azucena como Altagracia entran al vehículo.—¡Arranca! —Azucena le exige a un Gilberto apenas sabiendo lo qué ocurre a su alrededor. Pero lo hace. Acelera al instante—. No puedo creerlo —Azucena se gira hacia su hermana—. ¡Altagracia, explícamelo…!Pero Altagracia sólo tiene la atención en el bebé. En estos momentos puede admirarlo mejor qué antes, y cada rincón de él es perfecto. La gente puede decir que está loca, que no es verdad…pero ella no lo cree. Ella está totalmente segura del bebé que acurrucado empieza a bostezar en sus brazos.¿Cómo podría olvidar esos grandes ojos que vieron el mundo por primera vez cuando ella más lo necesitaba? ¿Cómo podría olvidar la única luz que la mantuvo de pie en esos oscuros días? Con sus nudillos acaricia la piel suave de la mejilla de Matías.Altagracia sonríe mientras la nostalgia, la emoción, la adrenalina
—De aquí no me muevo sin llevarme a mi hijo. Regresas de la muerte y pretendes que crea éste cinismo tuyo salido de la nada. No hay pruebas, no tienes cómo probar nada. Tráeme —Rafael entrecierra los ojos fijo sólo en Altagracia, dando un paso hacia ella—, a mi hijo. —No tengo la necesidad de probar nada porque estas manos fueron las mismas que tocaron a ese niño cuando nació. Reconozco el tacto y el olor de mi bebé. Y ese niño de ahí lo es. Vete de mi hacienda, Rafael —Altagracia habla tratando de calmar la sobredosis de enojo que produce tener aquí a Rafael. Rafael suspira y exhala en control de su ira que lo carcome por dentro. No a gusto con la respuesta de Altagracia, la mira de arriba hacia abajo con tal de intimidarla. Observa la casa, donde Matías ya está oculto, y la sangre le hierve. —Es mi hijo —Rafael gruñe—, legalmente es mi hijo. Tráelo ahora, o te juro que vas a arrepentirte. —¿Crees que le tengo miedo a un Montesinos, Rafael? No haces nada amenazándome. Estás en
—¿Qué haces aquí, Soledad? ¿Viniste a saludar? —Altagracia la observa de arriba hacia abajo. Lo que siente ahora mismo frente a su prima no se compara con nada. Recuerda las actitudes contra Ximena y la misma actitud toma contra ella. Pero no está de humores para aguantar la presencia de Soledad justo aquí, justo en este caos.—En efecto. Quería comprobar con mis propios ojos que los muertos han resucitado —Soledad se guarda los lentes en su cartera. Una sonrisa plena la acompaña, así tratando de ocultar la tensión que le produce la presencia de Altagracia—. ¿Quién lo diría que viniendo de ti harías algo como esto?—¿Ahora me juzgas, Soledad? Te casaste con un Montesinos, te lo recuerdo. Y estás pisando mis tierras. Y las tierras de Los Reyes…que también son mías.—¿Tuyas? —Soledad se burla al repetir—. Esas tierras te las quitó Gerardo. ¿Qué no recuerdas?—Las recuperaré —Altagracia suspira—. ¿Qué haces aquí? —repite Altagracia—. Eres la última persona en éste mundo a la que yo quier
La mirada de rabia cambia a la suavidad cuando Rafael observa a Matías, quien duerme boca arriba con su chupete, como si nada en el mundo ocurriera, y es la principal causa de la calma de Rafael.El pequeño Matías se ha apoderado del rincón más profundo de Rafael, y amándolo como su propio hijo desde que lo vio, la idea de verlo lejos de él lo pone mal.Las palabras de Altagracia resuenan en su mente de muy mala manera. Le juro a éste niño que si llegaba a conseguir a quienes los abandonaron les haría pagar. Y no será la excepción de ahora en adelante. Acaricia la mejilla de Matías con cuidado. No puede ser cierto. Se niega a creerlo. La lucha por Matías acabará para bien. Lo sabe. Ni siquiera Altagracia con sus amenazas podrá amedrentar la furia que nace y la sed de proteger lo que tanto le costó.Tener un hijo.Matías es su hijo. Él es su padre. Cualquier que diga lo contrario sufrirá las consecuencias.Buscará la manera de desaparecer de éste lugar con Soledad y comenzar una nueva
—¿Eres tú…? —la voz de Altagracia vuelve a acortarse peor que antes.Sus manos tiemblan con el toque de Gerardo y ni siquiera es suficiente para confirmar éste sueño. Supone que sigue dormida, porque nada de esto puede ser real. Luego de tanto dolor, observar la única salida directa hacia su felicidad es un presagio que no sabe cómo tomar. Son sus lágrimas la respuesta de su enorme dolor, su sorpresa, su felicidad. Abraza a su bebé mientras la piel de Gerardo sigue en contacto con la suya.— Por Dios, dime qué eres tú…—Necesitamos irnos de aquí, anochecerá. Fernando —la voz de Gerardo retumba una vez más y el escalofrío en Altagracia la deja atontada, en un puente movedizo donde apenas puede estar de pie. Pero la mano de Gerardo jamás deja su cintura y la mueve suavemente hacia la otra camioneta de la que hablaba Fernando—. Prometo contarte toda una vez estemos lejos de aquí, cielo. Pero confía en mí.—Gerardo —Altagracia pronuncia como si se ahogara, mirándolo otra vez. Una iniguala
—¡Idiota! ¡Cómo te odio! ¡Cómo te odio! ¡Muérete otra vez! —Soledad se mira al espejo tocándose el enrojecimiento que le causó el azote de Altagracia. Revienta en rabia, gruñe impaciente—. ¡Maldita sea! Cada uno de sus planes no es que sean imposibles sino que se alejan cada vez más. Primero el mocoso, ahora…la presencia de nada más ni nada menos que de Altagracia Reyes. Creyó que esté era el momento exacto para superarla, humillarla, tener todas las cosas que jamás tuvo porque Altagracia lo tenía todo. Ahora ella vuelve y las posibilidades de ser la heredera de Los Reyes se ha quedado atrás. Puede que su abuelo también la odie, pero eso no quita que Altagracia sea la legítima. Y eso es lo que más le molesta. Lanza las cosas al suelo, gritando enervada. No está ni en la ciudad ni en Los Reyes. Sino en Santa María. Lo último que quiere hacer es ver la cara de su marido o de la madre de Gerardo. Aún no puede cantar victoria porque sigue sin ver a Rafael, y duda de que él sepa lo que
El beso se profundiza, cada vez más más apasionado, necesitado. Altagracia lo rodea por el cuello para que sus labios no se desaparezcan de los suyos. No creía que podía desearlo tanto como ahora, pero ante la falta de aire y los movimientos de su pequeño tiene qué separarse.Altagracia se sonroja de inmediato, sonriendo al tomar de vuelta a su bebé.—¿Qué sucede, bebé? —Altagracia besa la manito de Matías—. ¿Estás molesto porque papá te quitó la atención?—Y tú me la acabas de quitar a mí—Gerardo dice, con la mirada calmada. Altagracia coloca a Matías en el mueble justo cuando Gerardo le acaricia su cabello suelto—. ¿Cómo puedes ser tan hermosa?Todo el rostro de Altagracia hierve ante sus palabras. Sigue jugando el cabello de su pequeño mientras Gerardo lo hace con el suyo.—¿Por qué nunca supimos que estabas embarazada?—Fue un embarazo críptico —Altagracia le sonríe a Matías antes de besar su mejilla—. No sabes que estás embarazada hasta que el bebé nace…y todo lo qué sucedió en e
Altagracia no ha dormido toda la noche, y tampoco le molesta. La sonrisa en su rostro se debe a la hermosura que está frente a ella. Su bebé. Sigue dormido. La mujer de la que habló Gerardo anoche vino con lo ella le había pedido. Fórmula y biberones para su hijo. Era la primera vez que alimentaba a su hijo y no puedo evitar llorar de la felicidad. Una felicidad fuera de lo común. No quiso dormir por si Matías se levantaba, o necesitaba algo. Apenas cerró los ojos unos minutos. Y tampoco quiso molestar a Gerardo porque lo que escuchó de la mujer, Manuela, es que seguía en una reunión con Fernando. Altagracia se acerca a las ventanas para abrir las cortinas. La tierna mañana le da la bienvenida con su cielo nítido. Acaba de salir de la ducha, y su nueva ropa está doblada en la cama. Manuela la trajo temprano. Gerardo ha pedido qué se le atienda como si fuese la dueña de ésta casa. Todo su rostro hierve. Es imposible no ponerse nerviosa cuando está con él. Y más ahora. Est