—Altagracia —Azucena sonríe un poco. Su rostro aún es un torbellino de lágrimas, hinchazón por las mismas y rojizo. Apenas se han vuelto a sentar, y una vez la nombra, ella se gira para encontrar unos ojos nostálgicos que le devuelven no odio, ni rencor…sino simple cariño—. Aún no puedo creer que estás viva…jamás imaginé que habías sido tú. Todo éste tiempo había sido tú. Ximena…¿Cómo lograste transformarte en ella?—Es una larga historia. Pero —Altagracia suspira. Abraza a su hermana por los hombros—, Gilberto fue el único que me ayudó. Y Ana tiene razón en cierta parte porque el doctor Sebastián también me ayudó…¡Dios! ¡¿Dónde está Sebastián?!—De camino aquí Rita nos dijo que él se marchó de Villalmar junto a Gerónimo. Pero ahora que Gerónimo está aquí, no sé qué sucedió con él…—Tengo qué preguntarle a Rita. Le dije qué no dejara qué por nada del mundo molestaran a Sebastián. Él no tiene culpa de nada, sólo me ayudó a decirte, y aunque sé que puede haber problemas…defenderé cualqu
¿Por qué es un deja vú para Altagracia estar en ésta misma posición? Matrimonio. Boda. Unión. Palabras siniestras para una mujer que ha sido herida y que ha visto el matrimonio como algo de lo que tiene qué huir. Ignacio insistió antes, durante, e incluso ahora.—No merezco perderte otra vez. Sé mi señora, Altagracia —Ignacio vacila con su desesperación porque mirar a Altagracia es como si le faltase el aire. Vuelve a besar sus nudillos—. Hazme el hombre más feliz del mundo. No pretendas qué te deje sola otra vez en medio de la ruina donde te puso Gerardo Montesinos. Dame tu mano.—Ignacio, ¿Estás escuchándote? —Altagracia empuja sus manos hacia atrás, descansándolas en su regazo, cayendo en la misma incomodidad de siempre al tener cara a cara a Ignacio—. No puedo casarme contigo. N-no ahora.—Lo entiendo, siempre lo he entendido. Pero yo siempre te he amado. Usa éste anillo, sé mi esposa, Altagracia. Antes de que sea demasiado tarde y no pueda protegerte como lo hice antes —Ignaci
Soledad sonríe disimuladamente tras el teléfono mientras escucha al oficial el posible final de Guadalupe. Desde que al niño, según cuenta ella, se lo arrebataron de las manos porque Guadalupe tenía cómplices para llevar a cabo el secuestro, ha armado un plan perfecto para que la culpa caiga en Guadalupe. —No permita que esa mujer se salga con la suya oficial, por favor —solloza Soledad—. Guadalupe tiene que pagar. Y no debe parar con la búsqueda de nuestro hijo. Mi esposo está perdiendo la cabeza.—¿Está diciendo que otra trabajadora se llevó al niño cuando usted lo dejó en el departamento? —reitera el oficial que la atiende. Esa es su declaración de los hechos. Una mentira tras otra.Soledad solloza.—Sí, así es. Cuando llegué al departamento el niño ya no estaba. ¡Oficial, haga algo! ¡Mi esposo vendrá a Nueva York y no puedo permitírselo! Tiene que hacerse cargo de su empresa que está en sus peores momentos. Desde el fondo de mi corazón le pido que envié a todas las patrullas
Y así la sonrisa más hermosa qué puede haber visto le pertenece a éste ángel qué tan rápido como un destello de la estrella más resplandeciente de la noche que acompaña a un deseo. Altagracia no recuerda cómo se respiraba.Sus manos sudan, más de lo qué pensó. La palabra salió de su boca sin pensarlo, y mientras se fija aún más en la sonrisa del precioso bebé frente a sus ojos, sus manos empiezan a sudar peor qué antes. La necesidad por cargarlo, por sostenerlo entre sus brazos carcome los pensamientos de Altagracia. No sabe qué hacer salvo dejar que lágrimas se escapen. Un tierno sonido deja la vocecita del bebé frente a ella, y el corazón salta disparado ansioso.Jazmín se aleja de ella cuando estira la mano hacia Matías.Altagracia parpadea, las lágrimas saliendo de ellas. La expresión de confusión y desesperación aparece en Jazmín.—Lo l-lamento, yo —Altagracia se le quiebra la voz, volviendo a Matías. Se agarra de las manos cuando sus ojos se transforman en un anhelo desesperado—
Altagracia se adentra al carro, acomodando a Matías entre sus brazos con un Gilberto tan horrorizado que no sabe ni qué decir cuando tanto Azucena como Altagracia entran al vehículo.—¡Arranca! —Azucena le exige a un Gilberto apenas sabiendo lo qué ocurre a su alrededor. Pero lo hace. Acelera al instante—. No puedo creerlo —Azucena se gira hacia su hermana—. ¡Altagracia, explícamelo…!Pero Altagracia sólo tiene la atención en el bebé. En estos momentos puede admirarlo mejor qué antes, y cada rincón de él es perfecto. La gente puede decir que está loca, que no es verdad…pero ella no lo cree. Ella está totalmente segura del bebé que acurrucado empieza a bostezar en sus brazos.¿Cómo podría olvidar esos grandes ojos que vieron el mundo por primera vez cuando ella más lo necesitaba? ¿Cómo podría olvidar la única luz que la mantuvo de pie en esos oscuros días? Con sus nudillos acaricia la piel suave de la mejilla de Matías.Altagracia sonríe mientras la nostalgia, la emoción, la adrenalina
Vestida de novia, de pie en el altar y mirando hacia la salida de la iglesia, Altagracia finalmente se da cuenta que su futuro esposo no vendrá.Acaba de dejarla plantada en el altar.Su corazón late con fuerza y las lágrimas en sus ojos se van formando cuando, sin creerlo, sigue mirando la entrada de la iglesia y así creer que esto es una broma. Una completa broma de mal gusto.Tiene el ramo de flores blancas, tiene su velo, tiene su vestido hermoso, éste sería el día más feliz de su vida, lo creía ésta mañana cuando se levantó. Ahora aquí, con todas las personas mirándola y dándose cuenta de éste horror, Altagracia no puede ni siquiera respirar.Humillada. Completamente humillada. Su corazón se quiebra en mil pedazos cada vez que mira hacia la puerta. No hay nadie. No viene nadie. No entra a nadie.El hombre de sus sueños acaba de dejarla plantada frente a todo el mundo.Altagracia se traga el sollozo, parada frente a un centenar de personas que ya empiezan a verla con lástima. No.
—Aquí están los papeles, señor Montesinos. Los papeles de la hacienda “Los Reyes.” —en la corporación “Campo Del Valle”, un hombre en sus cincuentas le entrega las tan esperadas escrituras a su jefe.El magnate más poderoso de la región de Yucatán y uno de los hombres más millonarios de todo México está sentado en su puesto en la oficina de reuniones. Recibe el papel, mirando con desdén el nombre “Los Reyes.” Lo lanza al escritorio. Su mirada cambia a una calculadora, mirando hacia la ventana. Ojos gravemente fríos se quedan en el cielo de la ciudad de México, y mueve la mano.El hombre que está acostumbrado a tener el mundo a sus pies. Nunca objetado. Siempre teniendo razón sobre todas las cosas.—¿Todo está listo?—Todo, señor Montesinos. La firma es la elegible de la señorita Reyes. El documento especifica que le da a usted todos sus bienes y toda su herencia. No es falsificada como los abogados creyeron, no. Es la firma real de su…—el hombre se calla, relamiéndose los labios.—No
—Es increíble que hayas deshonrado así a nuestra familia. ¡Le diste todo a ese hombre! ¡Todo, Altagracia! ¡Gerardo Montesinos se apoderó y es dueño de todo lo nuestro por tu culpa!Altagracia abraza a su hijo con fuerza, oyendo las horribles palabras que suelta su abuelo contra ella. Ya ni puede recordar la última vez que escuchó algo tan horrible como esto. No puede imaginar lo que sucederá de ahora en adelante porque lo que sale de la boca de su abuelo le quita lo que queda de fuerzas.—¡No quiero verte más, Altagracia! No mereces llevar el apellido Reyes. ¡¿Cómo se te ocurre hacer algo así?! ¡¿Cómo?!—Basta, abuelo —Azucena se arrodilla para abrazar a su hermana—, ¿No estás viendo que tiene a un pequeño en sus brazos?—¡Eso es imposible! ¡Ésta niña jamás tuvo una barriga como para decir que estaba embarazada! —exclama el abuelo de Altagracia señalando con el dedo—, ¡Otra de sus mentiras!—Es verdad. Altagracia acaba de dar a luz a un niño. Estos embarazos son crípticos, la madre no