Alessandro miro por la ventanilla del avión privado que lo había trasladado de Colombia hacia México, ya habían aterrizado, pero los imbéciles que debían recogerlo estaban dos minutos retrasados.
Dejo escapar un suspiro, le molestaba que las cosas no se hicieran a su manera y por supuesto, a tiempo. Acomodo su codo izquierdo sobre el respaldo del sillón y se toco el labio con las yemas de sus dedos, aprovecho ese momento para pensar, por supuesto no en tonterías como divagar, sino mas bien en lo que debía hacer para completar su trabajo, aunque claro no le habían dado los detalles.
Para convencerlo de viajar unicamente utilizaron un método, uno que no podía fallar. Le hicieron una transferencia a un banco suizo de mas de dos millones de euros, eso basto para que quisiera tomar el trabajo y por lo poco que le habían dicho en aquel primer mensaje, se trataba de exterminar al líder de un grupo armado.
Mientras meditaba, vio una camioneta oscura aproximarse hacia el hangar, torció los labios insatisfecho por la poca cortesía que habían tenido al hacerlo esperar. Se levanto de su asiento y se puso unas gafas oscuras, tomo su maletín en el que llevaba todo lo necesario para trabajar.
Una vez listo, salio del avión con ayuda de la ayudante de vuelo, bajo las escaleras mientras los hombres que venían al interior de aquella camioneta salían a su encuentro. Alessandro solía vestir trajes hechos a la medida, todos elegantes y formales porque se encontraba trabajando, pero al ver a esos hombres se sintió un tanto incomodo, vestían jeans hecho de mezclilla oscura, con camisas y playeras comunes, algo dentro de si le advertía que debía vestir menos formal para ese trabajo, no solo por comodidad, sino también para cuidar sus trajes, aquello no había sido un problema en Colombia, pero realmente no sabia como era México, era su primera vez en el pais.
—¿Señor Benedetti?—cuestiono uno de ellos, era el mas grande y robusto de los tres hombres que habían ido a su encuentro.
Alessandro asintió, sin embargo, en sus labios se dibujo una ligera sonrisa, solían decirle que su apariencia no correspondía a su edad, aunque casi rondaba los treinta años. Ya le habían mencionado que tenía apariencia de tener unos veinte y esos comentarios aveces le hacían recordar viejas experiencias, como por ejemplo de lo que había hecho a esa edad. Se había introducido a la residencia de un mafioso ruso sin que nadie lo notara y había asesinado a la familia entera mientras dormían, dejando al mafioso vivo solo para darle un mensaje de aquel que se le oponía.
El pago por aquel trabajo le había alcanzado para poder comprar una casa en la bella toscana y es que vivir en ese lugar era un lujo que no todos se podían dar, sobretodo porque sus viejas y mohosas haciendas debían renovarse y esas reparaciones eran en excesos costosas.
—Pensé que nos encontraríamos con un viejo decrepito—se burlo el hombre mirando a sus compañeros quienes asintieron y mostraron los dientes para compartir el chiste, pero e él no le causo ninguna gracia.
—¿Se supone que eso es gracioso?—cuestiono Alessandro mirándolos con severa frialdad, aunque en su trabajo debían mostrarse inexpresivo, eso no quería decir que debía ser tolerante con los que se burlaban de su edad o su apariencia.
Sabia bien que su rostro juvenil le daba apariencia de tener menos edad, su piel era tersa y blanca igual que la de su madre, pero lo que alguna vez pensó que era un atributo, ahora le estaba representando una ligera molestia. En América del sur hacia bastante calor, por lo que su piel estaba resintiendo un poco ese cambio tan drástico, sin olvidar que al estar un par de minutos para los incandescentes rayos del sol, su piel comenzaba a tornarse roja.
Su cabello era de un tono negro azabache como el de su padre, pero debido a su trabajo no había podido ir con su peluquero habitual, un hombre de setenta años que había perdido la vista, pero ese hombre era el ejemplo de que los humanos podían adaptarse ante cualquier situación que la vida le pusiera en su camino. A pesar de no poder ver al cliente, sabia por la forma de su cabeza y la figura de su rostro, cual era el corte que debía llevar esa persona, pero para que aquel hombre te atendiera debías ser recomendado, porque él no cortaba el cabello de cualquiera.
Alessandro camino en medio de aquellos hombres, se dio cuenta que ni siquiera tenía caso esperar una respuesta coherente. Subió a la parte trasera de la camioneta y cerro la puerta con fuerza, demostrando con acciones, lo molesto que estaba, pero no eran mas que simples lacayos y en su carrera se había encontrado con miles de esos. Eran sirvientes de gente poderosa, que tenían poca utilidad y muchos usos inservibles.
Esos hombres notaron la evidente molestia del italiano, pero intuyeron que su arrogancia era en especifico, por el país del que venia, para ellos, los europeos eran unos amargados que poco podían saber sobre la cultura general mexicana, así que lo dejaron pasar por esa ocasión, ademas de que él era quien terminaría por acabar con esos mal nacidos que se habían atrevido a matar al hijo del jefe para avivar la llama del odio o al menos eso era lo que les habían prometido.
Los hombres entraron a la camioneta y partieron del lugar, al comienzo del trayecto todos percibieron un incomodo silencio, para los mexicanos ese silencio se debía al extranjero, a pesar de tener un bonito rostro, no les agradaba su actitud, pero para Alessandro, era todo lo contrario, era por causa de esos hombre que se sintio no solo incomodo sino irritado.
Ese silencio se mantuvo durante la mayor parte del trayecto. Alessandro tenía una ligera idea de lo que era México gracias a las noticias amarillistas que habían llegado a su país, sabia que Mexico era la cuna del narcotráfico y que muchos grupos organizados controlaban ciertas zonas del país, por supuesto las imágenes que le venían a la cabeza eran de caos y destrucción, pero lo que vio lo dejo perplejo.
La camioneta entro a un pueblo de apariencia rustica, por alguna razón las casas y locales tenían una apariencia similar, sus techos tenían tejas que parecían viejas, pero habia cierto toque mistico en el lugar, ademas de que todo estaba en calma, eso le sorprendió mas que nada.
Trato de mantener seriedad mientras observaba todo lo que podía, los locales, la gente, el parque, la iglesia y también lo que parecía ser un mercado al interperie que tenian para cubrirse del sol, mantas de diferentes colores. De todos los viajes que había realizado a diferentes partes del del planeta, era la primera vez que veía algo similar, aunque tal vez, su falta de asombro en sus diferentes trabajos había sido causa de su concentración. No solía prestar atención a su entorno a menos de que su trabajo lo requiriera.
La camioneta continuo avanzando hasta salir de ese pueblo, lo poco que había observado, le había causado cierta curiosidad, una cualidad extraña en él, pero intuyo que se debía al extraño humor que lo había estado aquejando algunos meses atrás. Su trabajo, el cual era su vida, se había vuelto en ciertos aspectos, monótono.
En cuatro años no habia encontrado rivales que le dieran emocion a su vida hasta tal punto que, sus viajes y su trabajo habia caido en una rutina molesta.
Viajaba, mataba, limpiaba y se iba a su siguiente trabajo si es que habia conseguido alguno y de no ser asi, volvia a Italia para retomar las reparaciones de su casa, la cual se habia ido agrandando con los años. Ese lugar en el que no le esperaba nadie se habia vuelto la unica cosa que merecia de toda su atencion, ademas de matar y por ello, su animo había decaído al punto de irritarse por cualquier cosa e incluso comenzaba a tener ciertos pensamientos depresivos.
No tenía familia, no tenía amigos y muchos menos tenía a alguien a quien deberle devoción, estaba solo.
Paso alrededor de una media hora cuando llegaron a su destino, se trataba de una hacienda que estaba bien resguardada. Mientras la camioneta avanzaba, él había notado al menos unos diez hombres armados en un sector, vigilaban llevando consigo armas de alto calibre, por supuesto, aquello era algo que había visto en muchos otros sitios, pero sonrió satisfecho de si mismo al reconocer sus habilidades, sabia que él podía entrar, incluso por la puerta principal sin ser notado, lo único que necesitaba era reconocer el terreno, pero no estaba ahi para eso.
Finalmente la camioneta se detuvo frente a la entrada de la casa, la fachada era roja, tenía tres arcos en donde se podían apreciar una gran puerta y dos ventanales. Sin duda, el sitio parecía tener su estilo rustico, pero decorada de forma elegante, por lo que felicito para su adentros al decorador que hizo milagros en ese sitio.
Al salir de la camioneta, noto a un hombre que rozaba quizás los cincuenta años o al menos eso fue lo que penso. Llevaba puesto un traje blanco, que combino con una camisa azul, aquello no le parecio de todo mal hasta que noto ciertos detalles como sus zapatos, eran cafes y para él, esos zapatos eran un gran error.
Aveces no le gustaba ser tan observador, pero eso era parte de los gajes del oficio, debía observarlo todo para poder sobrevivir.
—Señor Benedetti—expreso el hombre extendiéndole la mano, pero Alessandro no se atrevio a tomarla, no por ser mal educado, sino porque sus manos estaban sudando, no por nervios sino por ese maldito clima.
—Es un placer conocerlo, señor Calderon—expreso él forzando una sonrisa y dio un nuevo vistazo, detras de ese hombre, se encontraban tres hombres mas, estos mostraban sus armas de forma arrogante y con la mano puesta cerca del gatillo, dispuestos a matar si asi era necesario, pero a Alessandro no le preocupaba esas tonterias, él no tenia intenciones de matar a nadie ahi, a menos de que lo hicieran enfadar.
—¿Que le parece la región?—pregunto aquel hombre al que se le conocia como Don Fernando Calderón.
—Excepcional—admitió Alessandro con sinceridad, incluso en su mente estaba meditando la opción de visitar el pueblo que había visto.
—Es bello en verdad, pero pronto el pueblo que acaba de ver sera aniquilado—expuso el hombre dando media vuelta, expresando con sus movimientos para que Alessandro caminara a su lado.
—¿Esa es la razón de mi llegada?—cuestiono Alessandro un poco decepcionado, aquel pueblo parecía ser una maravilla arquitectónica y su destino era ser reducido a cenizas.
—No, su trabajo aquí es evitar que eso ocurra y por ello necesito que elimine a todos los obstáculos que amenazan la paz de mis tierras—manifestó dando un resumen de su planes para él, pero aunque aquel hombre tenía cierto aire relajado y confiado, había aprendido gracias a su padre, que los hombres así eran los peores, ya que estos escondían sus verdaderas intenciones entre sonrisas fingidas.
—Solo diga su nombre y para mañana, el trabajo estará hecho—prometió Alessandro, pero en ese instante Don Fernando se atrevió a tocarlo del hombro, como odiaba que la gente lo tocara.
—Ese es el problema, no quiero el trabajo para mañana, lo quiero esta noche—le indico con una sonrisa. Era extraño que le pidieran realizar el trabajo tan pronto cuando no sabia nada de como estaba la situación del lugar, ni tampoco quien era la persona que debía eliminar, necesitaba información.
—Dígame que debo saber, sobre esta persona, en donde puedo encontrarla o de preferencia su rutina diaria.
Don Fernando soltó una carcajada, había tenido sicarios a su servicio, pero ninguno de ellos se había mostrado tan servicial como el italiano.
—Sígueme, la comida esta a punto de ser servida, así que comamos antes de hablar de negocios. ¿Te parece?
Alessandro entro a la hacienda acompañado de Don fernando, aquel hombre parecían rondar ya los cincuenta años, tenía cabellos plateados decorando los costado de su cabeza y su rostro lucia unas cuantas arrugas al igual que una que otra verruga, pero aunque era fácil dejarse llevar por su edad, Alessandro dedujo que debía ser un hombre de temer.Al pasar del vestíbulo hacia un pasillo, se encontraron con un par de sirvientas que lucían un uniforme pulcro, pero largo, quizás para no llamar la atención de los hombres armados que resguardaban el lugar. Las jóvenes detuvieron su andar y caminaron un par de pasos de reversa para pegarse al muro y ahí, inclinaron la mirada, sin atreverse a ver a Don Fernando o a su invitado.Mientras caminaban, Alessandro miro de reojo todo a su alrededor, pinturas, retratos y demás decoraciones, no porque quisiera hacerlo, sino porque era mera rutina. Al entrar a un nuevo lugar, él analizaba con un vistazo una posible salida en caso de ser necesario escapar
—Muy bien—se levantó Don Fernando mostrando una sonrisa, complacido con la atención e interés del hombre que había contratado. Sus hombres más allegados le habían dicho que había cometido un terrible error al pagar tanto por el servicio de un hombre que no le garantizaba aniquilar a sus enemigos, pero Alessandro le había inspirado cierta confianza que decidió, por el bien de su organización, dejar todo en sus manos— le daremos todo lo que necesite, le hemos preparado una habitación para usted.—Oh, no es necesario—dijo Alessandro levantándose de su lugar y alzo la ceja izquierda un tanto confundido.—Por supuesto que sí, es mi invitado—expreso Don Fernando mostrándose atento.—No puedo quedarme aquí, es mejor una habitación de hotelDon Fernando frunció el ceño confundido, pero supuso que aquel italiano tenía su modo de hacer las cosas, así como él tenía su forma de hacer las suyas.—¿Puedo preguntar por qué prefiere hospedarse en un hotel que en mi residencia?—expreso ya no para pers
Alessandro entro al vestíbulo del hotel, y lo primero que vio fue una decoración basada en la artesanía de aquella comunidad, entre lo que se encontraba alrededor vio algunos jarrones con forma de piña, decoración que le pareció curiosa. Algo que también le llamo la atención fue el ver un muro decorado por guitarras, no entendió el porque un instrumento musical podía ser considerado ademas de lo que ya era, una decoración, por lo que su vista busco algo mas en que entreternerse un segundo y por ultimo vio fue algunos utensilios de cocina hechos en lo que parecía ser cobre. Su labio se encorvo en una ligera sonrisa, no entendía mucho de lo que veía, pero como decoración era algo que no veía todos los días, así que continuo caminando hasta llegar al escritorio de la recepción, ahí se encontraba una joven de piel morena que al parecer estaba haciéndose un intento de manicura. Llevaba puesto una blusa, que al igual que todo lo que estaba alrededor, parecía una artesanía, tenía muchos bor
Eran las diez en punto cuando Alessandro camino con naturalidad hacia uno de los guardias que custodiaban los alrededores del sitio. Vestía un elegante esmoquin para hacerse pasar por un invitado más, lo llevaba entre sus cosas porque siempre había una ocasión para usarlo, pero no creyó que debia usarlo en aquella ocasión.El guardia lo miro de arriba abajo y efectivamente supuso que se trataba de un invitado, pero no entendía que hacía por ese lugar, estaba muy lejos de la puerta, por lo que encorvo el ceño.—Disculpe—dijo Alessandro mostrándose algo nervioso ante el hombre, ya que llevaba un arma colgando de su hombro, por supuesto, estaba actuando, pero el guardia debia pensar que su nerviosismo era real—e-estoy un poco perdido. ¿Por dónde puedo entrar?—Siga esta calle y doble a la derecha—le indico el hombre, pero aunque todo parecía indicar que Alessandro era un invitado más, algo a su alrededor le dijo que él estaba mintiendo, quizás porque había llegado a pie—¿Cuál es su nombr
Alessandro se dirigió a los lavabos que tenían un diseño refinado, paso al lado del sujeto sin decir nada y comenzó a lavarse la manos, por supuesto, como excusa para poder quedarse en el sitio mientras su objetivo salía. Ya que no podía quedarse mucho tiempo sin levantarse sospechas, pensó en crear otra justificación para que el guardaespaldas no desconfiara de su presencia. Levanto la vista y miro de reojo, al darse cuenta de que el sujeto lo mirada, bajo la vista y al tomar una toalla que descansaba sobre una canasta rectangular se secó las manos, pero lo hizo lento mientras pensaba en lo que tenía que hacer para poder quedarse un poco más. Arrojó la toalla hacia un contenedor donde los organizadores de aquel evento habían dispuesto para las toallas de mano, porque, por ser un evento de tal distinción, no podían poner servilletas de papel. Casualmente, la toalla quedo mal puesta por lo que camino hacia el contenedor para meterla en su sitio y fue justo en ese momento que el obj
Alessandro abrió los ojos, se había quedado dormido. Había permanecido despierto toda la noche mientras los hombres iban y venían buscando indicios de su paradero, por suerte a nadie se le ocurrió revisar el pequeño lugar donde estaba, precisamente porque era demasiado pequeño y estrecho para que un adulto de su tamaño entrara sin ningún problema, pero precisamente, eran esos lugares los que él escogía para ocultarse porque la ingenuidad llevaba a sus enemigos a ir por caminos diferentes a él, así lograba despistarlos. Había dejado de escuchar ruido y voces, un par de horas atrás, pero no se quiso fiar de sus sentidos, sino de su experiencia para poder sobrevivir. Desde una pequeña abertura creada por el pasar del tiempo sobre la puerta, se podía ver que el sol ya había salido, por lo que pensó que ya era tiempo de irse de ahí y volver al hotel, necesitaba un baño, estaba lleno de polvo de pies a cabeza. Abrió lentamente, teniendo cuidado de no hacer ruido, salió despacio, arrastránd
—Come posso essere cosí stupido?—bramo Alessandro azotando la puerta cuando bajo del auto. Por suerte había logrado escabullirse, por supuesto debia hacerlo porque de lo contrario ese sería el colmo. Él era un aficionado a la velocidad, tenía un hermoso auto deportivo esperándolo en Italia y solía correrlo a entre los 120 km/hr.Escapar no le había costado mucho, a pesar de que el auto parecía tener ciertas fallas, las cuales por suerte él no debia reparar, pero mientras manejaba sintió lástima del dueño del auto, se transportaba en una bazofia de basura, pero probablemente le había hecho un favor al llevarse su auto.Alessandro estaba enfadado porque se había mostrado, es decir, sus enemigos ahora sabían de su presencia y eso significaba que había cometido un error uno muy grande. Él que se jactaba de ser uno de los mejores asesinos de Italia había cometido un error y eso no se lo podía perdonar, porque equivocarse una sola vez bastaba para comenzar a cometer error tras error y mient
Entre Mariana y Lucí, vigilaron por más de media hora al paciente armado, por suerte su ritmo cardiaco, así como su respiración estaba mejorando, pero eso era lo de menos, habían dejado de preocuparse por su estado de salud y se habían enfocado más en el arma. Intentaron seguir consultando a los pocos pacientes que aún esperaban ser atendidos, dos por gripe común y uno por una infección en el estómago. Cuando terminaron de consultar y voltearon el anuncio de cerrado por la hora del almuerzo, ambas espiaron al paciente, seguía durmiendo, pero ni la ambulancia y mucho menos el Doctor Hurtado aparecían para ayudarles a solucionar ese pequeño problema.—¿Cerramos la puerta con seguro y vamos a almorzar?—sugirió Lucí desde la puerta, la verdad es que ya tenía hambre, pero la angustia de saber que un hombre potencialmente peligroso estaba ahí, al lado de ellas, seguramente no le permitiría comer y disfrutar de sus alimentos a gusto.—No—murmuro Mariana—no sabemos como vaya a reaccionar, lo