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Capítulo 3: El aroma de su cabello

—Muy bien—se levantó Don Fernando mostrando una sonrisa, complacido con la atención e interés del hombre que había contratado. Sus hombres más allegados le habían dicho que había cometido un terrible error al pagar tanto por el servicio de un hombre que no le garantizaba aniquilar a sus enemigos, pero Alessandro le había inspirado cierta confianza que decidió, por el bien de su organización, dejar todo en sus manos— le daremos todo lo que necesite, le hemos preparado una habitación para usted.

—Oh, no es necesario—dijo Alessandro levantándose de su lugar y alzo la ceja izquierda un tanto confundido.

—Por supuesto que sí, es mi invitado—expreso Don Fernando mostrándose atento.

—No puedo quedarme aquí, es mejor una habitación de hotel

Don Fernando frunció el ceño confundido, pero supuso que aquel italiano tenía su modo de hacer las cosas, así como él tenía su forma de hacer las suyas.

—¿Puedo preguntar por qué prefiere hospedarse en un hotel que en mi residencia?—expreso ya no para persuadirlo, sino porque tenía curiosidad de saber como trabajaba un asesino a sueldo.

—Protocolo—dijo, aunque esas palabras no complacieron por completo la curiosidad de aquel hombre.

A pesar de que Alessandro trabaja solo y para si mismo, tenía ciertas normas a seguir para mantenerse con vida y por supuesto, para mantener la identidad del cliente a salvo. En caso de que alguien lo descubriera y se atreviera a seguirlo, no debía involucrar por ningún motivo alguna propiedad de ningún cliente y por ello, optaba por quedarse en hoteles, hostales e incluso moteles para cubrir sus huellas.

—De acuerdo, señor Benedetti, si cambia de opinión, las puertas de mi casa siempre estarán abiertas si lo necesita.

—Le estaré informando la evolución del caso—expreso Alessandro sin dar muchos detalles de lo que su cabeza ya estaba planeando.

Salió sin pedir más información, pensó que estaba perdiendo tiempo valioso escuchando a ese hombre, por lo que camino por los mismos pasillos por los que aquel hombre lo había conducido hasta su oficina y al volver al vestíbulo, descubrió que esos mal nacidos que lo habían llevado hasta esa hacienda, había bajado su equipaje y estaban curioseándolo, como si quieran abrirlo.

Torció los labios, harto de aquella insolencia, pero por suerte para ellos, tenía un asunto pendiente que lo obligaba a poner toda su atención en ello, así que una posible represalia, debia esperar.

Salió y cuando esos hombre notaron su presencia, sonrieron en un intento de hacerle una broma aquel hombre tan insufrible.

—Bajamos su equipaje y se cayó, no es nada—explico uno de ellos sonriendo.

—Nadie les dijo que lo bajaran, así que vuelvan a subirlo y llévenme al pueblo—dijo severamente, en esta ocasión no hizo ningún esfuerzo para ocultar su acento italiano, pero solo de esa forma, esos hombre se mostraron sumisos ante la autoridad de Alessandro.

Subió a la camioneta y bajo la ventanilla para tronar los dedos a los imbéciles que se habían quedado parados sin saber qué hacer. Era obvio que Alessandro no formaba parte del cartel, por lo tanto, no tenía ninguna autoridad sobre ellos, pero sabían que su jefe lo había llevado para hacer algo que ellos no habían logrado hacer desde que todo había comenzado.

Se miraron por un segundo y solo uno tuvo cabeza para hacer lo que Alessandro ordenaba, pero lo hizo de mala gana, porque no quería que alguien tan soberbio como él le diera órdenes. Los demás lo siguieron y una vez que subieron el equipaje de Alessandro, todos subieron a la camioneta y comenzaron a avanzar.

Alessandro medito lo que le había dicho a ese hombre, la posibilidad de que alguien más estuviera detrás de la efectividad con la que avanzaba ese cartel, no estaba seguro, de hecho había dicho eso de pronto, porque le había parecido adecuado decirlo, pero necesitaba información para tomar sus propias palabras en serio.

Alessandro observo el paisaje que se mostraba afuera mientras avanzaban, estaban muy cerca del pueblo, así que decidió que no podía permitir que alguien lo viera llegar en esa camioneta junto a esos hombres, debia pasar desapercibido.

—Deténganse—ordeno, pero el conductor no entendió por qué pedía tal cosa—déjenme aquí y váyanse.

El hombre se orilló de pronto y detuvo el auto en seco, incluso levanto el polvo al detenerse. Alessandro bajo de la camioneta y uno de esos hombres, al saber que ese hombre no era para nada tolerante, bajo su equipaje. Alessandro lo tomo y comenzó a caminar mientras los hombre de Don Fernando lo observaron alejarse.

—Esta loco ¿No?—menciono uno para no sentirse mal con su extraño comportamiento, era obvio que una persona común no se comportaba como él, pero lo que ellos no entendía era que él no era un hombre como otros, él era un asesino, pero uno aburrido, por lo que de algunos meses a la fecha, había hecho cosas fuera del código que su padre le había enseñado, había asesinado y revelado a la policía parte de sus crímenes por mero placer.

Camino arrastrando su equipaje hasta adentrarse al pueblo, esos momentos le dieron tiempo para reflexionar, había evitado pensar en lo que había pasado en Colombia respecto a ese asqueroso hombre, si bien merecía lo que le había ocurrido, la culpa moral no lo dejaba en paz, pero no era exactamente por la muerte de aquella joven, sino más bien por haber revelado la ubicación de su cliente, había fallado a su ética y eso era algo que no se podía perdonar.

Mientras se adentraba al pueblo, pensó en la posibilidad de que aquel fuese su último trabajo, desde el mismo instante en que había asesinado a su primera víctima se había prometido a sí mismo que nunca lo haría por algo personal, esa era la manera de mantener sus manos y su conciencia limpia, él no asesinaba, secuestraba o torturaba a esas personas como quisiera hacerlo, sino por trabajo, pero últimamente había comenzado a hacerlo personal, ya fuese por un insulto o porque se sintiera ofendido, aplicaba su propia justicia y sabia que eso estaba mal, al menos para alguien como él.

No entendía que estaba pasándole, pero sabia que estaba enojado, demasiado, quizás no con el mundo, pero le gustaba tomar represalias contra cualquiera y sabia que tarde o temprano habría consecuencias y por ello, estaba reflexionando con seriedad de que aquella actitud le ayudaría a cavar su propia tumba.

Alzo la mirada, de repente se encontró cerca del centro del aquel pueblo, no conocía las calles, pero las manzanas eran pequeñas como para poder ubicarse, así que pronto llego a la calle principal, por la que había transitado al llegar ahí. Miro cuanto pudo, pero lo hizo admirando las estructuras de las casas, tenían cierto toque misterioso y al mismo tiempo encantador que no había visto ni siquiera en Italia, ciertamente no era la gran maravilla, pero se preguntó como era vivir ahí, de cierta manera parecía ser un lugar tranquilo, aunque en lo profundo, realmente se estaba maquinando algo grande y que probablemente podría poner en peligro a los habitantes de aquel lugar, le causo cierto pesar, pero él no podía hacer nada por ellos.

Vio un curioso cartel de madera con la palabra «Hotel» tallada sobre su superficie, tenía cierto toque elegante, por lo que pensó que podría quedarse en ese lugar, después de todo ya no quería seguir cargando su equipaje y ya no tenía mucho tiempo, la luz del sol parecía irse de poco a poco. Así que camino por el parque para cortar camino, no había mucha gente por el sitio, pero al rodear el kiosco choco con una joven que no estaba prestando atención al camino, llevaba su teléfono en la mano y una pequeña mochila en la otra.

—Discúlpeme—le grito la joven sin detener su camino, pero cuando él volvió la mirada, alcanzo a ver ciertos detalles antes de que ella volviera la vista al frente. Sus ojos eran de un tono ámbar, era de baja estatura, pero supuso que él era demasiado alto, incluso aquel hombre robusto que había visto antes media más o menos su estatura, gracias a ese inesperado choque, noto que su complexión era delgada, pero lo que le hizo girar a verla, fue el aroma de su cabello, emanaba un aroma a frambuesa o quizás fresas, pero aquello le causo un choque cultura. 

Un aroma agradable en Europa era casi nulo por así decirlo, había estado en muchos países y por ello, podía admitir que al estar en un lugar público, el aroma corporal de la gente se mezclaba en el ambiente, claro ya estaba acostumbrado, pero era evidente que aquella chica no era europea, ellas no tenían interés en aplicar aroma al cabello, solo se preocupaban por el cuello, para oler más o menos bien, pero el dulce aroma de su perfume se perdía al salir a las calles olorosas.

La observo alejarse, por supuesto, no entendió por qué razón lo hizo, no era ciertamente una belleza italiana, ni mucho menos una francesa, pero si algo tenían en común esas mujeres eran los pechos, por alguna razón las chicas altas, no tenía nada y por ello era común el aumento de senos, pero a él no le gustaban, prefería lo natural.

Cuando la chica desapareció de su vista, volvió la mirada al frente y retomo su camino, aquello había sido un poco raro, pero supuso que después de todo, era un hombre y le gustaba admirar de vez en cuando la belleza de cualquier mujer en la calle, aunque era la primera vez que miraba a una mexicana.

Él no tenía un tipo de chica en específico, había tenido rubias, morenas, italianas, francesas y alguna que otra chica inglesa, pero debido a su trabajo todas y cada una de esas relaciones habían sido únicamente de una sola noche, ya que las relaciones afectivas en su trabajo, estaban totalmente prohibidas.

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