El clímax del destino

—¿Puedo tocarlo? —susurró de manera inocente y Alexander sintió que tendría un orgasmo en ese instante.

—Si quieres… —respondió, mojando sus labios, nervioso.

Rachel sonrió y asintió, un rubor cubría sus mejillas. Comenzó a acariciar con un dedo y fue agregando otro, yendo de arriba a abajo con movimientos suaves y lentos, algo curiosos y tímidos.

—Así… vas muy bien —murmuró él con voz ronca, rota por la excitación.

Cada caricia era un estímulo eléctrico que recorría todo el cuerpo de Alexander, llevándolo al borde de la locura.

Ella rodeó el falo por completo con toda la mano y Alexander gruñó de placer, conteniéndose un poco más para seguir disfrutando de sus caricias tímidas.

—¿Puedo… probarlo? —dijo Rachel titubeante, sintiendo sus mejillas arder.

Alexander se sorprendió de su petición y casi pierde el aliento al ver la determinación en su mirada de darle sex’o oral.

—Solo si quieres… —apenas podía hablar por la excitación del momento—. Oye, no tienes que…

—Sí quiero —respondió
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