Botín de guerra

Narrador

En la gran sala este de la mansión de la manada Lamento de Sangre, la reunión se llevaba a cabo.

Allí, en el centro, Belcekar, el rey alfa, discutía sobre los asuntos que apremiaban. Su hijo se había marchado ya hacia la celebración de la primera cena que inauguraba la temporada de eventos de la gran cacería.

La mansión de la manada real era de un tamaño magistral. Allí, vivían casi cien lobos con distintos rangos y utilidades. Los más poderosos tenían cuartos lujosos y una vida de millonarios. Los más débiles, eran esclavos que usaban para las tareas que nadie quería realizar. El lugar estaba repleto de tesoros de todas las conquistas que ganaron. No había una sola expedición que no hubieran ganado. La manada era sumamente poderosa.

Contaban con una fuerza de al menos treinta lobos de gran poder para pelear. Todos bajo el mando del gran hijo del alfa, Athius, que comandaba a los lobos de una manera excepcional, colmando de victorias a la manada.

Belcekar poseía cerca de trescientos años. Su reinado fue extenso, la manada Lamento de sangre poseía la corona y las riquezas gracias a su fuerza del pasado.

Ahora, su hijo ocupaba su lugar como líder en lo que respectaba a las cacerías, conquistas y batallas. Belcekar se encargaba de la política, de los asuntos monetarios y en escoger que territorios serían saqueados. Él beta, Dun, poseía una inteligencia prodigiosa y juntos trazaban planes que jamás fallaban.

—Fue inteligente enviar a Athius antes. —dijo el gran rey alfa. —Mi hijo debe aprender a formar vínculos con las otras manadas. Para ser un alfa respetable, deberá tratar no solo con la fuerza, debe aprender a hacer negocios.

Dun sonrió, bebiendo de su copa. Estaba pensando en su plan, logró trazar una estrategia que les brindaría muchos beneficios a futuro.

La luna de la manada, Kyra, besó en la mejilla a su esposo. También poseía cerca de doscientos años. Estaba lista para retirarse cuando llegara el momento, pero se quedaría en la mansión para vigilar a la nueva luna de su hijo. Athius no tenía compañera, los años transcurrían y seguía sin tenerla. No la encontraba y ese era un asunto preocupante.

Kyra siempre le decía a su hijo que no le dejaría el puesto de Luna a cualquiera. Debía ser una loba con un linaje impecable, con una buena apariencia, fuerza, habilidad y, sobre todo, que fuera aprobada por el consejo de las brujas. Las curanderas tenían un lugar importante en la manada. Kyra fue curandera antes de ser luna y valoraba mucho la opinión y habilidades de esas lobas que podían sanar y poseían grandes conocimientos. Una de las lobas curanderas, Mina, era joven y amiga de su hijo.

En secreto, Kyra deseaba que Mina fuera luna en la manada y la compañera de Athius. Esperaba con paciencia el momento en que su hijo se diera cuenta que era la compañera indicada.

—Quien sabe, podría hallar a su compañera este año. —murmuró Kyra, tomando asiento al lado de su esposo en el gran asiento del centro de la sala.

—Si la diosa luna te escucha. —Belcekar sonrió con malicia. —Hay otros asuntos a tratar.

Los otros se silenciaron apenas el rey alfa levantó su copa. Todos le tenían sumo respeto y temor. El baño de sangre que se derramaba cuando lo desafiaban era conocido por todo el mundo. Cuando esta manada te escogía como enemigo, solamente se podía esperar a la muerte o la esclavización. Poseían una mínima pizca de humanidad, Belcekar era casi puramente lobo y sus instintos asesinos eran lo que lo hacía un rey poderoso e implacable. Obedecían solo las leyes antiguas de los viejos lobos, respetaban las viejas tradiciones que los ancianos profesaban. Era lo único que los hacía no ser enteramente salvajes.

Belcekar le indicó a uno de los lobos exploradores que pasara al frente y le concedió la palabra.

—Las minas de oro. —dijo el explorador, haciendo una reverencia cortes al rey. —Hemos descubierto unas minas de oro sin explotar. Si logramos poseerlas, tendremos al menos cien veces más recursos.

—Lo que garantizará. —interrumpió el rey Belcekar. —La expansión del territorio de la manada. Tendremos más oro, más conquistas. Quiero que mi hijo herede un reino todavía más enorme. Mi Athius está listo para ser el nuevo alfa. Estoy viejo, quiero darle mi corona a mi primogénito con este último regalo.

—Athius es un guerrero formidable. Será un rey alfa excelente. —dijo uno de lobos que seguía en jerarquía, uno de los cazadores.

—¿El territorio es parte de alguna manada? —preguntó él Beta, que era quien trazaría el plan de conquista para adueñarse de las minas de oro lo antes posible.

—Sí. —respondió el explorador. —Está en las afueras del territorio de la manada Sombra de lobo.

El rey alfa sonrió. La manada sombra de lobo no era rival para ellos. Cuando ponía el ojo en algún territorio, pocos significaban un desafío.

—Ellos están inaugurando la gran cacería del clan de la sangre. No sería conveniente atacar ahora mismo. —Dun era cauteloso, los asuntos de relaciones públicas eran su fuerte. —Si los atacamos ahora, mancharíamos el evento con sangre, sería un insulto a nuestras tradiciones.

—Envié a mi hijo primero. Athius estará allí, se mostrará prudente y amable como le he enseñado. —El rey tomó la palabra, alzó la voz con firmeza. —Llegaré a un acuerdo con el alfa de Sombra de lobo, me darán las tierras sin oponerse. Y si el acuerdo llegara a romperse, destruiré hasta los cimientos su hogar cuando la gran cacería culmine. Al día siguiente. No romperé ninguna tradición.

La posibilidad de un acuerdo existía por la única razón de que la gran cacería era organizada este año por ellos. De lo contrario, ya serían todos esclavos y los que no, estarían muertos. El alfa Belcekar no se caracterizaba en absoluto por la piedad.

—Es prudente. Me alegra escuchar que les dará la oportunidad de un acuerdo. Ellos poseen varias cosas que son de nuestro interés. —el lobo que habló era Seth, uno de los lobos jóvenes, el hijo del beta y uno de los competidores de Athius en fortaleza. —Tienen mujeres muy hermosas que nos serán de utilidad, así como omegas para esclavos. Los que tenemos están siendo inútiles.

El rey alfa asintió.

—Si son sabios, aceptaran. Mañana mismo partiremos a unirnos al segundo evento de la gran cacería. Iremos a la velada a la luz de la luna, donde los jóvenes lobos encuentran a sus compañeros predestinados. —El rey alfa tomó la mano de su esposa, en señal de unión. —Brindemos, por un nuevo triunfo.

Alzó la copa, pensando en aquel oro. Ese oro sería el obsequio para su hijo, al que amaba y estaba orgulloso de cuan fuerte era. Era más fuerte de lo que él fue en su juventud.

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