42. La intensidad

Ha-na se encontraba completamente perdida en el beso. Había algo en la manera en que Heinz la sostenía, en cómo sus manos se movían con destreza por su cuerpo, que la hacía sentir que estaba exactamente donde debía estar. A pesar de que no había amor ni enamoramiento entre ellos, esos ósculos se habían convertido en una droga para ambos, una necesidad que no podían negar. El roce de sus labios era como una descarga eléctrica que recorría su cuerpo, haciendo que cada uno de sus músculos se tensara bajo las caricias de Heinz. Además, desde unos instantes había podido sentir la firmeza de Heinz contra su humanidad y, ahora, bajo sus glúteos. Esa parte se marcaba y sobresalía con dureza en su pantalón deportivo. Era indecente, impúdico y atrevido, pero eso no era algo que la limitara o la hiciera sentir vergüenza. De algún modo, vivir bajo el mismo techo y haberse dado tantos besos, había hecho que su pena desapareciera y que tuviera más confianza con él.

Los jadeos de ambos llenaban el e
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