El peso de esas palabras cayó sobre él con fuerza. ¿Cuánto tiempo más podría resistir esa situación? ¿Cuánto más podría soportar verla cada día sin que ella compartiera ni un mínimo de lo que él sentía? La idea de que, a pesar de todos esos besos, de todas esas veces en que la había tenido tan cerca, ella aún no lo viera de otra manera, lo llenaba de una sensación de vacío. No sabía cuánto más podría aguantarlo.Se inclinó un poco más y, con una ternura que no solía mostrar, le dio un beso en la frente. Un gesto simple, casi inocente, pero que para él significaba mucho más. Quería protegerla, cuidarla. No solo quería sus besos, quería ganarse su corazón, pero sabía que eso era algo que no podía forzarse.Con una última mirada, se enderezó y salió de la habitación en silencio. Caminó por el pasillo, sus pasos resonando levemente en la mansión vacía. Al llegar a su propia habitación, cerró la puerta tras de sí y se dejó caer sobre la cama, exhalando un suspiro pesado.Miró al techo, con
Erik era un hombre alto y corpulento, de cabello castaño claro y ojos verdes brillantes. Su sonrisa era cálida, de esas que fácilmente lograban ganar la confianza de las personas. Vestía un traje gris oscuro que complementaba su apariencia profesional, pero su actitud relajada y su tono jovial contrastaban con la seriedad de la oficina.—Sí. Es una casualidad encontrarnos aquí. Ha pasado mucho desde la universidad —dijo él, acercándose con confianza y extendiendo su mano hacia Ha-na.Ella, sonriendo, tomó su mano con naturalidad.—Tienes razón. Ha pasado bastante —respondió Ha-na con alegría.La sonrisa de Ha-na era amplia y brillante, algo que no había mostrado en mucho tiempo. Era como si el peso que llevaba encima se hubiera aligerado por unos momentos. Esa sonrisa, una que Heinz no había visto desde hacía semanas, iluminaba su rostro. Sus ojos marrones, cálidos y llenos de vida, reflejaban la sorpresa y alegría genuina de reencontrarse con alguien del pasado.Mientras ambos interc
Heinz observaba cómo Ha-na y Erik pasaban más tiempo juntos. No es que estuvieran solos todo el tiempo, pero la simple presencia de Erik lo incomodaba. Erik, con su sonrisa fácil y sus comentarios relajados, parecía capaz de hacer lo que él no podía: hacer que Ha-na se riera. Heinz había notado que ya no la hacía sonreír. Pensaba en esto cada vez que estaba solo en su oficina, mirando su pantalla sin prestar atención a lo que tenía frente a él. Se había vuelto distante, no porque quisiera, sino porque sentía que ya no podía competir con esa naturalidad que Erik tenía con ella.A veces, en la soledad de su despacho, Heinz se preguntaba qué había hecho mal. Recordaba el contrato de besos, cómo todo había comenzado como un acuerdo frío y calculador, y cómo, con el tiempo, había esperado que algo cambiara. Había querido que esos besos fueran más que un simple acuerdo. Y, durante un tiempo, había pensado que lo eran. Pero después de aquella noche en que Ha-na se emborrachó y le confesó que
Ha-na sabía que los empleados continuarían murmurando sobre esta visita por el resto del día. La llegada de los hermanos de Heinz no solo era un evento inusual, sino que también revelaba un lado de su jefe que la mayoría desconocía. Aunque Heinz siempre había sido reservado sobre su vida privada, este encuentro mostraba que había mucho más en su familia de lo que cualquiera podría haber imaginado.Cuando las puertas de la oficina de Heinz se cerraron tras los hermanos, los empleados finalmente comenzaron a retomar sus actividades, aunque las miradas furtivas y los comentarios aún flotaban en el aire. Nadie podía dejar de comentar lo increíblemente atractivos que eran los tres hermanos Dietrich. Era como si cada uno de ellos encarnara una versión idealizada del éxito, el poder y la belleza.Ha-na, mientras tanto, intentaba retomar su trabajo, aunque su mente seguía centrada en lo que acababa de presenciar. A pesar de todo el tiempo que había pasado con Heinz, seguía siendo un misterio
La fuerza del deseo era intensa. Heinz no apartaba su mirada de ella ni un segundo, incluso cuando se tomaba una breve pausa, sus ojos azules la observaban con intensidad, y en ellos podía ver algo que iba más allá de la atracción física; Había una especie de posesión silenciosa, una determinación que la hacía sentir vulnerable y deseada a la vez. No era solo una obligación por el contrato; este beso, como muchos otros, tenía algo de entrega, de confesión muda, de sentimientos que ninguno de los dos podía o quería expresar en palabras.Cuando Heinz bajó una de sus manos para tomar la suya y guiarla hacia su rostro, ella sintió la calidez de su piel y, sin pensarlo, lo acarició con suavidad, como si quisiera memorizar cada contorno, cada línea. Su pulgar rozó la mejilla de Heinz, que cerró los ojos un instante, dejándose llevar por la caricia, para luego regresar con un beso aún más profundo. La mano de Heinz, que hasta entonces había estado en su cintura, subió lentamente por su espal
En la mañana cada uno se alistó, desayunó y fueron a la empresa. Heinz salió de su oficina justo cuando el reloj marcaba la hora del almuerzo, y se dirigió a la salida del edificio con paso firme y el rostro imperturbable. Su plan era sencillo: salir, despejarse un poco y, con suerte, aliviar el peso de los pensamientos que lo habían acosado toda la mañana. Sin embargo, justo antes de alcanzar el pasillo que conducía al vestíbulo, algo captó su atención. Era Ha-na, sentada en una de las mesas del comedor, con una expresión relajada y animada en su rostro mientras reía, una vez más, con Erik.Heinz detuvo el paso y observó, sin ser visto, cómo el rostro de Ha-na se iluminaba de una forma que no le había mostrado en días. Esa sonrisa radiante, ese gesto de satisfacción, no eran para él. Desde hacía semanas no había recibido ni una mirada así, y el simple hecho de verla tan despreocupada, tan sonriente y cercana a Erik, le provocó una punzada de ira y resentimiento que recorrió su pecho.
Sin embargo, ¿era eso posible? ¿Podría renunciar a Ha-na, ahora que finalmente la tenía cerca? La sola idea de rendirse le parecía insoportable. Aunque sabía que seguir insistiendo lo hundiría aún más en la frustración y el dolor, algo en su interior se resistía a dejarla ir. Quizás era orgullo, quizás era un deseo irracional de no aceptar la derrota, o quizás… quizás realmente la amaba de una forma que nunca había sido capaz de admitir ni siquiera a sí mismo.Desvió la mirada hacia la enorme ventana de la sala, desde la cual podía ver la ciudad extendiéndose bajo el cielo gris de la mañana. La vista era impresionante, pero en ese momento solo parecía acentuar el vacío que sentía. Era como si toda su vida estuviera construida sobre una fachada perfecta y controlada, pero cuidando de cualquier verdadera conexión, de cualquier emoción genuina que pudiera darle sentido a todo lo que había logrado."¿Para qué sirve todo esto?". Se preguntó con amargura. Tenía éxito, tenía dinero, tenía po
Heinz observó el mensaje que acababa de enviar a Ha-na en su teléfono. “Me quedaré fuera esta noche. No me esperes.” La frialdad de sus propias palabras lo golpeó; reflejaban el desconcierto que lo consumía cada vez que pensaba en lo que Ha-na había dicho aquella noche, en medio de sus palabras ebrias y duras. Cada frase había sido como una herida; su odio y su desprecio parecían genuinos. Aunque había querido pensar que era solo el efecto del alcohol, cada sonrisa que ella le dedicaba a Erik le hacía dudar más. ¿Podría ser que, en realidad, ella aborrecía su cercanía? ¿Acaso no vio nada de valor en él? De verdad, a pesar de tantos besos, ella lo aborrecía a él, pero se mostraba tan feliz con un aparecido. No entendía a Ha-na, a las mujeres. Tensó la mandíbula con fuerza. Siempre había sereno y calmado. Son embargo su, a pesar de lo que habían vivido juntos, Ha-na seguía detestándolo y no había desarrollado ni el más mínimo sentimiento por él, no sabía qué hacer para lograrlo. Quizás,