48. Los hermanos

Heinz observaba cómo Ha-na y Erik pasaban más tiempo juntos. No es que estuvieran solos todo el tiempo, pero la simple presencia de Erik lo incomodaba. Erik, con su sonrisa fácil y sus comentarios relajados, parecía capaz de hacer lo que él no podía: hacer que Ha-na se riera. Heinz había notado que ya no la hacía sonreír. Pensaba en esto cada vez que estaba solo en su oficina, mirando su pantalla sin prestar atención a lo que tenía frente a él. Se había vuelto distante, no porque quisiera, sino porque sentía que ya no podía competir con esa naturalidad que Erik tenía con ella.

A veces, en la soledad de su despacho, Heinz se preguntaba qué había hecho mal. Recordaba el contrato de besos, cómo todo había comenzado como un acuerdo frío y calculador, y cómo, con el tiempo, había esperado que algo cambiara. Había querido que esos besos fueran más que un simple acuerdo. Y, durante un tiempo, había pensado que lo eran. Pero después de aquella noche en que Ha-na se emborrachó y le confesó que
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