Los labios de Ha-na apenas rozaron los de él, y en ese instante, sintió que su propio pulso se aceleraba, latiendo con una fuerza que casi la desconcertó. El beso era suave, apenas una caricia de sus labios sobre los de él, pero el gesto, aunque pequeño, llevaba consigo una carga de emociones que no podía entender. Al separarse, su mirada se mantuvo fija en él, como si esperara una respuesta que nunca llegaría, como si aquel beso pudiera de alguna forma liberar el peso que se acumulaba en su pecho. Pero Heinz continuó dormido, ajeno a su incertidumbre, ajeno al torbellino de emociones que ella intentaba mantener a raya.Ha-na lo miró durante unos segundos más, intentando descifrar los fragmentos de sus propios sentimientos. Se había dicho una y otra vez que no sentía nada por él, que su relación era solo una cuestión de conveniencia, una obligación creada por un contrato que nunca había buscado. Y, sin embargo, mientras lo observaba en aquel estado de vulnerabilidad, con su respiración
Heinz se despertó con una jaqueca palpitante y una sensación de desorientación que lo dejó inmóvil en la cama por un momento, mirando el techo en silencio. Su mente aún navegaba en un mar de imágenes borrosas de la noche anterior, de sus pensamientos revueltos y de la presencia de Ha-na en medio de ese estado de confusión y embriaguez. Con esfuerzo, se incorporó, notando algo diferente: su ropa era otra y su piel estaba limpia. Al pasar una mano por su cabello mojado, comprendió que, de alguna forma, ella había estado allí para cuidarlo. No entendía por qué lo había hecho, después de todo lo que había pasado entre ellos en los últimos días, ni siquiera tenía claro si le importaba realmente, pero el gesto le dejaba una sensación incómoda, como si algo que había intentado ignorar estaría ahora abriéndose paso en su interior.Se dirigió al baño con el rostro sombrío, apoyando las manos sobre el lavabo y contemplando su propio reflejo con una mezcla de cansancio y reproche. Recordaba las
Durante el transcurso de la jornada, ambos se mantuvieron estrictamente profesionales. En las reuniones, la presencia de Ha-na a su lado era tan natural como siempre, pero él se forzaba a no mirarla demasiado, a evitar cualquier gesto o mirada que pudiera revelar la confusión que se arremolinaba dentro de él. Ella, por su parte, parecía estar completamente concentrada en su trabajo, interactuando con los demás de forma cordial y eficiente, como si no hubiera sucedido nada entre ellos. Esa aparente indiferencia por parte de Ha-na le producía una sensación extraña, un nudo de molestia y desasosiego que no sabía cómo desatar. ¿Era todo esto tan simple para ella? ¿Tan sencillo como fingir que no había tensión, que no había pasado toda la noche cuidándolo? Esa serenidad con la que ella actuaba le hacía cuestionarse si realmente había significado algo el tiempo que llevaban juntos bajo el mismo techo.Cuando llegó la hora del almuerzo, Heinz decidió tomar un momento para despejar su mente. S
Ese “quise hacerlo", que había dicho sin vacilar, como si fuese la cosa más sencilla, como si simplemente estuviera actuando según sus propios deseos, sin preocuparse por sus reacciones, la hizo enojar.—Eso no está en el contrato. Entre nosotros solo hay besos —dijo ella con voz temblorosa. Ruborizada por el beso y por su enojo.El límite entre lo profesional y lo personal se estaba desmoronando a un ritmo que la asustaba. Los besos habían sido una cosa; eran parte de un contrato, una obligación casi mecánica que, con el tiempo, se había vuelto natural, pero hasta allí había permitido que llegaran. O al menos, eso era lo que quería creer.La mirada de Heinz, azul y seria, se transformó al escuchar sus palabras. Apretó la mandíbula, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que algo se rompía en su interior. Había asumido que había conquistado una parte de Ha-na, que esos besos habían logrado borrar la indiferencia que ella siempre mostraba hacia él. Pero el rechazo en sus palabras, su
La declaración de Ha-na era como un grito de su propia frustración y soledad, el eco de todas las veces en que él se había cerrado en su dureza y orgullo, sin permitirle ver si detrás de esa barrera existía algún rastro de vulnerabilidad o de afecto genuino. Al ver sus lágrimas, Heinz sintió que algo dentro de él se quebraba. Quería abrazarla, sostenerla y decirle que todo estaba bien, que él también sentía, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta, incapaz de expresar el torbellino de emociones que lo invadían.Ha-na se quedó mirándolo, perpleja por la dureza en sus palabras, y al mismo tiempo, una oleada de liberación se acumulaba en su pecho. Había tratado de mostrarle que Erik no era más que un amigo, alguien que, a diferencia de Heinz, nunca la había hecho sentirse atrapada ni obligada a cumplir un contrato extraño. Pero la expresión inflexible de Heinz, esa dureza y dolor reprimido en su mirada, dejaban en claro que sus palabras no lo alcanzarían. Al escucharlo ref
En su habitación, Ha-na se había recostado en la cama, con su cuerpo aún tembloroso por los sollozos que se escapaban a pesar de sus esfuerzos por reprimirlos. Al oír los pasos de Heinz alejarse, una sensación de vacío la invadió. Esa última conversación había sido una de las más dolorosas de su vida, y el cansancio emocional la envolvía por completa. La tristeza y la frustración se mezclaban con una profunda decepción. No podía entender cómo alguien que, en muchos momentos, le había demostrado su apoyo, podía al mismo tiempo ser tan hiriente y despectivo.A medida que repasaba las palabras de Heinz, cada frase resonaba en su mente con un dolor punzante. ¿Era realmente tan fácil para él juzgarla, menospreciarla y creer que prefería a otro? Sus pensamientos la hacían sentir atrapada en una especie de jaula emocional. Si bien estaba acostumbrada a mantener la compostura y la calma, sentía que esta situación había superado sus límites. Para ella, la dignidad y la fortaleza eran esenciale
Heinz optó por quedarse en su oficina durante el almuerzo, sin siquiera molestar en salir. Había ordenado que le trajeran un sándwich y café, pero el apetito era lo último en lo que pensaba. En su mente, cada intento de distraerse del conflicto se veía frustrado por el recuerdo constante de sus palabras. Cada documento, cada informe que revisaba, le parecía tan inútil y superficial comparado con la carga emocional que llevaba. La furia que había sentido la noche anterior aún burbujeaba bajo la superficie, pero ahora se mezclaba con una tristeza más profunda, un sentimiento de pérdida que no sabía cómo procesar.Durante la tarde, las interacciones entre ambos se limitarán a lo estrictamente profesional. Ha-na entraba a la oficina de Heinz cuando era necesario, dejando los documentos sobre su escritorio sin dirigirle una sola palabra ni levantar la vista. Su expresión era fría y profesional, pero cada vez que se daba la vuelta para salir, podía sentir su pulso acelerarse, como si esa at
Al llegar al penthouse, ambos tomaron caminos separados hacia sus habitaciones, sin cruzar una sola palabra. Ha-na se dirigió a su cuarto y cerró la puerta con cuidado, como si el simple acto de aislarse pudiera protegerla de sus propios pensamientos. Se sentó en la cama, soltando un suspiro profundo mientras sus dedos jugaban con la tela de su camisa. No podía evitar que los recuerdos de aquella noche regresaran una y otra vez, que las palabras de Heinz resonaran en su mente como una letanía interminable.Se recostó en la cama y miró al techo, sintiendo cómo el peso de aquella discusión seguía oprimiendo su pecho. Recordaba cómo él la había acusado de ser tonta por confiar en los hombres, cómo había insinuado que prefería a alguien más. Esa idea le producía una sensación de vacío en el estómago, un dolor profundo que no lograba entender completamente. Por más que intentaba convencerse de que no debería importarle lo que él pensara, la verdad era que sus palabras la habían herido de u