60. En los cuartos

La declaración de Ha-na era como un grito de su propia frustración y soledad, el eco de todas las veces en que él se había cerrado en su dureza y orgullo, sin permitirle ver si detrás de esa barrera existía algún rastro de vulnerabilidad o de afecto genuino. Al ver sus lágrimas, Heinz sintió que algo dentro de él se quebraba. Quería abrazarla, sostenerla y decirle que todo estaba bien, que él también sentía, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta, incapaz de expresar el torbellino de emociones que lo invadían.

Ha-na se quedó mirándolo, perpleja por la dureza en sus palabras, y al mismo tiempo, una oleada de liberación se acumulaba en su pecho. Había tratado de mostrarle que Erik no era más que un amigo, alguien que, a diferencia de Heinz, nunca la había hecho sentirse atrapada ni obligada a cumplir un contrato extraño. Pero la expresión inflexible de Heinz, esa dureza y dolor reprimido en su mirada, dejaban en claro que sus palabras no lo alcanzarían. Al escucharlo ref
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