56. Lo que siento
Los labios de Ha-na apenas rozaron los de él, y en ese instante, sintió que su propio pulso se aceleraba, latiendo con una fuerza que casi la desconcertó. El beso era suave, apenas una caricia de sus labios sobre los de él, pero el gesto, aunque pequeño, llevaba consigo una carga de emociones que no podía entender. Al separarse, su mirada se mantuvo fija en él, como si esperara una respuesta que nunca llegaría, como si aquel beso pudiera de alguna forma liberar el peso que se acumulaba en su pecho. Pero Heinz continuó dormido, ajeno a su incertidumbre, ajeno al torbellino de emociones que ella intentaba mantener a raya.

Ha-na lo miró durante unos segundos más, intentando descifrar los fragmentos de sus propios sentimientos. Se había dicho una y otra vez que no sentía nada por él, que su relación era solo una cuestión de conveniencia, una obligación creada por un contrato que nunca había buscado. Y, sin embargo, mientras lo observaba en aquel estado de vulnerabilidad, con su respiración
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