50. El deseo

La fuerza del deseo era intensa. Heinz no apartaba su mirada de ella ni un segundo, incluso cuando se tomaba una breve pausa, sus ojos azules la observaban con intensidad, y en ellos podía ver algo que iba más allá de la atracción física; Había una especie de posesión silenciosa, una determinación que la hacía sentir vulnerable y deseada a la vez. No era solo una obligación por el contrato; este beso, como muchos otros, tenía algo de entrega, de confesión muda, de sentimientos que ninguno de los dos podía o quería expresar en palabras.

Cuando Heinz bajó una de sus manos para tomar la suya y guiarla hacia su rostro, ella sintió la calidez de su piel y, sin pensarlo, lo acarició con suavidad, como si quisiera memorizar cada contorno, cada línea. Su pulgar rozó la mejilla de Heinz, que cerró los ojos un instante, dejándose llevar por la caricia, para luego regresar con un beso aún más profundo. La mano de Heinz, que hasta entonces había estado en su cintura, subió lentamente por su espal
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