CAPÍTULO 3

ALARIC

El rugido de los lobos resonaba en la distancia mientras la luna llena iluminaba el claro donde toda la manada se había congregado. 

Yo estaba en el centro, de pie sobre la plataforma de piedra que marcaba el lugar de las ceremonias importantes. A mi lado, Selene, con su cabello rojizo reflejando la luz como si fuera un eco de la luna misma, lucía una sonrisa de triunfo. Todo en su porte gritaba victoria, como si este momento le perteneciera desde siempre.

Mis manos temblaban a mis costados, pero las mantuve firmes. Es lo correcto. Esto es por la manada, repetí en mi mente como un mantra, pero no lograba acallar el zumbido de duda que retumbaba en mi pecho. 

—Ahora, por fin, la manada tendrá el heredero que necesita, mi niño —susurró Atenea, mi nana, al pasar junto a mí. 

Ella era como mi madre, al quedar huérfano se encargó de mi educación y de formarme como el Alfa de la manada Silver Moon, le debía mucho y sus consejos eran sabios. 

Sentí los ojos de todos sobre nosotros cuando tomé la mano de Selene, sus dedos fríos pero firmes, como si ella fuera la única completamente segura de lo que ocurría. Ella me miró a los ojos y sonrió con la confianza de quien ya ha ganado.

—Te amo, Alaric. —pronunció con seguridad. 

—Te amo, Selene. —dije con convicción, tratando de convencerme a mí mismo de las palabras que acababa de pronunciar. De pronto un dolor en el pecho se hizo presente, recuerdo de mi vida como Elena se reprodujeron como una película de cinco segundos. 

Pero entonces, el aire cambió. Un murmullo recorrió a la manada, y antes de que pudiera procesarlo, Milo irrumpió en el claro, su rostro pálido y su respiración agitada. Todos lo observaron mientras se abría paso hacia la plataforma.

—¡Alaric! —exclamó, su voz cortando el silencio como un cuchillo—. Elena... ella ha escapado. Los guardias no pudieron retenerla. La hemos perdido en el bosque.

El mundo pareció detenerse por un instante. Mi mandíbula se tensó, y la presión en mi pecho se convirtió en una mezcla de ira y algo que no quería admitir: alivio. 

Por un momento, pensé en ella, en su mirada rota y cómo yo mismo había sido el responsable de destruirla, pero ella era débil, sin siquiera poder darme un heredero o al menos tener un lobo interno. Su única característica especial, eran sus ojos blancos. 

Selene, a mi lado, se adelantó con una elegancia afilada como un cuchillo.

—Eso es inaceptable —dijo, su tono cortante y autoritario mientras miraba a Milo con desprecio—. Debemos actuar de inmediato. Si Elena ha escapado, significa que desafía tu autoridad, Alaric. Y si desafía tu autoridad, desafía a toda la manada.

Los murmullos no se hicieron esperar. 

—Mi familia tiene hombres leales que saben cómo manejar situaciones como esta —continuó—. Puedo enviar a mi guardia personal, alguien que no se detendrá ante nada. Elena debe ser castigada, Alaric, por el bien de tu liderazgo y el futuro de nuestra unión.

Milo levantó la mano, interrumpiendo antes de que Selene pudiera terminar.

—No podemos hacer eso, Alaric —dijo, mirándome directamente, como si pudiera ver a través de la muralla que intentaba levantar alrededor de mi corazón—. Elena merece... tiempo. No sabemos lo que realmente ocurrió. Déjame buscarla. Puedo traerla de vuelta, pero necesito que confíes en mí.

El peso de las palabras de ambos recaía sobre mí, pero Selene apretó mi brazo, inclinándose hacia mí con dulzura. 

—Ella te traicionó, Alaric. Huyó. Esa no es la actitud de una luna digna de ti ni de esta manada. Si permites que esto quede sin consecuencias, tu liderazgo se debilitará, y no puedes permitir eso.

El remordimiento se enroscó en mi pecho como un nudo, pero mi ira lo quemó. Era más fácil enfocar mi furia en Elena. Me giré hacia Milo, con mi voz cargada de un peso que ni siquiera yo reconocía.

—Encuéntrenla. Si se resiste... mátala.

Milo dio un paso atrás, sus ojos cargados de decepción. Yo desvié la mirada, incapaz de sostenerla. Selene sonrió de lado, satisfecha, y el rugido de los lobos resonó de nuevo en la noche.

—Es nuestra Luna. —expresó mi amigo. 

—Ella no es nada, yo la rechacé y ahora su nueva luna es Selene. —Tomé la mano de mi esposa y la levanté en alto. 

El coro de aullidos se hizo presente y mi amigo solo retrocedió. Miré a Selene y la furia fue sustituida por buenos recuerdos con Selene, mi primer amor, mi único amor. 

… 

Al llegar la noche, me preparé para mi noche de bodas con mi amada Selene, el momento para marcar y gobernar la manada. 

Pero algo no me dejaba tranquilo, fui en búsqueda de la botella de whisky y me serví un trago. 

—Mi niño —Atenea, ingresó al estudio—, un buen líder no puede permitirse titubear. Las decisiones más difíciles son las que moldean a los grandes alfas.

Suspiré y me dejé caer en la silla detrás de mi escritorio. La copa de whisky seguía en mi mano, pero el calor del líquido ya no me ofrecía consuelo.

—¿Eso crees, Atenea? ¿Que hice lo correcto? —pregunté, mi voz un murmullo cargado de duda.

Ella avanzó hacia mí, sus manos temblorosas sujetando un chal que envolvía su delgado cuerpo. 

—Lo sé, Alaric. Esto no fue un error tuyo, sino de la Luna. —Se detuvo junto a mí y colocó una mano en mi hombro, su tacto cálido como el sol en invierno—. Ella te dio una compañera débil, una que nunca podría haberte ofrecido lo que realmente necesitas para liderar.

—Elena no era débil —repuse con más firmeza de la que esperaba. Pero incluso mientras las palabras salían de mi boca, sabía que intentaba convencerme a mí mismo más que a Atenea.

—Elena no era lo suficientemente fuerte para este mundo, y lo sabes. Si no fuera por ella, tu lobo no estaría... —La suavidad de su tono no mitigó el filo de sus palabras, recordé como Kailan mi lobo interior fue herido por salvar a Elena—. Pero ahora tienes a Selene. Con ella lograrás lo que siempre has deseado: un heredero. Un futuro para tu manada. Tu legado continuará, y eso es lo que importa.

Me incliné hacia adelante, apoyando los codos en mis rodillas mientras su mirada se clavaba en mí. Era como si sus palabras se abrieran paso entre la maraña de emociones que se arremolinaban en mi interior.

—Un líder no puede permitirse dudar, Alaric. Tu manada te necesita enfocado, decidido. Elena quedó atrás, como debía ser. Ahora tienes una nueva compañera, una que está a tu altura.

Asentí lentamente, dejando que sus palabras se filtraran en mi mente. La imagen de Elena seguía acechándome, pero poco a poco se desdibujaba, eclipsada por la promesa de un futuro con Selene.

—Tienes razón, Atenea —admití finalmente, mi voz más firme esta vez—. Fue la mejor decisión para la manada. Para todos.

Ella sonrió, un gesto pequeño pero lleno de orgullo, y apretó mi hombro con más fuerza.

—Siempre supe que serías un gran alfa, Alaric. No permitas que la culpa te detenga. Lo que viene ahora es lo que realmente importa.

Era el momento de dejar el pasado atrás. Elena se había ido, y Selene era mi futuro. La Luna me había mostrado el camino, y no podía permitirme mirar hacia atrás.

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