ELENA
—Yo te rechazo como mi compañera…Elena…Elena…
Cuando volví a abrir los ojos, sentí algo extraño. La humedad y el olor a piedra húmeda habían desaparecido.
Ahora, en cambio, percibí un aroma distinto: a madera vieja y hierbas, mezclado con un leve aroma a incienso.
Me encontraba en una cama, mis manos aferradas a unas mantas suaves, y el aire alrededor era cálido, casi hogareño.
Lentamente, abrí los ojos por completo, mi visión aún borrosa pero lo suficientemente clara como para distinguir que no estaba en ninguna celda.
Las paredes eran de madera, no de piedra, y una ventana cercana dejaba entrar un rayo de luz. Todo en el lugar era desconocido, pero no amenazante.
Con esfuerzo, me incorporé un poco, mi cuerpo aún resentido. La puerta se abrió y vi una figura entrar, sus pasos suaves.
Era una mujer de cabello oscuro, con un rostro que irradiaba serenidad y fuerza.
—Veo que finalmente despertaste —dijo ella, su voz tranquila y profunda.
Mis ojos se entrecerraron, tratando de comprender. ¿Dónde estaba? ¿Quién era esta mujer?
—¿Dónde estoy? —pregunté, mi voz apenas un susurro quebrado.
Ella se acercó, ofreciéndome un vaso de agua. Lo tomé con manos temblorosas, bebiendo ansiosa mientras ella me observaba con una paciencia que me desarmaba.
—Estás en mi refugio. Te encontré cerca de la orilla, apenas consciente —explicó—. Mi nombre es Liana. No tienes que preocuparte; estás a salvo aquí, lejos del Alfa y de sus guardias.
Las palabras me sorprendieron, y una mezcla de alivio y sospecha se instaló en mi mente. ¿Podría confiar en ella? En ese momento, no tenía más opción.
—¿Dónde está Dante?
—Él está bien, pero sabes tú…
—¿Tú eres la mujer de los ojos blancos? —las palabras de Liana se vieron interrumpidas por la voz gruesa y potente de un hombre.
Mi vista estaba cada vez más borrosa pero podía notar que era un hombre alto y fuerte en la puerta, podía sentir una fuerte sensación de opresión.
—¿Quién eres? —pregunté.
El hombre se quedó en silencio. Me sentía observaba por este individuo y me hacía sentirme más pequeña y frágil de lo que era.
—¿Quiero saber quién eres, quiénes son tus padres? ¿Por qué te caíste por el acantilado?
El desconocido me llenaba de preguntas y solo causó que me doliera la cabeza.
—No puede responder a demasiadas preguntas ahora mismo, Alfa. Acaba de ser rechazada por su pareja.
¿Alfa? ¿En qué lugar me encontraba?
—¿Qué dijiste, Liana?
—Su alfa la rechazó y ordenó su muerte, ella logró escapar gracias a un beta.
—¿Quién sería capaz de mandar a matar a su propia Luna?
Incluso para otro alfa parecía una locura lo que Alaric había hecho con mi vida.
—¿Dónde está? —de pronto escuché la voz de Dante, mi salvador—. ¿Elena, estás bien? —preguntó Dante, mientras tocaba mi rostro.
Me sentí un poco extraña por su repentino gesto íntimo y torcí la cabeza.
—Estoy bien Dante. —me sentía aliviada de que él estuviera aquí.
—¿Es usted algún familiar de Elena? —preguntó Dante de pronto.
—Claro que no. —hablé—. ¿Por qué crees que ese desconocido tiene un vínculo de sangre conmigo?
—Porque…porque… él tiene los ojos…
De repente, una oleada de nerviosismo me rodeó, y apreté fuertemente la manta con la mano.
—Blancos. —habló el hombre—. Soy el Alfa Adriel de la manda Moon White. Una de las manadas más ancestrales de la tierra, nuestro rasgo físico único y especial, nuestros ojos blancos, que nos dan fortaleza, ojos tal como los tuyos.
Sentí el aire escapar de mis pulmones, ¿acaso había más lobos como yo?
—Pero… creí que la rareza de nuestros ojos era sinónimo de debilidad.
—Nunca —dijo con firmeza, sentí como el hombre se acercaba—. Tú también perteneces a esta manada y tus ojos no son reflejo de debilidad, sino todo lo contrario, son fuerza, justicia y pureza.
—Chica, tú tienes un linaje especial. —esta vez fue Liana quien habló.
¿Linaje especial? Nunca me consideré como una loba especial, y que mis ojos eran un castigo de la Luna, nunca que yo pertenecía a una manada ancestral.
De pronto sentí un fuerte dolor en mi estómago que me hizo caer de espaldas sobre la cama.
—Elena, ¿estás bien? —preguntó Dante preocupado.
—No… me duele mucho… no puedo. —sentía como algo dentro de mi, me partía por la mitad.
—Elena. —Dante parecía el más preocupado por mi salud.
—¿Liana qué le pasa?
Me retorcía entre la cama, el dolor era demasiado, si no hubiera muerto en manos de los guardias de la manada de Alaric, aquí iba a morir.
—¡Liana haz algo! —exigió Adriel.
Ardía en fiebre, el dolor dentro de mí me estaba desgarrando.
—No puedo hacer nada, es parte de su proceso.
¿Proceso? ¿De qué rayos hablaba Liana?
—Ella va a morir, tienen que hacer algo. —ambos hombres exigían a Liana, pero ella no se movía.
—Ella está embarazada.
ALARIC Varias semanas después…La luna llena bañaba el castillo con su pálida luz cuando Milo y yo cruzamos el gran salón, ambos cubiertos de polvo y con el eco de la batalla todavía resonando en nuestros cuerpos. A pesar de mi cansancio, algo me ardía dentro. Necesitaba hablar con alguien que no fuera mi propia mente traicionera.—Ven conmigo al estudio —le dije a Milo mientras subíamos las escaleras de piedra. Mi voz sonaba más grave de lo habitual, como si cargara el peso de un secreto demasiado grande.—¿Qué sucede, Alaric? —preguntó, frunciendo el ceño. Pese a su agotamiento, me seguía con la lealtad que siempre había demostrado—. Hoy estuviste... distraído. Es raro en ti, sobre todo en medio de una batalla.No respondí de inmediato. Abrí la puerta de mi estudio y lo dejé entrar antes de seguirlo. Cerré tras nosotros y me acerqué a la mesa, buscando consuelo en el whisky que había dejado allí días atrás.—He tenido sueños, Milo —confesé después de un largo trago, sintiendo cómo
Elena —¿Lo puedes sentir? —Puse la mano de Liana sobre mi vientre, ansiosa por compartir ese pequeño milagro. Llevaba solo dos meses de embarazo, y aunque mi visión estaba perdida por los efectos de mi embarazo, mi cachorro ya se movía con fuerza, llenándome de una mezcla de esperanza y temor.—Será un alfa muy fuerte. —La voz de Liana era un susurro lleno de ternura, pero también de certeza.Tragué saliva, sintiendo cómo mis inseguridades afloraban. —Tengo miedo, Liana —confesé, mi voz temblorosa—. No sé si mi cuerpo podrá soportarlo. Y si lo hace... ¿qué pasa si mi cachorro es como yo? Débil.Su mano se tensó sobre la mía. Aunque no podía verla, podía sentir la firmeza en su mirada. Liana siempre había sido la voz de mi fortaleza cuando yo no la encontraba en mí misma.—Escúchame bien, Elena. No vuelvas a llamarte débil —dijo, su tono decidido, casi severo—. No lo eres. Nunca lo has sido.—¿Cómo puedes decir eso? —Mi voz se quebró mientras las lágrimas amenazaban con caer—. No teng
AlaricEl aire del bosque era denso, cargado de humedad y del olor a tierra recién removida. Cada golpe resonaba como un trueno entre los árboles. Mis puños se estrellaban contra el tronco de un pino centenario, astillándolo hasta que se desplomó con un crujido ensordecedor. A pesar de mi furia, el vacío dentro de mí persistía, oscuro e insondable.Mis manos temblaban, y con un grito de rabia levanté una roca enorme y la lancé con todas mis fuerzas. Se estrelló contra un árbol cercano, partiéndolo en dos. Mi respiración era errática, mis músculos ardían, pero ninguna de esas sensaciones podía eclipsar la tormenta en mi interior.Finalmente, caí de rodillas, con las palmas contra el suelo húmedo. Sentí la tierra fría entre mis dedos, pero ni siquiera eso podía calmar el peso que aplastaba mi pecho.—Milo... —murmuré, mi voz apenas un susurro.Un crujido leve detrás de mí me hizo girar la cabeza. Atenea, mi nana, estaba ahí, como siempre, con su andar tranquilo y esa mirada sabia que pa
—Un nuevo enemigo, uno que desconocemos. —habló uno de los betas. Estaba sentada a un lado de mi tío Adriel, la figura más respetada de la manada, aunque mis aportes también habían empezado a ganarse su lugar en las discusiones. Liana, mi fiel amiga y lectora, había hecho un trabajo impecable en transmitirme cada detalle de los libros sobre tácticas de combate y sobre los antiguos linajes de lobos, incluidos los de ojos blancos como el mío. Ya que no podía leer por la pérdida de mi vista, ella me ayudó con paciencia a conocer más sobre mi linaje. —Debemos reorganizar las tropas en las fronteras este y oeste —dije, con una voz firme que me sorprendió incluso a mí. Mi tono no permitía objeciones—. Según los relatos históricos, atacar desde un flanco inesperado ha desestabilizado a manadas más grandes que la nuestra.Sentí como los betas intercambiaron miradas, algunos asintiendo en silencio. Después de la presentación como sobrina de Adriel y la hija de su hermana melliza, tomé un lu
El sonido del viento entre los árboles era como un tamborileo constante, una sinfonía que acompañaba el entrenamiento. Sentía cada hoja que crujía bajo los pies de Dante, cada movimiento de su respiración mientras él se acercaba con cautela. Mi ceguera, alguna vez una carga, ahora era mi ventaja. Con cada lección, había aprendido a usar mis otros sentidos, a percibir lo que mis ojos no podían mostrarme.—Vas a tener que moverte más rápido si quieres atraparme, Dante —dije, esbozando una sonrisa mientras giraba, esquivando su intento de atraparme por la espalda.Él soltó una carcajada.—Y tú vas a tener que dejar de presumir, Elena.El sonido de su voz me permitió anticipar el siguiente movimiento. Escuché cómo se inclinaba, el roce de su bota contra el suelo, y antes de que pudiera atacarme, lo derribé con un movimiento rápido, usando su propia fuerza en su contra.Cuando cayó al suelo, su sorpresa fue evidente.—¡Te dejé ganar! —exclamó, aunque la risa en su tono lo delataba.—Claro
La luna apenas asomaba entre las nubes cuando llegamos a los límites del territorio de la manada Moon White. Había algo en el aire que me hacía sentir incómodo, un peso invisible que presionaba mi pecho. Tal vez eran los recuerdos, o tal vez el cansancio de los pocos que quedábamos. Mi manada, una sombra de lo que una vez fue, estaba detrás de mí, agotada pero decidida. Habíamos perdido demasiado para no seguir adelante.Los lobos que patrullaban nos observaron con atención, sus ojos blancos brillando como faroles en la penumbra. Esa característica, única y desconcertante, me devolvió una ráfaga de imágenes que creí haber enterrado. Elena. Todo aquí me recordaba a ella. No importaba cuántos años hubieran pasado, no podía escapar de su presencia, ni siquiera en esta tierra desconocida.Nos hicieron esperar en un claro cercano. Los murmullos de los guerreros alrededor eran bajos, pero el sonido viajaba hasta mis oídos. Sentí sus miradas inquisitivas, evaluándonos, juzgándonos. No lo
ELENA—¿Estás segura de que quieres acompañarme, Elena? —preguntó mi tío por décima vez.Mis brazos rodeaban a Igor, su pequeño cuerpo cálido y tranquilo contra mi pecho mientras sus balbuceos llenaban el aire con una inocencia que parecía demasiado pura para este mundo. Acaricié sus manitas, dejando un beso en sus diminutos dedos antes de responder.—Estoy segura, tío. —Mi voz salió firme, sin titubeos—. Es necesario que esté allí.Adriel dio un fuerte suspiro. Él sabía que cuando tomaba una decisión, no podía convencerme tan fácil de hacer que desistiera. —Prepárate, saldremos en una hora.Cuando se marchó, me quedé en silencio por un momento, disfrutando de la paz que Igor me ofrecía sin saberlo. Pero esa tranquilidad no duró mucho. Sentí una presencia acercándose y levanté ligeramente la cabeza.—¿Estabas escuchando desde ahí, Dante? —pregunté, sin necesidad de girarme. Su olor ya era familiar para mi. —Sabes que no puedo evitarlo. Lo que hagas me importa.Sus palabras me arranc
ALARICEra su voz, eran sus ojos, pero físicamente no parecía mi exesposa, e incluso su fragancia era distinta, toda ella era distinta.Elena. Después de tanto tiempo, estaba de pie, diferente pero con esa presencia que siempre había llevado consigo. Pero algo era distinto. Había una determinación en su postura, una frialdad que no recordaba en la mujer que fue mi esposa. Sentí el suave agarre de Selene en mi brazo, y su perfume familiar me trajo de vuelta a la realidad.—¿Es ella? —preguntó, su voz baja pero cargada de curiosidad, incluso de una pizca de incomodidad.Asentí ligeramente, sin apartar los ojos de Elena. Antes de que pudiera decir algo más, uno de los ancianos de mi consejo intervino.—Alaric, necesitamos discutir esto en privado. Adriel y los suyos deben acompañarnos al salón principal.Antes de responder, Adriel se adelantó con su voz grave y firme.—Aceptamos. Pero mi sobrina, Elena, debe estar presente.¿Su sobrina? Eso podía ser real, quizá era una posibilidad pue