ALARIC
Varias semanas después…
La luna llena bañaba el castillo con su pálida luz cuando Milo y yo cruzamos el gran salón, ambos cubiertos de polvo y con el eco de la batalla todavía resonando en nuestros cuerpos.
A pesar de mi cansancio, algo me ardía dentro. Necesitaba hablar con alguien que no fuera mi propia mente traicionera.
—Ven conmigo al estudio —le dije a Milo mientras subíamos las escaleras de piedra. Mi voz sonaba más grave de lo habitual, como si cargara el peso de un secreto demasiado grande.
—¿Qué sucede, Alaric? —preguntó, frunciendo el ceño. Pese a su agotamiento, me seguía con la lealtad que siempre había demostrado—. Hoy estuviste... distraído. Es raro en ti, sobre todo en medio de una batalla.
No respondí de inmediato. Abrí la puerta de mi estudio y lo dejé entrar antes de seguirlo. Cerré tras nosotros y me acerqué a la mesa, buscando consuelo en el whisky que había dejado allí días atrás.
—He tenido sueños, Milo —confesé después de un largo trago, sintiendo cómo el licor quemaba mi garganta—. Sueños extraños. En ellos aparece... ella.
El silencio en la habitación se volvió pesado. Milo no necesitaba que dijera su nombre.
—¿Elena? —preguntó finalmente, su voz baja, como si temiera perturbar algo sagrado. Me giré hacia él y asentí.
—Sí, pero no solo ella. —Bajé la mirada hacia mi copa, incapaz de sostener su mirada por más tiempo—. Hay un bebé. Un niño... idéntico a mí.
Milo dio un paso hacia mí, cruzando los brazos con preocupación evidente en su rostro.
—Alaric, sabes que eso no es posible. Elena está muerta. Nadie sobrevive a una caída como esa, y menos alguien como ella.
Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago, aunque ya las había repetido cientos de veces en mi propia mente.
—Lo sé, Milo. Sé que no sobrevivió. —Mi voz sonaba áspera, como si cada palabra saliera arrastrándose de mi garganta—. Pero esos sueños... No son normales. Durante el día, apenas pienso en ella. Es como si se hubiera desvanecido de mi vida. Pero en mis sueños... sigue ahí. Tan real como si nunca se hubiera ido.
Milo se quedó en silencio por un momento, evaluándome con esa mirada aguda que siempre tenía cuando intentaba descifrar mis pensamientos. Finalmente, habló, con un tono más suave.
—Alaric, ella era tu luna, no Selene. Todos lo sabíamos, incluso tú. Quizás estos sueños son la forma en que tu subconsciente intenta recordarte eso.
Fruncí el ceño y apreté la copa con más fuerza.
—Eso no tiene sentido. Selene es mi compañera ahora. Es la que me dará un heredero. Elena está muerta. ¡Lo acepté hace mucho!
Milo negó con la cabeza, dando otro paso hacia mí.
—¿Lo aceptaste? Porque no lo parece. Esos sueños significan algo, Alaric. Tal vez sea hora de enfrentarlo. A veces, los lazos con nuestra verdadera luna no se rompen tan fácilmente, incluso si uno lo desea.
Me dejé caer en el sillón detrás del escritorio, dejando la copa a un lado con más fuerza de la necesaria.
—¿Y qué sugieres? —pregunté, mi tono más cansado que desafiante—. ¿Que me quede esperando a que un sueño me diga algo que ya sé? Elena está muerta. Nunca se encontró su cuerpo, pero sabemos lo que le ocurrió.
Milo me miró con una intensidad que me puso incómodo.
—¿Y si no? ¿Y si no murió, Alaric? Tal vez olvidaste más de lo que crees. Yo puedo ayudarte a recordar... a recordar quién era ella para ti.
Lo miré, mi mente luchando contra la tentación de sus palabras. Había una parte de mí que quería aferrarse a esa posibilidad, pero otra, más fría, me decía que no tenía sentido.
—Está bien —dije finalmente, mi voz apenas un murmullo—. Ayúdame a recordar, Milo. No puedo seguir con estos sueños sin saber qué significan.
Después de la platica con mi amigo, subí a mi habitación.
Al cruzar la puerta, Selene me recibió con una sonrisa suave, vestida con una túnica que dejaba entrever sus intenciones.
—Alaric, mi amor —dijo, acercándose para deslizar sus manos por mis hombros—. Has vuelto tarde. ¿Te quedaste hablando con Milo otra vez?
Asentí sin decir nada, dirigiéndome al rincón donde solía dejar mi capa. Selene lo tomó como una invitación para seguir hablando, su voz dulce como miel.
—Debo confesarte algo —comenzó, con un aire de tristeza cuidadosamente calculado—. Creo que Milo está actuando a tus espaldas.
Me detuve, volviendo la mirada hacia ella.
—¿Qué estás diciendo, Selene? —pregunté con el ceño fruncido.
Ella bajó la mirada, como si estuviera lidiando con un peso enorme.
—Mi amor, no quiero que pienses que estoy siendo desconfiada, pero Fermín, mi hombre de confianza, me ha informado que Milo sigue buscando a Elena. Aunque sabemos que está muerta, él insiste en desobedecer tus órdenes. ¿No lo ves? Esto no solo te traiciona a ti, sino también a nuestra unión.
—Fermín asegura que Elena está muerta —continuó—, pero tú... tú aún no me has defendido. Él no me acepta como su luna. ¿acaso dudas de mí?
—No dudo de ti —respondí. Me acerqué a ella y le tomé las manos—. Hablaré con Milo. Aseguraré que no haya malentendidos.
Selene inclinó la cabeza, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y satisfacción.
—Eso me alivia, mi amor. Quiero que confíes plenamente en mí. Todo lo que hago, lo hago por nosotros.
Se giró hacia una pequeña mesa, donde había preparado una bebida humeante en una copa de plata. Me la ofreció con su característico gesto afectuoso.
—Bebe esto. Te ayudará a relajarte. Luego puedo darte un masaje. Estás tenso, y no quiero que nada nos distancie.
Tomé la copa sin pensar demasiado, bebiendo mientras ella me guiaba hasta la cama. Selene se sentó detrás de mí, sus manos expertas encontrando los nudos en mis hombros.
—Te amo, Alaric —murmuró al oído, sus labios rozando mi piel.
—Yo también te amo —respondí automáticamente, aunque algo dentro de mí se resistía.
Su voz fue apagándose mientras el sueño me arrastraba. La última sensación que tuve fue el calor de sus manos y el eco de sus susurros.
Un golpe fuerte en la puerta me arrancó del sueño. Me levanté de inmediato, mi mente aún nublada mientras Selene se removía inquieta en la cama.
—¿Qué sucede? —gruñí mientras me acercaba a la puerta.
Uno de mis guardias estaba allí, su rostro pálido y su respiración agitada.
—Señor, tengo noticias urgentes —dijo con voz entrecortada.
—Habla —ordené, sintiendo que algo sombrío se cernía sobre nosotros.
—Es Milo. Lo encontramos esta mañana... muerto.
Elena —¿Lo puedes sentir? —Puse la mano de Liana sobre mi vientre, ansiosa por compartir ese pequeño milagro. Llevaba solo dos meses de embarazo, y aunque mi visión estaba perdida por los efectos de mi embarazo, mi cachorro ya se movía con fuerza, llenándome de una mezcla de esperanza y temor.—Será un alfa muy fuerte. —La voz de Liana era un susurro lleno de ternura, pero también de certeza.Tragué saliva, sintiendo cómo mis inseguridades afloraban. —Tengo miedo, Liana —confesé, mi voz temblorosa—. No sé si mi cuerpo podrá soportarlo. Y si lo hace... ¿qué pasa si mi cachorro es como yo? Débil.Su mano se tensó sobre la mía. Aunque no podía verla, podía sentir la firmeza en su mirada. Liana siempre había sido la voz de mi fortaleza cuando yo no la encontraba en mí misma.—Escúchame bien, Elena. No vuelvas a llamarte débil —dijo, su tono decidido, casi severo—. No lo eres. Nunca lo has sido.—¿Cómo puedes decir eso? —Mi voz se quebró mientras las lágrimas amenazaban con caer—. No teng
AlaricEl aire del bosque era denso, cargado de humedad y del olor a tierra recién removida. Cada golpe resonaba como un trueno entre los árboles. Mis puños se estrellaban contra el tronco de un pino centenario, astillándolo hasta que se desplomó con un crujido ensordecedor. A pesar de mi furia, el vacío dentro de mí persistía, oscuro e insondable.Mis manos temblaban, y con un grito de rabia levanté una roca enorme y la lancé con todas mis fuerzas. Se estrelló contra un árbol cercano, partiéndolo en dos. Mi respiración era errática, mis músculos ardían, pero ninguna de esas sensaciones podía eclipsar la tormenta en mi interior.Finalmente, caí de rodillas, con las palmas contra el suelo húmedo. Sentí la tierra fría entre mis dedos, pero ni siquiera eso podía calmar el peso que aplastaba mi pecho.—Milo... —murmuré, mi voz apenas un susurro.Un crujido leve detrás de mí me hizo girar la cabeza. Atenea, mi nana, estaba ahí, como siempre, con su andar tranquilo y esa mirada sabia que pa
—Un nuevo enemigo, uno que desconocemos. —habló uno de los betas. Estaba sentada a un lado de mi tío Adriel, la figura más respetada de la manada, aunque mis aportes también habían empezado a ganarse su lugar en las discusiones. Liana, mi fiel amiga y lectora, había hecho un trabajo impecable en transmitirme cada detalle de los libros sobre tácticas de combate y sobre los antiguos linajes de lobos, incluidos los de ojos blancos como el mío. Ya que no podía leer por la pérdida de mi vista, ella me ayudó con paciencia a conocer más sobre mi linaje. —Debemos reorganizar las tropas en las fronteras este y oeste —dije, con una voz firme que me sorprendió incluso a mí. Mi tono no permitía objeciones—. Según los relatos históricos, atacar desde un flanco inesperado ha desestabilizado a manadas más grandes que la nuestra.Sentí como los betas intercambiaron miradas, algunos asintiendo en silencio. Después de la presentación como sobrina de Adriel y la hija de su hermana melliza, tomé un lu
El sonido del viento entre los árboles era como un tamborileo constante, una sinfonía que acompañaba el entrenamiento. Sentía cada hoja que crujía bajo los pies de Dante, cada movimiento de su respiración mientras él se acercaba con cautela. Mi ceguera, alguna vez una carga, ahora era mi ventaja. Con cada lección, había aprendido a usar mis otros sentidos, a percibir lo que mis ojos no podían mostrarme.—Vas a tener que moverte más rápido si quieres atraparme, Dante —dije, esbozando una sonrisa mientras giraba, esquivando su intento de atraparme por la espalda.Él soltó una carcajada.—Y tú vas a tener que dejar de presumir, Elena.El sonido de su voz me permitió anticipar el siguiente movimiento. Escuché cómo se inclinaba, el roce de su bota contra el suelo, y antes de que pudiera atacarme, lo derribé con un movimiento rápido, usando su propia fuerza en su contra.Cuando cayó al suelo, su sorpresa fue evidente.—¡Te dejé ganar! —exclamó, aunque la risa en su tono lo delataba.—Claro
La luna apenas asomaba entre las nubes cuando llegamos a los límites del territorio de la manada Moon White. Había algo en el aire que me hacía sentir incómodo, un peso invisible que presionaba mi pecho. Tal vez eran los recuerdos, o tal vez el cansancio de los pocos que quedábamos. Mi manada, una sombra de lo que una vez fue, estaba detrás de mí, agotada pero decidida. Habíamos perdido demasiado para no seguir adelante.Los lobos que patrullaban nos observaron con atención, sus ojos blancos brillando como faroles en la penumbra. Esa característica, única y desconcertante, me devolvió una ráfaga de imágenes que creí haber enterrado. Elena. Todo aquí me recordaba a ella. No importaba cuántos años hubieran pasado, no podía escapar de su presencia, ni siquiera en esta tierra desconocida.Nos hicieron esperar en un claro cercano. Los murmullos de los guerreros alrededor eran bajos, pero el sonido viajaba hasta mis oídos. Sentí sus miradas inquisitivas, evaluándonos, juzgándonos. No lo
ELENA—¿Estás segura de que quieres acompañarme, Elena? —preguntó mi tío por décima vez.Mis brazos rodeaban a Igor, su pequeño cuerpo cálido y tranquilo contra mi pecho mientras sus balbuceos llenaban el aire con una inocencia que parecía demasiado pura para este mundo. Acaricié sus manitas, dejando un beso en sus diminutos dedos antes de responder.—Estoy segura, tío. —Mi voz salió firme, sin titubeos—. Es necesario que esté allí.Adriel dio un fuerte suspiro. Él sabía que cuando tomaba una decisión, no podía convencerme tan fácil de hacer que desistiera. —Prepárate, saldremos en una hora.Cuando se marchó, me quedé en silencio por un momento, disfrutando de la paz que Igor me ofrecía sin saberlo. Pero esa tranquilidad no duró mucho. Sentí una presencia acercándose y levanté ligeramente la cabeza.—¿Estabas escuchando desde ahí, Dante? —pregunté, sin necesidad de girarme. Su olor ya era familiar para mi. —Sabes que no puedo evitarlo. Lo que hagas me importa.Sus palabras me arranc
ALARICEra su voz, eran sus ojos, pero físicamente no parecía mi exesposa, e incluso su fragancia era distinta, toda ella era distinta.Elena. Después de tanto tiempo, estaba de pie, diferente pero con esa presencia que siempre había llevado consigo. Pero algo era distinto. Había una determinación en su postura, una frialdad que no recordaba en la mujer que fue mi esposa. Sentí el suave agarre de Selene en mi brazo, y su perfume familiar me trajo de vuelta a la realidad.—¿Es ella? —preguntó, su voz baja pero cargada de curiosidad, incluso de una pizca de incomodidad.Asentí ligeramente, sin apartar los ojos de Elena. Antes de que pudiera decir algo más, uno de los ancianos de mi consejo intervino.—Alaric, necesitamos discutir esto en privado. Adriel y los suyos deben acompañarnos al salón principal.Antes de responder, Adriel se adelantó con su voz grave y firme.—Aceptamos. Pero mi sobrina, Elena, debe estar presente.¿Su sobrina? Eso podía ser real, quizá era una posibilidad pue
Elena Levante mi rostro, cerré mis ojos y di un fuerte suspiro. Me encontraba en medio del bosque, muchas veces estuve en este sitio, cuando era la esposa de Alaric, tantas veces me cuestioné si me encontraba en el lugar correcto. Y ahora podía afirmarlo, este nunca fue mi hogar. Este bosque, pensé con melancolía, fue mi hogar una vez. Cada rincón guardaba recuerdos, algunos dulces, otros como puñales en el alma. Ahora, lo sentía como un lugar extraño, casi irreconocible.—¿Estás bien? —la voz de Dante rompió el silencio detrás de mí.Me giré y lo sentí acercarse, podía captar su preocupación.—Sí, estoy bien —respondí, aunque sabía que mi voz no sonaba del todo convincente. Bajé la vista hacia el suelo y añadí en un susurro—: Es solo este lugar... me trae nostalgia.Dante asintió, deteniéndose a unos pasos de mí.—Es difícil no sentir algo aquí, especialmente para ti. —Su tono era bajo, casi amable, pero siempre cargado de una intensidad que no podía ignorar—. Nunca pensé que la m