CAPÍTULO 6

ALARIC 

Varias semanas después…

La luna llena bañaba el castillo con su pálida luz cuando Milo y yo cruzamos el gran salón, ambos cubiertos de polvo y con el eco de la batalla todavía resonando en nuestros cuerpos. 

A pesar de mi cansancio, algo me ardía dentro. Necesitaba hablar con alguien que no fuera mi propia mente traicionera.

—Ven conmigo al estudio —le dije a Milo mientras subíamos las escaleras de piedra. Mi voz sonaba más grave de lo habitual, como si cargara el peso de un secreto demasiado grande.

—¿Qué sucede, Alaric? —preguntó, frunciendo el ceño. Pese a su agotamiento, me seguía con la lealtad que siempre había demostrado—. Hoy estuviste... distraído. Es raro en ti, sobre todo en medio de una batalla.

No respondí de inmediato. Abrí la puerta de mi estudio y lo dejé entrar antes de seguirlo. Cerré tras nosotros y me acerqué a la mesa, buscando consuelo en el whisky que había dejado allí días atrás.

—He tenido sueños, Milo —confesé después de un largo trago, sintiendo cómo el licor quemaba mi garganta—. Sueños extraños. En ellos aparece... ella.

El silencio en la habitación se volvió pesado. Milo no necesitaba que dijera su nombre.

—¿Elena? —preguntó finalmente, su voz baja, como si temiera perturbar algo sagrado. Me giré hacia él y asentí.

—Sí, pero no solo ella. —Bajé la mirada hacia mi copa, incapaz de sostener su mirada por más tiempo—. Hay un bebé. Un niño... idéntico a mí.

Milo dio un paso hacia mí, cruzando los brazos con preocupación evidente en su rostro.

—Alaric, sabes que eso no es posible. Elena está muerta. Nadie sobrevive a una caída como esa, y menos alguien como ella.

Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago, aunque ya las había repetido cientos de veces en mi propia mente.

—Lo sé, Milo. Sé que no sobrevivió. —Mi voz sonaba áspera, como si cada palabra saliera arrastrándose de mi garganta—. Pero esos sueños... No son normales. Durante el día, apenas pienso en ella. Es como si se hubiera desvanecido de mi vida. Pero en mis sueños... sigue ahí. Tan real como si nunca se hubiera ido.

Milo se quedó en silencio por un momento, evaluándome con esa mirada aguda que siempre tenía cuando intentaba descifrar mis pensamientos. Finalmente, habló, con un tono más suave.

—Alaric, ella era tu luna, no Selene. Todos lo sabíamos, incluso tú. Quizás estos sueños son la forma en que tu subconsciente intenta recordarte eso.

Fruncí el ceño y apreté la copa con más fuerza.

—Eso no tiene sentido. Selene es mi compañera ahora. Es la que me dará un heredero. Elena está muerta. ¡Lo acepté hace mucho!

Milo negó con la cabeza, dando otro paso hacia mí.

—¿Lo aceptaste? Porque no lo parece. Esos sueños significan algo, Alaric. Tal vez sea hora de enfrentarlo. A veces, los lazos con nuestra verdadera luna no se rompen tan fácilmente, incluso si uno lo desea.

Me dejé caer en el sillón detrás del escritorio, dejando la copa a un lado con más fuerza de la necesaria.

—¿Y qué sugieres? —pregunté, mi tono más cansado que desafiante—. ¿Que me quede esperando a que un sueño me diga algo que ya sé? Elena está muerta. Nunca se encontró su cuerpo, pero sabemos lo que le ocurrió.

Milo me miró con una intensidad que me puso incómodo.

—¿Y si no? ¿Y si no murió, Alaric? Tal vez olvidaste más de lo que crees. Yo puedo ayudarte a recordar... a recordar quién era ella para ti.

Lo miré, mi mente luchando contra la tentación de sus palabras. Había una parte de mí que quería aferrarse a esa posibilidad, pero otra, más fría, me decía que no tenía sentido.

—Está bien —dije finalmente, mi voz apenas un murmullo—. Ayúdame a recordar, Milo. No puedo seguir con estos sueños sin saber qué significan.

Después de la platica con mi amigo, subí a mi habitación. 

Al cruzar la puerta, Selene me recibió con una sonrisa suave, vestida con una túnica que dejaba entrever sus intenciones.

—Alaric, mi amor —dijo, acercándose para deslizar sus manos por mis hombros—. Has vuelto tarde. ¿Te quedaste hablando con Milo otra vez?

Asentí sin decir nada, dirigiéndome al rincón donde solía dejar mi capa. Selene lo tomó como una invitación para seguir hablando, su voz dulce como miel.

—Debo confesarte algo —comenzó, con un aire de tristeza cuidadosamente calculado—. Creo que Milo está actuando a tus espaldas.

Me detuve, volviendo la mirada hacia ella.

—¿Qué estás diciendo, Selene? —pregunté con el ceño fruncido.

Ella bajó la mirada, como si estuviera lidiando con un peso enorme.

—Mi amor, no quiero que pienses que estoy siendo desconfiada, pero Fermín, mi hombre de confianza, me ha informado que Milo sigue buscando a Elena. Aunque sabemos que está muerta, él insiste en desobedecer tus órdenes. ¿No lo ves? Esto no solo te traiciona a ti, sino también a nuestra unión.

—Fermín asegura que Elena está muerta —continuó—, pero tú... tú aún no me has defendido. Él no me acepta como su luna. ¿acaso dudas de mí?

—No dudo de ti —respondí. Me acerqué a ella y le tomé las manos—. Hablaré con Milo. Aseguraré que no haya malentendidos.

Selene inclinó la cabeza, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y satisfacción.

—Eso me alivia, mi amor. Quiero que confíes plenamente en mí. Todo lo que hago, lo hago por nosotros.

Se giró hacia una pequeña mesa, donde había preparado una bebida humeante en una copa de plata. Me la ofreció con su característico gesto afectuoso.

—Bebe esto. Te ayudará a relajarte. Luego puedo darte un masaje. Estás tenso, y no quiero que nada nos distancie.

Tomé la copa sin pensar demasiado, bebiendo mientras ella me guiaba hasta la cama. Selene se sentó detrás de mí, sus manos expertas encontrando los nudos en mis hombros.

—Te amo, Alaric —murmuró al oído, sus labios rozando mi piel.

—Yo también te amo —respondí automáticamente, aunque algo dentro de mí se resistía.

Su voz fue apagándose mientras el sueño me arrastraba. La última sensación que tuve fue el calor de sus manos y el eco de sus susurros.

Un golpe fuerte en la puerta me arrancó del sueño. Me levanté de inmediato, mi mente aún nublada mientras Selene se removía inquieta en la cama.

—¿Qué sucede? —gruñí mientras me acercaba a la puerta.

Uno de mis guardias estaba allí, su rostro pálido y su respiración agitada.

—Señor, tengo noticias urgentes —dijo con voz entrecortada.

—Habla —ordené, sintiendo que algo sombrío se cernía sobre nosotros.

—Es Milo. Lo encontramos esta mañana... muerto.

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