CAPÍTULO 8

Alaric

El aire del bosque era denso, cargado de humedad y del olor a tierra recién removida. Cada golpe resonaba como un trueno entre los árboles. Mis puños se estrellaban contra el tronco de un pino centenario, astillándolo hasta que se desplomó con un crujido ensordecedor. A pesar de mi furia, el vacío dentro de mí persistía, oscuro e insondable.

Mis manos temblaban, y con un grito de rabia levanté una roca enorme y la lancé con todas mis fuerzas. Se estrelló contra un árbol cercano, partiéndolo en dos. Mi respiración era errática, mis músculos ardían, pero ninguna de esas sensaciones podía eclipsar la tormenta en mi interior.

Finalmente, caí de rodillas, con las palmas contra el suelo húmedo. Sentí la tierra fría entre mis dedos, pero ni siquiera eso podía calmar el peso que aplastaba mi pecho.

—Milo... —murmuré, mi voz apenas un susurro.

Un crujido leve detrás de mí me hizo girar la cabeza. Atenea, mi nana, estaba ahí, como siempre, con su andar tranquilo y esa mirada sabia que pa
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