CAPÍTULO 4

SELENE

Cada paso era un acto de fe. La oscuridad cubría el bosque como una manta de pesadilla, y mis ojos, cada vez más ciegos, apenas captaban las sombras de los árboles que nos rodeaban.

 Dante iba delante de mí, su respiración entrecortada y su mano firme, sosteniéndome para evitar que cayera otra vez. Sabía que nos perseguían; los ecos de los pasos y las voces de los guardias resonaban más cerca con cada segundo.

—No tenemos mucho tiempo, Elena —susurró Dante, su voz cargada de urgencia mientras seguíamos avanzando, los pies hundiéndose en la tierra húmeda y resbaladiza.

—¿Cuánto más falta? —pregunté, aunque mi garganta apenas me dejó emitir el sonido. La caída de mi visión y el esfuerzo de la huida me estaban desgastando.

Finalmente, nos detuvimos. Sentí el aire despejarse de repente, y el terreno bajo nuestros pies terminó abruptamente. Dante se quedó inmóvil a mi lado y, aunque no podía ver con claridad, sentí el cambio en su respiración; había algo adelante, algo que nos bloqueaba el paso.

—Es un acantilado —dijo en voz baja, sus palabras llenas de resignación.

Sentí mi corazón latir con más fuerza al escuchar eso. Miré a mi alrededor, sin poder ver, pero sintiendo la enormidad de aquel precipicio frente a nosotros. 

Los guardias nos alcanzaban, el sonido de sus pasos era inconfundible. 

—¡Deténganse! —habló uno de ellos

—No den un pasó más o nos lanzaremos. —advirtió Dante

—Si se lanzan morirán, y si se quedan también morirán, no tienen otro destino. 

—Alaric, no permitirá que me hagan daño. —exclamé. 

—Fueron sus órdenes, matarla sin consideración. 

Eso no podía ser cierto, Alaric quien días antes me decía que me amaba, había ordenado mi muerte. Sentí casi desmayarme. 

Dante se volvió hacia mí, con una calma repentina que me aterrorizó y me reconfortó a la vez.

—No tenemos opción, Elena. Si nos atrapan, no habrá otra oportunidad.

Mi mente vaciló, pero mis pies no. 

—Pero…

—Vive y recuerda que me debes un favor.

Apenas tuve tiempo de responder cuando Dante me tomó de la mano y, sin más, saltamos juntos hacia la oscuridad.

Todo se convirtió en un remolino de viento y vacío. La caída fue un golpe contra el aire, un abismo que parecía no tener final. Los gritos se apagaron, el mundo se fundió en sombras, y de pronto, nada.

… 

Desperté con el sonido del agua salada rompiendo suavemente contra las rocas. No podía moverme bien, cada músculo dolía como si hubiera sido desgarrado y reconstruido de nuevo. 

Apenas respiraba, con los labios resecos y los ojos entrecerrados. Sentí que alguien tiraba de mí, arrastrándome con firmeza por la orilla, y el terror se apoderó de mi pecho.

¿Otra vez no…? Pensé que me habían atrapado de nuevo, y este sería mi final, mi muerte a la que mi Alfa me condenó. 

—No… —murmuré en un susurro apenas audible, tratando de resistirme, aunque mi cuerpo se negaba a responderme.

Pero pronto perdí la conciencia de nuevo, incapaz de oponerme a lo que creía inevitable.

(...)

ALARIC

Milo irrumpió en la habitación sin anunciarse, su rostro sombrío y su respiración pesada. 

Su sola presencia era un recordatorio incómodo de todo lo que había dejado atrás.

—Alaric —dijo, su voz tensa, pero contenida—. Han vuelto los guardias.

No me giré de inmediato. Bebí un sorbo largo antes de responder.

—¿Y?

Milo dio un paso más hacia el centro de la habitación, clavando su mirada en mi espalda como si pudiera perforar mi indiferencia.

—Elena y el beta que estaba en el calabozo... se lanzaron. No hay indicios de que hayan sobrevivido.

Solté un largo suspiro y dejé la copa sobre la mesa con un golpe seco. Finalmente me volví hacia él, mis ojos encontrando los suyos.

—Es lo mejor, Milo. Elena nunca tuvo un lugar real en este mundo. Era indefensa, frágil... —Hice un gesto con la mano, como si estuviera desechando un pensamiento irrelevante—. Su futuro no era más que un espejismo.

Milo entrecerró los ojos, dando un paso hacia mí. Su furia apenas contenida era palpable, como un trueno antes de la tormenta.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —espetó, su voz cargada de incredulidad—. Hace solo unos días me dijiste que estar junto a Elena te hacía sentir vivo. ¿Y ahora... esto?

Le sostuve la mirada, dejando que el silencio se extendiera entre nosotros como una barrera infranqueable. Finalmente, hablé, cada palabra calculada para sonar tan fría como me sentía.

—Todo cambió, Milo. Selene es mi futuro. Mi único amor. Elena fue un error. Un desliz que nunca debió ocurrir.

La mandíbula de Milo se tensó, y por un instante pensé que iba a cruzar la distancia entre nosotros y golpearme. Parte de mí lo deseaba. Quizás merecía sentir algo, aunque fuera dolor físico.

—No te reconozco, Alaric. Tú no eres así. No puedes simplemente borrar lo que fue Elena. Ella era... —Se detuvo, su voz quebrándose antes de recomponerse—. Era tu compañera. Kailan tu lobo no puede pensar lo mismo. 

—Era una compañera —lo corregí, mi tono afilado como una hoja—. Ahora tengo a Selene. Con ella puedo darle a la manada lo que necesita. Un heredero fuerte. Alguien que pueda liderar. Kailan esta herido y nuestra mente son solo una, él también va a aceptar a Selene. 

Milo negó con la cabeza, retrocediendo un paso como si mi frialdad lo hubiera golpeado.

—No estás liderando, Alaric. Estás destruyendo. Te estás destruyendo, Elena es tú única luna. 

—¿Qué pasa aquí? —interrumpió Selene. Lucía un traje de noche color plateado que la hacía ver hermosa, ella era mi luna. 

—No sucede nada Selene. —expresó Milo. 

—Soy tu luna haora Milo, respeta la decisión de tu Alfa. 

Milo, hizo una reverencia y caminó a la puerta de salida. 

—Haz que los guardias se concentren en proteger el territorio. Si Elena y ese beta están muertos, no hay nada más que decir.

Milo no respondió. Cerró la puerta detrás de él, dejándome solo con el silencio y el eco de mis propias palabras. Tomé la copa de nuevo y la apreté entre mis dedos hasta que casi se rompió. 

Este había sido el fin de Elena. 

De pronto sentí un fuerte dolor de cabeza hizo que cayera al suelo, algo en mí no estaba bien. 

—¡Amor! —Selene se acercó. Me ayudó a levantarme. 

—Solo es un dolor de cabeza. —hablé. 

Ella se acercó y me extendió una vaso con la bebida especial del Alfa. 

—Toma, cariño. Esto va a quitarte el dolor. Le rogué a Nana por la receta.

Tome de un trago y me lancé a la cama a la espera que el dolor de cabeza, terminara. Selene se acostó a mi lado y acarició mi pecho. 

—Estoy aquí contigo mi querido Alfa, a la única mujer que quieres, que amas y quien reinará contigo. 

—Así es… susurré, cerrando mis ojos. 

—Duerme mi alfa, descansa tu Luna está contigo. 

—Te amo…El…Selene. 

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