ELENA
Cada paso era un acto de fe. La oscuridad cubría el bosque como una manta de pesadilla, y mis ojos, cada vez más ciegos, apenas captaban las sombras de los árboles que nos rodeaban.
Dante iba delante de mí, su respiración entrecortada y su mano firme, sosteniéndome para evitar que cayera otra vez. Sabía que nos perseguían; los ecos de los pasos y las voces de los guardias resonaban más cerca con cada segundo.
—No tenemos mucho tiempo, Elena —susurró Dante, su voz cargada de urgencia mientras seguíamos avanzando, los pies hundiéndose en la tierra húmeda y resbaladiza.
—¿Cuánto más falta? —pregunté, aunque mi garganta apenas me dejó emitir el sonido. La caída de mi visión y el esfuerzo de la huida me estaban desgastando.
Finalmente, nos detuvimos. Sentí el aire despejarse de repente, y el terreno bajo nuestros pies terminó abruptamente. Dante se quedó inmóvil a mi lado y, aunque no podía ver con claridad, sentí el cambio en su respiración; había algo adelante, algo que nos bloqueaba el paso.
—Es un acantilado —dijo en voz baja, sus palabras llenas de resignación.
Sentí mi corazón latir con más fuerza al escuchar eso. Miré a mi alrededor, sin poder ver, pero sintiendo la enormidad de aquel precipicio frente a nosotros.
Los guardias nos alcanzaban, el sonido de sus pasos era inconfundible.
—¡Deténganse! —habló uno de ellos
—No den un pasó más o nos lanzaremos. —advirtió Dante
—Si se lanzan morirán, y si se quedan también morirán, no tienen otro destino.
—Alaric, no permitirá que me hagan daño. —exclamé.
—Fueron sus órdenes, matarla sin consideración.
Eso no podía ser cierto, Alaric quien días antes me decía que me amaba, había ordenado mi muerte. Sentí casi desmayarme.
Dante se volvió hacia mí, con una calma repentina que me aterrorizó y me reconfortó a la vez.
—No tenemos opción, Elena. Si nos atrapan, no habrá otra oportunidad.
Mi mente vaciló, pero mis pies no.
—Pero…
—Vive y recuerda que me debes un favor.
Apenas tuve tiempo de responder cuando Dante me tomó de la mano y, sin más, saltamos juntos hacia la oscuridad.
Todo se convirtió en un remolino de viento y vacío. La caída fue un golpe contra el aire, un abismo que parecía no tener final. Los gritos se apagaron, el mundo se fundió en sombras, y de pronto, nada.
…
Desperté con el sonido del agua salada rompiendo suavemente contra las rocas. No podía moverme bien, cada músculo dolía como si hubiera sido desgarrado y reconstruido de nuevo.
Apenas respiraba, con los labios resecos y los ojos entrecerrados. Sentí que alguien tiraba de mí, arrastrándome con firmeza por la orilla, y el terror se apoderó de mi pecho.
¿Otra vez no…? Pensé que me habían atrapado de nuevo, y este sería mi final, mi muerte a la que mi Alfa me condenó.
—No… —murmuré en un susurro apenas audible, tratando de resistirme, aunque mi cuerpo se negaba a responderme.
Pero pronto perdí la conciencia de nuevo, incapaz de oponerme a lo que creía inevitable.
(...)
ALARIC
Milo irrumpió en la habitación sin anunciarse, su rostro sombrío y su respiración pesada.
Su sola presencia era un recordatorio incómodo de todo lo que había dejado atrás.
—Alaric —dijo, su voz tensa, pero contenida—. Han vuelto los guardias.
No me giré de inmediato. Bebí un sorbo largo antes de responder.
—¿Y?
Milo dio un paso más hacia el centro de la habitación, clavando su mirada en mi espalda como si pudiera perforar mi indiferencia.
—Elena y el beta que estaba en el calabozo... se lanzaron. No hay indicios de que hayan sobrevivido.
Solté un largo suspiro y dejé la copa sobre la mesa con un golpe seco. Finalmente me volví hacia él, mis ojos encontrando los suyos.
—Es lo mejor, Milo. Elena nunca tuvo un lugar real en este mundo. Era indefensa, frágil... —Hice un gesto con la mano, como si estuviera desechando un pensamiento irrelevante—. Su futuro no era más que un espejismo.
Milo entrecerró los ojos, dando un paso hacia mí. Su furia apenas contenida era palpable, como un trueno antes de la tormenta.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —espetó, su voz cargada de incredulidad—. Hace solo unos días me dijiste que estar junto a Elena te hacía sentir vivo. ¿Y ahora... esto?
Le sostuve la mirada, dejando que el silencio se extendiera entre nosotros como una barrera infranqueable. Finalmente, hablé, cada palabra calculada para sonar tan fría como me sentía.
—Todo cambió, Milo. Selene es mi futuro. Mi único amor. Elena fue un error. Un desliz que nunca debió ocurrir.
La mandíbula de Milo se tensó, y por un instante pensé que iba a cruzar la distancia entre nosotros y golpearme. Parte de mí lo deseaba. Quizás merecía sentir algo, aunque fuera dolor físico.
—No te reconozco, Alaric. Tú no eres así. No puedes simplemente borrar lo que fue Elena. Ella era... —Se detuvo, su voz quebrándose antes de recomponerse—. Era tu compañera. Kailan tu lobo no puede pensar lo mismo.
—Era una compañera —lo corregí, mi tono afilado como una hoja—. Ahora tengo a Selene. Con ella puedo darle a la manada lo que necesita. Un heredero fuerte. Alguien que pueda liderar. Kailan esta herido y nuestra mente son solo una, él también va a aceptar a Selene.
Milo negó con la cabeza, retrocediendo un paso como si mi frialdad lo hubiera golpeado.
—No estás liderando, Alaric. Estás destruyendo. Te estás destruyendo, Elena es tú única luna.
—¿Qué pasa aquí? —interrumpió Selene. Lucía un traje de noche color plateado que la hacía ver hermosa, ella era mi luna.
—No sucede nada Selene. —expresó Milo.
—Soy tu luna haora Milo, respeta la decisión de tu Alfa.
Milo, hizo una reverencia y caminó a la puerta de salida.
—Haz que los guardias se concentren en proteger el territorio. Si Elena y ese beta están muertos, no hay nada más que decir.
Milo no respondió. Cerró la puerta detrás de él, dejándome solo con el silencio y el eco de mis propias palabras. Tomé la copa de nuevo y la apreté entre mis dedos hasta que casi se rompió.
Este había sido el fin de Elena.
De pronto sentí un fuerte dolor de cabeza hizo que cayera al suelo, algo en mí no estaba bien.
—¡Amor! —Selene se acercó. Me ayudó a levantarme.
—Solo es un dolor de cabeza. —hablé.
Ella se acercó y me extendió un vaso con la bebida especial del Alfa.
—Toma, cariño. Esto va a quitarte el dolor. Le rogué a Nana por la receta.
Tome de un trago y me lancé a la cama a la espera que el dolor de cabeza, terminara. Selene se acostó a mi lado y acarició mi pecho.
—Estoy aquí contigo, mi querido Alfa, a la única mujer que quieres, que amas y quien reinará contigo.
—Así es… susurré, cerrando mis ojos.
—Duerme mi alfa, descansa tu Luna está contigo.
—Te amo…El…Selene.
ELENA —Yo te rechazo como mi compañera…Elena…Elena…Cuando volví a abrir los ojos, sentí algo extraño. La humedad y el olor a piedra húmeda habían desaparecido. Ahora, en cambio, percibí un aroma distinto: a madera vieja y hierbas, mezclado con un leve aroma a incienso. Me encontraba en una cama, mis manos aferradas a unas mantas suaves, y el aire alrededor era cálido, casi hogareño.Lentamente, abrí los ojos por completo, mi visión aún borrosa pero lo suficientemente clara como para distinguir que no estaba en ninguna celda. Las paredes eran de madera, no de piedra, y una ventana cercana dejaba entrar un rayo de luz. Todo en el lugar era desconocido, pero no amenazante.Con esfuerzo, me incorporé un poco, mi cuerpo aún resentido. La puerta se abrió y vi una figura entrar, sus pasos suaves. Era una mujer de cabello oscuro, con un rostro que irradiaba serenidad y fuerza.—Veo que finalmente despertaste —dijo ella, su voz tranquila y profunda.Mis ojos se entrecerraron, tratando de
ALARIC Varias semanas después…La luna llena bañaba el castillo con su pálida luz cuando Milo y yo cruzamos el gran salón, ambos cubiertos de polvo y con el eco de la batalla todavía resonando en nuestros cuerpos. A pesar de mi cansancio, algo me ardía dentro. Necesitaba hablar con alguien que no fuera mi propia mente traicionera.—Ven conmigo al estudio —le dije a Milo mientras subíamos las escaleras de piedra. Mi voz sonaba más grave de lo habitual, como si cargara el peso de un secreto demasiado grande.—¿Qué sucede, Alaric? —preguntó, frunciendo el ceño. Pese a su agotamiento, me seguía con la lealtad que siempre había demostrado—. Hoy estuviste... distraído. Es raro en ti, sobre todo en medio de una batalla.No respondí de inmediato. Abrí la puerta de mi estudio y lo dejé entrar antes de seguirlo. Cerré tras nosotros y me acerqué a la mesa, buscando consuelo en el whisky que había dejado allí días atrás.—He tenido sueños, Milo —confesé después de un largo trago, sintiendo cómo
Elena —¿Lo puedes sentir? —Puse la mano de Liana sobre mi vientre, ansiosa por compartir ese pequeño milagro. Llevaba solo dos meses de embarazo, y aunque mi visión estaba perdida por los efectos de mi embarazo, mi cachorro ya se movía con fuerza, llenándome de una mezcla de esperanza y temor.—Será un alfa muy fuerte. —La voz de Liana era un susurro lleno de ternura, pero también de certeza.Tragué saliva, sintiendo cómo mis inseguridades afloraban. —Tengo miedo, Liana —confesé, mi voz temblorosa—. No sé si mi cuerpo podrá soportarlo. Y si lo hace... ¿qué pasa si mi cachorro es como yo? Débil.Su mano se tensó sobre la mía. Aunque no podía verla, podía sentir la firmeza en su mirada. Liana siempre había sido la voz de mi fortaleza cuando yo no la encontraba en mí misma.—Escúchame bien, Elena. No vuelvas a llamarte débil —dijo, su tono decidido, casi severo—. No lo eres. Nunca lo has sido.—¿Cómo puedes decir eso? —Mi voz se quebró mientras las lágrimas amenazaban con caer—. No teng
AlaricEl aire del bosque era denso, cargado de humedad y del olor a tierra recién removida. Cada golpe resonaba como un trueno entre los árboles. Mis puños se estrellaban contra el tronco de un pino centenario, astillándolo hasta que se desplomó con un crujido ensordecedor. A pesar de mi furia, el vacío dentro de mí persistía, oscuro e insondable.Mis manos temblaban, y con un grito de rabia levanté una roca enorme y la lancé con todas mis fuerzas. Se estrelló contra un árbol cercano, partiéndolo en dos. Mi respiración era errática, mis músculos ardían, pero ninguna de esas sensaciones podía eclipsar la tormenta en mi interior.Finalmente, caí de rodillas, con las palmas contra el suelo húmedo. Sentí la tierra fría entre mis dedos, pero ni siquiera eso podía calmar el peso que aplastaba mi pecho.—Milo... —murmuré, mi voz apenas un susurro.Un crujido leve detrás de mí me hizo girar la cabeza. Atenea, mi nana, estaba ahí, como siempre, con su andar tranquilo y esa mirada sabia que pa
—Un nuevo enemigo, uno que desconocemos. —habló uno de los betas. Estaba sentada a un lado de mi tío Adriel, la figura más respetada de la manada, aunque mis aportes también habían empezado a ganarse su lugar en las discusiones. Liana, mi fiel amiga y lectora, había hecho un trabajo impecable en transmitirme cada detalle de los libros sobre tácticas de combate y sobre los antiguos linajes de lobos, incluidos los de ojos blancos como el mío. Ya que no podía leer por la pérdida de mi vista, ella me ayudó con paciencia a conocer más sobre mi linaje. —Debemos reorganizar las tropas en las fronteras este y oeste —dije, con una voz firme que me sorprendió incluso a mí. Mi tono no permitía objeciones—. Según los relatos históricos, atacar desde un flanco inesperado ha desestabilizado a manadas más grandes que la nuestra.Sentí como los betas intercambiaron miradas, algunos asintiendo en silencio. Después de la presentación como sobrina de Adriel y la hija de su hermana melliza, tomé un lu
El sonido del viento entre los árboles era como un tamborileo constante, una sinfonía que acompañaba el entrenamiento. Sentía cada hoja que crujía bajo los pies de Dante, cada movimiento de su respiración mientras él se acercaba con cautela. Mi ceguera, alguna vez una carga, ahora era mi ventaja. Con cada lección, había aprendido a usar mis otros sentidos, a percibir lo que mis ojos no podían mostrarme.—Vas a tener que moverte más rápido si quieres atraparme, Dante —dije, esbozando una sonrisa mientras giraba, esquivando su intento de atraparme por la espalda.Él soltó una carcajada.—Y tú vas a tener que dejar de presumir, Elena.El sonido de su voz me permitió anticipar el siguiente movimiento. Escuché cómo se inclinaba, el roce de su bota contra el suelo, y antes de que pudiera atacarme, lo derribé con un movimiento rápido, usando su propia fuerza en su contra.Cuando cayó al suelo, su sorpresa fue evidente.—¡Te dejé ganar! —exclamó, aunque la risa en su tono lo delataba.—Claro
La luna apenas asomaba entre las nubes cuando llegamos a los límites del territorio de la manada Moon White. Había algo en el aire que me hacía sentir incómodo, un peso invisible que presionaba mi pecho. Tal vez eran los recuerdos, o tal vez el cansancio de los pocos que quedábamos. Mi manada, una sombra de lo que una vez fue, estaba detrás de mí, agotada pero decidida. Habíamos perdido demasiado para no seguir adelante.Los lobos que patrullaban nos observaron con atención, sus ojos blancos brillando como faroles en la penumbra. Esa característica, única y desconcertante, me devolvió una ráfaga de imágenes que creí haber enterrado. Elena. Todo aquí me recordaba a ella. No importaba cuántos años hubieran pasado, no podía escapar de su presencia, ni siquiera en esta tierra desconocida.Nos hicieron esperar en un claro cercano. Los murmullos de los guerreros alrededor eran bajos, pero el sonido viajaba hasta mis oídos. Sentí sus miradas inquisitivas, evaluándonos, juzgándonos. No lo
ELENA—¿Estás segura de que quieres acompañarme, Elena? —preguntó mi tío por décima vez.Mis brazos rodeaban a Igor, su pequeño cuerpo cálido y tranquilo contra mi pecho mientras sus balbuceos llenaban el aire con una inocencia que parecía demasiado pura para este mundo. Acaricié sus manitas, dejando un beso en sus diminutos dedos antes de responder.—Estoy segura, tío. —Mi voz salió firme, sin titubeos—. Es necesario que esté allí.Adriel dio un fuerte suspiro. Él sabía que cuando tomaba una decisión, no podía convencerme tan fácil de hacer que desistiera. —Prepárate, saldremos en una hora.Cuando se marchó, me quedé en silencio por un momento, disfrutando de la paz que Igor me ofrecía sin saberlo. Pero esa tranquilidad no duró mucho. Sentí una presencia acercándose y levanté ligeramente la cabeza.—¿Estabas escuchando desde ahí, Dante? —pregunté, sin necesidad de girarme. Su olor ya era familiar para mi. —Sabes que no puedo evitarlo. Lo que hagas me importa.Sus palabras me arranc