CAPÍTULO 2

¡Llévenla al calabozo!

Su voz fría era como una espada atravesando mi corazón.

¿Calabozo?, un infierno del que nadie ha podido ni salir hasta ahora.

Sentí que el aire se escapaba de mis pulmones, y mis piernas comenzaron a fallar mientras me arrastraban. 

A cada paso que los guardias me obligaban a dar, sentía cómo el vínculo entre Alaric y yo se rompía un poco más, como una cuerda que se deshilacha hasta desaparecer. 

La intensidad del dolor me nublaba la mente y mis sentidos. 

Sentía que en mi cuerpo se desarrollaba una batalla interna, dos poderes uno que me quería dañar, mientras que otro trataba de mantenerme viva. 

Apreté los puños y me mordí el labio con tanta fuerza que sólo el sabor de la sangre pudo mantenerme despierta.

El frío de las paredes de piedra, la sensación de manos ásperas sujetándome con brutalidad. 

Era como si estuviera siendo arrastrada a mi propia tumba.

—¡Entra!

Sentí que me arrojaban pesadamente al suelo, y el frío contacto hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo.

—¡Quédate aquí!... EX LUNA.

—Alfa por fin se ha rendido con esta imbécil de ojos blancos.

Sus risas eran ásperas y durante los últimos tres años era resultado ser un chiste.

Solo fui respetada por ser la compañera de Alaric, pero nunca me aceptaron para ser su Luna.

La puerta de hierro se cerró con un estruendo que retumbó en mi pecho, resonando con el vacío que me dejaba su traición. 

El dolor continúa, con la última fuerza que me quedaba, me acurruque contra el suelo frío y húmedo, sintiendo que incluso el aire se hacía pesado, como si el mundo estuviera decidido a aplastarme.

En esa soledad, los recuerdos de nuestra vida juntos se arremolinaron en mi mente como un eco cruel, devolviéndome imágenes de amor que ahora parecían de una vida ajena. Había amado a Alaric con todo lo que era, con cada fibra de mi ser, y en un instante él lo había destruido todo.

—¿POR QUÉ? LA DIOSA DE LUNA, ¿POR QUÉ?

El eco de mis propios gritos rebotaba contra las paredes frías y húmedas del calabozo, haciéndome sentir más sola que nunca. 

Nadie respondía, nadie escuchaba. Solo el sonido vacío de mi desesperación reverberaba en el aire.

No sé cuánto tardó, pero sentí que el dolor disminuía, lo que me dio un momento para recuperar el aliento.

Jadeé como si me acabaran de rescatar de un ahogamiento.

Abrí mis ojos, me quedé allí, arrodillada en la penumbra, mi visión reducida a sombras vagas, incapaz de percibir nada más allá de un oscuro borrón.

¡¿MIS OJOS?! 

Seguí limpiándose las lágrimas de los ojos intentando ver con más claridad, pero me di cuenta de que era como si una niebla se hubiera cernido sobre mis ojos.

—¿Estoy ciega? —suspiré—. Eso era mejor que estar muerto.

Me sentí sorprendentemente un poco aliviada después de haber cortado por fin por completo mi conexión con Alaric.

—¿Mejor a ciegas? No, prefiero morir.

Sobresaltada, —¡¿Quién habla?!

Sin embargo, lo único que me respondía era mi propio eco vacío.

Un dolor profundo y un vacío inexplicable se extendían en mi pecho.

—¿Hay alguien? —volví a gritar, aunque mi voz se quebró, llena de un miedo visceral—. ¡Déjame salir!

De pronto, una voz desconocida volvió a cortar el silencio. Era áspera, como si no hubiera hablado en años, pero había algo en ella que capturó mi atención.

——¡Cállate! Es demasiado ruidoso. 

Esta vez encontró a él, miré hacia el rincón de donde provenía la voz, aunque mis ojos solo veían sombras.

—¿Quién eres? —pregunté, sintiendo la inquietud retorcerse en mi interior—. ¿Dónde estás?

El extraño soltó una risa breve, desganada, como si mi pregunta le hubiera divertido.

—No importa quién sea —respondió—. Sólo intento decirte que no vale la pena gritar, que nadie va a salvarte… 

—¿Cómo lo sa-?

—Llevo casi tres años aquí… 

Tres años encerrados… No pude imaginarlo, y una chispa de simpatía se encendió en mí. 

¿Cómo soportó tanto tiempo en esta oscuridad? Tragué en seco, mis pensamientos apenas aclarados por la sorpresa de encontrar a alguien en este abismo.

—Elena, ¿verdad? —dijo, como si hubiera desenterrado un nombre escondido—. Tus ojos. ¿Son blancos?

Sentí su cercanía desde la celda vecina y por instinto me alejé. 

—Escuché de ti, La luna débil de la manada Silveria Moon.

—Ya no soy más su Luna —admití, cada palabra un cuchillo en mi orgullo roto—. Alaric decidió romper nuestro vínculo. Me encerró aquí para poder estar con… su primer amor. Alguien a quien al parecer nunca olvidó.

—Qué historia tan triste... 

—¿Y tú? ¿Por qué te retienen aquí?

Esperando tanto por su respuesta, incluso me pregunté si había matado a alguien.

—Atrapado en este lugar miserable porque, según el gran Alfa, intenté robar uno de sus caballos…

—No bromees conmigo.

El hombre soltó una carcajada suave y yo me enfadé un poco, pero entonces volvió a hablar.

—Me llamo Dante, un beta sin manada. Además, no he matado a nadie.

—Perdóname. 

—No hace falta. ¿Y tú? 

—¿De qué?

—¿Estás dispuesto a ser traicionado y morir en el calabozo? Una mujer como tú no debería pudrirse en este agujero, ¿No deseas vengarte del Alfa que te desprecio de manera tan vil?

¿Vengarme?

Al pensar que mi amada Alfa intimara con otra loba me desgarraba el corazón, ¿por qué tenía que sufrir yo la traición?

—Pero ni siquiera puedo salir del calabozo, así que ¿cómo puedo vengarme?

—Quién dice que no puedes salir… 

(...)

No sabía cómo, pero me encontraba caminando los pasillos de un calabozo tratando de huir del sitio que un día fue mi hogar. 

Dante tiraba de mi mano con firmeza, abriéndonos paso en la penumbra mientras mi visión se iba desvaneciendo poco a poco, como una niebla que no hacía más que espesar. 

Estaba huyendo de la mano de un desconocido.

¿Qué demonios es? ¿Por qué conoce tan bien el calabozo y siempre supera a los guardias?

No me dio tiempo para analizar más.

El mundo a mi alrededor se desdibujaba, y me aferraba al calor de su mano, la única cosa tangible en medio de aquella oscuridad creciente.

—¿Puedes ver algo? —preguntó Dante en voz baja. Él sabía que mis sentidos estaban fallando, pero aún así confiaba en que avanzara.

—Casi nada —contesté, mi voz temblorosa. No quise mostrarle el pánico que me recorría por completo; había algo humillante en esa dependencia forzada, en ser una carga en medio de la huida. 

Aun así, Dante apretó mi mano, como si quisiera asegurarme de que no iba a soltarme.

Apenas cruzamos las puertas del calabozo, el frío del bosque nos envolvió y pude sentir la libertad al alcance, aunque solo fuera un susurro en el aire nocturno. 

Dante no aflojaba el paso, y yo trataba de mantenerme a su ritmo, tropezando con cada raíz y cada piedra, el miedo latiendo en mi pecho.

Entonces, un aullido rompió el silencio, tan profundo y poderoso que sentí el eco vibrar en mis huesos. Mi corazón dio un vuelco, y Dante se detuvo bruscamente, tensando la mandíbula.

—Ya se dieron cuenta —murmuró, lanzándome una mirada que intentaba ser tranquilizadora pero que no ocultaba la gravedad de la situación—. Tenemos que apurarnos.

Asentí, respirando hondo y apretando su mano mientras él me guiaba hacia el interior del bosque, donde la negrura nos ocultaría un poco más. Pero entonces, cuando mi pie tropezó con una rama retorcida, perdí el equilibrio y caí de bruces al suelo, sintiendo el golpe frío y áspero de la tierra contra mi piel.

—¡Elena! —escuché la voz de Dante llamarme, pero su voz se fue desvaneciendo mientras una visión me arrastraba lejos de la oscuridad del bosque, hacia algo mucho más doloroso.

De repente, todo se hizo claro, cruelmente claro. Vi a Alaric, vestido con ropas ceremoniales, esperando frente a un altar. 

A su lado, con una sonrisa triunfante y los ojos llenos de una satisfacción que me resultaba insoportable, estaba Selene. Se veía radiante, envuelta en una luz que me parecía grotesca, una burla directa a lo que alguna vez compartimos.

—Te amo, Alic. 

—Te amo, Selene.

El dolor me atravesó el cuerpo como una lanza envenenada, una punzada ardiente que me hizo apretar los dientes. 

Y, al mismo tiempo, algo más comenzó a arder en mi interior, algo oscuro y feroz, una ira que nunca había sentido tan viva. Ese odio creció y llenó cada rincón de mi ser hasta que una promesa surgió con cada latido de mi corazón herido.

—Te rechazó como mi compañero, Alaric.  —susurré con una voz que no reconocía como mía, grave y decidida.

La visión se desvaneció y volví a la realidad, con Dante ayudándome a incorporarme, su rostro preocupado.

—¿Estás bien? ¿Qué pasó?

Lo miré a los ojos, con la determinación grabada en cada fibra de mi ser. No era la misma Elena que había caído al suelo hacía un momento.

—Nada… solo un recordatorio de por qué no puedo volver atrás.

Voy a vengarme de ti, Alfa.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo