CAPÍTULO 23

ELENA

El calor de la taza entre mis manos era reconfortante, un contraste radical con el frío que todavía se aferraba a mi piel, como si no quisiera dejarme ir del todo.

La manta que me envolvía apenas lograba contener los escalofríos que venían más del recuerdo que del frío real. El río me había arrebatado algo más que el aliento; por un breve y fugaz instante, me había dado algo que nunca pensé recuperar.

Liana estaba cerca. Ella había sido quien me ayudó a cambiarme de ropa tras la caída. El tejido seco que ahora me cubría era un alivio después de sentir la ropa empapada y pesada que se pegaba a mi piel, una sensación que parecía tan eterna como la oscuridad en la que vivía.

—¿Estás bien? —preguntó Liana por enésima vez mientras ajustaba la manta alrededor de mis hombros.

Asentí, aunque mis pensamientos estaban lejos de la calidez del chocolate y el refugio seguro de la casa de tio Adriel. Estaban en ese río, en ese instante en el que el agua helada me rodeó y el caos rugía a mi a
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