CAPÍTULO 27

El bosque era un refugio, un espacio donde mi mente podía aquietarse y mi cuerpo, moverse con una libertad que ya no recordaba. Sentía la nieve bajo mis pies desnudos, la textura fría y húmeda, pero en lugar de helarme, era un recordatorio constante de mi fortaleza.

Alguna vez el frío había sido mi enemigo, un adversario implacable que me debilitaba y me hacía sentir vulnerable. Ahora, era un aliado. La nieve me envolvía como un manto que ocultaba mi dolor y mi rabia, permitiéndome concentrarme en cada movimiento, en cada respiración.

Mis sentidos se afinaban con cada segundo, detectando los susurros del viento, el crujir de las ramas a la distancia, incluso el suave revoloteo de un ave que buscaba refugio. En la oscuridad perpetua de mi visión, el resto del mundo cobraba vida de maneras que pocos podían entender.

Sin embargo, el aroma familiar de Liana rompió mi concentración antes de que ella siquiera pronunciara una palabra. Su paso ligero era inconfundible.

—Elena. —su voz sonaba
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