Brooke se miraba al espejo mientras el eco de sus propios pensamientos la atormentaba. Tenía claro que lo mejor era alejarse, por el bebé. Aislada, podría pensar en el futuro sin distracciones, pero primero debía enfrentarse al caos.
Tomó el teléfono, su mano temblando al buscar el contacto de Matthew. No sabía cómo explicarlo, pero confiaba en que él y Sophie la entenderían.
—¿Brooke? —La voz de Matthew sonaba preocupada al otro lado.
—Matthew, necesito que vengas. Trae a Sophie contigo. Es urgente.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien?
—Estoy bien, pero necesito salir de aquí. Es... complicado. Sólo ven.
Matthew entendió que algo iba terriblemente mal.
—En 20 minutos estamos ahí.
El ruido del motor del auto de Matthew llegó antes de que Brooke pudiera terminar de empacar. Tenía pocas cosas, pero cada prenda que colocaba en la maleta se sentía como una carga emocional más.
Enzo apareció en la puerta de la habitación, sus ojos cargados de desesperación al ver las maletas.
—¿Qué estás haciendo?
Brooke lo miró sin responder, su rostro frío, decidido.
—Es lo mejor para todos, Enzo.
Él avanzó hacia ella, sus pasos inseguros.
—¿Para todos? ¿Incluyéndome a mí?
Brooke no respondió, pero su mirada lo decía todo. Antes de que pudiera insistir, el sonido del timbre resonó en la casa. Matthew y Sophie habían llegado.
Enzo bajó corriendo las escaleras y abrió la puerta para encontrarse con Matthew, que tenía una expresión cargada de ira.
—¿Dónde está Brooke? —preguntó Matthew sin preámbulos.
—No tienes derecho a llevártela, Matthew. Es mi esposa.
—Por ahora.
El comentario encendió a Enzo, pero antes de que pudiera replicar, Brooke apareció en la escalera, arrastrando su maleta. Sophie corrió hacia ella.
—¿Qué está pasando? —preguntó Sophie, alarmada.
—Sólo llévenme a casa. —dijo Brooke, ignorando a Enzo.
—Estás en casa. —replicó él.
—No, esto solo es el nido donde fábricas tus mentiras.
Cuando Enzo vio la intención de ella, corrió y la abrazó, desesperado.
—¡Por favor, no te vayas! No puedo perderte.
Matthew intervino, intentando separarlos, pero Enzo se aferraba como si su vida dependiera de ello.
—¡Déjala ir, Enzo! —gritó Sophie ya con lágrimas.
—¡No! Ella es mía, mi mujer... Tienes que dejarme arreglar todo. —Enzo estaba fuera de sí, enloquecido ante todo lo que estaba pasando.
—¡Déjame! No quiero vivir más mentiras, me duele, Enzo. Déjame... —Brooke ya no forcejeaba, le dolía que el amor de su vida intentara detenerla. —No me hagas esto, dejame ir.
—¡Por favor, Brooke! No lo hice por maldad. ¡No me dejes así!
Sus piernas cedieron y calló aún en los brazos de su esposo. Él se aferraba a ella porque su vida dependía de eso. Finalmente, Matthew intervino y con ayuda de su chofer que había entrado, logró separar a Brooke de los brazos de Enzo pero él seguía muy fuerte. Se retorcía buscando capturar nuevamente a su esposa. Sin embargo, Brooke ya estaba saliendo junto con Sophie.
—¡Brooke! No me dejes, no me dejes... —sus gritos eran agonía.
Matthew lo soltó y Enzo se sentía din fuerzas para levantarse, pero en un ataque de ira optó por golpear su puño contra el suelo repetidas veces, logrando hacerse mucho daño. Pero eso no le dolía, no como lo hacía su corazón al ver irse a la mujer que amaba.
***
En la casa de los West, el ambiente estaba tenso. Brooke se sentó en el sofá, Sophie a su lado, mientras Matthew permanecía de pie, observándola con preocupación.
—¿Vas a decirnos qué pasó? —preguntó Sophie, rompiendo el silencio.
Brooke respiró hondo.
—Descubrí que Enzo sólo se casó conmigo por la herencia de su abuelo. Todo fue una mentira. —rompió a llorar otra vez.
Sophie llevó una mano a su boca, incrédula.
—No puede ser...
Matthew, en cambio, no pareció sorprendido.
—Sabía que esto iba a pasar tarde o temprano.
Brooke lo miró, atónita.
—¿Qué? —se levantó lentamente mirando fijamente a Matthew, el que consideraba su hermano. —¿Sabías todo esto?
Matthew no dijo nada, pero su silencio era suficiente. Brooke intentó acercarse, tambaleándose.
—¡Tú lo sabías y no me lo dijiste!
—Brooke, yo...
—¡No quiero escucharte! —gritó ella, corriendo hacia la puerta. —¡Mentirosos, malditos mentirosos!
Sophie intentó detenerla, pero Brooke la apartó suavemente.
—Necesito estar sola.
Y así, Brooke desapareció en la noche, decidida a encontrar un lugar donde nadie pudiera alcanzarla.
***
Una semana después, Enzo estaba al borde de la locura. Su mansión estaba desordenada, como si reflejara su propio estado mental.
—Encuéntrenla. —ordenó a su equipo de seguridad.
No le importaba cuánto costara ni cuánto tardara, encontraría a Brooke. Ella no podía dejarlo así, no sin darle una oportunidad de enmendar las cosas.
Mientras tanto, Brooke, oculta en un pequeño apartamento que Sophie le había ayudado a conseguir, intentaba encontrar algo de paz. Pero cada día que pasaba, la idea de pedirle el divorcio a Enzo se hacía más fuerte.
Finalmente, tomó una decisión. Con el teléfono en la mano, marcó el número de su abogado.
—Quiero iniciar los trámites de divorcio.
El caos no había hecho más que empezar.
***
Los días habían pasado lentamente para Brooke. En el pequeño apartamento que Sophie le había conseguido, apenas encontraba descanso. Cada noche, los recuerdos de Enzo la asaltaban: su sonrisa, sus caricias, pero también sus mentiras. El amor y la traición se mezclaban en su mente, creando un torbellino que la mantenía despierta.
Por otro lado, Enzo no podía contener su frustración. Los hombres que había enviado tras ella no lograban encontrar ningún rastro. Era como si Brooke se hubiera desvanecido. Cada vez que pensaba en su partida, en su mirada llena de decepción, su pecho se oprimía.
—Maldita sea, no... —murmuró mientras revisaba por enésima vez los papeles del despacho, intentando distraerse. Pero no había escapatoria de su propia culpa.
Brooke, decidida a avanzar, empezó a organizar sus ideas. Había un bebé en camino, y si quería que creciera en paz, debía mantenerse firme. Sentada en la pequeña mesa de la cocina, miró su teléfono. La notificación de su abogado había llegado. La primera cita para iniciar los trámites de divorcio estaba programada.
—Es lo mejor. —dijo, aunque su corazón dolía.
Sophie llegó más tarde ese día, llevando una pequeña bolsa con frutas frescas.
—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó, colocando la bolsa sobre la mesa.
Brooke suspiró.
—Al menos, puedo respirar. Eso ya es un avance.
Sophie la miró con cautela.
—¿Y Enzo? ¿Ha intentado contactarte?
—No directamente. Pero sé que está buscándome. Apagué mi teléfono porque sus llamadas solo me daban ansiedad.
Sophie no respondió, pero su mirada lo decía todo. Sabía que Brooke estaba sufriendo, pero también entendía que necesitaba tiempo y espacio.
Mientras tanto, Matthew no se había quedado de brazos cruzados. Aunque había prometido respetar la decisión de Brooke, su enojo con Enzo no desaparecía. Cuando lo encontró en su despacho días atrás, la discusión casi terminó en golpes.
—No voy a permitir que sigas arruinándole la vida. —le había dicho Matthew, con los puños apretados.
—No sabes nada de lo que siento por ella. —replicó Enzo, lleno de rabia.
—Sé suficiente. Y lo único que puedes hacer ahora es dejarla en paz.
—Tú... ¿Vienes a decirme qué hacer con mi mujer? Tú también sabías, así que no vengas aquí a tratarme como si fuese el único culpable.
—¡Y no sabes cómo me arrepiento! —se acercó a Enzo furioso y lo tomó por la camisa. —Pero redimirme será fácil, voy a hacer que te deje para siempre.
Pero Enzo no estaba dispuesto a rendirse. Brooke no solo era su esposa, era su todo. La herencia, los negocios, nada de eso tenía sentido sin ella.
La noticia del divorcio llegó como un balde de agua fría. Cuando recibió la notificación oficial, Enzo sintió que el suelo bajo sus pies se desmoronaba. La ira y la desesperación lo invadieron.
—¡No, no, no! —sus ojos se llenaban de lágrimas. —¡No voy a firmar esto! —gritó, lanzando el papel contra la pared.
En un acto impulsivo, tomó su chaqueta y salió de la mansión. Sabía que Sophie era la única que podía tener contacto con Brooke, así que la buscó.
Cuando llegó al pequeño apartamento donde Sophie vivía, no tardó en enfrentarse a ella.
—¡Dime dónde está! —exigió, con los ojos llenos de furia.
Sophie cruzó los brazos, intentando mantenerse firme.
—No puedo hacerlo, Enzo. Ella necesita espacio.
—No entiendes. No puedo perderla.
—No, Enzo, tú no entiendes. Brooke no quiere verte. Necesita tiempo.
Pero tiempo era lo único que Enzo no podía darse el lujo de gastar. Salió de ahí frustrado, pero con una idea clara: encontraría a Brooke, cueste lo que cueste.
Esa misma noche, Brooke estaba acostada, mirando al techo, cuando sintió que algo no estaba bien. Una punzada de miedo cruzó su pecho. ¿Y sí Enzo daba con ella?
Al día siguiente, Sophie llegó al apartamento, preocupado.
—Brooke, tienes que tener cuidado. Enzo está desesperado, y no me extrañaría que intentara algo impulsivo.
Ella asintió, pero su determinación no flaqueó.
—Que haga lo que quiera. No cambiará mi decisión.
Hablaba con dureza pero si coraz
ón dolía. Él, era el amor de su vida y eso no cambiaría de un día para otro. En su vientre había la mitad de él, un pequeño ser que le recordaría todo. Pero insistía en que eso era lo mejor.
Sophie llegó al apartamento de Brooke con los papeles en mano, su rostro cargado de incomodidad.—Brooke… necesitas ver esto. —dijo mientras extendía el sobre.Brooke, que estaba en la cocina, se giró con una ceja alzada.—¿Qué es?—Es de Enzo. Me llamó para que te los entregara, ya que soy la única que sabe de tu paradero.El nombre encendió una chispa de ira en sus ojos. Caminó hasta Sophie, tomó el sobre y lo abrió con rapidez. Apenas vio su contenido, su cuerpo entero se tensó.“No voy a firmar esto. Lo siento. Enzo.”Brooke soltó una carcajada amarga, dejando caer los papeles sobre la mesa.—¿Qué significa esto? ¿Que no puede firmar? ¡Esto no es opcional!Sophie, nerviosa, se sentó en el sofá.—Brooke, cálmate por favor. Mejor habla con él.—¡Calmarme! —gritó ella—. ¿Qué hay para hablar, Sophie? Ya lo hablé todo. Él destruyó mi vida. ¿Qué más quiere de mí?Lo que ambas ignoraban era que esos papeles no habían llegado por casualidad. Enzo había mandado a seguir a Sophie desde el m
Punto de vista de Brooke. Era temprano y ya estaba despierta. Bueno, en realidad ni siquiera pude dormir pese a que el viaje fue largo. Apenas llegué, me propuse a acomodar algo para recostarme y descansar pero no fue posible, Enzo estaba en mi mente todo el tiempo. —¿Te hace falta algo? Dímelo y yo te lo resuelvo. —la voz de Sophie al otro lado de la linea me trajo a la realidad. —No, tranquila. Quiero evitar lo que pasó ayer, estoy segura de que él te siguió y por eso me marché. Escuché un suspiro de su parte. —Lo siento, realmente no fue mi intención. No llegué a pensar que él haría eso. Reí amargamente. Estábamos hablando de Enzo Lombardi, mi esposo. Ese hombre que de todo era capaz con tal de obtener lo que quería. —No te preocupes, es mejor así. Que él supiese mi ubicación iba a ser un infierno. Lo conozco. —Hoy vino a gritarme y exigirme que le dijera donde tú estabas, como que había ido temprano a verte pero al enterarse de que no estabas... Enloqueció, no lo tomó bien
Punto de vista de Brooke. Había llegado el día. Mi abogado insistió en que no debía enfrentarme a él, que dejarlo en manos de los documentos y los procedimientos legales sería más fácil, pero yo sabía que no era suficiente. Con Enzo nunca era suficiente. Si no lo encaraba, esta pesadilla seguiría persiguiéndome. Mientras el auto se acercaba al edificio imponente, sentí que el aire me faltaba. Ahí estaba, la torre que simbolizaba todo lo que Enzo Lombardi era: poder, control, y la constante necesidad de ganar. Solo que esta vez, no iba a permitir que ganara. Al entrar en la oficina, lo vi. Enzo estaba ahí, de pie junto al ventanal, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida en el horizonte. Pero en cuanto me vio, fue como si el tiempo se detuviera. Sus ojos estaban cargados de emoción, y su rostro, habitualmente impecable, mostraba signos claros de agotamiento. Estaba más demacrado de lo que jamás lo había visto, como si el peso de nuestra separación lo estuviera consumiendo
Punto de vista de Enzo. Cuando cerré la puerta de mi oficina después de firmar los papeles, sentí que el mundo se desmoronaba a mi alrededor. No había gritos ni lágrimas en ese momento, solo un silencio abrumador que se coló hasta mis huesos. Había perdido a Brooke. Y, con ella, todo lo que alguna vez tuvo sentido en mi vida.Las horas se volvieron días sin forma. No recuerdo cómo llegué al penthouse, pero cuando abrí la botella de whisky y tomé el primer trago, el ardor en mi garganta fue un alivio bienvenido. Quizás el único que sentiría en mucho tiempo.Las preguntas vinieron como un torrente incontrolable. ¿Por qué no la detuviste? ¿Por qué no supiste amarla mejor? ¿Cómo llegaste a este punto? Por más que intentara ahogarlas con alcohol, las respuestas nunca aparecieron.La botella se vació, y luego otra. La madrugada se deslizó entre las sombras mientras yo permanecía hundido en el sofá, la cabeza pesada, el pecho roto. Brooke había sido mi ancla, y ahora, flotaba a la deriva.A
Punto de vista de Enzo.Un mes.Treinta días desde que firmé esos malditos papeles.Cada uno de esos días ha sido un infierno en vida. Intenté todo: mensajes, llamadas, correos electrónicos. Nada. Brooke me ha borrado de su mundo, como si nunca hubiera existido. Como si no estuviera aquí, muriendo por saber de ella, por saber de nuestro hijo.Hoy supe por Sophie que Brooke tenía su primera consulta médica. Pensar en el momento en que el médico le mostrara la ecografía, en que escuchara el latido de nuestro bebé, me dejó sin aire. Pero lo que realmente me destruyó fue saber que ella no me llamó para decírmelo. Ni siquiera para incluirme. Ese bebé es tan mío como suyo.Intenté llamarla otra vez. No contestó. Grité, lancé el teléfono contra la pared, sentí la furia desgarrarme por dentro. ¿Cómo puede ser tan cruel? ¿Cómo puede excluirme de algo tan importante?Entonces, la furia dio paso al vacío. Me quedé sentado en el suelo, con la botella de whisky que ahora era mi única compañía. No
Narrador omnisciente.Brooke estaba sentada en la camilla de la sala de consulta, sintiendo cómo el frío de la bata hospitalaria se pegaba a su piel. Aunque había acudido ya varias veces a esas citas, aquella vez era diferente. Enzo, puntual como siempre, estaba allí, sentado en una silla junto a ella. Pero no estaba en su acostumbrada postura rígida; sus brazos estaban cruzados y sus ojos miel miraban con intensidad la pantalla apagada del ecógrafo, como si esperara con ansias el momento de escuchar algo.Ella lo observó de reojo, intrigada. Desde que lo había conocido, Enzo Lombardi siempre se había mostrado como un hombre serio, calculador y algo distante. Pero en los últimos días, había notado algo distinto. Una suavidad en sus gestos, un brillo en su mirada cuando mencionaban al bebé.—¿Nervioso? —se atrevió a preguntar, intentando aliviar la tensión que flotaba en la habitación.Enzo giró la cabeza hacia ella y esbozó una sonrisa fugaz.—¿Yo? Nunca estoy nervioso.Brooke alzó un
Brooke estaba en la sala de espera del hospital mientras aguardaban los resultados en papel. Hojeaba una revista que había encontrado sobre la mesa de café, pero no prestaba atención al contenido; su mente estaba demasiado ocupada tratando de interpretar las señales de Enzo. Desde la consulta, él no había dejado de hacer llamadas, alejándose cada vez que su tono se volvía más privado. Aunque no le molestaba del todo, empezaba a sentir que había algo más detrás de su repentina necesidad de controlar cada detalle de su vida.El sonido de unos pasos la sacó de su ensimismamiento.—Disculpa, ¿puedo sentarme aquí? —La voz de Gabriel interrumpió sus pensamientos.Ella alzó la vista y lo encontró de pie frente a ella, sosteniendo una carpeta con documentos médicos. Brooke dudó un momento antes de asentir.—Claro.Gabriel tomó asiento, dejando un espacio prudente entre ambos.—Espero no haber sido muy entrometido antes —dijo, con una sonrisa amable—. A veces suelo ser demasiado directo, pero
En un lujoso restaurante en el corazón de Florencia, Alessandra se encontraba sentada en una mesa privada. Las luces tenues resaltaban su impecable maquillaje y el brillo del diamante que adornaba su cuello. Frente a ella estaba Vincenzo Rossi, un hombre de mirada astuta y sonrisa calculadora, conocido tanto por su fortuna como por su habilidad para manipular a quien estuviera a su alrededor.—Es curioso verte aquí después de todo este tiempo, Alessandra —dijo Vincenzo, apoyando los codos sobre la mesa mientras la observaba con interés—. ¿Qué te trae de regreso a Florencia?Alessandra sonrió con elegancia, pero sus ojos brillaban con determinación.—No creo que deba explicarte mis motivos, Vincenzo. Pero sé que ya sabes que estoy aquí por Enzo, como siempre.Vincenzo alzó una ceja, fingiendo sorpresa.—¿Aún no lo superas? Pensé que habías aprendido la lección después de lo que ocurrió la última vez.El comentario hizo que Alessandra apretara los labios, pero no permitió que su fachada