Capítulo 3: ¿Obsesión o amor.

Sophie llegó al apartamento de Brooke con los papeles en mano, su rostro cargado de incomodidad.

—Brooke… necesitas ver esto. —dijo mientras extendía el sobre.

Brooke, que estaba en la cocina, se giró con una ceja alzada.

—¿Qué es?

—Es de Enzo. Me llamó para que te los entregara, ya que soy la única que sabe de tu paradero.

El nombre encendió una chispa de ira en sus ojos. Caminó hasta Sophie, tomó el sobre y lo abrió con rapidez. Apenas vio su contenido, su cuerpo entero se tensó.

“No voy a firmar esto. Lo siento. Enzo.”

Brooke soltó una carcajada amarga, dejando caer los papeles sobre la mesa.

—¿Qué significa esto? ¿Que no puede firmar? ¡Esto no es opcional!

Sophie, nerviosa, se sentó en el sofá.

—Brooke, cálmate por favor. Mejor habla con él.

—¡Calmarme! —gritó ella—. ¿Qué hay para hablar, Sophie? Ya lo hablé todo. Él destruyó mi vida. ¿Qué más quiere de mí?

Lo que ambas ignoraban era que esos papeles no habían llegado por casualidad. Enzo había mandado a seguir a Sophie desde el momento en que le entregó los documentos. Un par de llamadas y ya tenía toda la información: el apartamento, los horarios, incluso qué auto conducía Sophie.

Enzo no era un hombre que aceptara un "no" por respuesta, y esa noche no sería la excepción.

La puerta se abrió de golpe mientras Brooke seguía hablando con Sophie, su cuerpo congelándose al instante. Enzo estaba ahí, de pie, impecable en su traje oscuro, con el porte de alguien que sabía controlar cada situación.

—¿Qué haces aquí? —Brooke logró decir, su voz temblando de rabia.

Sophie, incómoda, se levantó del sofá.

—Será mejor que los deje solos…

—No te muevas, Sophie. —ordenó Brooke, fulminándola con la mirada antes de girarse hacia Enzo—. Tú no tienes derecho a irrumpir en mi vida así.

Enzo dio un paso adelante, su voz fría y calculadora.

—¿Mi vida? Creía que era nuestra vida, Brooke.

Brooke soltó una carcajada sarcástica.

—¿Nuestra vida? ¿Después de todo lo que hiciste? Ya no hay un "nosotros", Enzo.

Sophie, que había permanecido en silencio, finalmente habló:

—Enzo, no creo que sea el momento…

Pero él la ignoró por completo, fijando sus ojos en Brooke.

—No voy a firmar esos papeles porque todavía hay algo que salvar —declaró, su tono firme.

—¿Salvar? —Brooke lo miró como si estuviera loco—. ¡Lo destruiste todo! ¿Cómo te atreves a venir aquí con ese discurso?

—Lo que hice estuvo mal. Lo sé. Pero esto no se trata solo de nosotros ahora.

Sophie se tensó al oír esas palabras, pero decidió no intervenir. Miró a Brooke con preocupación antes de dar un paso hacia la puerta.

—Voy a salir un momento. Estaré cerca.

Enzo ni siquiera se movió mientras Sophie se marchaba.

Cuando Sophie se fue, Enzo intentó recuperar su tono frío y calculador.

—No puedes pedirme que me aleje, Brooke. No ahora.

—¡Claro que puedo! ¡Y lo haré! —gritó ella—. Tú ya tienes todo lo que querías: tu herencia, tu éxito, tu maldito poder. ¿Qué más puedes querer de mí?

La máscara de Enzo comenzó a resquebrajarse. Dio un paso hacia ella, con las manos temblando.

—Te quiero a ti. —habló pero Brooke ni se inmutó. —Voy a quedarme aquí hasta que me escuches. —respondió Enzo con firmeza.

—¡Estás loco! —gritó ella, desesperada—. Si no te vas, voy a llamar a seguridad.

Enzo soltó una risa fría.

—¿Seguridad? ¿Crees que alguien aquí va a enfrentarse a Enzo Lombardi? —Su tono estaba lleno de arrogancia, pero había un brillo de vulnerabilidad en sus ojos que traicionaba sus palabras.

Brooke se llevó las manos al rostro, desesperada.

—No puedes hacer esto, Enzo. No puedes…

—Por favor, Brooke. Dame una oportunidad. Haré lo que sea para arreglar esto, lo que sea.

Brooke se quedó inmóvil, sus ojos llenos de lágrimas. La arrogancia de Enzo desapareció por completo cuando sus rodillas tocaron el suelo frente a ella.

—Por favor, Brooke. Dame una oportunidad. Una sola. Haré lo que sea… lo que sea para que me perdones.

La escena la dejó paralizada. Este no era el Enzo Lombardi que conocía: el hombre imponente, el magnate frío e inalcanzable. Este era un hombre roto, suplicándole.

Pero Brooke no podía ceder.

—Vete, Enzo. No quiero verte nunca más.

Él negó con la cabeza, levantándose solo para bloquear la puerta.

—No voy a irme. No hasta que entiendas que estoy dispuesto a todo por ti, por nosotros… y por el bebé.

Brooke lo miró con incredulidad.

—¡No hay "nosotros"! —gritó, sus lágrimas cayendo libremente ahora—. Solo hay un futuro sin ti.

Enzo se sentó al pie de la puerta, ignorando sus palabras.

—No voy a moverme. —tomó su teléfono para escribirle a Sophie y decirle que se fuera, que todo estaba bien. Ella confió y se fue porque tenía cosas por hacer.

La noche avanzó, y Brooke, agotada por las emociones, finalmente se dejó caer en el sofá. Enzo seguía allí, en silencio, con la mirada perdida.

Cuando ella comenzó a dormirse en una posición incómoda, Enzo se levantó con cuidado. La realidad lo golpeó: Brooke estaba embarazada, y no podía permitir que pasara por esto.

Se acercó al sofá y, con una suavidad que contrastaba con todo lo que ella había visto de él antes, la levantó en brazos. Brooke apenas se movió, demasiado cansada para resistirse.

La llevó a la cama y, antes de marcharse, se inclinó para dejar un suave beso en sus labios. Brooke no reaccionó.

Se quedó mirándola unos segundos, su corazón apretándose en su pecho.

—No me vas a dejar, Brooke. Lo prometo.

Y con eso, salió del apartamento, dejando tras de sí una promesa que no pensaba romper.

***

Enzo no pudo dormir esa noche. Su mente estaba llena de pensamientos sobre Brooke, la manera en que se veía tan cansada y frágil, pero también cómo se mantenía firme en su decisión de apartarlo de su vida. A pesar de todo, él no iba a rendirse.

A la mañana siguiente, se presentó en la recepción del edificio de Brooke cargado con bolsas de comida, flores, y una pequeña caja con cosas que había mandado a personalizar durante la madrugada: ropa cómoda para ella, productos de cuidado y… una cajita que contenía zapatitos de bebé.

Los empleados de recepción lo miraron con curiosidad, pero nadie se atrevió a detenerlo. Subió las escaleras en lugar de usar el ascensor, demasiado ansioso para esperar. Cada paso lo acercaba a la esperanza de que, tal vez, esa vez Brooke lo escucharía.

Sin embargo, cuando llegó al piso del apartamento, algo no estaba bien. La puerta, que la noche anterior tenía decoraciones en el marco, estaba vacía. Golpeó, pero no hubo respuesta. Esperó unos segundos y volvió a intentarlo, esta vez con más fuerza. Nada.

El corazón le dio un vuelco. Bajó la vista hacia la alfombra frente a la puerta y notó que faltaba el felpudo que Brooke había puesto allí.

Desesperado, volvió a golpear mientras llamaba su nombre.

—¡Brooke! ¡Abre la puerta! ¡Soy yo!

Nadie respondió. Sacó su teléfono para llamarla, pero la llamada no se completaba. Decidió actuar. Tocó la puerta de la vecina, una anciana que lo observaba con recelo desde el día anterior.

—¿La chica del apartamento 305? —preguntó, apenas controlando el temblor en su voz.

La mujer lo miró con cierta lástima.

—Se fue temprano en la mañana. Los de la mudanza llegaron antes del amanecer.

Enzo sintió que algo se rompía dentro de él. Su mente se negó a procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Se fue? —repitió en voz baja, como si la mujer hubiera cometido un error.

La anciana asintió.

—Así es, señor.

Las bolsas que sostenía cayeron al suelo, pero Enzo no lo notó. Estaba paralizado, el aire pesándole en el pecho como si le hubieran quitado algo vital.

—No… —murmuró, dando un paso hacia la puerta cerrada del apartamento vacío. Las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos mientras su voz se quebraba—. No… no puede ser.

Cayó de rodillas frente a la puerta, las manos en el cabello, mientras trataba de asimilar lo imposible: Brooke había desaparecido. Se levantó de golpe, tomando el teléfono para llamar a Sophie.

—¡Dime dónde está! —le gritó apenas la llamada conectó.

—¿Qué? ¿De qué hablas, Enzo? —preguntó Sophie, confundida.

—¡Brooke se fue! ¡La siguieron anoche, lo sabes! ¡Dime dónde está! —La desesperación lo hacía sonar como un loco, pero no le importaba.

—No sé dónde está, Enzo. —respondió Sophie con firmeza—. Brooke no me dijo nada sobre irse.

—¡Eres su amiga! ¡Tiene que haberte dicho algo!

—No me dijo nada, y aunque lo supiera, no te lo diría. —respondió Sophie antes de colgar.

Enzo lanzó el teléfono contra la pared, rompiéndolo en pedazos. Su respiración era rápida, irregular.

—Esto no puede estar pasando…

Volvió a llamar a otras personas que podrían saber algo, incluso a los empleados de su propia compañía. Nadie sabía nada. Brooke había desaparecido por completo, dejando a Enzo hundido en un abismo de desesperación que no sabía cómo superar.

Por primera vez, el hombre

que siempre había tenido el control de todo en su vida estaba enfrentando algo que no podía solucionar con poder, dinero o promesas. Brooke se había ido… y con ella, su mundo.

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