Luces en la camaPaula se miró al espejo, llevó los dedos a sus labios e inevitablemente el recuerdo del beso se coló en su memoria. Ese beso había sido… caliente, ella no podía describirlo de otra manera. Incluso estando en la piscina rodeada de agua, había sentido la caliente humedad entre sus piernas.La joven apartó los dedos de sus labios bruscamente, sus mejillas se tiñeron ligeramente de rojo carmesí. Ella estaba segura de que no tenía nada que ver con la vergüenza, pero sí con el deseo que seguía instalado en su cuerpo, su corazón parecía una locomotora descarriada y ella no temía estrellarse, es más, lo estaba deseando.—¡Mamá, ya estoy listo! —el grito de Alejandro la sacó de sus pecaminosos pensamientos.—¡Voy cariño, ahora voy! —exclamó mientras trató de recomponerse y de verse menos deseosa.Paula quiso reírse, estaba perdida por esos dos hombres.«Tienes un hijo y un esposo entregados completamente a cuidarte», Paula recordó las palabras de Arturo.¿Sería verdad que eran
Eres el fuego de mi hoguera«Te prometo que te haré ver luces en la cama»Paula gimió al sentir como su ropa íntima era retirada de su cuerpo, se sintió expuesta y la mirada hambrienta de Arturo le hizo sentir como un filete.—¿Vas a verme o vas a cumplir con tu promesa? —lo retó, ella estaba inquieta, su coño palpitaba, sus jugos habían convertido su nido en un charco.Paula arqueó la espalda, ofreciéndose, como un delicioso y apetecible banquete, como si fuese un tributo de guerra.Arturo dejó escapar un fuerte y ronco gemido, bajó sobre los labios de Paula y la tomó en un feroz y ardiente beso que Paula no tuvo ninguna dificultad en corresponder.Ambos estaban dominados por el deseo y la pasión salvaje que sentía al querer consumar su relación.El placer corrió como pólvora por cada rincón de sus cuerpos, consumiéndose en su pasión.Paula gimió al sentir los dedos de Arturo deslizarse por sus redondos y perfectos pechos. La húmeda lengua de su marido golpeó su pezón haciendo que su
Malévolos planes «Y tú, el agua de mi fuente»—¿El agua de mi fuente? —murmuró Paula.Ella no podía creer que dijera aquellas palabras, incluso le sonó a canción. Lo más cercano a… ¿Una declaración de amor?Paula negó.—No puede ser amor, es muy pronto para eso. Quizá alguna clase de atracción sexual, ¡Sí, quizá era eso! ¿Verdad?Paula continuó con su debate.—¿Por qué no puede ser amor?—¡Mierda! —gritó Paula al escuchar la pregunta de Arturo.Ella se giró para ver al hombre recargado en el marco de la puerta, luego paseó la mirada por la cocina, el ama de llaves la miraba entre asustada y divertida, la muchacha más joven parecía hacer un esfuerzo por contener la risa.—¿Lo dije en voz alta? —preguntó.—Lo suficientemente alto para que pudiera escucharse en toda la casa —respondió Arturo con una ligera sonrisa.El magnate hizo un ligero movimiento de cabeza que el personal entendió muy bien y antes de que Paul fuera consciente de lo que ocurría, ellos abandonaron la cocina.—Te has
Salvada por la abuela «Tu secreto estará muy bien guardado, te lo prometo».Carolina Fernández, la asistente de Arturo, se sentó en la silla detrás de su escritorio, se frotó la frente, se apartó las gafas que utilizaba sin necesitarlas, resopló y casi con derrota dejó caer la cabeza sobre sus manos con desesperación.«Tu secreto estará muy bien guardado, te lo prometo».Carolina no podía confiar en aquella promesa hecha por Sofía, si ella cedía una primera vez la mujer la tendría en sus manos, pero si no lo hacía de todas maneras también estaría en sus manos y a su merced.No sabía qué hacer, no sabía qué camino tomar, se sentía en una encrucijada como nunca se había sentido, ni siquiera cuando supo que estaba embarazada de Lucas y que sería madre soltera.—Carolina, ¿estás bien? —la mujer levantó el rostro al escuchar la voz de Diego.—Lo estoy, señor Álvarez, lo estoy —mintió la asistente, estaba lejos, muy lejos de sentirse bien.Tenía tanto miedo de obedecer la orden de Sofía de
Un niño de cuidado—Paula, Arturo, ¿Qué ha sido eso? ¿Cómo que el niño le ha visto trabajar en ello? —la abuela miró a los dos adultos con ojos chispeantes de enojo.—Abuela… —Paula no sabía que decir, su abuela era todo amor, pero tenía sus propios límites y las palabras de Alejandro se escuchaban… muy comprometedoras.—Escucha América, quizá Alejandro se refiera a otra cosa, ¿verdad hijo? —preguntó Arturo.—Alejandro ha dicho que los ha visto trabajar mucho para darle un hermanito, saben lo que eso significa, ¿verdad? ¡Mínimo deberían cerrar la puerta! —exclamó América elevando la voz, pero sin llegar a gritar para no asustar al niño.—No, abuelita, no había puerta, lo hicieron en la piscina —intervino Alejandro con rapidez—. También en el auto, y el otro día en la cocina. En la habitación la verdad no he visto.—¿¡Qué!? —América se puso de pie, miró a Paula, no podía creer que su nieta fuera tan irresponsable para exhibirse delante de un niño.—Abuela, no es lo que piensas —se apre
Irrevocablemente a sus piesLas manos de Carolina temblaron, ni siquiera se animaba a tomar el papel entre sus dedos, ella dudó, antes de recordar que esto es lo que tenía que hacer, sin importar lo difícil que resultara, sin importar que estuviese muriendo de miedo.—Acuerdo matrimonial —susurró cogiéndolo del piso.Carolina ordenó el desastre que había ocasionado, cogió el folder y salió de la oficina de Diego. La asistente no se atrevía a marcar el número de Sofía de Montecarlo, no quería hacerlo, pero no podía evitarlo.—Señora Montecarlo —dijo, apenas escuchó la voz de la mujer al otro lado de la línea.»—Carolina, pensé que te habías olvidado de mí.—No podría, se lo aseguro, señora, ¿podemos vernos en la cafetería? —preguntó la joven sintiendo que el corazón se le hundía.»—¿Tienes el contrato?—Sí.»—Perfecto, te veo en una hora.Carolina respiró varias veces, se ocupó de los pendientes que debía dejar en orden antes de marcharse y cuando la hora llegó, estuvo renuente a salir
¿Qué te ha dado esa mujer? Carolina caminó lejos de la cafetería, había cumplido con el plan de Arturo. Ella no pensó tener el valor para jugar de aquella manera con Sofía Montecarlo. La mujer era claramente una manipuladora.La mujer rio como si estuviera loca, se sentó en una de las banquetas y leyó el papel donde Sofía había escrito el nombre del hombre que creía era el padre de su hijo.—Guillermo Herrera —musitó echando la cabeza atrás.Carolina sintió un profundo alivio, Sofía Montecarlo estaba muy lejos de conocer la verdad. Guillermo era un piloto de la aerolínea, un hombre felizmente casado con una azafata y un hijo de diez años.Por supuesto que ella había temblado ante la posibilidad de que su secreto fuera conocido, ahora podía dormir completamente tranquila. Nadie tendría por qué descubrir su secreto, además habían pasado seis años desde que estuvo con el padre de Lucas y estaba completamente segura que él no era capaz de reconocerla.—¿Carolina? —el cuerpo entero de la
Como agua y como aceiteIsabel miró al hombre que amó con toda su alma en el pasado y quién juró amarla por encima de todas las cosas. El mismo hombre que le causó un terrible dolor al traicionarla de la manera más vil al acostarse con su cuñada.—Tengo que irme —dijo de manera abrupta. Isabel solo quería escapar de Julián, tal como él lo hizo de ella.—Por favor, Isabel, hablemos.—¿Hablemos? —ella se rio—. ¿Te parece que cuatro años ha sido tiempo suficiente para coger el valor y pedir que hablemos? —cuestionó.Isabel apretó las manos sobre la bolsa que tenía, sentía que estaba a punto de desmayarse. La mujer respiró profundamente para intentar no caer en la oscuridad.—Lo siento, Isabel, te juro que traté de contactarte, pero tu madre y Arturo me impidieron llegar a ti —pronunció Julián.El hombre no podía creer que el destino le diera esta oportunidad que le fue negada hace más de cuatro años atrás.—No te creo.—Tengo derecho a ser escuchado, Isabel, por favor, las cosas no fuero