Te llevaré a casa«Sé mía por una noche…»Paula miró horrorizada al italiano, ¿de verdad le estaba pidiendo una noche con él a cambio de su libertad? ¿Qué clase de hombre pediría tal cosa a una mujer que, ha dicho, no es la mujer que él piensa?—¡Estás completamente loco, Domenico! ¡Primero muerta que caer entre tus brazos! —gritó alejándose de él.Paula sintió una fuerte opresión en el pecho, si tenía que morir y no volver a ver a Arturo y a su familia, estaba dispuesta a hacerlo, pero jamás ¡JAMÁS! Le sería infiel a Arturo. No tendría cara para mirarlo a los ojos y seguir viviendo su vida, sabiendo que se entregó a otro hombre…—Escucha, cara.—No soy cara, no soy Pía. ¡Soy Paula! ¡Paula! —gritó con rabia. La esposa del magnate se mostró fuerte y decidida, si iba a morir no se lo pondría fácil y si podía llevárselo con ella lo haría sin duda.—No te estoy pidiendo sexo —dijo él con el ceño fruncido.Paula lo miró confundida.—¿Qué?—No te estoy pidiendo que te entregues a mí de esa
Fui yo El trayecto de la isla Cos a Atenas fue en un sepulcral silencio, Paula no dejó de pensar en todo lo que había descubierto. La vida de Pía fue peor de lo que ella se hubiese podido imaginar, los Zambrano le habían hecho algo imperdonable. Mentirle sobre su hijo, hacerlo, pasar por muerto, era lo peor que le podían hacer a una madre. A Pía le habían hecho lo mismo que le hicieron a su madre. Mientras a ellas las habían separado y crecido sin saber de su la existencia de la otra, vivieron ajenas a aquella verdad. Paula no podía siquiera llegar a imaginar el dolor que su hermana vivió al enterarse de que su bebé había muerto, no podía imaginar el infierno que debió vivir a tan corta edad, porque si sus cuentas no fallaban, Pía debía tener entre diecisiete y dieciocho años cuando dio a luz a Paolo. Quizá ese era el verdadero motivo que cambió a Pía y la convirtió en la mujer que era al momento de su muerte. Paula dejó de pensar en el momento en que aterrizaron en Atenas, imagi
Cuadro familiar«Fui yo, yo secuestré a tu esposa…»«Yo secuestré a tu esposa…»Arturo miró todo rojo al escuchar aquellas palabras, salir de los labios del hombre que tenía la osadía de pararse delante de él y decirle, sin ninguna pena, que era el secuestrador de Paula. La ira se abrió paso por su cuerpo, el dolor y el miedo que sintió ante la desaparición de su esposa, fue un detonante y sin mediar palabra golpeó el rostro de Domenico con rudeza enviándolo al piso.Arturo se lanzó sobre el hombre, quien no se defendió en ningún momento.—¡Arturo! —gritó Paula al darse cuenta de que su marido era muy capaz de matarlo allí mismo—. Escucha lo que tiene que decirte —pidió ella.Arturo la miró con los ojos furiosos.—¿Qué es todo esto? —preguntó.—Hay algo que tienes que saber —le dijo Paula acercándose a él.—¡Te secuestró! ¡No puedes defenderlo! —gritó preso del enojo que corría por cada rincón de su cuerpo.—No estoy defendiendo a nadie y a él menos, pero por favor, escucha —insistió
¡Eres la mujer perfecta!Paula abrió los ojos horas más tarde. Arturo la había convencido de ir a la cama y ella no pudo negarse, había estado en un avión por más horas de las jamás había estado en toda su vida; pero no sabía que necesitaba estar en la cama hasta que puso su cabeza en la almohada y se quedó profundamente dormida en compañía de Arturo y de sus hijos.—¿Mejor? —preguntó Arturo entrando con una bandeja de frutas y jugos.—Mucho mejor, gracias —dijo un tanto tímida.—¿Qué pasa? —le cuestionó Arturo.—Nada, no pasa nada.—Paula…—Estoy bien, te lo aseguro —dijo mirando a Leticia y Alejandro.—¿Quieres comer algo? —cuestionó sentándose a su lado.—Me encantaría, también quiero visitar a Carolina —dijo.Arturo asintió, él también quería hacerlo, con todo lo ocurrido ni siquiera le dio tiempo de felicitar a Diego por el nacimiento de su hija.—Carolina dio a luz —contó Arturo.—¿Qué? ¿Cómo que dio a luz? —cuestionó Paula sentándose junto a su esposo—. Ella apenas tenía siete
Gracias por existirUn ligero gemido escapó de los labios de Paula aquella mañana, mientras sentía un cosquilleo recorrer su cuerpo, la piel se le erizó al sentir los cálidos labios de Arturo deslizarse por su columna vertebral, sus manos recorriendo cada rincón de su cuerpo, hasta llegar al centro de su placer.—¿Qué haces? —preguntó con voz ligeramente cansada, pero cargada de pasión y deseo.—Quiero hacer hacerte el amor… —susurró bañando con su aliento cálido el oído y rostro de Paula.—¡Lo hemos estado haciendo casi toda la noche! —expresó Paula sin apartarse del toque ni de los labios de su esposo.—No cuenta, apenas el reloj ha marcado la media noche es un nuevo día —refutó Arturo complacido.Paula dejó escapar una ligera carcajada antes sus palabras.—Era audaz, pero no me has convencido —dijo entre risas.—¿Aún no? —preguntó el hombre, dejando suaves besos y mordidas sobre el hombro desnudo de Paula.—No…—¿De verdad? —insistió.Paula asintió, mientras dejaba escapar, un son
Epílogo Paula miró el nuevo cuadro que adornaba la sala de su casa, había sido un trabajo maravilloso y exquisito de Gerald Petit, uno de los pintores más reconocidos de Francia.—Es hermoso, el cuadro perfecto de una familia feliz —musitó Arturo tomando la cintura de Paula por la espalda.—Lo es —convino Paula mordiéndose el labio.—¿Qué pasa, cariño? —preguntó el magnate al darse cuenta de la tensión en los hombros de su esposa.—¿Qué harás con el cuadro de Pía? —preguntó.Arturo la hizo girar entre sus brazos, sus miradas se encontraron, él apartó el mechón de su rostro y besó sus labios.—¿Qué quieres hacer con él? —le preguntó como respuesta.—¿Qué?—Eres tú quien decide qué hacer con él, Paula —respondió ante la interrogante.—¿Crees…, crees que Domenico apreciaría tenerlo en Italia? —preguntó con duda.—Quizá sería un buen regalo para Paolo —dijo.Paula acarició el rostro de Arturo, le dio un corto beso en la mejilla y le sonrió.—Estoy segura de que lo apreciará mucho, es una
Prefacio El florero se estrelló con fuerza contra la pared, rompiéndose en varios pedazos. Llamando la atención de los amantes que se revolcaban en la cama de aquel hotel.La rabia corrió por sus venas como lava ardiente, el dolor se instaló en su corazón. Arturo Montecarlo de Mendoza, no podía creer lo que sus ojos estaban viendo.¡Su esposa, la madre de su hijo, la mujer que más amaba en la vida, en brazos de su mejor amigo!Para Arturo no había traición más cruel y dolorosa que ver a Pía y Julián haciendo el amor, como si fuesen dos personas libres.—¡Arturo! —gritó Pía al descubrir a su marido viéndola con ojos asesinos—. No es lo que parece —dijo.—¿No es lo que parece? —preguntó con rabia—. ¿No es lo que parece? —había burla en su voz—. Imagino que se te ha perdido un par de pelotas y estás jugando a encontrarlas.—Arturo…—Será mejor que te largues, Julián, y no vuelvas a poner un solo pie en mi casa, aléjate de mi hermana para siempre —gruñó.—¡No puedes hacerle esto a Isabel
¡Mamá!Arturo observó el retrato que adornaba la sala principal de la mansión Montecarlo de Mendoza. Era el retrato de una mujer que no se merecía la pleitesía y la adoración que su hijo sentía por ella; pero Alejandro era un niño y él jamás le envenenaría el alma hablando mal de su madre, era mejor que la recordara con cariño, después de todo, Pía estaba muerta…—No sé por qué insistes en esconder la verdad sobre esa mujer, Arturo, no podrás engañar a Alejandro toda la vida, él crecerá y se dará cuenta de que le has mentido.Arturo apartó la mirada del cuadro de Pía para ver a su madre.—Jamás le diré la verdad, mamá. Alejandro no tiene la culpa de haber tenido la madre que tuvo, en todo caso el único responsable fui yo, por necio, por empeñarme en convertirla en mi esposa a pesar de no pertenecer a mi círculo social —respondió el hombre con más brusquedad de la necesaria.Para Arturo recordar el pasado era como beberse de nuevo el trago amargo de la traición sufrida.—Te estás equiv