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Capítulo setenta y nueve. ¡Secuestrada!

¡Secuestrada!

Arturo abrió los ojos abruptamente, el corazón se le aceleró dentro de su pecho, como una máquina a toda marcha.

«¡Arturo!»

El magnate se puso de pie, llamando la atención de los niños y de América.

—¿Qué pasa, Arturo? —preguntó la mujer dejando a Leticia en su carruaje.

Sin embargo, Arturo no respondió, sentía que la presión en el pecho iba a asfixiarlo de un momento a otro. Era el sentimiento más intenso y doloroso que jamás había experimentado en la vida, tanto qué lágrimas se derramaron de sus ojos y mojaron sus mejillas.

—¡Me estás asustando! —exclamó América acercándose a él.

Arturo estaba quieto, como si fuera una escultura tallada en piedra, la palidez de su rostro solo le daba realísimo a su imagen.

—¡Papá! ¡Papá! ¿Qué te pasa, papá? —gritó Alejandro al ver a su padre tan quieto.

Arturo no podía responder, no sabía que iba a decirles, ¿Qué se suponía que era esto que sentía?

—Arturo —susurró América colocando su mano sobre el hombro del hombre.

Aquel simple ac
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