Gracias por existirUn ligero gemido escapó de los labios de Paula aquella mañana, mientras sentía un cosquilleo recorrer su cuerpo, la piel se le erizó al sentir los cálidos labios de Arturo deslizarse por su columna vertebral, sus manos recorriendo cada rincón de su cuerpo, hasta llegar al centro de su placer.—¿Qué haces? —preguntó con voz ligeramente cansada, pero cargada de pasión y deseo.—Quiero hacer hacerte el amor… —susurró bañando con su aliento cálido el oído y rostro de Paula.—¡Lo hemos estado haciendo casi toda la noche! —expresó Paula sin apartarse del toque ni de los labios de su esposo.—No cuenta, apenas el reloj ha marcado la media noche es un nuevo día —refutó Arturo complacido.Paula dejó escapar una ligera carcajada antes sus palabras.—Era audaz, pero no me has convencido —dijo entre risas.—¿Aún no? —preguntó el hombre, dejando suaves besos y mordidas sobre el hombro desnudo de Paula.—No…—¿De verdad? —insistió.Paula asintió, mientras dejaba escapar, un son
Epílogo Paula miró el nuevo cuadro que adornaba la sala de su casa, había sido un trabajo maravilloso y exquisito de Gerald Petit, uno de los pintores más reconocidos de Francia.—Es hermoso, el cuadro perfecto de una familia feliz —musitó Arturo tomando la cintura de Paula por la espalda.—Lo es —convino Paula mordiéndose el labio.—¿Qué pasa, cariño? —preguntó el magnate al darse cuenta de la tensión en los hombros de su esposa.—¿Qué harás con el cuadro de Pía? —preguntó.Arturo la hizo girar entre sus brazos, sus miradas se encontraron, él apartó el mechón de su rostro y besó sus labios.—¿Qué quieres hacer con él? —le preguntó como respuesta.—¿Qué?—Eres tú quien decide qué hacer con él, Paula —respondió ante la interrogante.—¿Crees…, crees que Domenico apreciaría tenerlo en Italia? —preguntó con duda.—Quizá sería un buen regalo para Paolo —dijo.Paula acarició el rostro de Arturo, le dio un corto beso en la mejilla y le sonrió.—Estoy segura de que lo apreciará mucho, es una
Prefacio El florero se estrelló con fuerza contra la pared, rompiéndose en varios pedazos. Llamando la atención de los amantes que se revolcaban en la cama de aquel hotel.La rabia corrió por sus venas como lava ardiente, el dolor se instaló en su corazón. Arturo Montecarlo de Mendoza, no podía creer lo que sus ojos estaban viendo.¡Su esposa, la madre de su hijo, la mujer que más amaba en la vida, en brazos de su mejor amigo!Para Arturo no había traición más cruel y dolorosa que ver a Pía y Julián haciendo el amor, como si fuesen dos personas libres.—¡Arturo! —gritó Pía al descubrir a su marido viéndola con ojos asesinos—. No es lo que parece —dijo.—¿No es lo que parece? —preguntó con rabia—. ¿No es lo que parece? —había burla en su voz—. Imagino que se te ha perdido un par de pelotas y estás jugando a encontrarlas.—Arturo…—Será mejor que te largues, Julián, y no vuelvas a poner un solo pie en mi casa, aléjate de mi hermana para siempre —gruñó.—¡No puedes hacerle esto a Isabel
¡Mamá!Arturo observó el retrato que adornaba la sala principal de la mansión Montecarlo de Mendoza. Era el retrato de una mujer que no se merecía la pleitesía y la adoración que su hijo sentía por ella; pero Alejandro era un niño y él jamás le envenenaría el alma hablando mal de su madre, era mejor que la recordara con cariño, después de todo, Pía estaba muerta…—No sé por qué insistes en esconder la verdad sobre esa mujer, Arturo, no podrás engañar a Alejandro toda la vida, él crecerá y se dará cuenta de que le has mentido.Arturo apartó la mirada del cuadro de Pía para ver a su madre.—Jamás le diré la verdad, mamá. Alejandro no tiene la culpa de haber tenido la madre que tuvo, en todo caso el único responsable fui yo, por necio, por empeñarme en convertirla en mi esposa a pesar de no pertenecer a mi círculo social —respondió el hombre con más brusquedad de la necesaria.Para Arturo recordar el pasado era como beberse de nuevo el trago amargo de la traición sufrida.—Te estás equiv
Le propongo un tratoPaula miró al hombre fijamente, la había llamado ¿Pía? ¿Quién demonios era Pía?...—Lo siento, señor, me temo que está usted confundiéndome con otra persona —dijo la muchacha con seriedad.—¿Piensas que soy idiota? —preguntó con los dientes apretados.Paula bajó la mirada hacia el pequeño, quién se aferraba a su pierna, como si temiera que fuera a desaparecer. La joven pasó saliva.—Responde, maldita sea —gruñó Arturo en tono bajo al darse cuenta de que no podía mantener esa conversación con su hijo presente, pero estaba cegado por la ira.—Sí.—¿Perdón? —Arturo no podía creer que le dijera idiota.—No sé quién es Pía y no estoy interesada en saberlo. Mi nombre es Paula Madrigal, soy maestra de primer año en este colegio. ¿Necesita revisar mis credenciales? —preguntó la mujer con el ceño fruncido.Arturo la miró detenidamente, su primera impresión había sido suponer que se trataba de Pía Zambrano, su exesposa. Algo que no era posible, la arpía de Pía había muerto
Diego Álvarez se quedó de piedra al escuchar la petición de su amigo.—¿Te has vuelto loco? —preguntó.—No. —Arturo giró su silla para no mirar a su abogado y amigo.—¿No? Permíteme ponerlo en duda, Arturo, no puedes hacer esto, ¡es ilegal! —gritó el hombre poniéndose de pie.—No es ilegal, si la otra parte está en pleno uso de sus facultades mentales y firma voluntariamente…—¿Voluntariamente? ¡Maldición, Arturo, no puedes hablar en serio! —el abogado caminó de un lado a otro en la oficina.—Estoy hablando muy en serio, quiero que redactes un contrato de matrimonio, necesito una madre para mi hijo, y Paula Madrigal ha sido la elegida —aseguró.—Si hubiese tenido conocimiento de tus intenciones cuando me pediste que la investigara, no lo habría hecho. No puedes coaccionar a una persona de esta manera y menos utilizarla para tu conveniencia.—Puedo y lo haré, por Alejandro soy capaz de eso y de mucho más.—Paula no es su madre, Alejandro no necesita una sustituta que solamente se parez
«Quiero una madre para mi hijo y usted ha sido la elegida…»«Usted ha sido la elegida…»«Usted ha sido la elegida…»Aquellas palabras se repitieron como un mantra en la cabeza de Paula, ¿La elegida?—¡Está usted completamente loco, señor Montecarlo! ¿Quién se cree que es? —preguntó Paula inflando los cachetes de enojo.—Soy un padre que busca la seguridad y felicidad de su hijo, y usted una nieta que desea cuidar de su abuela y darle lo mejor.Paula apretó los puños con fuerza sobre el mantel de la mesa.—Ni siquiera me conoce —musitó con dientes apretados.—La he investigado, he leído por horas su historia, siento que es todo lo que necesito saber.—Es usted un arrogante, ¿piensa que su dinero puede comprarlo todo, incluso una madre para su hijo? —preguntó poniéndose de pie.—Sí.—Idiota —susurró Paula lo suficiente alto para que él escuchara y lo suficiente bajo para que nadie más lo hiciera.Paula tomó su bolso y salió del local, no quería voltearse para ver al niño, a pesar de que
Paula suspiró al escuchar el sonido de su despertador, maldijo en tono bajo, no tenía ganas de ponerse de pie. No deseaba enfrentarse con Arturo Montecarlo y tenía miedo de evadir a Alejandro.El niño era el más inocente en todo aquel embrollo que se había armado. Explicarle que ella no era su madre, era difícil, pero aceptar ser la esposa del magnate era una reverenda locura, un sin sentido.Ella no conocía nada del hombre, ¡apenas se habían visto ayer!—¡Paula, cariño, se te hará tarde! —la voz de su abuela, le recordó que no podía darse el lujo de faltar a su trabajo, ella tenía prohibido rendirse.La joven hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, salió de la cama, se dio una rápida ducha, se vistió con prisa para desayunar con su abuela. Era el único momento del día que compartía con ella.Media hora después se despidió de su abuela, se preparó para enfrentarse con lo que sea que el destino le tenía preparado para hoy. El destino o específicamente Arturo Montecarlo de Mendoza, p