«Quiero una madre para mi hijo y usted ha sido la elegida…»
«Usted ha sido la elegida…»
«Usted ha sido la elegida…»
Aquellas palabras se repitieron como un mantra en la cabeza de Paula, ¿La elegida?
—¡Está usted completamente loco, señor Montecarlo! ¿Quién se cree que es? —preguntó Paula inflando los cachetes de enojo.
—Soy un padre que busca la seguridad y felicidad de su hijo, y usted una nieta que desea cuidar de su abuela y darle lo mejor.
Paula apretó los puños con fuerza sobre el mantel de la mesa.
—Ni siquiera me conoce —musitó con dientes apretados.
—La he investigado, he leído por horas su historia, siento que es todo lo que necesito saber.
—Es usted un arrogante, ¿piensa que su dinero puede comprarlo todo, incluso una madre para su hijo? —preguntó poniéndose de pie.
—Sí.
—Idiota —susurró Paula lo suficiente alto para que él escuchara y lo suficiente bajo para que nadie más lo hiciera.
Paula tomó su bolso y salió del local, no quería voltearse para ver al niño, a pesar de que el grito de Alejandro le desgarró el corazón.
—¡Mamá! —gritó el pequeño.
Paula sintió sus lágrimas caer de sus mejillas, no sabía si era por el enojo o el dolor de hacer llorar a un niño.
—¡Mamáaa! —su corazón se desgarró una vez más, caminó con más prisa. No quería girarse, no quería…
—¡¡¡Alejandro!!! —El grito que salió de los labios de Arturo Montecarlo fue aterrador, Paula se giró con violencia para ver al niño ser golpeado por un auto.
El corazón de Paula cayó en un agujero negro, giró sobre sus pies y corrió de regreso.
—¡Alejandro!
La mirada furiosa de Arturo le hizo detenerse en seco.
—Esto es tu culpa —dijo con sequedad.
Paula no respondió, estaba en shock.
—¡Mamá! —La voz de Alejandro le dio tranquilidad de que el niño estaba vivo.
—Lo siento, él fue quien se cruzó —dijo el chofer del auto, el hombre estaba tan pálido que Paula creyó iba a desmayarse.
—Ven conmigo —gruñó Arturo, levantando al niño y llevándolo hasta el auto.
Paula obedeció, sentía culpa, Arturo Montecarlo podía ser un hijo de perra, pero Alejandro era inocente, solo era un niño que deseaba tener una madre…
Arturo dejó al niño en brazos de Paula, mientras subía al lado del piloto.
—¿Dónde te duele? —preguntó Paula en tono bajo, solo para él.
—Mi brazo —se quejó Alejandro.
—Lo siento —se disculpó Paula.
Arturo los miró por el retrovisor, su atención estaba puesta en la carretera por lo que no escuchó la conversación secreta que tenían ese par.
Media hora después, llegaron al hospital, Arturo llevó al niño a emergencia, Paula quiso aprovechar ese momento para escapar, pero no fue posible.
«Prométeme que no me dejarás», el recuerdo y la promesa que le hizo a Alejandro la mantuvo sentada en aquella dura silla de la sala de espera.
Como si la hubiesen pegado con cola.
Paula rezó para que Alejandro estuviese bien y no tuviese ningún golpe interno, ella no alcanzó a ver si el auto lo había golpeado o él había caído al piso por el susto.
Una hora después Alejandro traía el brazo enyesado metido en el cabestrillo.
—¿Cómo está? —preguntó de inmediato.
—Tiene una fisura en el radio, por precaución el doctor lo ha inmovilizado —explicó Arturo con frialdad.
Paula tragó el nudo en su garganta, ¿era culpa suya por irse sin esperar y despedirse del niño o era culpa de Arturo por no cuidarlo bien?
—Estaré mejor, si tú cuidas de mi bracito herido —intervino Alejandro rompiendo el duelo de miradas asesinas entre los adultos.
—Por supuesto, mañana cuando vengas al colegio te cuidaré —le dijo agachándose a su altura.
—¿Por qué mañana? ¿Por qué no puedes venir hoy a casa, tu casa? —cuestionó el niño.
Paula pensó brevemente su respuesta.
—Tengo que cuidar de mi abuelita, pero mañana muy temprano, estaré en el colegio esperando por ti, te prometo que preparé un rico desayuno y te lo llevaré —dijo para convencerlo.
Los ojos del niño se iluminaron al escuchar la promesa de Paula.
—¿De verdad?
—Te lo prometo…
—¡Entonces te veré mañana en el colegio! —gritó el niño con efusividad, dándole un beso en la mejilla.
Paula sonrió, le devolvió el gesto.
—Te espero mañana —aseguró Paula.
Alejandro asintió, tomó la mano de su padre y salieron del hospital, dejando a Paula atrás…
—¿Por qué no la llevas a casa? —dijo Alejandro.
—¿A quién?
—A mi mamá…
—Alejandro.
—No diré nada más, si no regresas con ella, no querré a ninguna otra mamá —refutó el niño.
Arturo abrió la puerta del copiloto, abrochó el cinturón de seguridad del pequeño, bordeó el auto y salió del estacionamiento.
—Papá…
—Deja que nos acostumbremos, Alejandro —pidió Arturo, no sabía cómo mantener la farsa. Su hijo posiblemente no le creía si le decía que Paula no era su madre.
La muchacha suspiró y quiso gritar de frustración al darse cuenta de que su bolsa se había quedado dentro del auto.
—¿Qué se supone que tengo que hacer? —preguntó bajando de la acera, caminar hasta su edificio no era una opción, estaría llegando de madrugada…
—Sube —la voz fría de Arturo le hizo girar.
—¿Qué?
—Sube, ¿o prefieres caminar? —le dijo.
—Podrías dejarme mi bolso —refutó ella.
—Te llevaré, no es como si no supiera dónde vives —le recordó.
Paula apretó los puños y subió.
Todo este día, desde el inicio, había sido un caos, primero el idiota que le mojó la blusa, luego ser confundida con una mujer muerta, y para rematar, un hombre que la quería para madre de su hijo. Definitivamente; era un día de locos.
Al filo de la tarde, Paula bajó del lujoso auto, se despidió de Alejandro con cariño, pero con Arturo fue otra cosa.
—Gracias —le dijo con sequedad.
—Piénselo, lea y consulte con su almohada, sé que al final, tomará la mejor decisión —habló Arturo con brusquedad.
Paula no respondió, salió del auto tan rápido como pudo. Segundos después se vio parada en la acera, completamente sola, sola y con un contrato en sus manos.
Dos horas más tarde, Arturo entró por la puerta de la mansión Montecarlo y Mendoza, lo último que esperaba encontrarse era con su madre y con Jazmín, la hija de unos amigos de su familia.
—¡Arturo! —gritó la joven de no más de veintitrés años o eso recordaba él.
—Buenas noches, Jazmín —dijo cortante.
—Has demorado en volver, te llamé a la oficina y… ¿¡Qué le pasó a Alejandro!? —medio preguntó, medio gritó.
—Tuvo un accidente en el colegio —respondió sin querer dar más explicaciones.
—¿Cómo es posible, diste parte a la dirección? ¿Qué estaba haciendo su maestra cuando esto ocurrió? —Sofía acribilló con preguntas a Arturo.
¿Qué estaba haciendo la maestra?, pensó Arturo.
Huir.
—Fue un accidente mamá, no hagas una tormenta en un vaso de agua —dijo con rapidez.
—Esto no es cualquier cosa —insistió Sofía.
—Estoy cansado y Alejandro no está en mejores condiciones, no ha dormido la siesta, así que, si me lo permites, me retiro.
—Jazmín vino a cenar…
—Que disfruten la cena —Arturo fue cortante y directo, subió a su habitación, dejando a su madre roja por el enojo y a Jazmín decepcionada por su ausencia.
Arturo le dio un baño a su hijo, lo vistió y lo metió a la cama como todas las noches.
—Crees que intentará huir de nosotros —preguntó cuando estaba quedándose dormido.
—¿Quién?
—Mi mamá.
—No lo hará, te lo prometo —aseguró.
Alejandro asintió, cerró los ojos y se quedó dormido con una ligera sonrisa en los labios.
Arturo volvió a su habitación, se despojó de su camisa y caminó hasta la pequeña mesa, se sirvió un whisky doble y bebió de un solo golpe.
No había probado una sola gota de licor en bastante tiempo, pero hoy el caso lo ameritaba. ¿Cómo era posible que existiera una mujer casi idéntica a su esposa y distinta a la vez?
—Paula Madrigal —susurró, el nombre casi le quemó la garganta, tanto como el whisky.
Mientras tanto, Paula sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, como si alguien la llamara, se frotó los brazos y se acomodó en la cama.
Con manos temblorosas, sacó la carpeta, leyó lo que ya sabía, su deuda con el banco y otras cosas que no tenía caso mencionar.
Apartó el historial de su vida, se fijó en los documentos adjuntos, el título recitaba, contrato matrimonial.
—Bruto —musitó con enojo— ¿Quién querría casarse con un tipo tan arrogante?
Paula dejó de reflexionar sobre el tipo y se concentró en leer en voz baja los puntos más importantes del jodido contrato.
1. Firmar un acuerdo de confidencialidad, la parte que incumpla, deberá pagar cierta cantidad de dinero, que pronto será especificada.
2. No habrá intimidad entre las partes, pero… compartirán habitación.
3. Las muestras de cariño, será exclusivo de eventos públicos. Habrá besos y abrazos, si la situación lo amerita.
4. Ninguna de las partes será infiel, de lo contrario será penalizada con cien millones de euros.
—¡Cien millones de euros! —gritó Paula con los ojos desorbitados.
5. La boda será únicamente por lo civil.
6. El plazo para el divorcio será el día que Alejandro Montecarlo Zambrano cumpla su mayoría de edad.
«¡Once años, el tipo pretendía estar once años casado con ella y nada de nada!»
—Definitivamente, está loco, pero es un loco que te tiene en sus manos, Paula —aceptó.
Paula suspiró al escuchar el sonido de su despertador, maldijo en tono bajo, no tenía ganas de ponerse de pie. No deseaba enfrentarse con Arturo Montecarlo y tenía miedo de evadir a Alejandro.El niño era el más inocente en todo aquel embrollo que se había armado. Explicarle que ella no era su madre, era difícil, pero aceptar ser la esposa del magnate era una reverenda locura, un sin sentido.Ella no conocía nada del hombre, ¡apenas se habían visto ayer!—¡Paula, cariño, se te hará tarde! —la voz de su abuela, le recordó que no podía darse el lujo de faltar a su trabajo, ella tenía prohibido rendirse.La joven hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, salió de la cama, se dio una rápida ducha, se vistió con prisa para desayunar con su abuela. Era el único momento del día que compartía con ella.Media hora después se despidió de su abuela, se preparó para enfrentarse con lo que sea que el destino le tenía preparado para hoy. El destino o específicamente Arturo Montecarlo de Mendoza, p
Había pasado una nueva semana, una semana más que Paula demostraba su firme decisión de no acceder al chantaje del magnate, algo que estaba enloqueciendo a Arturo.—No podrás con ella —dijo Diego y el regocijo en su voz no pasó desapercibido para Arturo.—¿Eres mi amigo? —se atrevió a preguntar.—Lo soy, pero me alegro de saber que Paula no es tan fácil de doblegar como creías, cuatro semanas, casi cuatro semanas. Me temo que, si insistes, la joven maestra se convertirá en la horma de tus zapatos —dijo con seriedad el abogado—. Basta con ver lo loco que te trae.Arturo miró a Diego, se puso de pie y salió de la oficina dando un sonoro portazo. Paula había estado resistiéndose, pero no lo haría más.Mientras tanto, Paula terminó su clase, se despidió de sus alumnos y esperó a que Arturo fuera por Alejandro, pero los minutos corrieron y el hombre brillaba por su ausencia.—Aparte de arrogante, también es un irresponsable —gruñó Paula mirando la hora en su reloj.—Con irresponsable, ¿te
«Complace a nuestro hijo»Paula cerró los ojos, se miró al espejo en el servicio, su rostro estaba ligeramente pálido y había ojeras marcadas bajo sus ojos, señal inequívoca de que estaba durmiendo poco, gracias a la presión de Arturo sobre ella.Respiró profundamente antes de salir y dirigirse al salón donde padre e hijo esperaban por ella, había accedido a comer con ellos, porque no tuvo más opciones. Pero no habían logrado convencerla de llevarla a su casa, si ella pudiera evitar vivir en ese lugar lo haría.«No te engañes, Paula, no puedes negarte o ese hombre se llevará tu vida y tu futuro por delante, piensa en tu abuela. Ella lo vale todo», aquel pensamiento se repitió como un mantra en la cabeza de la joven, mientras se reunía en salón con su verdugo.Almorzaron en un restaurante típico en el centro de la ciudad, la comida fue amena gracias a la capacidad de conversación del pequeño, Alejandro hablaba hasta por los codos y parecía feliz.Eso debía contar, ¿No?—Hablé con la di
¡Había firmado! ¡Se había convertido en la esposa del magnate y en la madre de Alejandro! Paula no podía creer que lo había hecho.«No te dejó ninguna otra jodida elección», pensó la joven con desagrado.Y era tan cierto, como el hecho de estar sentada en el cómodo y lujoso sillón del camarote que funcionaba como oficina en ese momento.No había tenido elección, si la hubiese tenido, ella estaría muy lejos de aquí.—Gracias, Diego, ahora déjame hablar a solas con mi esposa —ordenó Arturo.«Esposa», la palabra casi le hizo ahogarse.¡Estaba casado de nuevo!—No hay nada que hablar —refutó Paula con enfado.—Diego.El hombre no esperó dos veces y salió del camarote, se dirigió a cubierta, rogando porque su amigo no embarrara más la situación con aquella pobre mujer.Entre tanto, Paula observó a Arturo sin dejarse amedrentar, no iba a temer, lo peor ya se lo había hecho…—Me gustaría que aceptaras cambiarte el nombre —dijo, mientras se apoyaba contra la mesa.Paula lo miró como si fuese
Dile que no mientoArturo miró fijamente la puerta, como si eso fuese a ayudarle en algo, apretó los puños y salió totalmente enfadado.Estaba perdiendo los papeles.Caminó hasta llegar junto a su amigo y se arrepintió en el mismo momento que se sentó.—¿Qué ha pasado? —preguntó Diego.—¿Por qué? —Arturo se bebió de un solo trago el contenido de su copa.—Pareces un perro apaleado.Arturo iba a responder, pero prefirió no hacerlo, cualquier cosa que dijera a Diego, con seguridad sería usado en su contra, por lo que bajó hasta la piscina y se metió al agua.No iba a poder nadar, pero el agua siempre tenía un buen efecto en él.Las horas fueron pasando, Paula salió del camarote vestida con un pequeño short y un top que dejaba muy poco a la imaginación.Arturo sabía que era un claro desafío, que Paula intentaba provocarlo, pero no iba a conseguir más de lo que ya lo había hecho esa mañana.Luego de una comida en medio de un ambiente hostil, un pequeño yate se acercó. Paula prestó atenció
Sofía de Montecarlo miró a su hijo como si lo viese por primera vez…—¿Esposa? —preguntó.—Sí.—¡Te has vuelto loco! —gritó la mujer, asustando a Isabel y Jazmín.—No, no estoy loco, mamá, será mejor que te hagas a la idea, mañana mi esposa vendrá a vivir a esta casa…—Deja de decir estupideces, Arturo, ¿de qué esposa hablas? —preguntó.Sofía caminó de un lado al otro, sin poder creer las palabras de su hijo. ¡Estaba loco! Esa era la única maldit4 explicación que podía tener.—Papá habla de mi mamá, mi mamita vendrá a vivir con nosotros. ¡Ella está viva! —gritó Alejandro con la emoción e inocencia de su edad.Sofía abrió y cerró la boca, imitando un pez.—Arturo…—No voy a decirte nada más, basta con lo que ya te he dicho hasta ahora —respondió en tono cortante.Sofía solamente podía pensar en Pía Zambrano, aquella maldit4 mujer era la única que podía poner la vida de su hijo de cabeza.Aquella mujer que debía llevar muerta cuatro largos años y quien debía continuar muerta para siempr
Dos gotas de aguaPaula levantó la mirada, las mujeres estaban sorprendidas, tan pálidas como si acabaran de ver un fantasma. Sus bocas se abrían y cerraban como peces fuera del agua.Paula tuvo la extraña necesidad de reír, quizá eran nervios, quizá era la actitud de las mujeres, eso… hasta que su mirada se apartó de ellas y se dirigió al cuadro que adornaba la sala.La respiración de la joven se cortó, el parecido entre la mujer del cuadro y ella era… perturbador. ¡Dos gotas de agua!Paula se tambaleó ligeramente, quizá habría terminado de bruces sobre el piso, pero fue la mano de Arturo sobre su cintura que le hizo reaccionar.—Les presento a mi esposa… —Arturo hizo una pausa.Paula esperó a que Arturo la presentara como Pía, para odiarlo un poquito más de lo que ya lo hacía. Sin embargo, él la sorprendió:—Mi esposa, Paula Montecarlo.Las mujeres fruncieron el ceño al escuchar el nombre de la joven. Sus miradas cambiaron de susto a molestia, la boca de la mujer se frunció con desp
Paula uno, gárgolas ceroArturo miró salir a Alejandro y Paula de la habitación, suspiró, se mesó el cabello con frustración. Había sido un verdadero idiota con Paula. Conociendo a su hijo era muy probable que Alejandro no la dejara salir de la cama, queriendo pasar todo el tiempo con ella, hasta el punto de olvidarse de comer.Con la desazón en su corazón, se dirigió a su habitación.Habitación que sería compartida en breve con Paula. Arturo cerró los ojos y dejó que la lluvia artificial cayera sobre su cuerpo y se llevara toda la maldita tensión que sentía. La frustración de tener que convivir con otra mujer, que no era cualquier mujer, sino alguien tan parecida a…, movió la cabeza en negación. ¡No era la misma mujer!Mientras tanto, Paula y Alejandro se aventuraron a la cocina.—¿Qué quieres comer? —preguntó Paula entrando de la mano del niño. El personal se sorprendió al verla y por un momento la joven llegó a pensar que iban a desmayarse. No podía culparlos, ella misma estuvo a p