¡Había firmado! ¡Se había convertido en la esposa del magnate y en la madre de Alejandro! Paula no podía creer que lo había hecho.«No te dejó ninguna otra jodida elección», pensó la joven con desagrado.Y era tan cierto, como el hecho de estar sentada en el cómodo y lujoso sillón del camarote que funcionaba como oficina en ese momento.No había tenido elección, si la hubiese tenido, ella estaría muy lejos de aquí.—Gracias, Diego, ahora déjame hablar a solas con mi esposa —ordenó Arturo.«Esposa», la palabra casi le hizo ahogarse.¡Estaba casado de nuevo!—No hay nada que hablar —refutó Paula con enfado.—Diego.El hombre no esperó dos veces y salió del camarote, se dirigió a cubierta, rogando porque su amigo no embarrara más la situación con aquella pobre mujer.Entre tanto, Paula observó a Arturo sin dejarse amedrentar, no iba a temer, lo peor ya se lo había hecho…—Me gustaría que aceptaras cambiarte el nombre —dijo, mientras se apoyaba contra la mesa.Paula lo miró como si fuese
Dile que no mientoArturo miró fijamente la puerta, como si eso fuese a ayudarle en algo, apretó los puños y salió totalmente enfadado.Estaba perdiendo los papeles.Caminó hasta llegar junto a su amigo y se arrepintió en el mismo momento que se sentó.—¿Qué ha pasado? —preguntó Diego.—¿Por qué? —Arturo se bebió de un solo trago el contenido de su copa.—Pareces un perro apaleado.Arturo iba a responder, pero prefirió no hacerlo, cualquier cosa que dijera a Diego, con seguridad sería usado en su contra, por lo que bajó hasta la piscina y se metió al agua.No iba a poder nadar, pero el agua siempre tenía un buen efecto en él.Las horas fueron pasando, Paula salió del camarote vestida con un pequeño short y un top que dejaba muy poco a la imaginación.Arturo sabía que era un claro desafío, que Paula intentaba provocarlo, pero no iba a conseguir más de lo que ya lo había hecho esa mañana.Luego de una comida en medio de un ambiente hostil, un pequeño yate se acercó. Paula prestó atenció
Sofía de Montecarlo miró a su hijo como si lo viese por primera vez…—¿Esposa? —preguntó.—Sí.—¡Te has vuelto loco! —gritó la mujer, asustando a Isabel y Jazmín.—No, no estoy loco, mamá, será mejor que te hagas a la idea, mañana mi esposa vendrá a vivir a esta casa…—Deja de decir estupideces, Arturo, ¿de qué esposa hablas? —preguntó.Sofía caminó de un lado al otro, sin poder creer las palabras de su hijo. ¡Estaba loco! Esa era la única maldit4 explicación que podía tener.—Papá habla de mi mamá, mi mamita vendrá a vivir con nosotros. ¡Ella está viva! —gritó Alejandro con la emoción e inocencia de su edad.Sofía abrió y cerró la boca, imitando un pez.—Arturo…—No voy a decirte nada más, basta con lo que ya te he dicho hasta ahora —respondió en tono cortante.Sofía solamente podía pensar en Pía Zambrano, aquella maldit4 mujer era la única que podía poner la vida de su hijo de cabeza.Aquella mujer que debía llevar muerta cuatro largos años y quien debía continuar muerta para siempr
Dos gotas de aguaPaula levantó la mirada, las mujeres estaban sorprendidas, tan pálidas como si acabaran de ver un fantasma. Sus bocas se abrían y cerraban como peces fuera del agua.Paula tuvo la extraña necesidad de reír, quizá eran nervios, quizá era la actitud de las mujeres, eso… hasta que su mirada se apartó de ellas y se dirigió al cuadro que adornaba la sala.La respiración de la joven se cortó, el parecido entre la mujer del cuadro y ella era… perturbador. ¡Dos gotas de agua!Paula se tambaleó ligeramente, quizá habría terminado de bruces sobre el piso, pero fue la mano de Arturo sobre su cintura que le hizo reaccionar.—Les presento a mi esposa… —Arturo hizo una pausa.Paula esperó a que Arturo la presentara como Pía, para odiarlo un poquito más de lo que ya lo hacía. Sin embargo, él la sorprendió:—Mi esposa, Paula Montecarlo.Las mujeres fruncieron el ceño al escuchar el nombre de la joven. Sus miradas cambiaron de susto a molestia, la boca de la mujer se frunció con desp
Paula uno, gárgolas ceroArturo miró salir a Alejandro y Paula de la habitación, suspiró, se mesó el cabello con frustración. Había sido un verdadero idiota con Paula. Conociendo a su hijo era muy probable que Alejandro no la dejara salir de la cama, queriendo pasar todo el tiempo con ella, hasta el punto de olvidarse de comer.Con la desazón en su corazón, se dirigió a su habitación.Habitación que sería compartida en breve con Paula. Arturo cerró los ojos y dejó que la lluvia artificial cayera sobre su cuerpo y se llevara toda la maldita tensión que sentía. La frustración de tener que convivir con otra mujer, que no era cualquier mujer, sino alguien tan parecida a…, movió la cabeza en negación. ¡No era la misma mujer!Mientras tanto, Paula y Alejandro se aventuraron a la cocina.—¿Qué quieres comer? —preguntó Paula entrando de la mano del niño. El personal se sorprendió al verla y por un momento la joven llegó a pensar que iban a desmayarse. No podía culparlos, ella misma estuvo a p
No te quejesPaula sonrió con satisfacción, habían terminado de limpiar el desastre en el que había convertido la cocina. Alejandro se notaba cansado, pero tenía una sonrisa de oreja a oreja en los labios que llevó tranquilidad al corazón de la joven.—Llevaré a Alejandro a su habitación, le daré un baño y meteré a la cama. Aprovecha para hacerlo mismo —dijo Paula, el tono empleado por la mujer fue una clara orden.Sin embargo, el magnate no refutó, asintió y salió de la cocina detrás de ellos.Paula sonrió de nuevo, esto estaba empezando a gustarle.—¿Qué es lo que te hace tanta gracia? —preguntó Arturo detrás de su espalda.—Después de todo, el primer día no fue tan malo —soltó la muchacha.—¿No? —Arturo se vio sorprendido.—No, pude desquitarme de ti, limpiaste la cocina como lo hace cualquier mortal, me gusta que obedezcas sin chistar —dijo.—¡Paula! —gruñó Arturo, sin embargo, la joven esposa había huido al interior de la habitación del niño, dejando el sonido de su risa en el ai
Compras de la venganzaPaula parpadeó un par de veces, al escuchar las palabras de su marido.¿Despedida?No, ella no había sido despedida por la directora, Arturo era el responsable, podía leerlo en la culpa que atravesó su mirada, aunque fue breve.—¿Qué es lo que quieres de mí, Arturo? —preguntó con una calma que estaba lejos de sentir—. ¿¡Qué es lo que quieres de mí!? —gritó ante el silencio del hombre.—Yo…—No tienes ningún maldito derecho a interferir en mi vida, ¿Sabes cuánto me costó conseguir ese trabajo? ¿Tienes una puta idea de todo lo que estudié para poder obtener un título y ejercer mi profesión? —cuestionó caminando lejos del hombre.—Paula.—¡No! Arturo, tú no tendrás jamás una jodida idea de los sacrificios que mi abuela y yo hicimos. Las veces que dejamos de comer para comprar un libro, o un par de zapatos. ¡Jamás lo entenderás! Tú que has nacido en cuna de oro, no tendrás jamás una puta idea de lo que acabas de hacer.—Es un trabajo…—Un trabajo que conseguí por mi
¡Esa mujer era el diablo! Arturo cerró y abrió los ojos con cada notificación que le llegaba de las compras que Paula estaba haciendo. Quería venganza y el mensaje era claro. —¿Arturo? —llamó el abogado al ver a su amigo en aquel estado. —Dile a Carolina que me envíe los documentos que necesito firmar —pidió sin verlo. Diego se encogió de hombros, tampoco estaba para rogar a su amigo. Fue Arturo quién se metió en problemas con Paula, era él quien debía sufrir por hacerlo. —Por supuesto —dijo poniéndose de pie para salir de la oficina. Arturo cerró brevemente los ojos, no era el dinero lo que le estaba haciendo sentir aquella frustración e intranquilidad que sentía, sino lo que Paula podría estar comprando en las tiendas de ropa. Una nueva notificación cayó, se resignó a revisarlas, total, ¿Qué podía pasar? ¿Qué podía pasar? Arturo quiso reírse de sí mismo al darse cuenta de que las facturas habían llegado, deslizó el dedo por la pantalla, mientras su corazón se hundía más y m