Dos gotas de aguaPaula levantó la mirada, las mujeres estaban sorprendidas, tan pálidas como si acabaran de ver un fantasma. Sus bocas se abrían y cerraban como peces fuera del agua.Paula tuvo la extraña necesidad de reír, quizá eran nervios, quizá era la actitud de las mujeres, eso… hasta que su mirada se apartó de ellas y se dirigió al cuadro que adornaba la sala.La respiración de la joven se cortó, el parecido entre la mujer del cuadro y ella era… perturbador. ¡Dos gotas de agua!Paula se tambaleó ligeramente, quizá habría terminado de bruces sobre el piso, pero fue la mano de Arturo sobre su cintura que le hizo reaccionar.—Les presento a mi esposa… —Arturo hizo una pausa.Paula esperó a que Arturo la presentara como Pía, para odiarlo un poquito más de lo que ya lo hacía. Sin embargo, él la sorprendió:—Mi esposa, Paula Montecarlo.Las mujeres fruncieron el ceño al escuchar el nombre de la joven. Sus miradas cambiaron de susto a molestia, la boca de la mujer se frunció con desp
Paula uno, gárgolas ceroArturo miró salir a Alejandro y Paula de la habitación, suspiró, se mesó el cabello con frustración. Había sido un verdadero idiota con Paula. Conociendo a su hijo era muy probable que Alejandro no la dejara salir de la cama, queriendo pasar todo el tiempo con ella, hasta el punto de olvidarse de comer.Con la desazón en su corazón, se dirigió a su habitación.Habitación que sería compartida en breve con Paula. Arturo cerró los ojos y dejó que la lluvia artificial cayera sobre su cuerpo y se llevara toda la maldita tensión que sentía. La frustración de tener que convivir con otra mujer, que no era cualquier mujer, sino alguien tan parecida a…, movió la cabeza en negación. ¡No era la misma mujer!Mientras tanto, Paula y Alejandro se aventuraron a la cocina.—¿Qué quieres comer? —preguntó Paula entrando de la mano del niño. El personal se sorprendió al verla y por un momento la joven llegó a pensar que iban a desmayarse. No podía culparlos, ella misma estuvo a p
No te quejesPaula sonrió con satisfacción, habían terminado de limpiar el desastre en el que había convertido la cocina. Alejandro se notaba cansado, pero tenía una sonrisa de oreja a oreja en los labios que llevó tranquilidad al corazón de la joven.—Llevaré a Alejandro a su habitación, le daré un baño y meteré a la cama. Aprovecha para hacerlo mismo —dijo Paula, el tono empleado por la mujer fue una clara orden.Sin embargo, el magnate no refutó, asintió y salió de la cocina detrás de ellos.Paula sonrió de nuevo, esto estaba empezando a gustarle.—¿Qué es lo que te hace tanta gracia? —preguntó Arturo detrás de su espalda.—Después de todo, el primer día no fue tan malo —soltó la muchacha.—¿No? —Arturo se vio sorprendido.—No, pude desquitarme de ti, limpiaste la cocina como lo hace cualquier mortal, me gusta que obedezcas sin chistar —dijo.—¡Paula! —gruñó Arturo, sin embargo, la joven esposa había huido al interior de la habitación del niño, dejando el sonido de su risa en el ai
Compras de la venganzaPaula parpadeó un par de veces, al escuchar las palabras de su marido.¿Despedida?No, ella no había sido despedida por la directora, Arturo era el responsable, podía leerlo en la culpa que atravesó su mirada, aunque fue breve.—¿Qué es lo que quieres de mí, Arturo? —preguntó con una calma que estaba lejos de sentir—. ¿¡Qué es lo que quieres de mí!? —gritó ante el silencio del hombre.—Yo…—No tienes ningún maldito derecho a interferir en mi vida, ¿Sabes cuánto me costó conseguir ese trabajo? ¿Tienes una puta idea de todo lo que estudié para poder obtener un título y ejercer mi profesión? —cuestionó caminando lejos del hombre.—Paula.—¡No! Arturo, tú no tendrás jamás una jodida idea de los sacrificios que mi abuela y yo hicimos. Las veces que dejamos de comer para comprar un libro, o un par de zapatos. ¡Jamás lo entenderás! Tú que has nacido en cuna de oro, no tendrás jamás una puta idea de lo que acabas de hacer.—Es un trabajo…—Un trabajo que conseguí por mi
¡Esa mujer era el diablo! Arturo cerró y abrió los ojos con cada notificación que le llegaba de las compras que Paula estaba haciendo. Quería venganza y el mensaje era claro. —¿Arturo? —llamó el abogado al ver a su amigo en aquel estado. —Dile a Carolina que me envíe los documentos que necesito firmar —pidió sin verlo. Diego se encogió de hombros, tampoco estaba para rogar a su amigo. Fue Arturo quién se metió en problemas con Paula, era él quien debía sufrir por hacerlo. —Por supuesto —dijo poniéndose de pie para salir de la oficina. Arturo cerró brevemente los ojos, no era el dinero lo que le estaba haciendo sentir aquella frustración e intranquilidad que sentía, sino lo que Paula podría estar comprando en las tiendas de ropa. Una nueva notificación cayó, se resignó a revisarlas, total, ¿Qué podía pasar? ¿Qué podía pasar? Arturo quiso reírse de sí mismo al darse cuenta de que las facturas habían llegado, deslizó el dedo por la pantalla, mientras su corazón se hundía más y m
¿Quién dijo miedo? Arturo caminó detrás de Paula, luego de asegurarse de que Alejandro se diera un rápido baño, bajaron al comedor. La conversación giró en torno a la fiesta, Sofía no dejó de hablar de los invitados, de los millones en sus cuentas bancarias, de mujeres como Jazmín que se sentirían heridas con la noticia del nuevo matrimonio de Arturo. «Sofía y las Urracas parlanchinas debían ser familia», pensó Paula, mientras fingía prestar atención a cada una de sus palabras. Cuando por fin pudo levantarse de la mesa, Paula corrió al lado de Alejandro, se encerró con el niño en su habitación, mientras le ayudaba con las tareas, la tarde pasó en una bruma. Arturo no fue capaz de volver a la oficina y parecía un soldado montando guardia en la puerta de su hijo, pero no fue hasta la cena que miró a Paula de nuevo. Sin embargo, verla no le garantizó el poder hablar con ella, la joven lo ignoró hasta el cansancio y durante la cena que no fue mejor que la comida. Fueron Sofía e Isabe
Noche de películaArturo miró a Diego por un largo momento, mientras el hombre continuaba riéndose a su costa.—Con amigos como tú, ¿Para qué quiero enemigos? —soltó en un gruñido bajo y áspero.—¿De verdad? —Diego se recompuso, abrió su portafolio y extrajo un periódico—. Pensé que era buen amigo, ahora no sé si darte o no este anuncio —dijo.Arturo achicó los ojos.—¿Qué es eso? —preguntó con curiosidad.—Una convocatoria para contratar una maestra en el colegio Montfort, pero en vista que me consideras un enemigo… —Diego se puso de pie, suspiró de manera dramática y se giró para abandonar la oficina de Arturo.—¡Espera, espera! —gritó el magnate al ver las intenciones de su amigo.—¿No somos enemigos? —preguntó el abogado.—¡No! No, no, no, ¡Claro que no! —exclamó Arturo, mientras le arrebataba el periódico de las manos a Diego.Arturo abrió la sección de empleos, la descripción era básica, el tipo de anuncio que pondría cualquier colegio. Eso estaba bien, Paula no podía saber jamá
La fiestaPaula miró a padre hijo dormir en la cama de la habitación principal. No había podido negarse ante la petición de Alejandro, había sido bastante incómodo.En un principio ella se imaginó que Alejandro dormiría en medio de ellos y al final fue ella quien se quedó en medio de los dos.—Un plan con maña —gruñó antes de abandonar la habitación.Arturo sonrió al escucharla.Paula bajó a la cocina, era temprano y sabía por Sofía que la comida de la fiesta no sería preparada en la mansión, sino por un servicio de catering, por lo que no se molestó y se adueñó del recinto.—¿puedo ayudarla en algo, señora? —preguntó el ama de llaves.—Buenos días, —saludó la joven—. ¿Podrías amasar un poco de harina?, quiero hacerle bizcochos a Alejandro.—En seguida, cualquier otra cosa que necesite solo tiene que pedirlo —respondió el ama de llaves.Paula le sonrió en agradecimiento.Los minutos pasaron volando, una hora y media después, la cocina olía a pan recién horneado y el cítrico del jugo r