Le propongo un trato
Paula miró al hombre fijamente, la había llamado ¿Pía? ¿Quién demonios era Pía?...
—Lo siento, señor, me temo que está usted confundiéndome con otra persona —dijo la muchacha con seriedad.
—¿Piensas que soy idiota? —preguntó con los dientes apretados.
Paula bajó la mirada hacia el pequeño, quién se aferraba a su pierna, como si temiera que fuera a desaparecer. La joven pasó saliva.
—Responde, m*****a sea —gruñó Arturo en tono bajo al darse cuenta de que no podía mantener esa conversación con su hijo presente, pero estaba cegado por la ira.
—Sí.
—¿Perdón? —Arturo no podía creer que le dijera idiota.
—No sé quién es Pía y no estoy interesada en saberlo. Mi nombre es Paula Madrigal, soy maestra de primer año en este colegio. ¿Necesita revisar mis credenciales? —preguntó la mujer con el ceño fruncido.
Arturo la miró detenidamente, su primera impresión había sido suponer que se trataba de Pía Zambrano, su exesposa. Algo que no era posible, la arpía de Pía había muerto en un accidente, pero… Esta mujer se le parecía y mucho…
¿Podría estar equivocado? ¿Podría esa mujer no ser Pía?
—¿Qué sucede, señor, hay algo divertido en mi rostro? —preguntó la maestra en tono bajo.
Paula se regañó mentalmente, ¿estaba loca? ¿En qué diablos estaba pensando para hablarle de esa manera a un padre de familia? ¿Qué pasaba si él la acusaba con la directora?
—No. —respondió Arturo luego de un corto silencio.
Esa mujer no era Pía, esta mujer era bastante corriente, no había nada excepcional en ella, excepto su parecido con su esposa muerta. Parecido, porque si la miraba en detalle, no eran exactamente iguales.
—¿Es usted el padre del niño? —preguntó Paula de nuevo, esta vez se obligó ser cordial.
—Sí, él es Alejandro Montecarlo —dijo extendiendo la mano para que el niño la cogiera.
Sin embargo, Alejandro lo ignoró, por primera vez en cuatro años, su hijo había pasado de él.
—Quiero quedarme con mamá —alegó el niño escondiendo el rostro en la pierna de la chica.
—Cariño, yo no…
—Tenemos que hablar —Arturo interrumpió la explicación que Paula deseaba darle al niño.
—Tengo que reunirme con mis alumnos en el salón de clases, creo recordar que su hijo está en mi grupo, ¿me permite llevarlo? —dijo.
—Hablemos —insistió Arturo.
Paula miró al niño y luego al padre, su parecido era innegable. Lo que no entendía era por qué Alejandro la llamaba mamá.
—Señor, por favor, déjeme llevar al niño al salón —dijo tratando de no dejar escapar su mal genio.
—Permítame unos minutos —Arturo recordó que a las moscas se les atraía con miel, no con hiel, así que no le quedó más remedio que aplicarlo con la maestra—. Por favor.
Paula se mordió el labio con discreción. Suspiró, no tenía más remedio que aceptar, después de todo su salario saldría de los bolsillos de gente como este hombre.
—Está bien, permítame llevar a Alejandro al salón y volveré —prometió.
—Estaré aquí —dijo, era una advertencia, Paula lo sabía.
—Cariño, ven conmigo, vamos al salón de clases —dijo poniéndose a la altura del pequeño.
—No quiero que vuelvas a dejarme —sollozó Alejandro.
—No te dejaré, hablaré un momento con tu padre y luego volveré —dijo Paula.
—¿Me lo prometes? —Alejandro estiró su dedito meñique.
—Te lo prometo —respondió Paula sellando su promesa con el meñique.
En ese momento la maestra no tenía ni idea de donde se estaba metiendo.
—Enseguida vuelvo —dijo, tomó al niño y caminó al pasillo.
Paula deseaba preguntarle al niño, porque creía que ella era su madre, pero prefirió esperar y hablar con el padre.
Arturo miró a su hijo caminar al lado de la mujer, el niño estaba aferrado a la mano de la maestra. Una sensación de impotencia se adueñó de él, sobre todo porque el parecido entre ellas lo había perturbado, era como encontrarse de cara con su pasado.
El hombre sacó su móvil, escribió un corto mensaje para su amigo.
Arturo:
Paula Madrigal, investiga todo sobre ella, quiero saber hasta lo que desayunó hoy por la mañana, necesito la información para ya.
El hombre guardó el móvil, se paseó por unos segundos en el jardín.
—Señor.
Paula se paró a una distancia prudente del hombre.
Arturo la miró por otros escasos segundos.
—¿Está segura que no es Pía Zambrano? —preguntó.
—Completamente segura.
—¿Sabe que hacerse pasar por otra mujer es un delito?
—Lo sé, no entiendo por qué me dice todo esto, señor, por favor, le agradeceré si es un poco más directo.
—Soy Arturo Montecarlo de Mendoza —dijo, como si esperara, que su nombre alterara a la chica.
—Mucho gusto, ya me he presentado antes —respondió—. Seré la maestra de su hijo durante este ciclo escolar —añadió para enojo del hombre.
Arturo se mesó el cabello con frustración.
—Señor, no puedo dedicarle todo el tiempo, mis alumnos esperan a que regrese. Si no tiene nada más que decir, le pediré amablemente se retire del colegio y regrese a la hora de salida —pidió ella ante el silencio del hombre.
—Usted se parece mucho a mi difunta esposa —dijo Arturo finalmente.
—¿Es la razón por que su hijo me ha llamado mamá? —preguntó, Paula sintió un nudo apretarse en su garganta, ella tampoco tenía mamá.
—Sí. Es la razón por la que le ha llamado mamá —aceptó.
—Comprendo —dijo ella bajando el tono de voz, eso cambiaba las cosas y también la opinión que tenía del hombre.
No debía ser nada fácil encontrarse con otra mujer que le recordara al amor de su vida.
—No creo que pueda comprender, señorita Madrigal, mi hijo no querrá separarse de usted.
Paula tragó el nudo formado en su garganta.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Dudo mucho que él acepte que usted no es su madre —explicó al tiempo que le llegaba un mensaje al móvil—. Deme unos segundos —dijo.
Arturo revisó el mensaje de Diego, tenía lo que quería y a la maestra donde quería.
—Como le decía, dudo que Alejandro acepte de buenas a primeras que usted y su madre no son la misma persona, Alex es un niño muy inteligente, pero en este caso…
—Puedo explicarle las cosas si usted me lo permite —se ofreció.
Paula jamás se imaginó estar en una situación tan difícil en el primer día de clases, ¡en su primer día de trabajo!
—No hace falta, le agradezco el ofrecimiento, señorita Madrigal, pero siendo honesto, estoy necesitando una madre para mi hijo…
Paula lo miró y pensó que el tipo estaba loco, no había otra explicación.
—Tengo que volver al salón —dijo con rapidez, con intención de escapar del hombre.
—Le propongo un trato, señorita Madrigal —dijo tomándola del brazo, impidiéndole huir.
Paula apretó los dientes al sentir la mano del hombre sobre su brazo, fue una sensación extraña, distinta y le asustó.
—¿Un trato?
—Sí.
—Con todo respeto, señor Montecarlo, no estoy interesada en hacer ningún tipo de trato, acuerdo o lo que sea con usted —respondió, tratando de librarse del agarre.
—Le sugiero que escuche antes de rechazar mi propuesta, le aseguro que usted tiene mucho más que ganar que yo. Pero si se niega, le aseguro que perderá lo poco que tiene.
Paula levantó la mirada, aquellos ojos la miraban con frialdad y algo más que ella no pudo comprender. Quizá era… ¿Seguridad? ¿Determinación?
—¿Está usted amenazándome, señor? —preguntó.
Paula luchó para que la voz no le temblara.
—No. Por supuesto que no es una amenaza, Paula. Sin embargo, puede tomarlo como una advertencia.
El cuerpo de Paula tembló de nuevo y esta vez no era debido al toque sobre su piel, sino por el tono empleado por el hombre.
—Puede venir por su hijo a las catorce horas en punto, que tenga un buen día, señor Montecarlo —Paula caminó al interior del colegio.
Mientras Arturo no podía creer que la maestra se atreviera a dejarlo con la palabra en la boca.
Diego Álvarez se quedó de piedra al escuchar la petición de su amigo.—¿Te has vuelto loco? —preguntó.—No. —Arturo giró su silla para no mirar a su abogado y amigo.—¿No? Permíteme ponerlo en duda, Arturo, no puedes hacer esto, ¡es ilegal! —gritó el hombre poniéndose de pie.—No es ilegal, si la otra parte está en pleno uso de sus facultades mentales y firma voluntariamente…—¿Voluntariamente? ¡Maldición, Arturo, no puedes hablar en serio! —el abogado caminó de un lado a otro en la oficina.—Estoy hablando muy en serio, quiero que redactes un contrato de matrimonio, necesito una madre para mi hijo, y Paula Madrigal ha sido la elegida —aseguró.—Si hubiese tenido conocimiento de tus intenciones cuando me pediste que la investigara, no lo habría hecho. No puedes coaccionar a una persona de esta manera y menos utilizarla para tu conveniencia.—Puedo y lo haré, por Alejandro soy capaz de eso y de mucho más.—Paula no es su madre, Alejandro no necesita una sustituta que solamente se parez
«Quiero una madre para mi hijo y usted ha sido la elegida…»«Usted ha sido la elegida…»«Usted ha sido la elegida…»Aquellas palabras se repitieron como un mantra en la cabeza de Paula, ¿La elegida?—¡Está usted completamente loco, señor Montecarlo! ¿Quién se cree que es? —preguntó Paula inflando los cachetes de enojo.—Soy un padre que busca la seguridad y felicidad de su hijo, y usted una nieta que desea cuidar de su abuela y darle lo mejor.Paula apretó los puños con fuerza sobre el mantel de la mesa.—Ni siquiera me conoce —musitó con dientes apretados.—La he investigado, he leído por horas su historia, siento que es todo lo que necesito saber.—Es usted un arrogante, ¿piensa que su dinero puede comprarlo todo, incluso una madre para su hijo? —preguntó poniéndose de pie.—Sí.—Idiota —susurró Paula lo suficiente alto para que él escuchara y lo suficiente bajo para que nadie más lo hiciera.Paula tomó su bolso y salió del local, no quería voltearse para ver al niño, a pesar de que
Paula suspiró al escuchar el sonido de su despertador, maldijo en tono bajo, no tenía ganas de ponerse de pie. No deseaba enfrentarse con Arturo Montecarlo y tenía miedo de evadir a Alejandro.El niño era el más inocente en todo aquel embrollo que se había armado. Explicarle que ella no era su madre, era difícil, pero aceptar ser la esposa del magnate era una reverenda locura, un sin sentido.Ella no conocía nada del hombre, ¡apenas se habían visto ayer!—¡Paula, cariño, se te hará tarde! —la voz de su abuela, le recordó que no podía darse el lujo de faltar a su trabajo, ella tenía prohibido rendirse.La joven hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, salió de la cama, se dio una rápida ducha, se vistió con prisa para desayunar con su abuela. Era el único momento del día que compartía con ella.Media hora después se despidió de su abuela, se preparó para enfrentarse con lo que sea que el destino le tenía preparado para hoy. El destino o específicamente Arturo Montecarlo de Mendoza, p
Había pasado una nueva semana, una semana más que Paula demostraba su firme decisión de no acceder al chantaje del magnate, algo que estaba enloqueciendo a Arturo.—No podrás con ella —dijo Diego y el regocijo en su voz no pasó desapercibido para Arturo.—¿Eres mi amigo? —se atrevió a preguntar.—Lo soy, pero me alegro de saber que Paula no es tan fácil de doblegar como creías, cuatro semanas, casi cuatro semanas. Me temo que, si insistes, la joven maestra se convertirá en la horma de tus zapatos —dijo con seriedad el abogado—. Basta con ver lo loco que te trae.Arturo miró a Diego, se puso de pie y salió de la oficina dando un sonoro portazo. Paula había estado resistiéndose, pero no lo haría más.Mientras tanto, Paula terminó su clase, se despidió de sus alumnos y esperó a que Arturo fuera por Alejandro, pero los minutos corrieron y el hombre brillaba por su ausencia.—Aparte de arrogante, también es un irresponsable —gruñó Paula mirando la hora en su reloj.—Con irresponsable, ¿te
«Complace a nuestro hijo»Paula cerró los ojos, se miró al espejo en el servicio, su rostro estaba ligeramente pálido y había ojeras marcadas bajo sus ojos, señal inequívoca de que estaba durmiendo poco, gracias a la presión de Arturo sobre ella.Respiró profundamente antes de salir y dirigirse al salón donde padre e hijo esperaban por ella, había accedido a comer con ellos, porque no tuvo más opciones. Pero no habían logrado convencerla de llevarla a su casa, si ella pudiera evitar vivir en ese lugar lo haría.«No te engañes, Paula, no puedes negarte o ese hombre se llevará tu vida y tu futuro por delante, piensa en tu abuela. Ella lo vale todo», aquel pensamiento se repitió como un mantra en la cabeza de la joven, mientras se reunía en salón con su verdugo.Almorzaron en un restaurante típico en el centro de la ciudad, la comida fue amena gracias a la capacidad de conversación del pequeño, Alejandro hablaba hasta por los codos y parecía feliz.Eso debía contar, ¿No?—Hablé con la di
¡Había firmado! ¡Se había convertido en la esposa del magnate y en la madre de Alejandro! Paula no podía creer que lo había hecho.«No te dejó ninguna otra jodida elección», pensó la joven con desagrado.Y era tan cierto, como el hecho de estar sentada en el cómodo y lujoso sillón del camarote que funcionaba como oficina en ese momento.No había tenido elección, si la hubiese tenido, ella estaría muy lejos de aquí.—Gracias, Diego, ahora déjame hablar a solas con mi esposa —ordenó Arturo.«Esposa», la palabra casi le hizo ahogarse.¡Estaba casado de nuevo!—No hay nada que hablar —refutó Paula con enfado.—Diego.El hombre no esperó dos veces y salió del camarote, se dirigió a cubierta, rogando porque su amigo no embarrara más la situación con aquella pobre mujer.Entre tanto, Paula observó a Arturo sin dejarse amedrentar, no iba a temer, lo peor ya se lo había hecho…—Me gustaría que aceptaras cambiarte el nombre —dijo, mientras se apoyaba contra la mesa.Paula lo miró como si fuese
Dile que no mientoArturo miró fijamente la puerta, como si eso fuese a ayudarle en algo, apretó los puños y salió totalmente enfadado.Estaba perdiendo los papeles.Caminó hasta llegar junto a su amigo y se arrepintió en el mismo momento que se sentó.—¿Qué ha pasado? —preguntó Diego.—¿Por qué? —Arturo se bebió de un solo trago el contenido de su copa.—Pareces un perro apaleado.Arturo iba a responder, pero prefirió no hacerlo, cualquier cosa que dijera a Diego, con seguridad sería usado en su contra, por lo que bajó hasta la piscina y se metió al agua.No iba a poder nadar, pero el agua siempre tenía un buen efecto en él.Las horas fueron pasando, Paula salió del camarote vestida con un pequeño short y un top que dejaba muy poco a la imaginación.Arturo sabía que era un claro desafío, que Paula intentaba provocarlo, pero no iba a conseguir más de lo que ya lo había hecho esa mañana.Luego de una comida en medio de un ambiente hostil, un pequeño yate se acercó. Paula prestó atenció
Sofía de Montecarlo miró a su hijo como si lo viese por primera vez…—¿Esposa? —preguntó.—Sí.—¡Te has vuelto loco! —gritó la mujer, asustando a Isabel y Jazmín.—No, no estoy loco, mamá, será mejor que te hagas a la idea, mañana mi esposa vendrá a vivir a esta casa…—Deja de decir estupideces, Arturo, ¿de qué esposa hablas? —preguntó.Sofía caminó de un lado al otro, sin poder creer las palabras de su hijo. ¡Estaba loco! Esa era la única maldit4 explicación que podía tener.—Papá habla de mi mamá, mi mamita vendrá a vivir con nosotros. ¡Ella está viva! —gritó Alejandro con la emoción e inocencia de su edad.Sofía abrió y cerró la boca, imitando un pez.—Arturo…—No voy a decirte nada más, basta con lo que ya te he dicho hasta ahora —respondió en tono cortante.Sofía solamente podía pensar en Pía Zambrano, aquella maldit4 mujer era la única que podía poner la vida de su hijo de cabeza.Aquella mujer que debía llevar muerta cuatro largos años y quien debía continuar muerta para siempr