Prefacio
El florero se estrelló con fuerza contra la pared, rompiéndose en varios pedazos. Llamando la atención de los amantes que se revolcaban en la cama de aquel hotel.
La rabia corrió por sus venas como lava ardiente, el dolor se instaló en su corazón. Arturo Montecarlo de Mendoza, no podía creer lo que sus ojos estaban viendo.
¡Su esposa, la madre de su hijo, la mujer que más amaba en la vida, en brazos de su mejor amigo!
Para Arturo no había traición más cruel y dolorosa que ver a Pía y Julián haciendo el amor, como si fuesen dos personas libres.
—¡Arturo! —gritó Pía al descubrir a su marido viéndola con ojos asesinos—. No es lo que parece —dijo.
—¿No es lo que parece? —preguntó con rabia—. ¿No es lo que parece? —había burla en su voz—. Imagino que se te ha perdido un par de pelotas y estás jugando a encontrarlas.
—Arturo…
—Será mejor que te largues, Julián, y no vuelvas a poner un solo pie en mi casa, aléjate de mi hermana para siempre —gruñó.
—¡No puedes hacerle esto a Isabel, vamos a casarnos en dos semanas! —gritó el hombre mientras se vestía con rapidez.
—Eso debiste pensarlo antes de acostarte con mi esposa y olvidarte que eras el prometido de mi hermana y mi mejor amigo.
—Arturo.
—No quiero escucharte, Pía, me basta con lo que mis ojos han visto esta noche. No quiero volver a verte jamás en la vida, porque te juro que si vuelvo a encontrarte voy a hacerte la vida miserable…
—No puedes echarme, ¡Tenemos un hijo! —gritó la mujer.
Pía no era una mujer maternal, pero ahora se aferraba a su hijo como su única salvación. Sin él y sin Arturo, ella volvería a su antigua vida y no lo deseaba, así que se aferraría a lo único que podía. Alejandro.
—¡No menciones a mi hijo, Pía! ¡No trates de chantajearme con él, te he perdonado todo, pero esto jamás! —aseguró Arturo.
El hombre luchó para no convertirse en un asesino allí mismo. Su corazón estaba destruido por la única mujer que había amado, a quien le había jurado amor eterno, con quien había soñado tener una familia.
Todo había terminado en un abrir y cerrar de ojos por culpa de su traición, todo su amor y sus ilusiones habían sido borrados de un plumazo.
—Tengo derechos —gritó Pía en medio de su desesperación.
Arturo la miró con desprecio, no le daría el gusto de verlo derrotado. El hombre se tragó su dolor antes de hablar:
—Voy a divorciarme de ti —sentenció antes de girar sobre sus pies y salir de aquella habitación…
—¡Arturo! ¡Arturo, espera, no puedes hacerme esto! ¡Arturo! —gritó la mujer corriendo envuelta en la sábana, cubriendo su desnudez, pero ninguno de sus gritos hizo que su esposo se detuviera.
Arturo Montecarlo y Mendoza jamás había conocido el dolor, había sido feliz durante los primeros cuatro años de matrimonio, o es lo que él había creído. Luego de descubrir la traición de su esposa, pensaba que todo había sido una farsa.
El hombre cerró los ojos mientras el alcohol quemaba su garganta y embotaba sus sentidos. Lastimosamente, no era suficiente para él, no había alcohol en el mundo que mitigara el dolor que sentía dentro de su pecho.
No había nada, no existía una poción mágica para arrancarse del corazón ese desengaño. Pía lo había matado en vida, su traición le había destrozado el alma por completo.
—¡Maldita seas! —gritó de manera desgarradora.
Los siguientes días, Arturo no vivió, sobrevivió por fuerza de voluntad y porque su hijo de tres años lo necesitaba.
Lo más difícil había sido contarle a Isabel, su hermana, sobre la traición de sus parejas. Ella había caído en una profunda depresión que su madre había tenido que llevársela lejos de España para ayudarla a sobrellevar su pena.
En cuanto a él, estaba por firmar el divorcio con Pía y terminar para siempre con aquella malvada mujer.
—Señor, tiene una llamada en la línea dos —dijo su secretaria.
Era viernes por la tarde y él nunca olvidaría ese día.
—Arturo de Montecarlo —dijo con sequedad.
»—¿Es usted el esposo de Pía Zambrano?
Arturo apretó el auricular.
—Sí.
»—Lamento informarle que su esposa ha muerto en un accidente aéreo de camino a Barcelona.
«Su esposa ha muerto»
«Su esposa ha muerto»
¡Mamá!Arturo observó el retrato que adornaba la sala principal de la mansión Montecarlo de Mendoza. Era el retrato de una mujer que no se merecía la pleitesía y la adoración que su hijo sentía por ella; pero Alejandro era un niño y él jamás le envenenaría el alma hablando mal de su madre, era mejor que la recordara con cariño, después de todo, Pía estaba muerta…—No sé por qué insistes en esconder la verdad sobre esa mujer, Arturo, no podrás engañar a Alejandro toda la vida, él crecerá y se dará cuenta de que le has mentido.Arturo apartó la mirada del cuadro de Pía para ver a su madre.—Jamás le diré la verdad, mamá. Alejandro no tiene la culpa de haber tenido la madre que tuvo, en todo caso el único responsable fui yo, por necio, por empeñarme en convertirla en mi esposa a pesar de no pertenecer a mi círculo social —respondió el hombre con más brusquedad de la necesaria.Para Arturo recordar el pasado era como beberse de nuevo el trago amargo de la traición sufrida.—Te estás equiv
Le propongo un tratoPaula miró al hombre fijamente, la había llamado ¿Pía? ¿Quién demonios era Pía?...—Lo siento, señor, me temo que está usted confundiéndome con otra persona —dijo la muchacha con seriedad.—¿Piensas que soy idiota? —preguntó con los dientes apretados.Paula bajó la mirada hacia el pequeño, quién se aferraba a su pierna, como si temiera que fuera a desaparecer. La joven pasó saliva.—Responde, maldita sea —gruñó Arturo en tono bajo al darse cuenta de que no podía mantener esa conversación con su hijo presente, pero estaba cegado por la ira.—Sí.—¿Perdón? —Arturo no podía creer que le dijera idiota.—No sé quién es Pía y no estoy interesada en saberlo. Mi nombre es Paula Madrigal, soy maestra de primer año en este colegio. ¿Necesita revisar mis credenciales? —preguntó la mujer con el ceño fruncido.Arturo la miró detenidamente, su primera impresión había sido suponer que se trataba de Pía Zambrano, su exesposa. Algo que no era posible, la arpía de Pía había muerto
Diego Álvarez se quedó de piedra al escuchar la petición de su amigo.—¿Te has vuelto loco? —preguntó.—No. —Arturo giró su silla para no mirar a su abogado y amigo.—¿No? Permíteme ponerlo en duda, Arturo, no puedes hacer esto, ¡es ilegal! —gritó el hombre poniéndose de pie.—No es ilegal, si la otra parte está en pleno uso de sus facultades mentales y firma voluntariamente…—¿Voluntariamente? ¡Maldición, Arturo, no puedes hablar en serio! —el abogado caminó de un lado a otro en la oficina.—Estoy hablando muy en serio, quiero que redactes un contrato de matrimonio, necesito una madre para mi hijo, y Paula Madrigal ha sido la elegida —aseguró.—Si hubiese tenido conocimiento de tus intenciones cuando me pediste que la investigara, no lo habría hecho. No puedes coaccionar a una persona de esta manera y menos utilizarla para tu conveniencia.—Puedo y lo haré, por Alejandro soy capaz de eso y de mucho más.—Paula no es su madre, Alejandro no necesita una sustituta que solamente se parez
«Quiero una madre para mi hijo y usted ha sido la elegida…»«Usted ha sido la elegida…»«Usted ha sido la elegida…»Aquellas palabras se repitieron como un mantra en la cabeza de Paula, ¿La elegida?—¡Está usted completamente loco, señor Montecarlo! ¿Quién se cree que es? —preguntó Paula inflando los cachetes de enojo.—Soy un padre que busca la seguridad y felicidad de su hijo, y usted una nieta que desea cuidar de su abuela y darle lo mejor.Paula apretó los puños con fuerza sobre el mantel de la mesa.—Ni siquiera me conoce —musitó con dientes apretados.—La he investigado, he leído por horas su historia, siento que es todo lo que necesito saber.—Es usted un arrogante, ¿piensa que su dinero puede comprarlo todo, incluso una madre para su hijo? —preguntó poniéndose de pie.—Sí.—Idiota —susurró Paula lo suficiente alto para que él escuchara y lo suficiente bajo para que nadie más lo hiciera.Paula tomó su bolso y salió del local, no quería voltearse para ver al niño, a pesar de que
Paula suspiró al escuchar el sonido de su despertador, maldijo en tono bajo, no tenía ganas de ponerse de pie. No deseaba enfrentarse con Arturo Montecarlo y tenía miedo de evadir a Alejandro.El niño era el más inocente en todo aquel embrollo que se había armado. Explicarle que ella no era su madre, era difícil, pero aceptar ser la esposa del magnate era una reverenda locura, un sin sentido.Ella no conocía nada del hombre, ¡apenas se habían visto ayer!—¡Paula, cariño, se te hará tarde! —la voz de su abuela, le recordó que no podía darse el lujo de faltar a su trabajo, ella tenía prohibido rendirse.La joven hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, salió de la cama, se dio una rápida ducha, se vistió con prisa para desayunar con su abuela. Era el único momento del día que compartía con ella.Media hora después se despidió de su abuela, se preparó para enfrentarse con lo que sea que el destino le tenía preparado para hoy. El destino o específicamente Arturo Montecarlo de Mendoza, p
Había pasado una nueva semana, una semana más que Paula demostraba su firme decisión de no acceder al chantaje del magnate, algo que estaba enloqueciendo a Arturo.—No podrás con ella —dijo Diego y el regocijo en su voz no pasó desapercibido para Arturo.—¿Eres mi amigo? —se atrevió a preguntar.—Lo soy, pero me alegro de saber que Paula no es tan fácil de doblegar como creías, cuatro semanas, casi cuatro semanas. Me temo que, si insistes, la joven maestra se convertirá en la horma de tus zapatos —dijo con seriedad el abogado—. Basta con ver lo loco que te trae.Arturo miró a Diego, se puso de pie y salió de la oficina dando un sonoro portazo. Paula había estado resistiéndose, pero no lo haría más.Mientras tanto, Paula terminó su clase, se despidió de sus alumnos y esperó a que Arturo fuera por Alejandro, pero los minutos corrieron y el hombre brillaba por su ausencia.—Aparte de arrogante, también es un irresponsable —gruñó Paula mirando la hora en su reloj.—Con irresponsable, ¿te
«Complace a nuestro hijo»Paula cerró los ojos, se miró al espejo en el servicio, su rostro estaba ligeramente pálido y había ojeras marcadas bajo sus ojos, señal inequívoca de que estaba durmiendo poco, gracias a la presión de Arturo sobre ella.Respiró profundamente antes de salir y dirigirse al salón donde padre e hijo esperaban por ella, había accedido a comer con ellos, porque no tuvo más opciones. Pero no habían logrado convencerla de llevarla a su casa, si ella pudiera evitar vivir en ese lugar lo haría.«No te engañes, Paula, no puedes negarte o ese hombre se llevará tu vida y tu futuro por delante, piensa en tu abuela. Ella lo vale todo», aquel pensamiento se repitió como un mantra en la cabeza de la joven, mientras se reunía en salón con su verdugo.Almorzaron en un restaurante típico en el centro de la ciudad, la comida fue amena gracias a la capacidad de conversación del pequeño, Alejandro hablaba hasta por los codos y parecía feliz.Eso debía contar, ¿No?—Hablé con la di
¡Había firmado! ¡Se había convertido en la esposa del magnate y en la madre de Alejandro! Paula no podía creer que lo había hecho.«No te dejó ninguna otra jodida elección», pensó la joven con desagrado.Y era tan cierto, como el hecho de estar sentada en el cómodo y lujoso sillón del camarote que funcionaba como oficina en ese momento.No había tenido elección, si la hubiese tenido, ella estaría muy lejos de aquí.—Gracias, Diego, ahora déjame hablar a solas con mi esposa —ordenó Arturo.«Esposa», la palabra casi le hizo ahogarse.¡Estaba casado de nuevo!—No hay nada que hablar —refutó Paula con enfado.—Diego.El hombre no esperó dos veces y salió del camarote, se dirigió a cubierta, rogando porque su amigo no embarrara más la situación con aquella pobre mujer.Entre tanto, Paula observó a Arturo sin dejarse amedrentar, no iba a temer, lo peor ya se lo había hecho…—Me gustaría que aceptaras cambiarte el nombre —dijo, mientras se apoyaba contra la mesa.Paula lo miró como si fuese