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Capítulo treinta y uno. Irrevocablemente a sus pies

Irrevocablemente a sus pies

Las manos de Carolina temblaron, ni siquiera se animaba a tomar el papel entre sus dedos, ella dudó, antes de recordar que esto es lo que tenía que hacer, sin importar lo difícil que resultara, sin importar que estuviese muriendo de miedo.

—Acuerdo matrimonial —susurró cogiéndolo del piso.

Carolina ordenó el desastre que había ocasionado, cogió el folder y salió de la oficina de Diego. La asistente no se atrevía a marcar el número de Sofía de Montecarlo, no quería hacerlo, pero no podía evitarlo.

—Señora Montecarlo —dijo, apenas escuchó la voz de la mujer al otro lado de la línea.

»—Carolina, pensé que te habías olvidado de mí.

—No podría, se lo aseguro, señora, ¿podemos vernos en la cafetería? —preguntó la joven sintiendo que el corazón se le hundía.

»—¿Tienes el contrato?

—Sí.

»—Perfecto, te veo en una hora.

Carolina respiró varias veces, se ocupó de los pendientes que debía dejar en orden antes de marcharse y cuando la hora llegó, estuvo renuente a salir
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